Lena
Me levanté sintiendo un dolor en todo mi cuerpo, recordando la intensidad de la noche anterior. Al intentar moverme, un sonido de queja me hizo abrir los ojos por completo.
Nate estaba acurrucado sobre mí, su brazo apretándome con fuerza, su cuerpo pesado y cálido contra el mío.
Mierda, nos habíamos quedado dormidos.
Miré a mi alrededor y vi el desastre que había provocado la rabieta de Nate anoche. La habitación estaba desordenada, con muebles volcados y libros esparcidos por el suelo. La lámpara de la mesita de noche estaba rota, y había fragmentos de vidrio por todos lados. Me tocaría limpiar toda esta mierda.
—Nate... —susurré, acariciando su cabello con suavidad. —Necesito ir al baño.
Él apenas se movió, abriendo sus ojos lentamente para mirarme. La confusión en su mirada fue una forma irónica de comenzar el día, un contraste con la violencia de la noche anterior. Sus ojos, aún cargados de sueño, se encontraron con los míos, y pude ver un destello de sorpresa y ternura.
—¿Qué haces en mi habitación? —preguntó, todavía medio dormido.
—Estás en mi habitación, y necesito ir al baño —le respondí, colocando una mano en su mejilla.
Él cerró los ojos al contacto y suspiró, su cuerpo relajándose un poco más. Podía sentir su respiración lenta y profunda, su pecho subiendo y bajando contra el mío.
Finalmente, Nate se apartó ligeramente, permitiéndome moverme. Me levanté con cuidado, cada músculo de mi cuerpo protestando por el esfuerzo. Mientras me dirigía al baño, sentí su mirada siguiéndome.
Dentro del baño, me miré en el espejo. Mis ojos estaban hinchados por el llanto, y había moretones en mi cuerpo que no recordaba haber recibido. El reflejo me devolvía una imagen de cansancio y tristeza, pero también de una determinación renovada.
Necesitaba tomar el control de mi vida, encontrar una manera de elegir mi propio camino, incluso dentro de las limitaciones de este vínculo.
Cuando regresé a la habitación, Nate estaba sentado en la cama, frotándose los ojos. Parecía un niño perdido, y por un momento, mi enojo se desvaneció, reemplazado por una ola de compasión.
—Siento lo de anoche, Lena —dijo, su voz ronca y llena de remordimiento. —No quería que las cosas se salieran de control así.
—Lo sé —respondí, sentándome a su lado y tomando su mano.
Me sentía obligada a tocarlo, a no gritarle ni golpearlo por todo lo que había hecho. Él había perdido el control de su Arcano y eso casi nos mata a todos. Una gran verdad gritaba en mi interior.
Tenía miedo de Nate.
Él miró alrededor, viendo el desastre que había causado, completamente ajeno a mi dilema interior. Sus ojos recorrieron la habitación desordenada, los muebles destrozados, el vidrio roto esparcido por el suelo.
Con un gesto lento y concentrado, levantó una mano y todo comenzó a volver a su lugar poco a poco. Los muebles se enderezaron, los libros volvieron a sus estanterías y el vidrio roto se unió mágicamente, formando nuevamente la lámpara.
Cuando todo estuvo como si nada hubiera pasado, sentí un nudo en mi garganta. La pregunta que me consumía por dentro salió de mis labios casi sin pensarlo.
—¿Y ahora qué...? —pregunté, evitando su mirada, temiendo la respuesta.
Nate se quedó en silencio por un momento, observándome. Su expresión era una mezcla de arrepentimiento e incertidumbre, pero yo no podía quitarme de la cabeza la imagen de él perdiendo el control, la furia desatada en sus ojos.
—Ahora... —comenzó, su voz baja y tensa —ahora tenemos que aprender a manejar esto. No puedo permitir que vuelva a pasar, Lena. No quiero lastimarte.
Levanté la mirada, encontrando sus ojos clavados en mí. Vi el conflicto en su interior, la lucha entre el amor y el peligro, la pasión y el miedo. Mi corazón latía con fuerza, un eco de la tormenta que aún rugía dentro de mí.
—¿Cómo se supone que haga esto, Nate? —dije, mi voz quebrada por la emoción. —No tengo elección en nada. Este vínculo... tú... todo está fuera de mi control.
