Encuentro

1026 Words
Sus dedos temblorosos llamaron al timbre de la enorme mansión Harper, y Emma miró hacia los lados, nerviosa. Sobre ella, el cielo nublado y relampagueante anunciaba tormenta. La puerta de caoba maciza se abrió y el mayordomo, Edgar, la miró sin expresar ni la más mínima emoción. Trató de sonreír a modo de saludo, pero no lo logró porque los nervios la tenían acongojada. —Buenas noches, señor Conner —dijo con educación. Él asintió con la cabeza y le tendió la mano invitándola a entrar. Murmuró un gracias que murió rápidamente y se sumergió en la casa, temiendo ser vista por alguien que la conociera, aunque en el fondo dudaba mucho de que alguno de su círculo social frecuentara vecindarios tan elegantes como este. En el recibidor, el magnífico ramo de rosas blancas perfumaba todo el lugar, pero Emma no se distrajo en contemplarlas, por mucho que le gustaran. Ella había ido por un propósito y no tenía tiempo para tonterías. Sin esperar que la guiasen, puesto que ya conocía el camino, se dirigió hacia el piso de arriba, donde su anfitrión la esperaba. Como cada dos semanas, Emma se presentó en este lugar para reunirse con él en un encuentro que le hacía sentir la persona más vil del planeta, pero se ha visto obligada a aceptar por el bien de su novio. Al final del pasillo estaba la habitación que habían preparado para ella, así que, tan pronto entró, fue al baño y comenzó a desnudarme lentamente, sin prisa, puesto que le quedaban algunos minutos más para prepararse. Intentó no echarse a llorar porque él odiaba las lágrimas, así que tomó una respiración profunda y se armó de valor, conteniendo el llanto para no disgustarle. Abrió la llave de la enorme ducha de lujo y dejó que el agua caliente lavara su cuerpo y su pelo, mientras se frotaba con las fragancias que él mismo había escogido. No se demoró mucho tiempo, solo lo necesario para estar limpia y olorosa, parte del ritual acostumbrado. Al salir escurrió su cabello con el secador del baño. Regresó a la habitación y, sobre la cama, descansaba un conjunto de lencería n***o, de su talla obviamente, que no vio cuando entró. Suspiró y dejo caer la toalla al suelo para ponérselo. El sostén de encaje soportaba sus pechos, pero era traslucido, y las bragas, también de encaje, no dejaban mucho a la imaginación. En el espejo de cuerpo completo, evaluó su aspecto y entonces la puerta se abrió sin llamar y el corazón comenzó a latirle desbocado en el pecho cuando lo vio entrar y poner el seguro. Recién duchado y con una toalla envolviendo su cintura, Maxwell Harper caminaba hacia ella con seguridad y una sonrisa lobuna se posó en sus labios, satisfecho. —Ven aquí —ordenó con voz firme sin apartar sus ojos de los suyos y la atrajo hacia él, agarrándola por la cintura. Sus labios se adueñaron de los de Emma y la besó con posesión y fuerza, como solo él sabía hacerlo. Se puso de puntillas para alcanzarle y se aferró a sus hombros firmes, mientras le daba acceso a su boca. Sintió su cuerpo fornido contra sí a medida que le apretaba y en menos de un segundo, de una estocada le hizo suya con fuerza. ¿Cómo era posible que una persona tan cruel y despiada fuera capaz de despertar en ella las cosas que le provocaba este hombre? Era frío como el hielo, sin embargo, hacía que su cuerpo estuviera en llamas en cuestión de segundos, que era lo que más le turbaba a Emma de esta relación. Esa noche parecía estar más urgido que otras, porque la tumbó sombre el colchón con fuerza y, sin miramientos, la hizo suya con mucho vigor. Los jadeos no tardaron en aparecer, porque podría ser el hombre más detestable de todos, pero la verdad era que era un excelente amante. A pesar de que le costara admitirlo, él tenía un poder sobre ella que siempre le dejaba deseosa de más, pero siempre era tan cortante, que se cohibía de hacer cualquier comentario. Una vez terminaron, no pasó ni un solo segundo, cuando él se incorporó de la cama y se preparó para marcharse, recogiendo su toalla del suelo. No esperaba menos de él, eran exactamente las diez treinta, y como de costumbre, no se iba a quedar ni un minuto más del acordado. Lo que tenían no era más que una transacción, ya ella había cumplido con su parte y sobre la mesita de noche el sobre con el dinero descansaba. No se dio cuenta cuando lo colocó ahí, pero en efecto, era el pago por su cuerpo. No hacía falta contarlo para saber que había exactamente lo acordado: diez mil dólares por una noche con ella. De pronto, Emma si sintió vilmente sucia y las ganas de largarse de allí la abrumaron. Se levantó de la cama y empezó a recoger sus cosas, dispuesta a marcharse de allí a toda prisa. Después de todo, ya el trabajo estaba hecho y él no la quería en su casa. Afuera había empezado a llover a cántaros y murmuró una maldición, porque hoy que había ido en autobús, tenía que abrirse el cielo. De espaldas a ella, con la mano en la perilla de la puerta, le escuchó hablar, antes de marcharse. —Puedes quedarte esta noche. Con su mochila en la mano y todavía desnuda, pensó si debía aceptar o no, pero cuando un trueno destelló en la oscuridad de la noche, no lo dudó ni un instante. Fue al baño a asearse y se puso una bata de seda que había en el armario. Regresó a la cama de un salto. Estos días los había pasado trasnochándose con Jake, quien había entrado en un estado de inconformidad por su salud y se desquitó con ella, lo que dio lugar a una discusión bastante desagradable. Así que pensó en tomarse un respiro esa noche, mientras dejó que el sonido de la lluvia la arrastrara a un sueño profundo. Esta noche valía la pena, o al menos eso fue lo que quiso creer.
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