Capítulo 26

1403 Words
Lena El temblor no paraba y empeoraba cada vez más. Intenté levantarme varias veces, pero volvía a caer en cada intento. La sensación de impotencia me llenó de pánico mientras el suelo se movía violentamente bajo mis pies. Me arrastré por la habitación hasta llegar a la puerta, cada segundo parecía una eternidad. Cuando finalmente la abrí, mi corazón se detuvo. Nate estaba parado frente a nosotros, la personificación de su Arcano, La Torre. Su presencia dominaba el pasillo, y su mirada intensa y peligrosa hacía que el aire se volviera denso. Sus ojos se movieron de Elías a mí, y supe en ese instante que él, de alguna manera, sabía que Elías me había besado. —¡Nate...! —grité desesperada, intentando alcanzar algún atisbo de razón en sus ojos. Elías intentó ponerse de pie, tambaleándose por el temblor, pero su expresión mostraba una mezcla de miedo y confusión. —¿Qué diablos está pasando? —preguntó, su voz apenas audible sobre el ruido de las cosas cayendo y rompiéndose. Nate dio un paso adelante, y el temblor pareció intensificarse. Podía sentir la furia emanando de él como un aura oscura y peligrosa. —No puedes escapar de esto, Lena —dijo, su voz grave, acoplándose con la de su Arcano y llena de un poder incontrolable. —No después de lo que pasó. Sus palabras parecían resonar en mi mente, aumentando mi sensación de pánico. Intenté calmarme, respirar profundamente y encontrar alguna manera de llegar a él. —Nate, por favor, esto no es lo que piensas... —intenté explicar, pero mi voz se perdió en el caos. El temblor era ahora casi insoportable. Pude ver el miedo en los ojos de Elías mientras intentaba mantenerse de pie, sin entender del todo la magnitud de lo que estaba sucediendo. Dió un paso hacia mí... —Aléjate de ella —gruñó Nate, avanzando hacia nosotros con una posesividad aterradora. Elías levantó las manos en señal de rendición, intentando calmar a Nate. —Está bien... No sabía que ustedes... —empezó a decir, pero Nate no le dio oportunidad de terminar. —No importa lo que sabías o no sabías —dijo Nate con una voz que cortaba como el acero. —Lo que importa es que tocaste lo que no te pertenece. Mis ojos se llenaron de lágrimas, la desesperación apoderándose de mí. Intenté moverme hacia Nate, con la esperanza de calmarlo de alguna manera. —Nate, por favor, no hagas esto... —supliqué, mi voz quebrándose. Él se giró hacia mí, y por un momento, vi una chispa de la persona que conocía detrás de la furia. Pero fue solo un instante, antes de que su mirada volviera a endurecerse. —No tienes idea de lo que esto significa, Lena —dijo con una amargura que me desgarró por dentro. —No dejaré que nadie más te toque. El temblor alcanzó su punto máximo, y sentí que la habitación entera se desmoronaba a nuestro alrededor. Elías estaba aterrado, intentando mantenerse en pie, mientras Nate avanzaba hacia él con una furia incontrolable. En medio del caos, tomé una decisión desesperada. Sin pensarlo más, me lancé hacia Nate, mis brazos rodeando su cuello. Mi corazón latía con fuerza mientras lo besaba, poniendo en ese beso todo el miedo, la desesperación y la verdad que había estado ocultando. Su cuerpo se tensó bajo mi toque, pero no me apartó. El temblor comenzó a disminuir, la furia en sus ojos apagándose lentamente. —Nate, por favor, escúchame —susurré contra sus labios, mis ojos llenos de lágrimas —No quiero que nadie salga lastimado. Su mirada se suavizó, el temblor en el suelo se detuvo completamente. Pude sentir su respiración acelerada mientras procesaba mis palabras. Elías, todavía de pie a unos pasos de nosotros, miraba la escena con una mezcla de confusión y alivio. —¿Lena...? —dijo Nate, su voz temblorosa, llena de emoción contenida, sus ojos aclarandose. —Nate, —repetí, mis ojos fijos en los suyos. —Por favor, no hagas esto. El silencio que siguió fue ensordecedor. Nate cerró los ojos, exhalando profundamente mientras su cuerpo se relajaba. La furia se desvaneció, reemplazada por una calma tensa. —No sabía... —comenzó a decir Elías, pero Nate levantó una mano para detenerlo. —Vete, Elías —dijo Nate con una voz baja pero firme. —Esto no tiene nada que ver contigo. Elías asintió, dando un paso atrás antes de girarse y salir rápidamente de la habitación. Una vez que estuvo fuera, me volví hacia Nate, mi corazón aún latiendo con fuerza. —Lena, lo siento... —dijo Nate, su voz llena de arrepentimiento. —No quería asustarte o hacerte daño. Me separé de él, sintiendo aún el calor de su cuerpo en el mío. Tomé su mano, su piel cálida contrastaba con el frío que aún sentía por dentro. Sus dedos se entrelazaron con los míos, y lo guié hacia la cama. Cada paso resonaba entre los escombros, y el silencio de la habitación parecía más profundo, como si el mundo contuviera el aliento. Me recosté en la cama, atrayéndolo hacia mí. Sentí el colchón ceder bajo nuestro peso, el suave crujido de las sábanas y el desastre bajo nosotros. Envolví su cuerpo con el mío, sintiendo cada músculo tenso relajarse poco a poco bajo mi toque. Apoyé mi cabeza en la suya, inhalando su aroma familiar. Mientras mis dedos acariciaban su cabello, notaba la suavidad de sus mechones deslizándose entre mis manos, y el ritmo constante de su respiración contra mi pecho. Él me abrazó, sus brazos rodeándome con una fuerza suave, dejándose llevar por el momento. Sentí su corazón latiendo en su pecho, sincronizándose lentamente con el mío. —Lo siento, Lena —murmuró, su voz apenas un susurro que vibraba contra mi piel. —Lo sé —respondí, mi voz suave, un temblor apenas perceptible en ella, mientras besaba su cabello. Nos quedamos en silencio, dejando que las horas se deslizaran a nuestro alrededor, envolviéndonos en una calma silenciosa, enredados en la cama, nuestras respiraciones sincronizadas, permitiendo que la cercanía física calmara nuestras emociones turbulentas. Podía sentir cómo Nate iba relajándose poco a poco, su tensión cediendo bajo el contacto de mis manos. La suavidad de su cabello entre mis dedos era reconfortante, un ancla que nos mantenía conectados en medio del caos. El ritmo constante de su respiración, mezclado con el latido regular de su corazón, comenzó a estabilizar el desastre de mis propios pensamientos. Los sentimientos en mi interior estaban tranquilos pero latentes, como una tormenta que se estaba gestando en el horizonte. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Jugar a la pareja feliz? Estaba muy enojada con Nate por llevarme a aceptar este vínculo de esta forma. Hasta ahora, nada en mi vida había sido elegido por mí. Sentía una opresión en el pecho al pensar en todas las decisiones que me habían impuesto: vivir en el convento, elegido por mis supuestos padres; mi educación, dictada por las monjas; mi estadía en la Academia, decidida por el rector. Y ahora esto... Mientras me perdía en estos pensamientos, el peso de la injusticia se hacía cada vez más insoportable. Sentía que no era justo, no lo era para mí, nunca tuve opción a nada. La sensación de impotencia era como una garra aferrándose a mi corazón, apretándolo hasta casi hacerme gritar. Las lágrimas comenzaron a aglomerarse en mis ojos. Intenté mantenerlas a raya, pero fue inútil. Las dejé caer silenciosamente, sin querer que Nate se diera cuenta. Cada lágrima que rodaba por mis mejillas era un pequeño acto de rebelión. El calor de su cuerpo contra el mío, que hace un momento había sido un consuelo, ahora era un recordatorio constante de mi falta de control sobre mi propia vida. Sus brazos me rodeaban con fuerza, como si temiera que me fuera a desvanecer si aflojaba su agarre. Pero yo no quería ser sostenida. Quería ser libre. Intenté calmar mi respiración, buscando una manera de reconciliar mis emociones conflictivas. El olor familiar de Nate, una mezcla de madera y especias, inundaba mis sentidos, que solo avivaban mi frustración y confusión. Mi mente volvía a las palabras de la profesora sobre el hilo dorado y el destino. Me pregunté si todo esto estaba predestinado, si realmente teníamos algún control sobre nuestras vidas o si éramos simplemente marionetas en un juego más grande.
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