—Lena, sé que es difícil. —Se acercó, tomando mis manos en las suyas. —Pero no quiero ser una persona que controle tu vida. Quiero que encontremos una manera de hacer esto funcionar, juntos.
La calidez de sus manos contrastaba con el frío que sentía en mi interior. Quería creerle, quería confiar en que podíamos encontrar una solución, pero el miedo seguía allí, agazapado en la oscuridad de mi mente.
—Prométeme que no perderás el control otra vez, Nate. —Mi voz era apenas un susurro. —Necesito saber que puedo confiar en ti.
Él asintió, su agarre en mis manos apretándose.
—Te lo prometo, Lena. Haré todo lo que esté a mi alcance para que puedas confiar en mí. No quiero ser el monstruo que temes.
—¿Cómo sabes...? —pregunté, separándome de él, mi voz apenas un susurro cargado de confusión y temor.
Nate dejó escapar un suspiro profundo. Luego, con manos temblorosas, tomó mi rostro, sus dedos cálidos contra mi piel.
—Puedo sentir lo que sientes, puedo... —sus palabras se cortaron, su voz llena de angustia. —No quiero que te sientas obligada, asustada o atrapada. Solo quiero... —su voz se desvaneció, su frente se apoyó contra la mía, compartiendo el peso de nuestra situación.
Me quedé sin palabras, sin aliento, sintiendo el calor de su piel contra la mía, la electricidad que parecía fluir entre nosotros. ¿Cómo podía comprender algo tan extraordinario, tan aterradoramente hermoso?
—Empecemos de nuevo... ¿por favor? —suplicó, su voz rota por la desesperación, sus ojos buscando los míos con una intensidad que me conmovió hasta lo más profundo de mi ser.
Su petición me tomó por sorpresa. Sentí el peso de sus manos en mi rostro, la calidez de su aliento en mi piel, su mirada llena de sinceridad y esperanza. Quería creer en él.
—Está bien, Nate —susurré, bajando mis defensas poco a poco. —Empecemos de nuevo.
Él me sonrió con alivio, su rostro iluminado por un destello de esperanza. Se inclinó hacia mí y depositó un beso suave y rápido en mis labios.
Me separé de él en el momento que dejé de sentir sus labios sobre los míos, dejándolo con las manos vacías mientras me paraba y caminaba por mi habitación.
Nate permaneció en su lugar, observándome con preocupación en sus ojos pero sin moverse. Era como si estuviera dispuesto a hacer todo para hacer las cosas bien esta vez.
Suspiré, tratando de despejar mi mente de todas las dudas y temores que me atormentaban.
Me detuve frente al armario, sintiendo la tensión en mis hombros mientras buscaba mi ropa para ir a clases. Necesitaba un momento para mí misma, un momento para procesar todo lo que estaba sucediendo.
—Volver a empezar, Nate, con todo lo que eso implica... vayamos lento, ¿sí? —le dije, girándome para enfrentarlo.
—Lo que me pidas, Lena —respondió, levantándose de la cama.
Sus palabras me reconfortaron, pero aún así sentía la tensión en el aire entre nosotros. Había mucho por resolver. Pero por ahora, solo necesitaba un momento de paz, un momento para prepararme para el día que me esperaba.
—Necesito... —comencé, pero una repentina sensación de vértigo me obligó a detenerme, a sostenerme del borde del armario para no caer.
Nate se acercó rápidamente, su preocupación reflejada en cada gesto, en cada movimiento.
Él, que siempre se movía con una confianza que parecía tan arraigada en su ser como las raíces de un árbol centenario. Era como si nada pudiera sacudirlo, como si siempre supiera exactamente qué decir y qué hacer en cualquier situación.
Pero hoy era diferente. Hoy, su confianza parecía tambalearse, como si estuviera luchando con sus propias dudas y temores. ¿Acaso este vínculo significaba más para él de lo que parecía? ¿Había algo más en juego aquí de lo que yo me daba cuenta?
—¿Estás bien? —preguntó mientras me rodeaba con sus brazos, ofreciéndome su apoyo.
Asentí débilmente, sintiendo el temblor en mis manos mientras luchaba por recuperar el equilibrio. Había algo en el aire, algo que no podía explicar, pero que me llenaba de una sensación de inquietud.
—Lo siento, yo... —intentó disculparse, pero lo detuve con un gesto de mi mano.
—No importa, Nate. Solo necesito un momento para mí misma —le aseguré, tratando de sonar convincente.