Pistas

1037 Words
El teléfono móvil de Maxwell sonó en su escritorio, pero él lo ignoró abiertamente, demasiado ocupado para perder el tiempo en tonterías. Sabía que solo podía tratarse de su padre, con quien no tenía nada qué hablar. O de Gabriela, quien había estado de lo más intensa tras el encuentro con Emma en su casa esta mañana. No era que le importara mucho a Max lo que ella pensara o sintiera, después de todo lo que tenían era un arreglo obra de su padre como condición para heredar la empresa. Él no la amaba, ni siquiera la soportaba en la mayoría de las veces, sin embargo, así fuera por las apariencias, se puso de su lado en el altercado. Por lo visto, la vaga explicación que le dio no había sido suficiente, porque ahora su nombre parpadeaba en la pantalla, y no lo quedó de otra que apagarlo. No quería perder más energías en temas que no le llevarían a ningún lugar. Después de todo, no tenía por qué darle cuentas a ella, porque para él, las mujeres no eran más que un estorbo que nunca sabían callar. Por eso le gustaba la relación que tenía con Emma, porque sacaba lo que quería y luego la despachaba sin falsas expectativas. Siguió tecleando para terminar el reporte de fin de mes de los ingresos de la empresa, cuando alguien llamó a su puerta, interrumpiéndole otra vez, aumentando su enojo. —¡Adelante! —ladró con pesar, con su habitual hastío hacia las personas y, para su sorpresa, no era su asistente quien invadía su espacio, sino Michael Lamb. —Buenas tardes, señor Harper, lamento interrumpirle, pero tengo la información que me había pedido —anunció mientras se acercaba a su escritorio. Una sonrisa de satisfacción se plantó en sus labios y de inmediato, se levantó del ordenador para atender a su visitante. Michael Lamb era su hombre de confianza y jefe de seguridad, exmilitar y con manejo de armas, defensa personal y un serie de artes marciales, el sujeto era la única persona que sabía sus verdaderos intereses y podía confiar en él con los ojos cerrados, porque nunca le había fallado en ninguna de sus encomiendas. —¡Excelentes noticias, Mike! Dime qué has averiguado. Con calma, su informante colocó su portafolio de piel sobre el escritorio y sacó un sobre amarillo, de donde comenzó a extraer fotos de Emma y de un sujeto que estaba demacrado como un anciano de casi cien años. Maxwell lo miró con asco y se preguntó qué podría hacer una chica como ella, tan joven y hermosa, junto a un hombre así, sin esperanzas. —Este es el novio, señor. Jacob Méndez, tiene veintiséis años, mecánico de ocupación que aprendió de su padre. Lleva casi cinco años en una relación con la señorita Turner. Max asintió y estudió las fotografías a detalle. En ellas, Emma sonreía de una que nunca antes le había visto con él, pero eso no le importaba. Quería saber todo sobre su vida, porque si era cierto que ella estaba involucrada con la muerte de su madre, él se encargaría de borrarle la risa durante el resto de su vida. —¿Qué tiene el novio? —quiso saber Max, con morbo. —Insuficiencia renal, necesita trasplante. Asintió una vez con la cabeza, dándose cuenta de que era esa la razón por la cuál Emma aceptó la oferta en primer lugar, y posteriormente, la razón por la que fue hasta su oficina. Dejó las fotos sobre la mesa para regresar por un trago al minibar. Era el tercero de la tarde, pero lo necesitaba para poder deshacer el nudo en la garganta que le producían los recuerdos de su madre. —¿Qué más tienes, Mike? —dijo, mientras veía por la ventada a una ciudad afanada en las últimas horas de la tarde. Llevaba ya casi dos años indagando los detalles de la muerte de su madre, y nunca había estado tan cerca como hasta ahora. Por eso, cuando un nombre afloró en la lista de los culpables, no lo pensó dos veces. Planeó una coartada para conocer a Emma cuando estaba trabajando en el bar y, sabiendo que era una chica de bajos recursos, le hizo una oferta a la que no podía negarse: dinero a cambio de sexo. Él no era feo y lo sabía, pero como la idea podía parecer descabellada, lo acompañó de una carnada demasiado tentadora como para que se negara, todo para poder investigarla mejor. —Mis sospechas eran ciertas, señor Harper. Mi fuente en el departamento de la policía ha logrado conseguirme el expediente, y en efecto, la señorita Turner estuvo en la escena de crimen de su madre. Se encontraron sus huellas digitales en el escritorio de su madre. La policía la ha descartado como culpable porque era apenas una niña de ocho años, pero todo apunta a que fue ella la que llevó a su madre a cometer suicidio. Max tomó una respiración profunda, y la herida que tenía abierta en el pecho se hizo más profunda, junto al odio y rencor que le colmaba todo el pecho. —Entonces es cierto… —afirmó, dándose la vuelta para encararlo. Michael asintió una sola vez y cerró su portafolio dándose por servido. —¿Qué hará ahora, señor? La mente de Maxwell iba a ciento por hora, y un reguero de emociones habían sido desatadas: odio, rencor, impotencia, pero sobre todo, la sed de venganza era la principal. Su madre era lo único valioso que tuvo en toda su vida, y darse cuenta de que esta muchacha había sido la responsable de quitársela, le llenaba el corazón de amargura. No estaba seguro de su idea al pedirle que se casara con él. Al verla tan desesperada, simplemente no quiso perder la oportunidad de unirse a ella. Sin embargo, ahora que sus ojos estaban abiertos por completo, su plan empezaba a tomar forma. —Vengarme, Michael. Voy a vengarme y hacerle sufrir todo el dolor que he sufrido yo por su culpa —prometió con odio. Emma Turner creía que había salido ganando con la unión, pero no tenía ni idea de lo que le esperaba junto a Max.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD