Capítulo 2. El discípulo.

2075 Words
Caelia se quedo pasmada ante tan extraña forma de saludo y es que, su clan era mucho más relajado cuando se trataba de peticiones o incluso favores. Enseguida giro a ver al curandero, quien en realidad se llamaba Filipo, pero debido al extraño nombre qué tenía prefería qué solo se dirigiera a él como curandero. Él no le dijo nada, prefirió ignorarla mientras avanzaba hacia la silla de su viejo amigo, Eroth, quien enseguida y con un movimiento de su mano le mostró un asiento no muy lejos de él. —Mi nombre es Arias de calestra, mi señor—respondió el joven con sumo respeto ante quien deseaba fuera su maestro. Mientras tanto Caelia se vio obligada a realizar la misma acción porque no sabía como funcionaba el mundo más allá de su valle en el cual ella era una loba libre. No estaba sujeta a ninguna regla o protocolo, ella era simplemente feliz o al menos lo había sido antes de que su padre decidiera nombrarlo como su heredera a pesar de que ella era la menor de sus hermanos. —¿Y el tuyo?—enseguida se dirigió a Caelia, quien había decidido junto con el curandero qué su nombre sería Adonis. —Adonis del bosque de duraznos, Señor—expresó la joven Caelia un poco avergonzada de todo ese espectáculo porque enseguida se dios cuenta y gracias a un par de risas qué había más personas ahí, de hecho estaban detrás de ellos, solo que en la planta alta. Desde ahí observaban los otros discípulos de Eroth, quienes tenían mucha curiosidad por saber quienes serian los nuevos discípulos ya qué el mismo Eroth les había anunciado qué alguien llegaría, más no esperaba que fueran dos. —¿Qué es lo que quieren aquí?—pregunto Eroth mirándolo a ambos. —Ser su discípulo—respondió el otro joven mostrando verdadera emoción ante la idea de ser discípulo del guerrero invencible, pero en cambio Caelia, aun estaba desconcertada por su apariencia, sobre todo porque se veía bastante atractivo y a pesar de que tenía una barba platinada y una cicatriz qué traspasaba su ojo, eso lo hacía lucir aun más varonil, al menos para ella qué era probablemente la única mujer que había pisado el salón de aquella montaña. —¿Y tú?—Eroth giro a ver a Caelia y enseguida vio que había cierto olor en ese hombre de apariencia androgina, parecía una mujer, pero al mismo tiempo un hombre, de hecho, olía a magia. —Lo mismo, mi señor—respondió Caelia, quien agacho la mirada al ver que estaba siendo observada con mucho interés y es que había olvidado que tenia la apariencia de un hombre, por lo tanto debía comportarse como tal. —A mis discípulos, los acepto sin importar su estatus o economía, ni siquiera realizo pruebas para probar su valor o inteligencia—expresó, aunque interiormente Caelia se quejo por todo lo que había tenido qué subir para llegar a su palacio—pero únicamente les hago esa unica pregunta, ¿Y tu? ¿Solo respondes eso? —¿Porque quieres ser mi discípulo?—insistió Eroth frunciendo ligeramente el ceño, interesado por saber que había detrás de esa magia, la cual estaba prohibida en su montaña y para que una magia así funcionara en ese sitio, alguien muy poderoso tuvo que haberla realizado. Mientras la chica pensaba en la respuesta, giro a ver a su antiguo amigo, quien parecía estar entretenido con el interrogatorio. —Mi familia lo necesita—respondió Caelia sin dar muchos detalles—debo ser más fuerte sin quiero protegerlos. Los ojos de Caelia mostraron absoluta verdad así que Eroth ya no pregunto nada más para aceptarla. —Mis discípulos tienen un rango en este sitio—les advirtió a los dos—ya qué llegaron juntos ¿Quien será el subordinado del otro? Caelia se levanto de su sitio un tanto disgustada con eso, puesto que quería decir que por llegar tarde a ella le correspondería obedecer al mismo que se había enfadado con ella tan solo por llegar con el curandero. —No pienso servirle a él, solo porque me gano en subir a la montaña—respondió cruzando se de brazos como la pequeña loba qué era, la menor de nueve hermanos varones, quienes la tenia muy con entidad por ser la única hembra de la manada. —¿Porque te quejas tanto si ni siquiera lo conoces?