Capítulo 4. El rescate.

2045 Words
—¿Cómo te atreves a hablarle a nuestra señora de esa forma?—protesto una de sus damas. Las tres mujeres se habían quedado boquiabiertas ante la ofensa, nadie con conocimiento de quien era ella se hubiera atrevido a hablarle de esa forma, pero Caelia era un lobo rojo y a su r**a poco o nada le interesaba los títulos o la reputación. En su manada valía el interés en el prójimo, la empatia, la honestidad y sobre todo la humildad y para Caelia aquella mujer no era más que una idiota sin sentido de la dignidad o el respeto por el desvalido, en este caso ella. —Yo hablo como se me da la gana y ha de saber odiosa señora que un cabello de mi maestro vale mil veces más que usted—se atrevió a gritar y habría continuado de no ser porque aquella mujer se levanto de la piedra, la miro con resentimiento y enseguida la abofeteo. —Cállate, maldito lobo huérfano—le reprendió y enseguida ordenó—encierrenlo en la prisión de agua, quizás ahí aprenderá a respetar a los que peleamos por la libertad de los eternos. Las mujeres levantaron a Caelia, quien estaba aun sujeta de los brazos y lo llevaron hacia lo más profundo de aquella enorme cueva, ahí había una fosa llena de agua, donde la metieron amarrada a un par de cadenas qué la mantenían flotando en la superficie. —¿Esto es todo lo que tienen?—se burlo Caelia—¿Agua? —Espero así se te quite la suciedad lobo callejero—impugnó una de las mujeres, solo entonces ambas salieron de aquella fosa dejando a Caelia encerrada en esa prisión de agua. Ella pensó que sería una prisión acogedora, después de todo el agua estaba tibia y no había ninguna corriente de aire qué enfriara su cuerpo, pero se escucho una especie de mecanismo moviéndose en el interior se la paredes y poco después comenzó a caer agua de unos agujeros en la pared y de esa forma, aquel foso de agua comenzó a llenarse de más agua. —Yo y mi gran boca—se quejo Caelia consigo misma, por no saber cuando guardar silencio, tal y como se suponía que le estaba enseñando su maestro porque los lobos rojos eran el único clan qué aun conservaba un poco de su naturaleza salvaje, ella aprendia de su maestro a como mantenerse serena, a dominar su instinto, pero había fallado por enésima vez y se había comportado como el lobo salvaje qué todo el mundo creía que era. Mientras eso sucedía, el discípulo Urias había informado a todo el mundo sobre el intruso qué sé había escabullido a entrar a las montañas. Había enviado a los demás a revisar cada centímetro de las montañas con la esperanza de encontrar a Adonis y aunque aún no recibía ninguna noticia se dijo a si mismo que un acontecimiento de esa magnitud no podía esperar , debía decírselo al señor de las montañas. No era muy tarde, así que su maestro se encontraba en la biblioteca, leyendo algunos informes qué recién habían llegado a la montaña sobre la situación de su región ya qué al final de cuentas él debía cuidarla y protegerla en nombre del rey. —Señor—entro Urias atravesando los innumerables estantes qué su señor tenia en su enorme biblioteca privada. Eroth alzó la mirada siguiendo la figura de su discípulo hasta que se presento ante él. Urias inclino la mirada en su presencia y puso su mano sobre su pecho. —Debe ser muy urgente si te has atrevido a entrar aquí sin mi permiso, joven Urias—manifestó Eroth dejando sobre la mesa el pergamino qué tenía en la mano. —Perdóneme, maestro, pero en verdad es urgente—le manifestó con cierta urgencia olvidando su propia vergüenza para poder informarle sobre lo sucedido. —Habla—le ordenó Eroth mientras tomaba una pluma y un poco de tinta para firmar aquel informe. —Adonis desapareció—informo directamente, pero en un primer momento, Eroth supuso qué había terminado embriagandose a pesar de que se lo había advertido. —¿Ya buscaron en la sala de vinos?—dijo moviendo ladeando la cabeza, un poco molesto por la desobediencia de su única discípula, quien en un principio creyó qué no daría problemas al ser una mujer, pero había sido todo lo contrario. —Él no esta ahí. Ahora mismo todos lo están buscando por las montañas, pero hasta ahora nadie ha traído ninguna noticia suya—expresó Urias con cierta desesperación y es que desde que qué Eroth se había establecido ahí, nadie se había atrevido hacer algo en su contra, no a menos de que quisieran morir lentamente entre las fauces de sus colmillos. Eroth levanto los ojos hacia su primer discípulo, quien había aprendido de él a desconfiar de cualquier situación qué representará un peligro para los que vivían en la montaña. —Nadie ajeno a la montaña se atrevería hacer una estupidez como secuestrar a uno de mis discípulos—expresó Eroth meditando las opciones que tenia. —¿Quieres decir que alguien que conoce el palacio de las montañas del norte secuestro a Adonis?—supuso Urias mientras pensaba quien seria tan tonto como para hacer esto, era como una declaración de guerra contra su maestro y a él nadie lo vencía. Eroth asintió mientras se levantaba de su asiento, tomaba su capa y se encaminaba hacia la salida—¿Quien se atrevería, maestro? Eroth sabia que además de sus discípulos, solo habia una persona más que conocía tan bien las montañas como él. —La dama blanca—expuso Eroth con intenciones de visitarla en ese momento. Ella vivía en unas cuevas debido a una grave falta que había cometido muchos años atrás. Ella había ido a las montañas del norte pidiendo ser una discípula de él. Eroth no había entendido sus intenciones hasta ese momento, pensaba que simplemente quería entrenar su mente y hacerse más fuerte para evitar una guerra como la que ambos habían vivido y ya que ambos habían peleado juntos, Eroth la acepto; sin embargo con el pasar del tiempo, él comenzó a notar qué su nueva discípula, perdía el tiempo observandolo como una niña a un dulce y cierta noche, ella le había ofrecido un vino de uva roja, las más exquisita de todas. Eroth se embriago o al menos eso había pensado en ese momento, cuando de hecho, si discípula lo había drogado para meterse en su cama y procrear así un hijo, para volverse la reina de las montañas del norte, su esposa. Todo el mundo sabia que Eroth era un hombre de honor qué no dejaría en desamparo ni siquiera a una serpiente herida, así que mucho menos le haría tal cosa a un hijo de su carne. El efecto de aquel vino no había tenido el efecto qué ella esperaba, así que en poco tiempo, él logro tomar sentido de si mismo antes de cometer una locura y por su atrevimiento, la dama blanca había sido confinada a esas cuevas cerca del rio, donde tendría que usar su fuerza para mantener la corriente del rio estable para que los que pasaran por ahí no murieran a causa del rio. Habían pasado cincuenta años de aquel suceso y al parecer la dama blanca seguía siendo igual que antes obstinada y terca en cuanto a lo que deseaba y eso era Eroth. Ella lo amaba o al menos esa era la palabra con la que justificaba su obsesión por el lobo más poderoso. Había intentado olvidarlo, pero últimamente había escuchado algunos rumores qué la horrorizaron. Se decía que Eroth se había encaprichado con uno de sus discípulos a quien incluso le había dado un arma poderosa y muy peligrosa. La cuestión era qué Eroth era frio y distante, lo suficiente como para evitar las relaciones personales, no obstante, había hecho una excepción con este discípulo. Ella había investigado bien en la servidumbre del palacio y había averiguado qué ese discípulo era muy bello y también muy traviesos así que no iba a ser difícil capturarlo y en efecto, Adonis tenia un rostro androgino