El edificio de la empresa Harper transmitía lo mismo que su propietario: poder y dinero. Ubicado en el centro de Boston, era uno de los más grandes de la ciudad, lo que no era sorprendente al tratarse de la franquicia gasolinera más grande del estado.
Era la primera vez que Emma visitaba el lugar y se sentía atemorizada al contemplar desde la acera, los incontables pisos de la edificación. En la entrada el encargado de seguridad le dio acceso tendiéndole un gafete de visitante cuando le doy su nombre.
La oficina de Max estaba en el piso número catorce, así que se dirigió a los elevadores cinco minutos antes de la hora acordada. La puntualidad era una cualidad que le caracteriza y por lo visto era una de las pocas cosas que tenían en común.
Cuando la campana del elevador anunció que había llegado a su destino, se bajó y vio su oficina al fondo, justo como le explicaron en la entrada.
—Buenas tardes, soy Emma Turner, tengo una cita con el señor Harper —le informó a la amable señora quien debía ser su recepcionista.
La misma se levantó para guiarla hasta su puerta y, al igual que en su casa, todo estaba exquisitamente diseñado con materiales de la mejor calidad. Contempló el letrero en letras doradas de la puerta oscura y pensó en que, ese solo diseño podía costar más de lo que ella gastaba en comida en una semana.
—¡Adelante! —le escuchó gritar del otro lado de la puerta.
Obedeció y la recepcionista cerró la puerta detrás de ella, dejándola a solas con él. Se sintió extrañamente cohibida y sus ojos estudiaron todo el lugar con curiosidad.
—Hola —saludó en un murmullo jugando con la pulsera que le regaló Jacob hace un año para su aniversario.
—Acércate, Emma, no voy a morderte —ordenó, y aunque pudiera parecer una broma, no había ni rastro de sonrisa en su cara.
Dio varios pasos hasta llegar a su escritorio, en el que todo estaba en perfecto orden, a pesar de que se le veía concentrado en la pantalla de su ordenador.
Tomó asiento frente a él y esperó a que la mirara, sin saber por dónde empezar. Tras el altercado en su casa, debería estar afanada por alejarse de él, sin embargo, allí estaba, a punto de rogarle por ayuda, sin un ápice de vergüenza.
—¿Por qué no me dijiste que estabas comprometido? —es lo primero que se le ocurre preguntar, aunque de inmediato se arrepiente.
Los ojos de Maxwell chocaron con los de Emma, y dejó de teclear al instante.
—¿Recibiste el dinero que te envié? —preguntó enarcando una ceja y ella se ruborizó al asentir con la cabeza. —Bien, eso es todo lo que necesitas saber, te recuerdo que no tengo porqué darte explicaciones. Dime qué quieres —espetó en tono arisco y ella se sintió mucho más avergonzada que antes.
Abrió la boca para responder, pero el bochorno le impedía formular la frase que tenía atorada en la garganta. ¿Cómo le iba a ese ogro de cara angelical y de carácter de perros que estaba en un tremendo apuro y necesitaba su ayuda?
—Max, yo… —empezó a hablar y jugó con la pulsera como siempre que estaba nerviosa.
—Habla de una buena vez. ¿Qué quieres? No tengo todo el día para ti.
Entonces Emma se preguntó por qué tiene que ser tan pesado con ella, pero decidió no expresar la duda en voz alta e ir directo al grano.
—Necesito que me prestes doscientos cincuenta mil dólares —soltó de sopetón y él la miró con sorpresa.
Se reclinó en el asiento y dejó de lado su computadora, para verla con curiosidad. Sus ojos la estudiaban con avidez. La sombra de una sonrisa adornaba sus labios, pero era casi imperceptible de notar.
—¿Para qué querrías tú esa cantidad de dinero? —preguntó.
—Te recuerdo que no tenemos que darnos explicaciones —le devolvió la pelota y él se rio con maldad.
—En tu caso, sí. ¿O es que me crees tan tonto para dejarte esa cantidad de dinero sin saber para qué la quieres?
Su crueldad no tenía límites, lo que hizo que ella apretara los puños con ganas de golpearle. Desde que se conocieron no había hecho sino soportar humillaciones de su parte. No entendía su actitud, y él no pensaba explicarla tampoco.
—Tengo un pariente muy grave que necesita un trasplante.
La miró con curiosidad y por primera vez no parecía ser tan inhumano como de costumbre.
—¿Qué pariente?
Tomó una exhalación y se preparó para contarle la verdad.
—Mi novio.
Sin decir ni media palabra, Maxwell se puso de pie y se dirigió hacia el minibar, para servirse un trago y ofrecerle uno a ella, pero negó con la cabeza, indispuesta.
—Así que la señorita Turner tiene un novio y quiere salvarlo —se burló de ella —¿Sabe ese novio que te acuestas conmigo por dinero?
—¡No! Y no tiene que saberlo. ¿Me prestarás el dinero o no? No dejaré de pagarte —le prometió y él se giró para verla a los ojos.
—Te tengo una oferta: cásate conmigo y te daré todo lo que necesites.
Ella soltó una carcajada nerviosa, esperando que él se uniera al chiste, pero no lo hizo y su risa fue muriendo lentamente hasta desaparecer.
—¿Casarme contigo? ¡Estás demente! ¿Por qué haría yo eso? Además, tienes prometida y yo un novio que quiero salvar. Ni loca —replicó.
—Mis razones no tengo que dártelas, ni mucho menos lo que suceda entre Gabriela y yo, pero confórmate con saber que si quieres el dinero, tendrás que unirte a mí. Podemos hacer una boda clandestina si eso es lo que quieres, pero tendrás que ser mía y someterte a mis deseos para salvar al noviecito ese que tienes.
Le dio un trago a su bebida y estaba claro que no pensaba ceder, mientras Emma se debatía entre aceptar o no. Pensó en su padre. ¿Qué diría él si se enterara de esto? Pensó en Jacob, en su rostro demacrado y su despedida de esta mañana, y su corazón se afligió en partes iguales por lo que estaba a punto de hacer.
Pensó en las razones para que este guapísimo adonis se hubiera acercado a ella, y en por qué tendría que hacerle esa oferta a ella, pero no había lógica en nada de ello. Sólo una cosa era cierta: necesitaba salvar a Jacob y estaba dispuesta a todo por ello.
—Bien —anunció al ponerse de pie y le tendió la mano —en ese caso, acepto.
Él se rio por primera vez en todo el día y aceptó el apretón de manos, pero había algo en su mirada que auguraba que, de esa boda, nada bueno iba a salir.