Capítulo 28

1363 Words
Lena —Buenos días, estudiantes —resonó la voz del profesor entrando al aula, su presencia llenando el espacio con una autoridad tranquila pero indiscutible. —Como la mayoría de ustedes sabe, tenemos una nueva estudiante entre nosotros. Señorita Rivers, mi nombre es Thane Merrik, soy el profesor de Estudios Arcanos y Simbología. Asentí, tratando de parecer tranquila y atenta, aunque por dentro mi mente era un caos. La mirada del profesor Merrik se encontró con la mía, y en sus ojos había una calidez que me tomó por sorpresa. No estaba acostumbrada a esa amabilidad en la Academia, especialmente después de la recepción que había tenido de otros profesores. —Lamento informarle que vamos un poco adelantados en esta materia, pero con gusto puede pasar por mi oficina después de clase para ponerse al día —añadió, su voz llena de una genuina intención de ayudar. Sentí el nudo en mi estómago aflojarse un poco. La actitud de Merrik era un respiro de aire fresco. ¿Podría ser... que la escena de Nate anoche había tenido algo que ver con este trato? Esa posibilidad me dejó inquieta. No quería que mi relación con Nate, o el desastre que había provocado, definiera mi experiencia aquí. Mientras el profesor comenzaba a hablar sobre los temas del día, intenté concentrarme, pero mi mente seguía divagando. Las palabras de Nate aún rondaban en mi cabeza, su súplica de empezar de nuevo. Había algo en su mirada esta mañana, una vulnerabilidad que nunca había visto antes, que me había tocado profundamente. Pero también estaba el temor que no podía ignorar, la sensación de que estaba perdiendo el control sobre mi propia vida. Los símbolos y diagramas en la pizarra empezaron a tomar forma, y forzándome a concentrarme, saqué mi cuaderno y comencé a tomar notas. Merrik hablaba con pasión sobre los antiguos arcanos y las runas que los representaban, su voz llena de una reverencia que me hizo comprender cuán serio era este estudio. Cada símbolo tenía un poder, una historia, una conexión con el mundo más allá del nuestro. A medida que el profesor explicaba, sentí una especie de conexión personal con esos símbolos, como si sus significados estuvieran conectados con algo profundo dentro de mí. Justo en el momento que el profesor estaba explicando las runas de los Arcanos, la puerta del salón se abrió de golpe. El murmullo en la clase se apagó cuando Nate entró primero, seguido por el imponente rector Valthor. La presencia del rector llenó la habitación de una sensación de estar frente a una autoridad fría y distante. —Buen día, profesor —saludó el rector con una voz que resonó en el aula como un eco solemne. —El señor Callaghan tenía una reunión conmigo, por eso llegó tarde. —No se preocupe, de seguro la señorita Rivers puede pasarle los apuntes —respondió el profesor Merrik, esbozando una sonrisa hacia Nate. Pero Nate ni siquiera se dignó a mirarlo, sus ojos se enfocaron brevemente en mí antes de apartarse con indiferencia. El ambiente se tensó aún más cuando una voz surgió desde el fondo de la clase. —Rector —levantó la mano una chica detrás de mí —lo de anoche... ¿fue un ataque? La pregunta me tomó completamente por sorpresa. ¿Ataque? ¿De dónde venía eso? El rector mantuvo su compostura, su mirada recorriendo la clase con calma antes de responder. —No se preocupe, señorita Millow —dijo con una voz tranquilizadora pero firme. —El señor Callaghan estaba entrenando con su Arcano, explorando una nueva técnica. Eso fue lo que pasó. Los susurros de sorpresa sobre el poder de Nate no tardaron en estallar a mi alrededor. Los murmullos sobre su fuerza, sobre cómo nos cuidaría, mezclados con comentarios menos agradables sobre querer tener a Nate como algo más, llenaron el aula. Sentí un nudo de frustración formarse en mi estómago. Puse los ojos en blanco, volviendo mi atención al frente y tratando de ignorar las miradas y los cuchicheos. —Y ya que estamos, el señor Callaghan ha declarado su vínculo de pareja con la