Altercados

1372 Words
Un carraspeo constante y grave irrumpió su sueño, pero no abrió los ojos, sino que levantó una mano al aire intentando alejar, sin fuerzas, a quien sea que le estuviera molestando. Sin embargo, el sonido continuó cada vez más fuerte, y eso, más la luz del sol, le hicieron abrir un ojo, para ver de qué se trataba. Un cielo raso con diseño de última moda y las luces distribuidas por un perito de interiores, le decían que esta no era su casa, ya que nada tenía que ver con su techo manchado de las goteras que dejaron las lluvias del verano. Además, el colchón mullido y suave era demasiado cómodo en comparación con el suyo. —Señorita Turner… —escuchó una voz masculina llamarla y se incorporó en la cama, asustada. Era Edgar, el mayordomo quien la miraba con su acostumbrado rostro privado de emociones. El pobre viejo parecía no estar asombrado por nada, ni siquiera por el hecho de que ella estaba en una bata que era más sensual que decente. —Buenos días, Edgar —dijo con voz ronca y sintió la baba seca picarle en la mejilla izquierda. —El señor Harper me ha pedido que le despierte. Es hora de marcharse —anunció con solemnidad. Por un momento, comenzó a repasar las escenas de anoche y se ruborizó, pero cuando vio el sol brillando con fuerza por la ventana, se dio cuenta de que se había quedado dormida. —¿Qué hora es? —preguntó, dando un salto de la cama. —Van a ser las nueve. Debe irse ya, señorita. —¡Y una mierda! Claro que debo irme, debía estar en el hospital hace hora y media —masculló, mientras corría al baño a asearme. Cerró la puerta en las narices del mayordomo y se metió al baño a hacer pis. —¡Señorita! Debe irse ya, el señor Harper me ha pedido encarecidamente que le escolte a la salida —le escuchó explicar al otro lado de la puerta. Rodó los ojos, hastiada. No se esperaría menos del señor Maxwell Harper, ya obtuvo lo que quiso de ella, y ahora quería echarla, pero iba a tener que aguantarse. No pensaba ir por ahí como una loca, además, necesitaba borrar el aroma de su piel de su cuerpo para sentirse menos sucia. —¡Sí, Edgar! En cinco minutos estaré lista—gritó al meterse a la ducha a toda prisa. Anoche no tuvo tiempo de cenar y estaba famélica, sobre todo con toda esa actividad física. —Por favor, señorita, salga ya —le pidió él apurado, evidentemente queriendo deshacerse de ella. Si él supiera que era ella quien quería marchase cuanto antes, hubiera dejado de apurarla. Emma detestaba hacer esto, detestaba tener que acostarse con un tipo que no amaba, y todo por dinero. Aceptó a pasar la noche porque estaba frita y no quería mojarse, y creyó que esa había sido la primera noche en que había descansado en meses, pero eso no quitaba que se sintiera como una mujerzuela por hacerlo, especialmente cuando sabía que Jacob le esperaba en el hospital. Suspiró y salió de la ducha. Por suerte, había dejado la ropa en el baño así que se vistió a toda prisa con un par de jeans y una camiseta y, en un santiamén, regresó a la habitación, para recoger su mochila y, efectivamente su sobre de dinero que aseguró en un bolsillo trasero de los pantalones. Los dientes se los lavaría otro día y se encaminó hacia la puerta, con el mayordomo siguiéndole los pasos. —Puedes estar seguro de que me iré ya mismo —dijo en voz baja, mientras descendían por las escaleras de la casa que parecían sacadas de un palacio, como todo en ese lugar. —Señorita, tengo que decirle… —empezó a hablar, pero ella no le dejó. —No hay necesidad que digas nada ya, mismo me voy. Sé muy bien cuál es mi lugar en ese sitio. Él abrió la boca para responder, pero una voz femenina los sorprendió a los dos, y era la primera vez que Emma veía un destello de emoción en el rostro del viejo, y por lo visto, no era nada bueno. —¡Edgar! ¿Quién es esta mujer? —escuchó a la elegante mujer que caminaba hacia ellos desde el sofá de la sala, con un tono demasiado prepotente para su gusto. Su voz era algo nasal, de esas que te generaban un dolor de cabeza al instante. La miró con sorpresa, pero no tenía ni idea de quién podría ser. Decir que era guapa era quedarse corto. Parecía uno de esos modelos de barbie que salían edición limitada. Tenía una larga cabellera rubia, y un par de ojos color azul que atraían la atención de cualquiera. Iba vestida con un enterizo verde claro y tacones, lo que le daba el toque aún más de pasarela. Sin embargo, su cara se horrorizó cuando le vio la cara y el cuello a Emma. Lo siguiente que pasó la dejó estupefacta, la muy desgraciada le arrojó una bofetada que le estremeció por completo y le partió el labio superior. De hecho, de no haber sido por Edgar que la sostenía en el primer peldaño de la escalera, habría caído sentada por el golpe. Se acarició la mejilla, sin entender nada de lo que sucedía. —¿Es que estás demente, mujer? ¿A caso has perdido la cabeza? —le preguntó, molesta por semejante golpe, porque seguro estaba equivocada con ella. —¡Zorra! ¿Estabas aquí con mi prometido? ¡Eres una furcia y te voy a dar tu merecido! —contestó y abrió los ojos sorprendida, preparándose para recibir otro golpe. —¡Gabriela! —escuchó la voz de Maxwell que la llamó con firmeza. Todos se giraron para verle, de pie en la alto de la escalera, iba vestido de traje, a pesar de no tener la corbata puesta. Por un momento, Emma pensó que iba a defenderle, que diría algo a su favor, pero se limitó a hacerle un gesto a su mayordomo quien asintió y tiró de su brazo para llevarla hacia la salida, mientras él miraba solamente a la recién llegada mujer. Emma pensó que la situación era surrealista. Antes de darse cuenta, Edgar la acompañaba hacia la puerta, donde un taxi la esperaba en la entrada. —Le dije que debía marcharse —fue todo lo que replicó y le pasó una bufanda, a la que ella miró sin entender. —Para su cuello. Entonces, en el cristal de la puerta, vio su reflejo y una mezcla de vergüenza y enojo la invadió: estaba llena de chupetones gracias al malvado de Maxwell. Sintiéndose totalmente humillada, la tomó y se subió corriendo al taxi para largarse cuanto antes de allí. —¿A dónde vamos, señorita? —preguntó el taxista. —Al Hospital Santa Clara —le pidió, haciendo esfuerzos para no echarse a llorar. Cuando aceptó la oferta de Maxwell no sabía que estaba comprometido con otra mujer. De haber estado al tanto, no se habría atrevido, pero como necesitaba el dinero para los gastos médicos de Jacob, no se detuvo a pensar durante mucho tiempo. Ahora que estaba en semejante lío, fue que se dio cuenta de la locura que había cometido. Estaba siendo usada por un hombre que solo la quería por su cuerpo y lo peor es que ni siquiera había tenido la decencia de defenderla. Entonces, su teléfono vibra en la mochila y lo sacó para ver un mensaje de parte de Maxwell. Te he depositado diez mil dólares más por la bofetada. Te espero en dos semanas. ¡Pero qué hijo de la gran p…! pensó Emma. Este mal nacido creía que todo podía pagarlo con dinero. Se sentía tan usada, tan dolida que ni siquiera fue capaz de responderle. Tiro su teléfono en la mochila y se cubrió con la bufanda para ocultar las marcas que le dejó, sabiendo que ni con todo el dinero que había recibido entre ayer y hoy, iba a poder resolver todos sus problemas, y que, le gustara o no, iba a tener que repetir su encuentro con él.
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