—pregunto Eroth queriendo ver a través de esos ojos de color verde intenso, no era normal que alguien los tuviera así, al menos no era típico en varones. —En casa, por ser el menor, siempre me he visto obligado a servir, no quiero seguir haciendo lo mismo aquí. En todo caso, sería mejor regresar a casa si he de servir a alguien—expresó Caelia dispuesta a irse de la montaña con tal de no ser maltratada ahí, ya qué había escuchado muchas cosas respecto a los discípulos de Eroth qué le preocupaban bastante. —¿Y si te doy un regalo? ¿Aceptarías? —cuestiono Eroth como propuesta y es que desde que aquel joven había comenzado hablar, aquel abanico no había dejado de moverse en el bolsillo de su abrigo, era como si quisiera irse con él, pero la cosa era qué un lobo común simplemente se sentiría ofendido con tal propuesta. Detrás de Caelia comenzaron a escucharse murmullos, algunos burlándose de la propuesta, creyendo qué tal vez era una forma de desprecio de su maestro ya qué aquel joven había sido demasiado irrespetuoso, pero Caelia lo pensó un poco. —¿Para que me serviría?—cuestiono dudosa, tenia cientos de ellos en casa, pero supuso qué por ser el señor de la montaña, aquel objeto debía ser valioso. —Si te vuelves mi discípulo, lo sabrás—la reto y sin saberlo Eroth dio justo en el clavo, ya qué Caelia amaba los retos, de hecho eran como un juego para ella y es que así eran los lobos rojos, eran atraviesos y por lo tanto en ocasiones no sabían cuando detenerse, llegaba un punto en el cual no sabían cuando era un juego y cuando ponían en peligro a alguien, por eso el rey Alfa consideraba esa manada peligrosa y debían ser domados, pero hasta ese momento no se había atrevido hacerlo por temor a represalias, ya qué con lobos tan volátiles como lo eran los lobos rojos, debía irse con cuidado. —De acuerdo, lo haré—dijo Caelia mostrando una sonrisa y en ese momento el señor de la montaña se levanto de su asiento y camino hasta ella para darle el abanico, cuyo nombre era Zafiro de luna, una joya poderosa y peligrosa en manos equivocadas. Cuando ella tomo el abanico, Eroth finalmente pudo ver atraves de la magia qué la cubría y efectivamente se trataba de una chica de ojos verdes y cabello rojizo largo, de piel blanca y mejillas rosadas, ella era increíblemente bella y su belleza le ruborizo las mejillas. Por suerte, el salón no estaba bien iluminado, así que nadie vio lo que Caelia le había hecho. Después de eso transcurrieron cinco años, un corto tiempo comparado con los demás discípulos qué llevaban muchos años entrenando. La joven Caelia no había cambiado mucho debido a su naturaleza despreocupada y en parte se debía al especial cariño qué el mismo señor de la montaña le había dado esos años. Entre sus discípulos se notaban la especial atención qué le daba y aunque la mayoría intuía qué sé debía a que él era el menor todos si se comparaban en conocimientos, la verdad era qué Eroth temía qué algún día alguien la descubriera por no poner en práctica las precauciones necesarias para evitar ser descubierta. Eroth sabia que Adonis, es decir Caelia, solía irse de vez en cuando de la montaña, bajaba a uno de los pueblos donde vivían lobos comunes y sin ningún poder, lobos qué habían nacido entre la pobreza qué años después había dejado la guerra. Caelia se había acostumbrado a usar ropa de hombre y a comportarse como uno cuando debía estar con sus demás compañeros, los cuales se habían convertido en sus hermanos o al menos algunos cuantos. Todos le habían