Capítulo 24

1548 Words
Lena Mi corazón latía con fuerza mientras alargaba la mano para tomarlo. El libro parecía estar vivo, su vibración resonando con el canto angelical que aún llenaba mis oídos. Cuando mis dedos tocaron la superficie carmesí, sentí una descarga de energía recorrer mi brazo, bajando por mi columna y haciendo que cada pelo de mi cuerpo se erizara. El libro prohibido de los Arcanos. Escondí el libro entre mi ropa, maldiciendo por no haber traído mi mochila. Podría haber usado magia para ocultarlo, pero estaba prohibido hacerlo aquí, y no quería arriesgarme a llamar la atención. Sentí el peso del libro contra mi cuerpo, su presencia una mezcla de consuelo y carga. Cuando regresé a nuestra mesa, vi a Elías a unos metros de distancia, buscando entre los estantes. Aproveché el momento para asegurarme de que el libro estuviera bien oculto, deseando fervientemente que nadie más lo viera. Elías se giró y me sonrió, su expresión llena de una curiosidad y nerviosismo que no solía mostrar. —Oye... con todo lo que hemos leído... ¿crees que es posible que tú y yo...? —dijo, su voz temblorosa mientras se acercaba a mí. —¿Eh? —pregunté, realmente confundida por su nerviosismo. Elías desvió la mirada, el rubor cubriendo sus mejillas de una manera que lo hacía ver más vulnerable de lo que jamás había visto. —¿Crees que tú y yo podríamos ser pareja? —repitió, su voz apenas un susurro, casi como si temiera la respuesta. Me quedé en silencio por un momento, tratando de procesar sus palabras. Mi mente estaba aún llena de pensamientos sobre el libro, Nate, y el hilo dorado, pero esto me tomó completamente por sorpresa. —Elías, creí que tú y Seraphina... —dije suavemente, recordando los momentos en los que los había visto juntos. Siempre habían tenido una conexión especial, algo que yo asumía era más profundo de lo que mostraban. Elías suspiró, la tristeza y el conflicto evidente en sus ojos. —Seraphina y yo... ¡No! Ella y Marco son pareja... —se interrumpió, buscando las palabras adecuadas. —Lo que quiero decir es que, desde que te conocí, algo cambió en mí. No puedo dejar de pensar en ti, Lena. Mi corazón se apretó al escuchar su confesión. Elías siempre había sido un buen amigo, alguien en quien podía confiar, pero nunca lo había visto de esa manera. Y ahora, con todo lo que estaba pasando con Nate y el hilo dorado, me sentía más confundida que nunca. —Elías, yo... no sé qué decir. —admití, bajando la mirada. —Mi vida está tan desordenada en este momento. Elías asintió, su expresión comprendiendo. —Lo entiendo, Lena. No quiero presionarte. Solo quería que supieras lo que siento. —dijo, su voz llena de sinceridad. Elías se sentó a mi lado, mirándome profundamente a los ojos. Su mano, cálida y reconfortante, tomó mi mejilla mientras la acariciaba con el pulgar. Pude ver la sinceridad y la preocupación en su mirada, y por un breve momento, sentí una chispa de conexión. —Siento esta energía entre nosotros... —susurró, su voz apenas audible, llena de una esperanza que me desconcertaba. Cerré los ojos, tratando de sentir algo, cualquier cosa, que pudiera confirmar sus palabras. Pero no, no había nada. Ni una vibración, ni un cosquilleo, nada que indicara la conexión que él describía. De repente, su mano me soltó de golpe. Abrí los ojos al escuchar el sonido de algo cayendo sobre la mesa. Lo que vi me dejó sin aliento. —¿¡Qué es esto!? —grité, mirando frenéticamente a todos lados, evitando deliberadamente mirar la mano de Elías que ahora reposaba sobre la mesa, cubierta de sangre. Mis ojos encontraron a Nate parado a unos pocos metros de nosotros. Su mirada fija en Elías ardía con odio, celos y posesividad. Era una intensidad que nunca antes había visto en él, una fuerza oscura que parecía consumirlo. Elías siseó a mi lado, tomando su muñeca cercenada intentando a la vez agarrar la mano de la mesa y corriendo hacia algún lugar, probablemente en busca de ayuda. Su rostro estaba pálido, y el dolor era evidente en su expresión. —¿¡Qué demonios estás haciendo, Nate!? —grité, mi voz temblando con una mezcla de miedo y rabia. —Te advertí que no te tocara —respondió Nate, su voz baja pero cargada de una amenaza latente. —¡Esto es una locura! —repliqué, sintiendo mi cuerpo temblar de la adrenalina. —No puedes ir por ahí hiriendo a la gente solo porque crees que... ¡que tienes algún derecho sobre mí! Nate se acercó, cada paso que daba hacia mí aumentaba la tensión en el aire. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, tomó mi rostro entre sus manos, sus ojos buscando los míos con una intensidad casi dolorosa. —Él no es bueno para ti, Lena. Ninguno de ellos lo es. —susurró, su aliento cálido contra mi piel. —Tú eres mía. —Esto no está bien, Nate. No podemos seguir así. —dije, mi voz quebrándose. —Vete a clases —me dijo Nate, besando mi mejilla con una suavidad que contrastaba con la dureza de sus acciones. —Pero Elías... —dije, intentando voltear la cabeza para mirar por la puerta por donde se había ido. El agarre de Nate se apretó, manteniéndome en su lugar. —Estará bien, deja de preocuparte por él. Y no dejes que nadie más ponga una sola mano sobre ti —su voz era baja pero firme, cargada de una autoridad que no aceptaba réplica. Me quedé quieta, sintiendo la presión de su mano en mi rostro y el calor de su cuerpo cercano al mío. Una mezcla de emociones me inundó: la preocupación por Elías, el enojo hacia Nate, y la confusión sobre todo lo que había ocurrido. Pero en el fondo, también había una chispa de algo más oscuro, algo que me hacía dudar de mi propia cordura. Nate finalmente me soltó, y sus ojos se encontraron con los míos, llenos de una ferocidad implacable, como si no pudiera controlarse. —Ve a clases, Lena. —repitió, su tono dejando claro que no aceptaría un no por respuesta. Asentí lentamente, sintiendo el peso de su mirada mientras me alejaba de él. Cada paso que daba me parecía más pesado, y mi mente estaba llena de preguntas sin respuesta. ¿Qué estaba ocurriendo realmente entre nosotros? ¿Cómo había llegado a este punto? Llegué a mi clase y traté de concentrarme, pero mi mente seguía volviendo a la escena en la biblioteca. La preocupación por Elías seguía latente, y el recuerdo del rostro de Nate, lleno de una intensidad que me asustaba y atraía a la vez, no dejaba de atormentarme. —Bienvenida nuevamente, señorita Rivers —dijo con una sonrisa que no alcanzaba a ocultar su sarcasmo. —Espero que haya repasado su entrenamiento de ayer para no cometer los mismos horrores... digo... errores. La burla en su voz cortó como un látigo, y el eco de su risa se mezcló con las risotadas de mis compañeros que rodeaban mi asiento. Sentí sus miradas de reprobación clavadas en mí, alimentando mi incomodidad y mi determinación a la vez. El profesor Nightshade anunció las parejas de entrenamiento, y mi corazón se hundió cuando escuché mi nombre emparejado con Ravenna. Su expresión de satisfacción al enfrentarse a mí en la alfombra solo aumentó mi determinación de demostrarle que no me dejaría intimidar. Mientras caminaba hacia la alfombra de entrenamiento, cada paso resonaba en mis oídos como un eco de desafío. Ravenna me miró con una mezcla de superioridad y desdén, como si ya supiera que ganaría antes de que comenzara el combate. Pero yo estaba decidida a no dejarme vencer tan fácilmente. La alfombra de combate bajo mis pies parecía más fría y más dura de lo habitual. El profesor Nightshade observaba desde un rincón con una sonrisa sarcástica, esperando presenciar mi derrota. Ravenna se adelantó con una confianza arrolladora, sus movimientos ágiles y precisos. Yo respiré hondo, intentando calmar mis nervios. Sabía que este enfrentamiento no solo era una prueba de mis habilidades físicas, sino también de mi capacidad para mantener la compostura bajo presión. El combate comenzó y ella se lanzó hacia mí con una rapidez sorprendente. Esquivó mi primer golpe con facilidad y contraatacó, su puño impactando mi costado y haciéndome perder el equilibrio. Caí al suelo, el dolor irradiando desde mi costado mientras intentaba levantarme. —Vaya, Lena, eres tan mala en la pelea como en la cama —se burló Ravenna, su voz llena de desprecio. —Nate terminó en mi cama anoche porque no lograste satisfacerlo. Patética. Sus palabras ardieron en mi mente, encendiendo una furia que me dio fuerzas para levantarme. Ignoré el dolor y me lancé hacia ella, lanzando una serie de golpes que Ravenna esquivó sin esfuerzo. Cada golpe fallido solo aumentaba mi frustración. Ella contraatacó con una patada rápida y precisa que me golpeó en la cabeza, haciéndome ver estrellas y caer de rodillas. La sala pareció girar a mi alrededor mientras intentaba enfocarme. —No mereces estar aquí, Lena —continuó provocando Ravenna, acercándose para dar el golpe final. —Eres una inútil.
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