Lena
Cerré los ojos y, con un último esfuerzo desesperado, invoqué el poder de mi Arcano.
Sentí el aire a mi alrededor responder a mi llamada, formándose en un escudo invisible justo cuando Ravenna lanzaba su ataque.
Su puño chocó contra el escudo de aire con un impacto sordo, y ella gritó de dolor, retrocediendo mientras se sujetaba la mano.
—¡Ah! ¡¿Qué demonios fue eso?! —gritó, su expresión de dolor transformándose en furia.
El profesor Nightshade se acercó, deteniendo el combate con un gesto de su mano.
—¡Basta! —ordenó, su voz firme y autoritaria. —El entrenamiento ha terminado.
Ravenna me miró con odio, pero se mantuvo en silencio. El profesor Nightshade se volvió hacia mí, sus labios apretados en una mueca de resignación.
—Felicidades, señorita Rivers —dijo entre dientes, claramente molesto por tener que reconocer mi éxito. —Ha demostrado algo de... creatividad.
Sentí una mezcla de alivio y agotamiento mientras las palabras del profesor se hundían en mi mente. Había sobrevivido al enfrentamiento y, aunque no había sido perfecto, había demostrado que tenía la capacidad de defenderme.
Seraphina se acercó a mi lado cuando me senté a mirar el siguiente combate. Me sentía agotada y el dolor palpitante en mi sien hacía difícil concentrarme.
—Eso se ve mal —dijo Seraphina, señalando mi rostro.
Levanté una mano para tocar el área sensible y solté un silbido de dolor entre mis dientes. La furia que sentía hacia Ravenna solo se intensificó al recordar sus palabras y golpes.
—Esa perra... —gruñí, mirando a Ravenna al otro lado de la sala, quien parecía disfrutar de su victoria momentánea.
—No dejes que te afecte —respondió Seraphina con calma, extendiéndome un frasco con un líquido amarillo. —Es para curarte... Hasta que aprendas el hechizo de curación.
Tomé el frasco, sintiéndome un poco avergonzada por no saber qué hacer con él. Este lugar estaba lleno de misterios y rituales que aún no dominaba.
—Gracias —dije, observando el contenido del frasco—. ¿Me lo bebo o...?
Mi voz mostraba mi incertidumbre. Miré a Seraphina esperando que no se burlara de mi ignorancia. Su sonrisa, sin embargo, era cálida y comprensiva.
—Colócalo sobre el golpe —explicó suavemente.
Asentí, vertiendo un poco del líquido sobre mis dedos antes de aplicarlo suavemente sobre mi sien. Al instante, una sensación de frescura alivió el dolor y la inflamación comenzó a disminuir.
—¿Mejor? —preguntó Seraphina, sentándose a mi lado.
—Mucho, gracias —dije sinceramente, sintiendo cómo el líquido mágico hacía su trabajo.
Observamos juntas el siguiente combate. La tensión en la sala era palpable, cada movimiento y golpe resonando en el aire cargado de energía. Pero, a pesar de las distracciones, mi mente seguía regresando a lo que había sucedido entre Nate, Elias y yo.
—Seraphina, ¿podrías contarme más sobre la leyenda del hilo dorado? —pregunté, mi voz teñida de curiosidad y un poco de ansiedad.
Ella sonrió, sus ojos brillando con una mezcla de nostalgia y cariño.
—Claro, Lena —dijo. —¿Quieres saber algo en particular?
—Tu experiencia —admití. —Tú y Marco, ¿cómo fue para ustedes?
Seraphina suspiró, susurrando un hechizo para crear una pequeña burbuja de privacidad alrededor de nosotras. Era un gesto considerado, asegurando que nuestra conversación permaneciera solo entre nosotras.
—Marco y yo nos conocimos aquí en la Academia —comenzó. —Al principio, no sabíamos que éramos el uno para el otro. Solo sentíamos esta... atracción inexplicable. Como si siempre supiéramos que había algo especial entre nosotros.
La observé con atención, intrigada por su historia. Seraphina hablaba con una mezcla de emoción y serenidad, como si cada palabra evocara recuerdos felices.
—Al principio, pensamos que era solo una fuerte amistad —continuó. —Pero pronto nos dimos cuenta de que éramos como piezas de un puzle, encajando perfectamente. Nos complementábamos en todos los sentidos: magia, personalidad, todo.
La calidez en su voz era inconfundible, y me hizo desear algo similar, aunque la confusión sobre Nate seguía nublando mis pensamientos.
—¿Cómo lo supieron...? —pregunté, mis palabras cargadas de anhelo. —¿Cómo supieron que eran destinados el uno para el otro?
—Fue una sensación —explicó Seraphina. —No solo la atracción física, sino algo más profundo. Cuando estábamos juntos, todo tenía sentido. Y cuando nos separamos, sentíamos una especie de vacío, como si algo fundamental faltara.
Asentí, procesando sus palabras. Quería preguntar más, pero no quería revelar demasiado sobre mi situación con Nate. No estaba lista para compartir esos detalles.
—Debe ser hermoso tener una conexión así —comenté, tratando de mantener mi voz neutral.
—Lo es —respondió Seraphina, mirándome con una mezcla de comprensión y curiosidad. —Pero no siempre es fácil. A veces, las cosas que parecen perfectas en la superficie requieren mucho trabajo y compromiso.