señorita Rivers —dijo el rector, clavando sus ojos en los míos. ¡Puta madre!, ¡mierda!, no dejaba de maldecir en mi mente agitada, aunque por fuera parecía una estatua. Sentí una oleada de calor subir desde mi cuello hasta mis mejillas, una mezcla de ira y vergüenza que me quemaba por dentro. Los murmullos se incrementaron a mi alrededor, cada susurro, cada mirada furtiva, parecía cargar el aire de la habitación con una tensión insoportable. Podía escuchar fragmentos de conversaciones, llenos de asombro, envidia y especulación. —¡Qué bella noticia! —exclamó el profesor Merrik, haciendo un ruido fuerte al palmear sus manos. —¡Felicidades! ¿Felicidades? ¿En serio? Qué mierda estaba pasando. Mi mente estaba a punto de explotar. La declaración pública del rector había hecho que todo se sintiera más real, más inevitable. Mi corazón latía desbocado, y a pesar de mi intento por mantener la compostura, sentía que la situación me sobrepasaba. Nate, por su parte, permanecía impasible, con esa confianza inquebrantable que siempre mostraba. Sus ojos se encontraron con los míos por un instante, y pude ver un destello de algo que no pude identificar. ¿Arrepentimiento? ¿Preocupación? No lo sabía, y en ese momento no estaba segura de querer saberlo. El rector Valthor, habiendo soltado su bomba, se volvió hacia el profesor Merrik con una sonrisa satisfecha. —Gracias, profesor Merrik. Continúe con la clase —dijo, antes de salir del aula, dejando un rastro de murmullos y miradas curiosas tras él. Me hundí en mi asiento, intentando desaparecer en el respaldo de la silla. Podía sentir los ojos de todos en mí, una mezcla de curiosidad y malicia que hacía que mi piel se erizara. —¡Señorita Rivers! —dijo el profesor Merrik, su voz llena de una simpatía irritante. —El vínculo del hilo dorado es un evento raro y maravilloso. Estoy seguro de que ambos harán grandes cosas juntos. No podía hablar, no confiaba en mi voz para no traicionarme. Asentí débilmente, mi mente todavía luchando por procesar lo que acababa de suceder. La clase continuó, pero las palabras del profesor se desvanecían en el aire, inaudibles para mis oídos ensordecidos por la mezcla de emociones que se agolpaban en mi pecho. Cuando finalmente sonó el timbre, señalando el final de la clase, me levanté rápidamente, deseando escapar de la mirada inquisitiva de mis compañeros. Pero Nate se movió con la agilidad de un felino, interceptándome antes de que pudiera llegar a la puerta. —Lena, por favor, hablemos —dijo en voz baja, su tono implorante en marcado contraste con su usual arrogancia. Lo miré, mis ojos llenos de una furia contenida. —¿Hablar? ¿Ahora quieres hablar, Nate? —mi voz temblaba, pero no por miedo. Era la rabia, la impotencia, la sensación de ser una marioneta en un teatro del cual no había pedido formar parte. —Lena, yo... No le di oportunidad de continuar. Me giré y salí del aula, mis pasos rápidos resonando en el pasillo. Necesitaba aire, necesitaba escapar de esa prisión de expectativas y manipulaciones. Necesitaba encontrar un espacio donde pudiera ser yo misma, aunque fuera por un breve instante. Mientras avanzaba, sentí una mano en mi hombro. Me giré rápidamente, mi corazón acelerándose, solo para encontrarme con el rostro preocupado de Seraphina. —¿Estás bien? —preguntó suavemente, sus ojos llenos de genuina preocupación. —Sí, solo... ha sido un día... de esos días —respondí, intentando sonreír por mi propia miseria. —Vamos, te acompaño a la siguiente clase —dijo comprendiendo lo que me estaba pasando, enlazando su brazo con el mío. Su calidez y apoyo eran un consuelo en medio del caos que se había convertido mi mañana, y no pude evitar pensar en las palabras del rector. ¿Cuántas mentiras y verdades a medias estaba dispuesta a aceptar por el bien de mantener la paz en este lugar? Y más importante, ¿cuánto tiempo más podría seguir ignorando la complejidad de mis propios sentimientos hacia Nate?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD