Lena
—Las últimas clases estuvimos estudiando sobre la leyenda de los Arcanos —decía la profesora Moon, su mirada de disgusto fija en mí. —Consiga los apuntes, señorita Rivers, yo no repito mis clases.
Asentí, sintiendo cómo la sangre subía a mis mejillas mientras algunos compañeros se reían de la situación. La vergüenza y el enojo se entrelazaban en mi interior, pero me obligué a mantener la compostura.
—Hoy, para suerte de la señorita Rivers, comenzamos con un nuevo tema: La leyenda del hilo dorado —dijo Moon con una sonrisa felina, claramente disfrutando de mi incomodidad.
Nate, sentado a mi lado, hizo un sonido de desaprobación, pero no dijo nada. Agradecí en silencio que no lo hiciera; no necesitaba más atención negativa.
—El hilo dorado es una de las leyendas más fascinantes y, a la vez, más misteriosas de nuestra historia mágica —continuó la profesora, girándose hacia la pizarra para dibujar un diagrama de hilos entrelazados. —Se dice que conecta a dos almas destinadas, permitiendo que compartan poder, emociones e incluso pensamientos.
—Este hilo no puede ser visto por todos, solo aquellos con una conexión especial con los Arcanos de Los Enamorados o La Emperatriz pueden percibirlo —prosiguió Moon. —Y aún así, muchos lo han descrito como una sensación, más que una visión.
Sentí a Nate moverse a mi lado, su presencia imposible de ignorar. Había algo en su energía que me atraía y repelía al mismo tiempo, una fuerza magnética que no comprendía del todo.
—Hay teorías que sugieren que el hilo dorado no solo une a las personas en esta vida, sino a través de múltiples vidas y dimensiones —la profesora hizo una pausa, dejando que sus palabras se asentaran —Es un vínculo inquebrantable, pero también peligroso, ya que compartir tanto con otra persona puede llevar a la destrucción mutua si no se maneja adecuadamente.
Miré a Nate de reojo, sus ojos seguían fijos en la profesora, pero su mandíbula estaba apretada.
Uno de los estudiantes levantó la mano, llamando la atención de la profesora Moon.
—Profesora, ¿cuáles son las sensaciones que indican que dos personas están unidas por el hilo dorado? —preguntó, su voz resonando en el aula.
La profesora Moon sonrió, complacida por la curiosidad del estudiante.
—La primera y más evidente sensación es la atracción —comenzó a explicar, recorriendo el aula con la mirada. —Es una fuerza magnética que resulta casi imposible de ignorar. Cuando reconoces a tu pareja, como lo llamamos los brujos, sientes una conexión instantánea que trasciende lo físico. Es como si el alma reconociera algo que el cuerpo y la mente no comprenden del todo.
Sentí el peso de las palabras de la profesora, recordando el magnetismo que sentía hacia Nate desde el primer momento. Una mezcla de deseo y repulsión que no podía explicar ni controlar.
—Sin embargo —continuó Moon, —aunque la atracción inicial es poderosa, la conexión se moldea y define por las decisiones de cada persona involucrada; requiere esfuerzo, comprensión y, en muchos casos, sacrificio. Es una relación dinámica, sujeta a los vaivenes de las emociones y las circunstancias.
Otro estudiante levantó la mano, interrumpiendo la explicación.
—¿Es posible tener más de un hilo dorado? —preguntó, con genuina curiosidad.
La profesora negó con la cabeza, su expresión grave.
—No, no es posible. Cada persona está unida a otra alma por un único hilo dorado. Es un lazo singular y exclusivo. Aunque puedas tener muchas conexiones significativas en tu vida, el hilo dorado es único y solo une a dos almas destinadas.
Un murmullo de asombro recorrió el aula. Sentí a Nate moverse ligeramente a mi lado, tal vez nervioso.
—Este hilo es eterno y no puede ser roto por medios convencionales —agregó Moon, su tono misterioso. —Sin embargo, puede ser debilitado por la falta de compromiso o la negación del mismo en algún momento de nuestra existencia, lo que lleva a una vida de insatisfacción y desasosiego para ambos involucrados.
Elías me miró con preocupación, inclinándose un poco hacia mí mientras la profesora Moon seguía hablando.
—¿Estás bien, Lena? —susurró, su voz llena de sincera inquietud.
Asentí rápidamente, forzando una sonrisa mientras mantenía la vista fija en la profesora.
—Sí, estoy bien —le respondí, tratando de convencerlo y convencerme a mí misma.
La profesora Moon terminó su explicación y se dirigió al aula con una mirada autoritaria.
—Como actividad para esta clase, quiero que investiguen más sobre la leyenda del hilo dorado. Trabajarán en parejas y presentarán sus hallazgos en la próxima clase.
Un murmullo de excitación y nerviosismo recorrió el aula. Mis pensamientos aún estaban atrapados en la complejidad del hilo dorado cuando la profesora empezó a emparejar a los estudiantes.
—Señor Morrow y señorita Rivers —anunció la profesora, haciendo una pausa para asegurarse de que habíamos escuchado.
Elías me dio una sonrisa tranquilizadora mientras yo asentía. Nate, a mi lado, se tensó visiblemente, pero no dijo nada.
—Bueno, parece que vamos a trabajar juntos —dijo Elías, su tono más ligero. —¿Nos reunimos en la biblioteca?
—Claro, me parece bien —respondí, tratando de centrarme en la tarea en lugar de en la tormenta emocional que se agitaba dentro de mí.
Me levanté lentamente, notando la mirada de Nate clavada en mí. Ignorándolo, me giré hacia Elías.
—Nos vemos en la biblioteca en unos minutos —dije, intentando sonar más animada de lo que me sentía.
—Nos vemos allá —respondió él, recogiendo sus cosas y dándome otra sonrisa encantadora.
Esperé a que Elías saliera del aula antes de juntar mis cosas, pensando en pasar por el comedor a levantar algo para comer.
Antes de que pudiera atravesar la puerta de la clase, que ya estaba vacía, Nate me tomó del hombro y me giró, quedando frente a mí contra la pared.
—¡Oye! ¿Tienes algún fetiche con las paredes? —me quejé, mirándolo a los ojos.
—No voy a negar el atractivo de tenerte a ti contra la pared —dijo acercando su rostro al mío.
—Nate... Déjame —intenté separarme de él, pero estaba completamente inamovible.
—Creo que, si eres tan inteligente como parece, entiendes qué está pasando entre nosotros... —dijo, su voz grave y cruda por un deseo desenfrenado.
—Sea lo que sea que creas que es esto, primero, así no se trataría a una pareja —dije moviendo las manos para enfatizar mi punto sobre cómo me estaba sujetando. —Segundo Nate... No. Lo. Quiero.
Él se inclinó más cerca de mí.
—Creo que el memorándum no llegó a tu cuerpo... —dijo sonriendo contra mis labios antes de besarme suavemente, totalmente diferente a lo que había sido anoche.
Sentí la suavidad de sus labios, una ternura que no esperaba. Mi corazón latía con fuerza, una mezcla de confusión y deseo. Intenté resistir, pero su toque era magnético. Sus manos se aflojaron ligeramente, permitiéndome respirar, pero no alejándome del todo.
—Nate... —murmuré, mi voz apenas un susurro entre sus labios.
Mis pensamientos estaban enredados. Quería gritarle, decirle que se fuera, que me dejara en paz, pero mi cuerpo no respondía de la misma manera. La conexión entre nosotros era innegable, algo que no podía simplemente apagar. Pero eso no significaba que pudiera aceptar todo lo que venía con ello.
Él se alejó, girándose en el lugar. Sacó una bolsa de papel de su bolso y me la entregó.
—No has estado comiendo bien —dijo él mirándome de una forma muy preocupada y tierna.
—¿Me has estado observando? —me burlé tomando la bolsa, sintiendo una extraña calidez ante su preocupación.
—Lena... Si él te toca... —dijo bajito, sus ojos cambiaron de tranquilos a enloquecidos en un segundo.
—¿Qué? ¿Lo matarás? —me reí ante la falsa amenaza, pero algo en su mirada me hizo dudar de qué tan falsa era en realidad.
—No quieras saberlo —dijo entre dientes, mirándome con frialdad y luego se fue, dejándome sola con la bolsa en la mano y una mezcla de emociones en el pecho.
—No lo haría, ¿o sí? —me pregunté a mí misma, sosteniendo la bolsa contra mi pecho.
Mientras caminaba en búsqueda de Elías, traté de sacudirme la inquietud que me envolvía. Necesitaba distraerme, enfocarme en la tarea que teníamos que hacer, conocer más sobre este vínculo que tan mal me tenía.
Cuando lo encontré, él me saludó con una sonrisa cálida cuando me vio acercarme.
—¿Todo bien? —preguntó, sus ojos llenos de una genuina preocupación.
—Sí, todo bien —mentí, forzando una sonrisa.
Me senté a su lado y abrí la bolsa, sacando el sándwich.
Elías me observó en silencio, permitiéndome el espacio que necesitaba. Era reconfortante tener a alguien que no exigía explicaciones, solo ofrecía su presencia y apoyo.
—Vamos, Lena. Tenemos una leyenda que investigar —dijo él, intentando levantar mi ánimo.
Ambos nos sumergimos en los libros, buscando pistas y fragmentos de información que nos ayudaran a entender mejor la leyenda. Las páginas antiguas crujían bajo nuestros dedos, y el olor a papel viejo llenaba el aire. Era un ambiente tranquilo, un contraste bienvenido para calmar el caos de mis pensamientos.
De repente, una dulce melodía vibró a mi alrededor. Era un canto angelical, etéreo, que llenó el aire con una suavidad inquietante. Me puse de pie, atraída irresistiblemente por aquel sonido.
La biblioteca, con sus estanterías abarrotadas de libros antiguos, se sentía más viva de lo habitual, como si cada tomo susurrara secretos olvidados.
Seguí la melodía, mis pasos resonando suavemente en el suelo de madera. A medida que me acercaba a la parte más alejada de la biblioteca, el sonido se volvía más intenso, más envolvente.
Mis dedos rozaron los lomos de los libros mientras pasaba, pero ninguno capturó mi atención como lo hizo el libro de color carmesí que vibraba ante mí.
La cubierta del libro parecía brillar con una luz propia, emanando una energía palpable. Sin aliento, leí el título grabado en letras doradas y un escalofrío recorrió mi cuerpo.