En la mira.

1716 Words
Prólogo: El sonido inconfundible de un disparo resonó por todo el lugar y la bandada de pájaros salió despavorida hacia el cielo. Max dejó de jugar con el balón de inmediato y corrió al interior de la casa, en busca de donde había provenido el ruido. Estaba familiarizado con las armas, su padre le estaba enseñando a disparar cuando salían a cazar, pero no había razón para que hubiera un disparo en la casa, por lo que una voz de alerta se encendió en su cabeza. Tenía diez años, pero era lo suficiente maduro como para reconocer el olor a metálico de la sangre cuando atravesó la sala de la mansión en la que vivía.   —¡Mamá! —llamó con voz tembloroso, pensando que se trataba de un ladrón.   Se adentró más en la casa, sin respuesta, y el olor se hizo más fuerte cuando se acercó a la puerta de la oficina de su padre. Entonces, al abrir la puerta, no dio crédito a lo que vieron sus ojos; sobre el sofá en el que solía sentarse a leer, esta el cuerpo sin vida de su madre, con un solo disparo en la parte inferior de su barbilla, el arma descansaba en su regazo, y había sangre por todo el lugar.   Max intentó gritar, pero parecía como si su voz hubiera abandonado su cuerpo, y blanco, como un papel, se acercó a acariciar la mano fría de su progenitora. Estaba asustado, extremadamente aferrado por la escena, cuando un ruido le hizo apartar la mirada, y por la ventana vio que alguien escapaba.   Corrió para ver quién era, pero solo alcanzó a ver la caballera de una chica castaña que huía despavorida por el lugar y algo en su interior le dijo que aquella era la responsable de semejante tragedia.   CAPITULO 1 – EN LA MIRA.   La música retumbaba por los altavoces, haciendo que todo el lugar vibrara, mientras los gritos de las personas en la barra abrumaban a Emma. Era viernes por la noche, y no había nada como un grupo de estudiantes universitarios sedientos de alcohol para empezar el fin de semana.   Eran cerca de las once, y no veía la hora de largarse de allí. La falda del uniforme de barman que le obligaban a llevar era demasiado corta para su gusto, dejando ver mucho más pierna de lo que debía, y la camisa abrazaba su busto sin dejar mucho a la imaginación, pero era parte del atuendo que su jefe había diseñado para el personal femenino que servía en Nick’s Café.   —¿Será que no se cansan de beber? —preguntó Joana, la compañera de trabajo de Emma, limpiando el mostrador, tan hastiada como ella del trabajo.   Emma rodó los ojos y negó con la cabeza, sirviendo sin descanso todos los pedidos de cerveza y vodka. Sólo cuando la barra estuvo medianamente despejada, se atrevió a mirar a Joana.    —¡Tomaré mi receso ahora!  —gritó por encima de la música, y esta asintió, con dos botellas en la mano.   Se quitó el mandil y tomó su teléfono del bolso y un sándwich que llevaba desde la mañana y salió al callejón para cenar en paz por lo menos dos minutos. Pensó en llamar a Jacob, sin embargo, descartó la idea de inmediato para no importunarle, era tarde y no quería despertarle.   Sabía que hoy le habían dado la última quimio de la semana, y siempre terminada noqueado. Por eso estaba haciendo horas extras. Estaba urgida de dinero, de todo el que pudiera recolectar. Sin embargo, su mísero salario no era ni un tercio de lo que necesitaba.   Antes de entrar, se devanó lo sesos, tratando de descifrar cómo conseguiría el dinero para los medicamentos, así como el trasplante. Su crédito estaba ocupado ya en el préstamo estudiantil, y su padre, Frank, no ganaba más que lo básico.    —Será mejor que te dispongas a sonreír a los clientes para que consigas algo de propina  —se recriminó a sí misma, dispuesta a regresar dentro.   Entonces, el aviso de un mensaje de un número extraño en la pantalla llamó su atención y se detuvo en seco.   “Puedo ayudarle con eso que necesita, señorita Turner.”   Emma frunció el ceño sin entender de qué se trataba, y de inmediato, contestó, preguntando quién era.   “Encuéntrame en la barra y lo sabrás”.   Intrigada, regresó a su lugar de trabajo, pensando que se trataba de alguna broma pesada, sin embargo, con los ojos estudió el lugar. ¿Quién tendría una cantidad tan obscena de dinero como la que necesitaba para la cirugía de Jacob? Y más aún, ¿qué razón tendría un desconocido para ayudarla, sino tenía manera de cómo pagar?   Negó con la cabeza, pensando que se trataba de una broma pesada de Joana, que era la única que sabía de su situación, y se dispuso a recoger los vasos de la barra, distraída.  Entonces, sintió la presencia de un tipo frente a ella y ni siquiera se dignó en mirar, enfrascada en no dejar caer la bandeja de vasos.    —Dígame qué le sirvo o quítese de en medio, idiota —ladró prácticamente, ansiosa de terminar, y molesta por el chiste mal gusto de su compañera.   —¡Vaya, señorita Turner! No esperaba ese lenguaje de una dama como usted —una voz masculina bromeó y levantó la cabeza al escuchar su nombre.   ¡Jolines!, pensó. El recién llegado era un guapísimo hombre de cabello oscuro y ondulado, alto, muy alto, musculoso y de ojos cafés. El color de su piel era similar a la canela, lo que le daba un aspecto mucho más exótico. Todo en él emanaba  poder y fuerza, y hasta sentándose en la barra, se veía que era dominante. Que supiera su nombre solo podía significar una cosa: era él quien le había escrito.   Los ojos de Emma recorrieron su cuerpo de arriba abajo. Su traje de corte exquisito que le quedaba como un guante y sus gemelos debían de costar tres veces lo que ganaba ella en un mes, así que, sin duda, el tipo tenía lo que ella podía necesitar.   —¿Quién es usted? ¿Cómo sabe mi nombre y mi teléfono?   —Maxwell Harper —le tendió la mano y una extraña electricidad se expandió por su cuerpo cuando sus pieles se rozaron. —Es un gusto conocerla en persona, señorita Turner.    —No puedo decir lo mismo: no sé quién es usted y qué quiere conmigo.   Apartó la mano, cohibida por su mirada de halcón. Estaba claro que no había sido buena idea su elección de dejar el sostén precisamente hoy, porque los pechos estaban erguidos debajo de la tela blanca de la camisa y él lo notó también. Emma se cruzó de brazos para disimular, tras dejar la bandeja, aunque percibió la sombra de una sonrisa en su boca.   ¿Qué rayos me pasa?, se recriminó. ¡Acababa de conocer a este hombre! Además, se suponía que su oferta era para ayudar a James, lo que le llevó devuelta a la realidad.    —Ya le he dicho quién soy, y cómo me enteré de usted es un tema aburrido. Lo importante aquí es que tengo una oferta que hacerle, si lo que necesita es dinero.   Su voz grave era firme y rítmica, de esas que no quieres dejar de escuchar nunca, como las de los locutores de radio. Lo miró con inseguridad, todo en él gritaba peligro, pero la imagen de James siendo dializado ahora cada dos días, y la probabilidad de que pudiera morir en menos de un año, le armaron de valor.   —¿Qué oferta es esa? Si tanto sabe de mí, entonces debe saber que necesito mucha, mucha pasta. ¿Cómo piensa usted ayudarme?   Inconscientemente Emma se fue inclinando hasta quedar más cerca de él. Le inundó el olor de su perfume, que emanaba a la brisa marina de una noche de verano. Ante lo que acabó de decir, él no se inmutó.   —Tengo una propuesta para usted —dijo en voz baja, y por un instante, pareciera que el mundo a su alrededor no existiera —sea mi pareja s****l, acuéstese conmigo y tendrá más dinero del que pueda pensar.   Lo miró, estupefacta, y esperó a que se riera dijera algo más para corroborar que era un chiste, pero al ver que no hizo nada de esto, se alarmó.   —Señor Harper, ¿está usted bromeando? —preguntó. —¿Por qué querría usted semejante cosa? No nos conocemos de nada y no sé por quién me ha tomado —se defendió sin entender la oferta.   —No, Emma —por primera vez la tuteó. —Confórmate con saber que quiero que seas mía, quiero poseerte en mi cama y disfrutar de tu cuerpo como se me antoje. Quiero hacerte gritar mi nombre y que te corras sabiendo que soy yo quien te da placer… Si lo haces, puedes estar segura que no te hará falta nada y que te haré sentir las cosas más asombrosas de tu vida —prometió con una sonrisa pícara.   Emma se puso de pie de inmediato, dispuesta a irse. Un tremendo calor se apoderó de ella, y a pesar de lo descabellado de su oferta, ese calor se expandió  por su entrepierna, de una manera que nunca había sentido.   —No sé por quién me ha tomado, pero está equivocado, señor Harper, yo no soy una furcia —replicó, mientras se disponía a irse detrás de la barra.   Sin embargo, su mano fuerte y grande tomó su brazo con algo de brusquedad y la frenó acercándole a su cuerpo.   —¿Por qué huyes? Si tú también me deseas… —dijo señalando sus pechos, que se irguieron aún más bajo la tela blanca.   Emma estaba abrumada por tantas emociones. ¿Cómo podía un desconocido venir con semejante oferta y hacerla sentir así? Quiso replicar, pero no encontró las palabras, porque, muy en el fondo, aunque le pesaba admitirlo, sabía que tenía la razón.   —Déjeme ir, por favor —le rogó, hipnotizada por su presencia.   —Tienes dos días para pensarlo, Emma —sentenció dejándole en la barra una tarjeta elegante con su nombre escrito y la estela de su perfume, nublándole los sentidos. 
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