Nate
Ahí estaba yo, después de horas de intentar convencerme de que esto era una mala idea.
Lena no entendía lo que pasaba entre nosotros, y no la culpaba. Apenas lo comprendía yo mismo, y no podía esperar que ella, nueva en este mundo, lo hiciera.
Mirándola ahora, parada frente a mí, con la toalla envolviéndola y ese hilo dorado extendiéndose desde su corazón, enredándose en su brazo y uniéndose al mío... era una copia exacta de lo que veía en mi mismo cuando estaba cerca de ella.
El peso de esa conexión me enloquecía. Sentía como si algo en mi interior tirara de ese hilo, acercándome a ella, negando toda lógica y razón. Cada vez que intentaba alejarme, la tensión aumentaba, como si el universo mismo insistiera en unirnos.
Esos sentimientos, el hecho de sentir algo tan profundo y abrumador, me cargaban de una rabia que no podía controlar.
Lena había cambiado mi mundo con su mera existencia, y la odiaba por eso.
La odiaba porque había roto mi escudo, había atravesado las barreras que había construido con tanto esfuerzo.
Tanto la odiaba, que sabía que la amaba antes de siquiera hablarle.
No podía evitar la atracción, no podía negar lo que sentía, aunque una parte de mí quisiera hacerlo.
—¿Por qué tenías que ser tú? —dije en un susurro, más para mí mismo que para ella. —¿Por qué tenías que llegar y poner mi mundo de cabeza?
Lena me miró, sus ojos reflejando una mezcla de curiosidad y preocupación. Ella no entendía la magnitud de lo que estaba pasando, y eso solo aumentaba mi frustración.
—No pedí esto, Nate, —respondió con voz suave pero firme. —Pero estoy aquí, y parece que tú también.
Las palabras eran simples, pero llevaban un peso que resonó en mi corazón. Lena dio un paso más cerca, y sentí cómo la tensión entre nosotros se intensificaba. El hilo dorado brillaba con una luz más fuerte, uniendo nuestros destinos de una manera que ni siquiera podíamos comprender completamente.
—He tratado de alejarme, —confesé, —de hacer lo correcto. Pero cada vez que lo intento, es como si una parte de mí se estuviera desgarrando.
El silencio se extendió entre nosotros, denso y cargado de una tensión eléctrica. La habitación, apenas iluminada por la luz tenue de la lámpara, parecía más pequeña, más íntima.
Lena dio otro paso hacia mí, rompiendo la distancia que había intentado mantener.
Sentí el calor de su cuerpo cerca del mío, y el hilo dorado brilló con más fuerza, casi cegador.
—¿Tú también lo sientes? —preguntó, su voz temblando ligeramente.
Asentí, incapaz de hablar. Mi garganta se cerró de emoción mientras el hilo entre nosotros se tensaba, acercándonos más.
Lena levantó una mano y la colocó en mi mejilla, su toque suave enviando un escalofrío por mi columna. Cerré los ojos, dejándome llevar por el momento, por la conexión que nos unía.
De repente sentí un ardor en mi mejilla, un calor punzante que se extendía por mi rostro.
Ella me había golpeado. El impacto fue inesperado, y el dolor se mezcló con la sorpresa. Abrí los ojos como platos, tratando de procesar lo que acababa de suceder. ¿Qué había hecho?
Lena me miraba con una furia que nunca había visto en ella. Sus ojos brillaban intensamente, reflejando una mezcla de ira y decepción. El aire entre nosotros estaba cargado de tensión, y supe que había cruzado una línea.
—No sé qué crees que sea esto... y no me interesa, —dijo entre dientes, sus palabras eran cortantes como cuchillas. Su voz, normalmente cálida, ahora era fría y llena de reproche.
—Lena... yo... —intenté hablar, mi voz salió en un susurro tembloroso, lleno de arrepentimiento y confusión, llevando una mano a la mejilla donde me había golpeado, el ardor persistía.
—No me interesa, Nate, —repitió con firmeza, su tono implacable. Sus palabras eran un muro que no podía atravesar. —Vete y no vuelvas.
Su mirada me atravesó, y cada palabra era como una estocada. La determinación en su rostro era inquebrantable. Sabía que había herido algo profundo en ella, algo que no podía repararse con simples disculpas. El dolor en mi mejilla palidecía en comparación con el dolor en mi corazón.
En un impulso irrefrenable, la atraje hacia mí, presionándola contra la pared con la fuerza de mi deseo. Mis manos se aferraron a su rostro con determinación, buscando sus labios con ansias salvajes. La besé con una intensidad animal, como si estuviera luchando por dominarla, por poseerla por completo.
Al principio, se resistió, sus labios oponiendo una suave resistencia a los míos. Pero poco a poco, ante la brutalidad apasionada de mi beso, sentí cómo se dejaba llevar por la corriente de nuestra conexión, cediendo al torrente de emociones que nos envolvía.
Nuestras respiraciones se entrelazaron en un ritmo frenético, como si estuviéramos compartiendo el mismo aire, el mismo espacio. Mis manos exploraron su cuerpo con una urgencia desbordante, buscando cada rincón, cada contorno, como si quisiera grabar su presencia en mi memoria para siempre.