entre femenino y masculino al mismo tiempo, muy bello y de voz suave y gentil. Si los rumores habían llegado hasta su cueva eso quería decir que incluso esa noticia ya debía conocerla el mismo rey y eso era preocupante, que Eroth perdiera la reputación y el respeto que los eternos le tenían, así que debía alejar a ese discípulo a como de lugar. La dama blanca o mejor dicho, Odelia estaba en el río haciendo el trabajo que se suponía tenia que hacer mientras meditaba lo que haría una vez que Eroth descubriera qué ella tenía a su discípulo. Levanto la mirada y entonces entre los árboles verdes qué escondían la entrada a las cuevas, divisó la figura señorial de Eroth quien venía acompañado de dos hombres más, dos discípulos qué portaban espadas. —¿Cómo es que llegaron tan rápido?—cuestiono su dama, una loba huérfana qué la dama del rio había adoptado como sirvienta hasta que su castigo fuera levantado. —Solo guarden silencio, yo me encargaré de esto. Lleven al señor de las montañas a la cueva mientras yo termino aquí—les ordenó a sus damas, quienes tenían sus formas lobunas para cuidar a su señora mientras detenía con la fuerza de su cuerpo la corriente del rio. Llevaba haciendo aquel trabajo tanto tiempo que el agua había debilitado las raices de su pelo qué había comenzado a perderlo, por lo tanto siempre y para evitar la vergüenza, se presentaba ante otro eternos en forma humana. Sus damas corrieron al encuentro de Eroth quien, con expresión sería las siguió hasta adentrarse a las cuevas donde vivían. Odelia había intentado hacer de ese lugar un hogar, donde no solía vivía ella, sino más lobos de diferentes razas, todos muy jóvenes y por supuesto, sin familia, desterrados del mundo de los eternos por alguna razón, aunque la mayoría eran hijos de lobos qué habían muerto en la gran guerra. Muchos de ellos habían crecido como lobos salvajes sin la posibilidad de transformarse para poder comunicarse. Eroth contempló el lugar, el cual tenia cierto parecido con su palacio, solo que muy rústico lleno de piedras secas y lobos salvajes gruñiendole bastante cerca. Eroth guardo silencio hasta que la dama blanca finalmente apareció frente a él luciendo un vestido blanco acorde a su color de piel y figura, para rentarlo o al menos intentarlo. —¿A que se debe su visita, señor de las montañas?—expresó la dama blanca con cierta arrogancia y enfado, ya qué por su cusa ella estaba ahí, rodeada de lobo salvajes cuando podía estar en su palacio criando a sus cachorros. Eroth mantuvo la calma y soltó un suspiro. —Sabes bien a que he venido—expresó acusando la indirectamente de la desaparición de Caelia—¿Dónde esta mi discípulo? —¿Discípulo?—respondió ella tratando de aparentar ignorancia—¿Porque un discípulo tuyo estaría aquí? Eroth la observó con ira y Odelia sintió el fuego de esa ira llenando la habitación. —Nos canocemos hace mucho tiempo Odelia, sabes que no hablo mucho, así que solo lo diré una vez. Apartate. —Este es mi hogar, no puedes entrar sin mi permiso, sabes bien que ni el mismo rey Alfa podría hacerlo—le recordó y es que en el mundo de los eternos existían reglas, reglas qué Eroth también debía obedecer. —Apartate—le repitió y enseguida dio un paso para comenzar su búsqueda, pero Odelia, ya preparada, levanto una daga qué tenía escondida entre su vestido y la apunto hacia Eroth. Ninguno de los dos dijo nada, pero se podía sentir la presión qué existía entre ellos y la daga; sin embargo, sin pensarlo dos veces, Eroth tomo la daga y sin esfuerzo la doblo entre su mano. —Aparte—dijo como ultimátum y sintiendo qué la mataría con esa mirada fría, Odelia no tuvo más remedio qué dar un paso hacia atrás mientras Eroth se habría paso para encontrar a Caelia.
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