Capítulo 4

1136 Words
Si los estudiantes de la Elementary les pidieran que describieran a la maestra Shonikua dirían, — además de que su nombre parecía el de una chola de barrio—, que era una mujer que pocas cosas parecían perturbarle, porque la mayoría de las cosas parecía no entenderlas. Le costaba trabajo comprender los asuntos irracionales de sus estudiantes. ¿Por qué se peleaban todo el tiempo? ¿Por qué les avergonzaba que su madre fuera a la escuela? ¿Por qué hacían de su lenguaje una competencia de quien conocía o conjugaba mayor número de palabrotas? ¿Por qué ocultaban cuando llevaban un almuerzo hecho por sus madres en lugar de traer dinero para gastar? ¿Por qué les decían otakus a los que veían anime si todos habían visto dragón Ball? ¿Por qué se enfurecían y luchaban porque no se les denigraran y luego iban por la vida escuchando letras de canciones espantosas de traperos? Siempre que había el tiempo, les preguntaba todo esto con gran inocencia y ellos no sabían que responderle. Si tuvieran que describir a su maestra, también dirían que era imposible hacerla enojar. No entendía los chistes de doble sentido, permanecía imperturbable cuando no callaban, cuando reñían sacaba un atomizador de su maleta y comenzaba a salpicarles agua en la cabeza hasta que los demás reían. El que se atrevía a contar un chiste o hacer una broma en su clase, hacía que se lo explicaran y no los dejaba salir al receso hasta que ella lo hubiera entendido. Algo más que todos notaban en ella, es que era solitaria. Durante los recesos, las profesoras solían programar reuniones en el salón de alguna de ellas y almorzaban ahí juntas, dejando el tufo de la comida y el chisme en el salón para cuando los alumnos regresaban. Pero a la señorita Shonikua jamás la invitaban. Les parecía a las demás mujeres, bastante repelente, y no se acercaban tanto a ella si no fuera por ofrecerle catálogos de maquillaje. Ella solía quedarse en su salón almorzando cuando a Eduardo no le tocaba jardinear en el parque cercano a la escuela y a veces dejaba que un grupo de chicos comieran dentro juntando los mesa-bancos cuando era verano. Pero hoy no se quedó sola, en lugar de eso, puso llave a su salón y se dispuso a ir al hospital para por fin descubrir lo que sus análisis le decían. Tuvo que pasar por el solitario parque, que parecía llamarla de forma seductora, para ir en dirección a la institución de salud. La primera vez que vio a Eduardo ya había ido un par de veces ahí y se había sentado en la banca que se posicionaba agradablemente bajo los abetos. Ese día se sentía especialmente necesitada de un espacio agradable para comer lejos del murmullo siempre elevado de sus estudiantes, pues esa mañana había despertado con el dolor de cabeza y mareo que se había hecho habitual en el último par de años. No obstante, en esa ocasión el parque no ofreció el alivio que buscaba, porque se encontraba un jardinero utilizando una ruidosa cortadora de pasto dándole atención a los arbustos. Por suerte el sonido zumbante del motor le hizo una especie de arrulló y pronto quedó dormida con la cabeza para arriba, la boca abierta y el sándwich en el suelo llenándose de hormigas. Soñó con motosierras y objetos peludos que le recorrían por las piernas. Shonikua no recordó un día en que no despertara más rápido que esa vez, sacudiendo y gritando por los insectos rojos que parecían muy interesados en escalar por sus medias hasta llegar a la cima. Entonces apareció Eduardo enfundando un atomizador con aspecto temible y disparó hacia las intrusas. Desde ese día, el jardinero le saludaba cada vez que la veía llegar con el almuerzo y subir las piernas en la banca como si el pasto presentara un gran peligro de pisar. Shonikua sonrió durante todo su trayecto al hospital recordando como había sido intercambiar nombres con Eduardo mientras este le pasaba la manguera para que ella pudiera enjuagarse las piernas del apestoso fumigante que había roseado sobre ellas, estropeando sus zapatos. Avergonzada y con la cabeza más embotada por el olor del veneno. Si no se hubiera comprometido con Eduardo, ¿hubiera sido capaz de entrar en una de esas páginas de buscar citas y lo pondría en manos de la mamá de Levy? ¿Encontraría a ese leñador de cabello largo, con bello en el pecho, que viajaría hasta el fin del mundo por ella? ¿Sería muy difícil encontrar el amor de su vida sin temor a toparse con un fetichista de pies? Al llegar al hospital, con su olor antiséptico y paredes de tonos claros, no pensó ni un segundo lo que iban a decir su sangre y su orina. Había escuchado que también se hacían pruebas con el popo, “que íntimo”, pensó Shonikua mientras esperaba a su doctor con los resultados que había recibido del laboratorio. Cuando el doctor apareció, trato concentrarse. La hizo sentar en la silla afelpada y comenzó a traducirle el hemograma completo, que, para ella, eran solo números y no le quedó muy claro a pesar de que el hombre le mostraba sus niveles de glóbulos rojos, los blancos y las plaquetas. Era bastante mala en biología, lo suyo eran las matemáticas, pero pudo recordar e imaginar vagamente como esas células transportaban oxígeno a sus venas, combatían infecciones y detenían el sangrado. — Tus niveles en las plaquetas son muy pocas como puedes ver. Con razón su nariz no paraba de sangrar nunca. Su mente comenzó a divagar entre los recuerdos de su niñez. Nunca había sido una niña fuerte como un toro como siempre lo había esperado su padre. Solía enfermarse frecuentemente, era la clase de estudiante que tenían que mandar a ponerse bajo la sombra de un árbol en sus clases de educación física, o la que se desmayaba en los honores a la bandera. Había ido muchas veces al doctor, pero no le gustaba. Le parecía un lugar donde siempre se le daban a uno las malas noticias a las personas. Con el doctor frente a ella hablando de sus células, se preguntó cuántas veces había tenido que ser el heraldo de diagnósticos malos, ¿les enseñarían la forma correcta de darlas con el debido tacto? Desde ese segundo Shonikua supo que, probablemente, mostrar las explicaciones técnicas serían una estrategia de distraer al paciente de los malos resultados. Justo como lo estaban haciendo con ella, para que su mente viajara muy muy lejos y omitiera lo que el doctor le estaba diciendo. Ni siquiera notó el peligro que ocultaban sus palabras mientras se imaginaba sus venas llenas de soldados traicioneros que, en lugar de protegerla, la estaban matando. Leucemia.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD