Lena
El impacto del golpe, generado por una fuerza desconocida que brotó desde mi interior, me dejó temblando, mientras el animal, una fiera de sombras y ojos llameantes, simplemente se disolvió en el aire como si nunca hubiera sido real.
Una ilusión, entendí de repente, pero una ilusión tan vívida que había palpado el miedo en cada fibra de mi ser. Me quedé allí, en medio del silencio que había vuelto a reinar en el bosque, intentando calmar el frenético latir de mi corazón.
Fue entonces cuando sentí su presencia, una energía tan poderosa que el aire alrededor pareció cargarse de electricidad.
Lentamente, me di la vuelta, y allí estaba él, imponente y envuelto en una aura de autoridad indiscutible. Sus ojos, profundos y llenos de estrellas, me miraban fijamente.
—¿Quién eres? —mi voz se alzó, mezcla de temor y fascinación, en la quietud del bosque.
No era un hombre, ni siquiera un ser de este mundo. Era un Arcano, y de alguna manera, lo supe de inmediato: El Mago.
—Soy aquel que crea, que transforma la voluntad en realidad, —respondió El Mago, su voz resonando no solo en el aire sino dentro de mí. —He observado tu camino, Lena.
—¿Por qué...? —Mis palabras se desvanecían en el aire, casi absorbidas por la intensidad de su mirada.
—Porque has tocado el borde de un destino que pocos pueden soñar, —dijo, y en su voz, había un enigma. —Y porque la magia en ti es única, sin refinar pero salvajemente poderosa. Tú, Lena, puedes trascender los límites que confinan a otros, —dijo El Mago, y en sus palabras, sentí una promesa, un desafío.
—¿Qué...? —pregunté, mi curiosidad ahora tan intensa como mi ansiedad.
—Explora, aprende, desafía las barreras del conocimiento y la percepción. Pero recuerda, el camino hacia la verdad está lleno de pruebas, —explicó, y aunque su tono era serio, sus ojos brillaban con un ánimo que invitaba a la aventura.
—¿Y si fallo? —La duda teñía mi pregunta, el temor a lo desconocido y a mis propias limitaciones burbujeando en mi interior.
—Entonces te levantarás de nuevo. Porque ahora, Lena, no estás sola, —afirmó.
En ese momento, algo cambió dentro de mí. Una conexión se formó, invisible pero indestructible, un vínculo entre mi alma y el Arcano.
Cuando El Mago se desvaneció, una carta, como llevada por un susurro del viento, se deslizó desde el vacío que había dejado hasta mis manos. La tomé, sintiendo una oleada de energía recorrerme. En ella, una imagen vibrante de El Mago, su figura impregnada de poder y misterio. Las palabras parecían resonar desde el papel:
"Estoy aquí siempre contigo, Lena, confía en tu poder para transformar..."
Una tormenta de emociones se desató dentro de mí. La primera fue la indecisión, una sensación de estar al borde de un precipicio sin saber si dar el paso. ¿Cómo podía yo, una simple bruja, estar a la altura de tal poder?
El miedo al fracaso se arraigó en mi mente, sembrando dudas sobre mis capacidades. ¿Y si no lograba controlar esta magia? ¿Y si terminaba destruyendo más de lo que podía salvar?
Sentí el peso de una gran responsabilidad aplastando mis hombros. Este poder no era solo un regalo, sino también una carga, un juramento implícito de proteger y transformar, de usarlo sabiamente.
La incertidumbre era paralizante, y por un momento, quise arrojar la carta y huir de todo esto, regresar a una vida sencilla.
Pero, al mismo tiempo, una chispa de determinación comenzó a encenderse en mi interior. La voz de El Mago resonaba en mi mente, insistente y tranquilizadora.
"Confía en tu poder para transformar..."
No podía deshacer este vínculo, ni escapar del destino que ahora se desplegaba ante mí.
Respiré hondo, sintiendo cómo la energía de la carta fluía por mis venas, transformando el miedo en una resolución firme. No podía negar lo que era, ni el camino que se había abierto frente a mí. Aceptar esta unión significaba aceptar mi verdadero yo y el poder que conllevaba.
Con la carta en una mano y la nueva fuerza que sentía bullir dentro de mí, comencé a caminar por el bosque, ahora no solo como una huérfana o una fugitiva, sino como alguien que tenía un destello de poder para influir en su destino.
Cuando percibí movimientos en la distancia, instintivamente utilicé mi voluntad para modificar mi entorno. Con un pensamiento, las sombras se densificaron a mi alrededor, ocultándome de ojos curiosos.
La vegetación se movía sutilmente para crear un camino, permitiéndome avanzar sin ser detectada.
Y cuando ilusiones, creadas para desorientar o asustar, se materializaban frente a mí, un gesto de mi mano las disipaba, revelando la realidad oculta tras los engaños.
Era como si el bosque mismo respondiera a mis deseos, cada hoja y cada brisa en sintonía con la magia que El Mago había despertado en mí.
Finalmente, en un claro iluminado por la luna, encontré a otra persona, una figura solitaria que llevaba una cinta morada visible en su muñeca. Me detuve, observando, mientras la magia del arcano me envolvía, preparada para enfrentar lo desconocido.
Lo seguí por unos minutos, controlando cada movimiento, cada paso que daba, hasta asegurarme de que no era una amenaza o peligroso para mí. Sabía que si las cosas se complicaban, podría usar nuevamente el poder del Mago para transformar la realidad a mi alrededor. Con eso en mente, disipé la magia que fluía sobre mí, dejándome visible.
La sorpresa se pintó en su rostro al verme, una intrusa en este reino encantado que él parecía conocer bien.
—¿Quién eres? —Su voz denotaba una mezcla de curiosidad y cautela, como si mi presencia en ese lugar fuera un rompecabezas que no podía resolver. —¿Cómo llegaste aquí?
—Me llamo Lena, —respondí, intentando proyectar calma a pesar del torbellino de emociones que me embargaba. —Y para ser honesta, no estoy completamente segura de cómo llegué aquí. Es una larga historia.
Estaba a punto de preguntarme más, de indagar en el misterio de mi llegada inesperada, cuando su mirada se fijó en el cristal de luz violeta que brillaba en mi bolsillo. La expresión de extrañeza en su rostro dio paso a una de reconocimiento y urgencia.
—Esa luz... —comenzó, señalando con un dedo tembloroso. —¿De dónde la sacaste?
—La encontré en el bosque, guiada por algo... o alguien, —dije, sintiendo cómo la importancia de ese objeto se magnificaba con su interés. —Parece ser especial.
Él se acercó, su precaución inicial fue olvidada ante la perspectiva de completar lo que claramente era una misión de gran importancia para él.
—Es más que especial. Es la última pieza que necesitaba. Pero, ¿cómo sabías?
—No lo sabía, —admití, extendiendo la mano para ofrecerle el cristal. —Pero parece que estaba destinada a encontrarlo... a encontrarte.