agarrado Cariño con el tiempo, no solo porque era mucho más bajo qué ellos, de hecho algunos creían qué tenía la altura y también algunos modos femeninos, creían qué por su personalidad tan amable y poco agresiva, le harían daño así que pronto se volvió el consentido de todos. Caelia solía ir al pueblo para ganar un poco de dinero aunque en realidad no lo necesitaba ya qué en el palacio de la montaña lo tenia todo o casi todo a excepción de algunos objetos femeninos qué necesitaba con urgencia cada mes, cosa que no podía obtener a menos que tuviera dinero de sobra, así que una vez en el pueblo se disponía a trabajar como adivino. Leía tazas de té, también leía la palma de la mano y otras charlatanerias qué eran populares entre las mujeres, aunque en realidad ella no sabia hacer nada de esas cosas, pero era muy buena hablando y por supuesto alagando, además siempre obtenía una buena clientela debido a su apariencia. Para muchas mujeres eternas, Caelia o mejor dicho Adonis, era muy atractivo, así que cada veinte o quince días las mujeres más jóvenes de la aldea lo esperaban en su puesto de siempre esperando verlo a la distancia. —¿Cuantas veces me vas hacer lo mismo, Adonis?— cuestiono en un murmullo Arias molesto por la suerte qué Adonis siempre tenia en esa aldea—siempre me quitas clientela. —¿Yo?—dijo asombrada puesto que en realidad, esas chicas siempre la buscaban a ella y no a su amigo porque después de tanto tiempo siendo discípulos del señor de las montañas del norte, no les había quedado de otra más que ceder a la amistad—pero si tu siempre eres quien las molesta mientras yo intento leer su fortuna. Arias se acerco a la joven qué estaba frente al puesto de Adonis, se inclino levemente hacia ella en una leve reverencia ya qué de ese modo aseguraba a su clientela, haciéndola creer que era digna de un gesto qué solo la realeza era digna. Tomo su mano sin su permiso y la guio hacia su puesto en la orilla de la calle, el cual en realidad era una mesa y dos sillas, una para él y la otra para los clientes que esperarán una lectura de mano fidedigna ya qué a diferencia de Adonis, él tenia cierto don hacia la adivinación. —No debería sentarse ahí, señorita. Los adivinos solo son un par de charlatanes qué quieren quitarle su dinero—expresó un hombre de vestimenta oscura, tenia barba y un ligero hedor a cerveza. La taberna no quedaba muy lejos así que era probable que recientemente hubiese salido de ese lugar o al menos eso fue lo que Caelia pensó. De hecho, no era para nada raro que las personas los molestaran mientras trabajaban, usualmente eran hombres que salían precisamente de esa odiosa taberna. Siempre sucedía por las mujeres jóvenes qué buscaban una lectura de su mano, querían acosarlas, pero por suerte siempre había alguien quien se interponia. —¿Cuantas veces has visto la misma escena?—cuestiono Arias burlándose de lo mismo, quizás porque de nada servía quejándose. —Perdí la cuenta—respondió Caelia entretenida con la escena. —Aveces me gustaría poner nuestro puesto en otro lado—se quejo Arias torciendo los labios porque aquel problema significaba qué tendrían qué irse. —A mi también, pero este es el mejor lugar para encontrar clientela. El mercado no esta muy lejos y las mujeres no siempre tienen tiempo para ir a otro sitio—le recordó Caelia colocando una mano en su hombro como consuelo—¿Quien crees que aparezca esta vez? —Supongo que tiene esposo—dedujo Arias mirando a la mujer de arriba hacia abajo y es que cada vez que una damisela estaba en aprietos, alguien venía en su rescate ya fuese un héroe anónimo o su esposo. —No lo sé, pero de lo que si estoy seguro es que estará vestido de n***o—bromeó Caelia, aunque en realidad no era mentira sino una verdad un tanto extraña.
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