Capítulo 22

1612 Words
Lena Dejé a Nate en mi habitación mientras volvía al baño para darme otra ducha. Mi cuerpo aún temblaba del placer que me había dado, y no me arrepentía de nada. Esta cosa entre nosotros... este vínculo, lo que fuera, me había hecho perder la cabeza. El agua caliente corría sobre mi piel, llevando consigo los restos del encuentro, pero no podía borrar la intensidad de lo que había pasado. Mientras el vapor llenaba el baño, cerré los ojos y dejé que el calor me envolviera, intentando procesar todo lo que había sucedido. Fue en el momento, cuando el dolor agudo me atravesó, el que sentí al perder mi virginidad, que me devolvió a la realidad. No era solo el dolor físico, sino una punzada profunda que parecía recordar cada decisión que me había llevado a este punto. Nate y yo no éramos amigos, mucho menos seríamos algo más. La cosa entre nosotros era poderosa, sí, pero también estaba cargada de una intensidad que rozaba lo destructivo. Sentí un nudo en el estómago al pensar en la naturaleza de nuestra relación, un torbellino de emociones que no podía controlar ni entender del todo. El agua seguía cayendo, susurrando un ritmo constante que contrastaba con el caos en mi mente. Recordé la mirada en sus ojos, la mezcla de deseo y algo más oscuro, algo que me daba miedo explorar. No podía negar lo que sentía cuando estaba cerca de él, pero también sabía que no podía dejarme arrastrar por completo por esa corriente peligrosa. Terminé de ducharme y me envolví en una toalla, mirando mi reflejo en el espejo empañado. Mi rostro mostraba la marca de la tormenta interna, una mezcla de satisfacción y conflicto que no podía ocultar. Respiré hondo, intentando calmar el latido frenético de mi corazón. Cuando volví a la habitación, me encontré con que Nate ya se había ido. Un suspiro de alivio y frustración se escapó de mis labios. Necesitaba tiempo para aclarar mi mente. Me detuve un momento, y una idea surgió en mi cabeza: intentar usar mi magia de nuevo. Concentré mi atención en el agua que aún quedaba en mi cuerpo después de la ducha. Cerré los ojos y me imaginé cada gota separándose y reuniéndose frente a mí. Sentí una ligera vibración en el aire, una señal de que la magia estaba fluyendo. Poco a poco, las gotas se unieron, formando una esfera cada vez más grande. Cuando estuve completamente seca, tenía una gran bola de agua flotando en el aire. Sonreí, satisfecha de ver que mi magia había regresado. Arrojé la esfera de agua al inodoro, observando cómo se deshacía en miles de gotas al caer. Sentí una oleada de poder y control que me devolvió algo de confianza. Luego, miré la toalla que llevaba puesta. Cerré los ojos nuevamente y me concentré, imaginándola transformándose. La toalla comenzó a cambiar de textura y forma, y cuando abrí los ojos, llevaba puesta una camiseta que llegaba hasta mis muslos. La sensación de la suave tela contra mi piel me hizo sentir más cómoda. Lo que fuera que Nate había hecho, se había ido con él. Me senté en el borde de la cama, dejando que mis pensamientos vagaran. La intensidad de lo que había pasado con Nate, tanto física como emocionalmente, me había dejado agotada. Miré alrededor de la habitación, un lugar que se había convertido en mi refugio y mi prisión al mismo tiempo. Me acosté en la cama y cerré los ojos, dejando que el cansancio finalmente me venciera. *** A la mañana siguiente, me levanté y me dirigí directamente al baño. Mientras estaba sentada en el inodoro, mi mente se esforzaba al máximo por borrar los rastros de Nate en mi piel. Cada vez que cerraba los ojos, sentía su toque, su aliento en mi cuello. La confusión y la culpa me invadían, mezclándose con el residual deseo que no lograba sacudir. —Hay cosas que son inevitables —la voz del Mago resonó de repente en el baño, como si siempre hubiera estado allí, esperando el momento oportuno para hablar. —Lo que sea... Solo, no aparezcas ahora... —respondí, mi voz cargada de frustración y vergüenza. La idea de que el Arcano apareciera justo en este momento me daba más vergüenza que el reconocer lo que había pasado anoche. La risa traviesa de mi primer Arcano resonó en el aire, como si estuviera dentro de mi habitación, aguardando su oportunidad para aparecer. Sentí un leve temblor en el aire, una señal de su presencia cercana. —De verdad, este no es el momento —dije, cerrando los ojos y tratando de ignorar la sensación de que estaba siendo observada. —Lena, no puedes evitar enfrentarte a tus sentimientos o tus decisiones. Tarde o temprano, tendrás que aceptarlo. —La voz del Mago