Lena respondió con un gemido ahogado, un eco de rendición que resonó en mi interior.
Sus manos se aferraron a mi espalda, sus dedos clavándose en mi piel con una pasión desbordante. Cada roce, cada contacto, parecía encender una chispa en nuestro interior, avivando el fuego que ardía entre nosotros.
Con un impulso firme, la levanté del suelo, y ella respondió envolviendo sus piernas alrededor de mis caderas, aferrándose a mí con una intensidad que igualaba la mía.
Nuestros labios seguían unidos en un beso ardiente y voraz, como si el contacto entre ellos fuera la única fuente de vida que necesitáramos en ese momento.
Arranqué la toalla que la envolvía y admiré su cuerpo caliente bajo mi toque. Ella, sin perder tiempo, se deshizo rápidamente de mi camiseta, liberando mi torso para sus ojos ansiosos.
Su piel caliente y suave se encontró con la mía, creando una sensación eléctrica que recorrió cada centímetro de mi ser. Sus manos, necesitadas de explorarme por completo, se deslizaron por mi espalda, dejando un rastro de fuego a su paso.
Con su rostro entre mis manos, nuestros ojos se encontraron en un torbellino de emociones encontradas, mientras mis labios buscaban los suyos con urgencia.
—Te odio tanto... —susurré entre jadeos, apenas capaz de articular mis pensamientos en medio de la pasión abrumadora que nos envolvía —que estoy seguro de que te a...
Antes de que pudiera terminar mi frase, Lena colocó un dedo sobre mis labios, silenciándome con determinación.
—No la cagues —dijo jadeando.
Su movimiento rápido y decidido me tomó por sorpresa, mientras sus manos se movían ágilmente para desabrochar mis pantalones.
—Nada sentimental, solo... —habló con dificultad, intentando llevar aire a sus pulmones —hazme olvidar el día de mierda que tuve.
Un pedido directo, sin adornos ni rodeos, solo la urgencia de encontrar alivio en medio del caos emocional que nos envolvía.
Sin decir una palabra, comprendí su necesidad y me entregué a ella con renovada pasión. Nuestros besos eran un torbellino de emociones, cada roce de nuestros labios un intento desesperado por escapar del peso de la realidad y sumergirnos en el éxtasis del momento.
Nuestras manos se movían con frenesí, explorando cada centímetro de piel con una necesidad insaciable. Cada caricia, cada contacto, era una promesa de liberación, una forma de escapar de los problemas que nos rodeaban y sumergirnos en un océano de placer y deseo.
Con movimientos calculados, saqué mi m*****o de mi ropa interior, apenas moviendo a Lena de su lugar contra la pared.
Con la mano entre nuestros cuerpos toqué su entrepierna, el calor y la humedad dándome la bienvenida.
—Mierda... —susurré colocándome en su entrada.
Suavemente comencé a entrar en ella, nuestros cuerpos fusionándose en uno solo. Nuestros labios nunca se separaron mientras me adentraba cada vez más en su cuerpo, mi m*****o palpitando de placer cada vez que la penetraba un poco más.
Sentí resistencia dentro de ella, aplicando un poco de fuerza me clavé completamente hasta la empuñadura, bebiéndome su grito ahogado.
Sentirla así, tan mojada y caliente por mí, como sus paredes se cerraban a mi alrededor como poseyendo cada parte de mí, me enloquecieron.
Empecé a moverme cada vez más rápido, tomándola por sus muslos aferrados a mi alrededor, sin separar mis labios de los suyos, nuestros jadeos y gemidos escapando de entre nuestras bocas unidas.
Mi liberación se acumulaba poco a poco en mí, pero no podía dejarla salir hasta que ella llegara a la suya. Con una mano entre nuestros cuerpos estimulé su clítoris mientras la penetraba una y otra vez con movimientos cada vez más rápidos y furiosos.
Sentí el momento justo en el que su orgasmo la golpeó como un tren. Liberé su boca para escuchar sus sonidos al llegar a su liberación, en lugar de gemir o gritar, clavo sus dientes en mi hombro, sobre la clavícula llevándome a la locura en un segundo.
Saqué rápidamente mi polla y comencé a bombear hasta que mi líquido, espeso y caliente, le llenara el pecho y el vientre.
La vista de ella llena de mi semen me volvió loco, la realidad de lo que habíamos hecho, de ese hilo dorado brillando hasta dejarme casi ciego, me golpeó con un entendimiento de nuestra situación.
—Mi pareja... —susurré mirándola a los ojos.
Su cuerpo se tensó, liberándose de mi agarre. Parada frente a mí acercó su rostro al mío.
—Nate... —dijo en un susurró tembloroso.
Me di cuenta, en ese preciso momento, que haría todo... cualquier cosa que ella quisiera, si volvía simplemente a decir mi nombre de esa forma.
—¿Sí, princesa? —pregunté hipnotizado por sus ojos.
—Vete a la mierda y no vuelvas más.