Lena
—¿Puedo ayudarte en algo? —Mi voz era apenas un susurro, una brisa ligera en medio del torbellino de emociones que nos rodeaba.
Podía sentir la magia emanando de ella, un aura púrpura que vibraba con una intensidad que rozaba lo tangible.
—Toma esto, —dijo con decisión, deslizando una pulsera morada en mi muñeca.
Era fría al tacto, sus esferas vibraban con una energía que sentía resonar hasta en mi núcleo.
—Busca a quienes tengan este mismo color.
—Espera... ¿qué? —Las palabras se congelaron en mi garganta. Estaba paralizada, perdida en un mar de confusión, sin comprender qué estaba sucediendo.
Ella no esperó más. Con una agilidad sobrenatural, trepó el muro que nos separaba del mundo exterior. Al alcanzar la cima, se giró hacia mí por última vez. Su mirada, una mezcla de agradecimiento y súplica, me perforó el alma.
—No dejes que te atrapen... Suerte, —fueron sus últimas palabras antes de desvanecerse en la oscuridad de la noche, dejándome sola con más preguntas que respuestas, con el peso de la pulsera en mi muñeca como único vínculo a este encuentro fugaz.
Me quedé un momento más, intentando procesar lo ocurrido. La noche se cerraba sobre mí, y la sensación de urgencia crecía.
"Busca a quienes tengan este mismo color," sus palabras eran una directriz clara, una misión. Aunque no entendía su significado, algo dentro de mí sabía que era importante, quizás crucial para mi supervivencia en este lugar desconocido.
Decidí moverme, impulsada por una mezcla de curiosidad y la necesidad de encontrar respuestas. La pulsera morada se sentía pesada en mi muñeca, un recordatorio constante de la enigmática chica y su mensaje críptico.
"No dejes que te atrapen," había dicho. ¿Pero quién era "ellos"? ¿Y por qué era tan importante no ser atrapada?
El parque, antes un refugio de calma, ahora parecía un laberinto de sombras y susurros. Cada crujido de las hojas bajo mis pies me hacía saltar, temerosa de lo desconocido. Pero la determinación me empujaba hacia adelante, hacia el corazón del parque y, esperaba, hacia algunas respuestas.
A medida que avanzaba, empecé a notar detalles que antes me habían pasado desapercibidos: símbolos extraños grabados en algunos árboles, senderos que parecían formar patrones, y una sensación palpable de magia en el aire, más intensa que cualquier cosa que hubiera sentido antes.
Era evidente que este no era un lugar ordinario; era un espacio de poder, quizás incluso un terreno sagrado para los brujos.
Caminaba por el bosque, cada paso llevado por una mezcla de curiosidad y una imperiosa necesidad de explorar más allá.
Espera, ¿no estaba en un parque? Me detuve a observar el entorno, mi corazón latiendo con fuerza, incapaz de procesar del todo el cambio drástico de escenario. Mis sentidos estaban sobrecargados por la inundación de nuevas sensaciones.
La vegetación aquí era densa, los árboles se alzaban majestuosos hacia el cielo, sus hojas susurrando secretos antiguos con cada movimiento. A pesar de la belleza serena del lugar, una sensación de anticipación vibraba en el aire, como si el bosque mismo estuviera esperando algo, o alguien.
—¿Qué está pasando aquí? —murmuré, mi voz sonando extraña y fuera de lugar en aquel entorno recién nacido.
El miedo se mezclaba con la fascinación, una sensación de vulnerabilidad que me recordaba lo pequeña e insignificante que era en comparación con las fuerzas que aparentemente habían transformado el parque.
Toqué el tronco rugoso de un árbol cercano, sintiendo la aspereza bajo mis dedos. El contacto con algo tan tangible y real ayudó a anclarme, aunque solo fuera un poco, en la realidad distorsionada que me rodeaba.
—Esto no es posible... —susurré, tratando de encontrar algún sentido en la situación, —a menos que...
Fue entonces cuando lo sentí: un pulso de energía que emanaba desde lo más profundo de mi ser, una llamada que resonaba con cada fibra de mi existencia.
Me erguí, cerré los ojos, y me concentré en esa sensación, dejando que me guiara. La energía era como una brújula interna, un faro que me atraía hacia algo desconocido, algo poderoso.
Reanudé mi caminata, esta vez siguiendo el rumbo que esa energía dictaba. El bosque se hacía más espeso, la luz de la luna apenas se filtraba a través del denso follaje, pero no necesitaba ver. Podía sentir el camino, una certeza inquebrantable que me empujaba hacia adelante.
Mis pasos, guiados por esa fuerza misteriosa, me condujeron hacia una presencia imponente en el corazón del bosque: un árbol antiguo, cuyas ramas se entrelazaban con el cielo nocturno, creando un dosel de sombras y susurros.
A los pies de este gigante del bosque, oculta entre las raíces retorcidas que se hundían profundamente en la tierra, descubrí la fuente de la energía que había sentido: una esfera de luz violeta, pulsando suavemente en la oscuridad. La luz parecía estar contenida, o quizás protegida, por el árbol mismo, como si fuera un secreto que este guardaba celosamente.
Me acerqué, cautelosa pero irresistiblemente atraída por la esfera. La energía que emanaba de ella resonaba con algo dentro de mí, un eco de poder y promesa.
Las raíces del árbol, gruesas y antiguas, formaban una especie de altar natural alrededor de la luz, y me arrodillé ante ella, sintiendo la presencia del árbol como un testigo silencioso de este encuentro.
Extendí una mano hacia la esfera, y al tocarla, una oleada de energía vibrante me recorrió.
Era como si el árbol y la esfera se comunicaran conmigo, revelándome secretos guardados durante eones, conocimientos que se tejían en mi alma. La luz se expandió, envolviéndome en un abrazo cálido, llenándome de un poder que no sabía que podía poseer.
Y entonces, tan rápido como había comenzado, el resplandor se desvaneció, dejándome a solas bajo la atenta mirada del árbol antiguo. La esfera de luz violeta ya no estaba, pero en su lugar, a mis pies, encontré un pequeño cristal del mismo color, puliendo con una luz interna.
Me levanté, sosteniendo el cristal en mi mano, y miré hacia arriba, hacia las ramas que se perdían en la oscuridad.
Justo cuando me disponía a dejar atrás el claro, con el cristal violeta seguro en mi bolsillo y una sensación renovada de propósito, un siseo cortó el silencio nocturno, helándome la sangre.
Antes de que pudiera reaccionar, una sombra se abalanzó sobre mí desde la oscuridad. Era un animal, grande y feroz, con ojos que reflejaban la luz de la luna como dos faros de desolación, un mal augurio. Sus garras se extendieron hacia mí, prometiendo dolor y desesperación.
Instintivamente, levanté los brazos en defensa, cerrando los ojos ante el inminente impacto.