Juego de la Venganza

Malas noticias.

El taxi la dejó justo frente al hospital de Santa Clara y cuando intentó pagarle, el conductor negó con la cabeza y le dijo que ya estaba cubierto. ¡Qué caballero es Max!, pensó con sarcasmo y se sumergió en el enorme edificio. Por suerte, ese día hacía frío, a propósito del inicio del invierno, por lo que la bufanda no le haría lucir tan fuera de lugar.

En el camino a la habitación de Jacob, trató de calmarse para que no se diera cuenta de cómo se sentía. Lo último que quería era levantar sospechas. Si se llegase a enterar de todo lo que estaba haciendo por él, sería el fin de su relación.

—¡Buenos días! —saludó algo cohibida al verle. Todavía estaban molestos por la discusión del día anterior, por lo que se mantuvo algo distante.

La habitación estaba a oscuras, así que abrió las ventanas para que la luz del sol llenara el espacio. Desde su cama, Jacob la miró con cara de pocos amigos y se acercó a darle un beso en la frente.

—¿Qué haces aquí tan temprano, Emmy? No son ni las ocho —dijo con voz ronca.

Su aspecto era demacrado. Parecía un vampiro con enormes ojeras bajo sus ojos, pálido como un pan, y los labios agrietados propio de su deshidratación. Tenía una semana aquí, y esta recaída había sido peor que las anteriores lo que lo ponía de peor humor.

—Yo también me alegro de verte, cariño —saludó con sarcasmo, cansada de lidiar con él sus cambios de humor, resultado de las díalisis.

De pie junto a la cama, lo vio y se sorprendió de que, el hombre que había sido su novio por cuatro años, no era más que un esqueleto flaco y huesudo que estaba siendo consumido por una enfermedad agresiva.

Jacob y ella empezaron como amigos cuando eran niños, ya que vivían en el mismo vecindario, pero, a pesar de que era cinco años mayor que ella, se llevaban muy bien desde el primer día que se conocieron. Ya en la secundaria, cada uno tomó su camino, pero al graduarse, e iniciar la universidad, se volvieron a hacer cercanos, hasta formalizar su relación.

Tenían planeado casarse cuando se graduara de enfermería y él montara su taller propio de reparación de autos, sin embargo, todo su mundo dio un giro de ciento ochenta grados cuando le diagnosticaron insuficiencia renal crónica. Después de eso, todo había sido una vorágine de diálisis, tratamientos y visitas médicas, sin remedio.

El doctor le había dicho que necesitaba un riñón cuanto antes si quería seguir viviendo, pero ni él, ni su familia, ni Emma contaban con los recursos para prepararlo para una cirugía de ese tipo.

—Tienes clases a las diez, debiste descansar —le reprochó. —Pensé que vendrías anoche…

Ella intentó no ponerse colorada para no delatarse. Anoche, anoche estaba teniendo sexo salvaje con un tipo que le pagaba por ello y que garantizaba las medicinas que le estaba comprando. Sin embargo, no podía decirle eso, así que se encogió de hombros buscando qué responder.

—Ah, sí, me he quedado dormida después del trabajo —mintió, mientras se fijó en la vía intravenosa que tenía puesta.

Él tomó su mano entre las suyas, sin fuerzas, y sonrió como pudo.

—Estás muy guapa hoy, Emmy. Gracias por estar aquí.

Ella sintió unas ganas terribles de echarse a llorar. A pesar de todo, Jacob siempre había sido el hombre más dulce que había conocido, capaz de tratarle con una delicadeza sin igual.

—Gracias, cariño. Tú tampoco estás mal —bromeó y él rodó los ojos con escepticismo.

—¿Qué te sucedió en la cara? Tienes un corte en labio —le miró con preocupación y ella abrió los ojos, al haber olvidado cubrirse el corte con maquillaje.

—He chocado con una puerta, ya sabes que no soy humana hasta que no tomo café —volvió a mentir y se sintió peor.

Él asintió, no muy convencido y la llamó a su lado.

—Ven aquí, quiero hablar contigo. —Se sentó en la cama y él le acarició el rostro con suavidad haciendo que ella cerrara los ojos porque su caricia, aunque él no lo sabía, le ardía aún por la bofetada que le habían dado antes. —Quiero que me prometas algo, Emma.

Su gesto se transformó en uno más serio y la manera en que la miró le hicieron pensar que un grave dolor le está abrumando.

—¿Qué sucede? ¿Te sientes mal? ¿Quieres que llame al doctor de planta? —se ofreció, angustiada por su mirada.

—No, no hace falta nada porque tú estás aquí conmigo. Solo quiero pedirte algo, y quiero que me lo prometas. Quiero que cuando yo ya no esté… —su voz se quebró un momento.

—¿Qué dices, Jake? —utilizó el apodo que le puso hace tantos años.

—No, por favor, déjame terminar. Quiero que, cuando yo ya no esté, me prometas que te volverás a enamorar.

Emma lloraba abiertamente y apretó sus manos heladas con fuerza.

—¿Por qué dices eso? ¡No vas a ir a ningún lado! —le reprochó, mientras se secaba las lágrimas.

—El doctor ha venido esta madrugada. Mis analíticas están cada vez peor, y me ha dado una semana solamente. Me ha dicho que tiene a un donador, pero tengo que pagar por eso para reservarlo y yo no puedo, así que lo mejor es que me vaya haciendo a la idea de que no va a suceder. Creo que es hora de decir adiós, preciosa. Me has hecho el hombre más feliz de la tierra, quiero que lo sepas.

Las lágrimas empañaban su vista y no hizo más que lanzarse a su lado, llorando como una niña pequeña.

—No vas a morirte, Jacob, no voy a dejar que mueras —le aseguró.

—¿Qué dices, cariño? No hay manera de conseguir esa cantidad de dinero, y está bien, lo mejor es aceptarlo —dijo derrotado.

Ella se incorporó en la cama y lo miró a los ojos, más segura que nunca de lo que estaba a punto de hacer.

—Dile al doctor que puede buscar el donador, mañana traeré el dinero.

En ese momento, la enfermera de turno llegó a hacerle unos análisis y ella aprovechó para tomar su teléfono y responder el mensaje de Maxwell, tragándose el orgullo.

“Necesito verte, tengo una solicitud que hacerte a la que no puedes decirme que no.”

Sabía que estaba siendo atrevida, pero no le importaba. La vida de Jacob estaba en juego y no podía dejarlo morir, no sabiendo que Max podía darle lo que necesitaba. Su respuesta no se tardó en llegar.

“Ven a mi oficina y hablamos al respecto. Te espero a las tres”.