Su mirada se suavizó.
—Lena, si alguna vez sientes que tienes esa conexión con alguien, no te rindas. Lucha por ello, pero asegúrate de que ambos estén en la misma página. El hilo dorado no es solo una leyenda; es una guía para encontrar a nuestra verdadera pareja. Pero al final, son nuestras decisiones las que realmente importan.
Sentí un nudo en mi estómago, pensando en Nate y la complejidad de nuestra relación. ¿Era realmente el hilo dorado lo que nos unía, o era algo más oscuro y confuso?
—Gracias, Seraphina —dije finalmente, sonriendo con gratitud.
Ella me devolvió la sonrisa, dándome una ligera palmadita en el hombro.
—Para eso están los amigos, Lena. Siempre estoy aquí si necesitas hablar.
Asentí, sintiéndome un poco más ligera, volviendo mi atención al combate.
Regresé a mi habitación después de un día agotador. Mis músculos dolían por el entrenamiento y el estrés acumulado. Cerré la puerta detrás de mí, dejándome caer contra ella por un momento. Respiré profundamente, tratando de liberar algo de la tensión que me oprimía.
Decidí que una ducha caliente me ayudaría a relajarme. Me quité la ropa lentamente, sintiendo cada prenda caer al suelo como si se llevara consigo una parte del peso del día. El agua caliente golpeó mi piel, lavando el sudor y la suciedad, y dejándome una sensación de calma.
Después de secarme, me puse una camiseta cómoda que me llegaba hasta los muslos y me dejé caer en la cama con un libro. La tranquilidad de la habitación era un alivio bienvenido. Me acomodé entre las almohadas, dispuesta a perderme en las páginas del libro, tratando de olvidar, aunque fuera por un momento, todo lo que había pasado.
De repente, un golpe en la puerta me hizo saltar. Me giré, mirando con sorpresa y confusión hacia el lugar del sonido. Mi primer pensamiento fue Nate, y me quedé callada, esperando que se fuera. No tenía energía para otra confrontación.
Pasaron unos minutos de silencio incómodo, y estaba a punto de volver a mi lectura cuando escuché una voz conocida.
—Lena, sé que estás ahí —la voz de Elías resonó a través de la puerta.
Suspiré y me levanté, caminando con pasos lentos hacia la puerta. La abrí despacio, encontrándome con Elías al otro lado, su expresión llena de preocupación.
—¿Puedo entrar? —preguntó, su voz suave pero insistente.
—Sí, claro —respondí, dando un paso atrás para dejarlo pasar.
Elías entró y cerró la puerta detrás de él. Se quedó parado un momento, como si no supiera por dónde empezar. Lo observé, esperando que hablara.
—Lena, lo siento por antes... —comenzó, sus ojos buscando los míos. —No quería asustarte.
Mientras Elías se acomodaba en la silla, no pude evitar fijarme en su mano. Recordaba vívidamente el momento en que Nate lo había herido, y la preocupación por él se intensificó.
—¿Cómo está tu mano? —pregunté, mi voz temblando ligeramente. Quería asegurarme de que estaba bien, aunque no sabía exactamente cómo abordar el tema.
Elías levantó su mano y me la mostró. La piel estaba curada, como si nada hubiera pasado. Era casi increíble ver la rapidez con la que se había recuperado.
—Está como nueva —dijo, tratando de sonar despreocupado. —Dos por tres, los estudiantes mayores hacen ese tipo de bromas pesadas.
Lo miré, dándome cuenta de que no sabía que había sido Nate quien lo había herido. Decidí no mencionarlo; no quería avivar la llama de un conflicto innecesario.
—Me alegra que estés bien —dije sinceramente, sin apartar la vista de su mano.
Elías asintió y luego me miró con una seriedad inusitada.
—Lena, creo que hay cosas que quedaron sin hablar entre nosotros.
Sentí una punzada en el estómago. Sabía a lo que se refería, pero no estaba segura de querer tener esa conversación ahora.
—Elías, yo... —empecé, pero él levantó una mano para detenerme.
—Por favor, déjame hablar —dijo, su voz cargada de emoción. —Siento esta energía entre nosotros, Lena. Sé que tú también la sientes. Creo que somos pareja, destinados a estar juntos.
Mi corazón se encogió. Quería ser honesta con él, pero no podía revelarle la verdad sobre Nate.
—Elías, eres un amigo muy especial para mí —dije suavemente. —Pero no siento lo mismo. No de esa manera.
Él bajó la mirada, claramente herido por mis palabras. Se quedó en silencio por un momento antes de hablar de nuevo.
—Sé que es difícil de entender, pero siento que hay algo entre nosotros —insistió. —No puedo dejar de pensar en ti.
Me acerqué a él, tomando su mano entre las mías.
—Elías, eres increíble y me importas mucho —dije, tratando de ser lo más honesta posible sin revelar la verdad. —Pero mis sentimientos no son los mismos. Lo siento.
Él me miró, sus ojos llenos de una mezcla de tristeza y determinación. Antes de que pudiera reaccionar, se inclinó hacia adelante y me besó. Sentí una oleada de sorpresa, confusión y repulsión, pero antes de que pudiera responder, un temblor sacudió el suelo.
Ambos caímos al suelo, separados por el impacto.