Capítulo 5

1167 Words
— Tus estudios de sangre complementados con los datos que recolectamos indican un posible caso de leucemia. Recordarás que tú peso apenas alcanzaba al aceptable y tus síntomas son de debilidad. ¿Has estado tomando los suplementos y vitaminas? Por supuesto que los había tomado, incluso esas espantosas pastillas de hierro que le dejaban un degusto a sangre en la boca. — Leucemia. —Por fin una alarma saltó en su cabeza—. Por supuesto aún no estamos seguros al 100% y cuál es su grado. Es necesario que realicemos otras pruebas. La más común es el diagnóstico por “medula osea”. Pero antes, te haremos otro examen de sangre y pruebas físicas para detectar otras señales. Te pondré una cita. Después de eso ya no pudo seguir escuchando. La leucemia era una especie de cáncer, ¿no es así? Se sintió decepcionada de no saberlo si quiera y se sintió aún peor al no poder reunir el valor para preguntar al doctor. — Puede tener una cita el próximo viernes para realizar la prueba. ¿Le parece bien? ¿Tiene tiempo? ¿Cómo iba a saberlo? Él era el doctor, él debería saber cuánto tiempo le quedaba. Era tanto por pensar que decidió rendirse a medida que las terribles ideas comenzaban a desbordarse, así que se limitó a asentir y tomar todos los panfletos que el doctor le acercaba. Se marchó a pesar de que le insistieran más de una vez que lo mejor era llamar a alguien para que la buscarán, pero ella no quería ser encontrada por nadie. Se subió al auto y arrojó todos los trípticos al asiento del copiloto tratando de que se le despegarán de los dedos que habían comenzado a sudarle pese al frío en cada punta de ellos. Le sudaron aún más cuando tomó fuertemente el volante para ponerse en marcha. ¿Y ahora qué? Trató de hacer memoria buscando el primer indicio que le delataba que su cuerpo había comenzado a envenenarse a sí mismo. Al llegar a casa, trató de barajar sus cartas. Aún no sabían qué tipo de leucemia tenía. ¿Que prueba iban a hacerle? Rebuscó entre los panfletos y la hoja de su próxima cita al médico, pero no pudo entender nada. Terminó dejando la información en la cama y después se recostó accidentalmente sobre ellos haciendo que crujieran bajo su peso. — ¿Por qué Dios? Solo soy una maestra de secundaria. ¿Por qué solo le ocurrían desgracias a la gente buena? ¿Ella era buena? — Bueno, tal vez me equivoque. Seguro también le pasan cosas terribles a gente mala, solo que a nadie le importa. ¿Le iba a importar a alguien lo que le sucediera? Extendió los brazos y piernas para abarcar toda la cama como una estrella de mar. — No puedo morir ahora, aún tengo mucho que hacer, debo... Lo pensó durante segundos en su mente y después dos minutos enteros. — Si muero hoy, no podré... Ser una maestra más experimentada en una escuela con más prestigio. Pero después lo pensó mejor. Le gustaba la secundaria y dar clases de matemáticas. ¿Por qué habría de querer cambiarse de escuela? Pues claro, para tener un mejor sueldo. Pero, ¿para qué iba a querer más dinero? Para poder permitirse comprar una casa con piscina, ¿para qué diantres querría una piscina y una casa enorme donde viviría sola? »Pues porque no vas a estar sola Shonikua« se dijo en lo profundo de sus pensamientos. ¿Y para qué iba alguien a querer vivir con ella? Su mente dejo de pasar de una pregunta a otra finalmente, tras cuestionarse esto último. Jamás se enamoraría si se moría pronto. Se sintió desfallecer, porque lo peor, no era que ahora tenía una fecha límite para lograr todo lo que se había propuesto, si no que no tenía aspiración alguna siquiera. Si moría hoy, no había nada que perder. Ni siquiera en su futuro. Trató de dormir sin tener mucho éxito, consiguiendo simplemente fijar la vista sobre el libro de amor que se encontraba sobre el buró a un lado de la lámpara. Apenas encontró las fuerzas para levantarse para atender al timbre esa mañana tras no pegar ojo en toda la noche. Se encontró a Eduardo en el umbral de la puerta con una sonrisa tímida. Los rizos le caían por la frente y usaba la camiseta de trabajo arremangada hasta los codos. — ¡Que sorpresa! — Venía para saber si te encontrabas bien. Se apresuró a decir el joven mientras Shonikua sostenía la puerta abierta a medias. — Estoy excelente —logró articular ella, tratando de que su voz no la delatara. — Es que me pregunté por qué no fuiste a nuestra cita… reunión... al parque. ¿Qué no había ido? Se encontró tan confundida que no notó como a Eduardo se le pintaban las mejillas de rojo por insinuar que sus encuentros en el parque eran una cita. Se estiró un poco para leer el reloj que descansaba sobre una de sus paredes perfectamente pintada de color limón y se encontró con que ya eran las cinco de la tarde. Significa que, por primera vez en mucho tiempo, ella había faltado a todas y cada una de las clases del día. — ¡Qué va! Se me fue el tiempo. No pude resistirme cuando anunciaron un maratón de Alborada. Tú sabes, una de esas telenovelas mexicanas. — Mi mamá adoraba esa novela. No sabía que estaban retransmitiéndola. Quedaron los dos en silencio un momento, sin saber que más decirse. Desde que lo conocía le resultaba imposible mantener la mirada con él durante mucho tiempo, así que fijó la vista en sus antebrazos, ¿siempre habían sido así de anchos? — ¿Te gustaría pasar? — No gracias —declinó rápidamente —. Solo quería saber cómo te encontrabas, sobre todo por lo del otro día, que te desmayaste. ¿Ya te dieron los resultados? El solo mencionarlos provocó que ella sintiera gruesas gotas de sudor nacientes en su nuca resbalar por su cuello. — Aun no. Fui ayer, pero me dijeron que aún no estaban listos. Uno ya no puede esperar ni un buen servicio médico. Eduardo se despidió con un gesto amistoso con la mano y acordaron verse el próximo jueves, que eran los días de la semana en que le tocaba trabajar en esa zona. Shonikua cerró con demasiada prisa tras de sí y se reclinó con la espalda sobre la puerta mientras el corazón le martillaba fuertemente en el pecho. Se preguntó, ¿cómo iba a vivir después de esto? Mientras se obligaba a sí misma a ir a buscar su teléfono celular y ponerse al día. Se encontró con la llamada perdida de la prefecta y dos mensajes de texto del contacto “Eduardo <3". Tal vez no se equivocaba al pensar que, sí moría hoy, no tendría nada que perder, pero Eduardo sí que perdería algo.
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