era suave pero firme, una mezcla de sabiduría y paciencia. Me levanté y me acerqué al lavabo, tratando de enfocarme en algo más tangible. El reflejo en el espejo mostraba una versión de mí misma que apenas reconocía. La intensidad de los últimos días había dejado su huella. Me lavé la cara con agua fría, esperando que eso despejara mi mente. —No puedo lidiar con esto ahora. Necesito concentrarme en mis estudios, en controlar mi magia —murmuré, mirando mi reflejo con determinación. —El control de tu magia está intrínsecamente ligado a tu control emocional, Lena. No puedes separarlos —dijo el Mago, su tono más serio ahora. Suspiré, sabiendo que tenía razón. No importaba cuánto intentara ignorarlo, mi conexión con Nate y mis propios sentimientos eran parte de mí. —Está bien. Lo enfrentaré, pero a mi manera y en mi tiempo —dije, más para mí misma que para el Mago. —Eso es todo lo que puedes hacer —respondió el Mago, su tono volviendo a ser amable. Mientras salía del baño, me sentí un poco más en paz, aunque sabía que tenía mucho trabajo por delante. Después de vestirme, salí de mi habitación al mismo tiempo que Nate lo hacía. Nuestros ojos se encontraron, cargados de una energía determinada y algo más profundo, algo no dicho que se colgaba en el aire entre nosotros. —Lena... —intentó hablar, su voz suave pero llena de intención. No era el momento para esto, no ahora. —Buenos días, Callaghan —saludé con indiferencia, desvaneciendo cualquier rastro de la intimidad de la noche anterior. Sin esperar una respuesta, me escapé escaleras abajo, sintiendo su mirada clavada en mi espalda. Al salir de la casa, una voz familiar me llamó detrás de mí. —¡Lena! —Era Elías, su tono amigable y algo preocupado— te perdiste la cena anoche. Me giré para encontrarme con su sonrisa cálida, una bienvenida distracción de mis pensamientos turbulentos. —Lo siento, Elías —respondí, intentando sonar despreocupada. —Estaba demasiado cansada y me fui a dormir temprano. Elías me observó por un momento, su mirada perspicaz evaluando mis palabras. —¿Estás bien? —preguntó, bajando un poco la voz, como si intuyera que algo no estaba del todo bien. —Sí, estoy bien —mentí, forzando una sonrisa. —Solo necesito concentrarme en las clases hoy. Elías asintió, aunque no parecía completamente convencido. Caminamos juntos hacia las aulas, su presencia ayudándome a mantener mis pensamientos en orden. —¿Lista para otro día de magia y caos? —bromeó, tratando de aligerar el ambiente. —Más que lista —respondí, agradecida por su intento de normalidad. Elias entró conmigo a nuestra clase de Historia de la Magia. Al entrar, vi a la profesora Lysandra Moon parada frente a la pizarra, su postura erguida y sus ojos fríos. Ella había sido la primera profesora que conocí en la Academia, y desde entonces, no había escondido su descontento con mi presencia aquí. Bueno, que haga fila detrás de los demás, pensé mientras buscaba un lugar para sentarme. Antes de que ella comenzara la clase, la puerta del salón se abrió nuevamente. Nate entró, su figura imponente dominando el espacio. Su mirada recorrió el aula hasta que se encontró con la mía, y una chispa de algo que no pude identificar pasó entre nosotros. Caminó entre los pupitres con la determinación de un depredador. Se detuvo junto al chico de violeta que había formado equipo conmigo ayer en Control Elemental. —Muévete —gruñó Nate, su tono no dejando lugar a discusión. El chico se levantó rápidamente y se fue a otro lugar, lanzándome una mirada de disculpa. —Eres un animal —murmuré entre dientes a Nate cuando ya estaba sentándose a mi lado. —Por lo menos me estás hablando... —respondió, su voz baja y cargada de sarcasmo. Intenté concentrarme en la profesora Moon, pero la proximidad de Nate hacía que mi piel hormigueara. Sentía su calor a mi lado, y aunque quería ignorarlo, me era imposible no ser consciente de cada movimiento que hacía. —¿Por qué estás aquí? —le susurré, sin mirarlo, él no tenía está clase hasta la tarde. —Para asegurarme de que no te metes en más problemas —respondió, su tono ahora más suave. La proximidad hacía que nuestras voces parecieran un secreto compartido. —No necesito un guardaespaldas —le dije, aún sin mirarlo. —No es solo por ti, Lena. Es por mí, —su voz era un susurro apenas audible. Sentí un nudo en el estómago, una mezcla de frustración y algo más profundo que no quería reconocer. Tragué saliva y me obligué a concentrarme en la lección, dejando que la voz de la profesora Moon fuera un ancla a la realidad.
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