Lena
El lunes amaneció con la misma monotonía que siempre, pero esta vez, sentía un peso adicional en mi corazón.
Había pasado todo el fin de semana encerrada en mi habitación, inmersa en libros y apuntes, tratando desesperadamente de ponerme al día con las asignaturas de la Academia.
Solo en las noches, cuando el silencio envolvía la casa, me permitía abrir la puerta de mi habitación y dejar entrar a Nate.
Nuestros encuentros eran silenciosos, ambos sabíamos que había un abismo de palabras no dichas entre nosotros, pero dejándolo pasar por ahora. Aún así, su presencia me reconfortaba, su cercanía era un bálsamo para mi alma inquieta.
Sin embargo, sabía que no podíamos seguir evitando la conversación inevitable por más tiempo.
Si quería terminar con las mentiras y la desconfianza que nos separaban, tenía que abrir mi corazón y compartir con él la verdad sobre mi vínculo con los Arcanos. Después de todo, ¿qué sentido tenía estar unidos por ese hilo dorado si no podíamos confiar el uno en el otro?
Pero encontrar el momento adecuado para esa conversación era más difícil de lo que imaginaba.
El peso del último fin de semana se disipó en el aire cuando me levanté de la cama, con Nate a mi lado, sus ojos transmitiendo un profundo sentimiento que me envolvía con su calidez. Me di cuenta de que, sin haberlo comprendido hasta ahora, él había sido mi ancla en esos días, manteniéndome cuerda cuando sentía que todo se desmoronaba a mi alrededor.
No pude resistirme a esa mirada que parecía leer hasta lo más profundo de mi ser, agradeciéndole por estar a mi lado cuando más lo necesitaba.
—Gracias —susurré mientras me acercaba a él, dejando que el calor de su presencia me envolviera.
Nos sentamos juntos en la cama, compartiendo el espacio reducido con una intimidad que solo nosotros conocíamos.
Nate colocó una mano en mi mejilla, sus dedos trazando suavemente la línea de mi mandíbula con una ternura que me conmovió hasta lo más profundo.
—Siempre estaré aquí, —dijo con voz grave, inclinándose hacia adelante para acercarse a mí.
El roce de sus labios contra los míos encendió una chispa dentro de mí, una sensación familiar y reconfortante que había estado ausente durante demasiado tiempo. Sus labios, cálidos y suaves, se movieron con los míos en un baile íntimo y apasionado, como si estuvieran buscando desesperadamente la conexión perdida.
Me dejé llevar por el calor de su cuerpo, por la familiaridad de su tacto, y me aferré a él con fuerza, como si temiera que desapareciera en cualquier momento. Sus manos, grandes y fuertes, recorrieron mi espalda con suavidad, enviando escalofríos por todo mi cuerpo.
Cuando sus labios se apartaron de los míos, un gemido escapó de lo más profundo de mi garganta. Sin pensarlo, me lancé hacia adelante, atrapando su labio inferior entre mís dientes y mordiéndolo suavemente, saboreando el sabor dulce y familiar de su piel.
Un gemido escapó de sus labios en respuesta, un sonido gutural que resonó en la habitación y envió una corriente eléctrica directamente a mi corazón.
Sentí el peso reconfortante de su cuerpo sobre el mío cuando se inclinó empujándome suavemente contra la cama.
Sus labios recorrieron mi mandíbula con suavidad, dejando un rastro de fuego a su paso.
Cerré los ojos, entregándome por completo al placer que me daba, dejando que sus caricias me transportaran a un estado de éxtasis absoluto.
El aire estaba cargado de anticipación mientras nos despojábamos lentamente de nuestra ropa, revelando la piel que ansiaba el contacto del otro.
En un movimiento rápido y ágil, Nate me giró en la cama, apoyándome sobre mis manos y mis rodillas, mientras él quedó parado detrás de mí. La anticipación y la necesidad que tenía de él era visible en mi cuerpo, sintiéndome cada vez más mojada ante la expectativa de lo que pasaría entre nosotros.
Inclinádose detrás de mí, Nate avanzó con besos calientes y húmedos desde mis caderas subiendo lentamente hasta mi nuca.
Me estaba torturando de la manera más despiadada que me podía imaginar.
Azotó mi trasero con fuerza, dejando un dolor punzante en la zona, pero en vez de molestarme, mi excitación aumentó, dejando escapar un gemido de placer que erizó mi piel por la intensidad.
—No vuelvas a desconfiar de mí —gruñó en mi oído con voz ronca.
—¿Eh? —jadeé, volteando la cabeza para mirarlo.
—Si te digo que te amo... —dijo colocando una mano en mi sexo, visiblemente afectado por la humedad que encontró allí, —es porque realmente te amo.
Volvió a azotar mi trasero. Me estaba castigando por no confiar en sus sentimientos. Y estaba dispuesta a recibir cada uno de sus castigos.
Enrolló mi cabello en un puño con firmeza, mientras con la otra mano sujetaba su m*****o. Temblé de anticipación, deseando recibir todo de él.
Colocándose en mi entrada empujó solo un poco, entrando apenas en mí.
—Déjame... —jadeó enterrándose un poco más, —sentirte...
No comprendí que me estaba pidiendo, estaba demasiado concentrada en la sensación de su m*****o entrando lentamente a mi cuerpo, de su mano aferrada a mi seno, de su puño tirando de mi cabello.
Se enterró del todo, nuestros cuerpos temblando por la intensidad de estar completamente unidos. Me levantó, pegando mi espalda a su pecho, jadeando en mi oído mientras mordía el lóbulo de mi oreja.
—Déjame entrar... —me susurró Nate al oído, su aliento cálido enviando escalofríos por mi columna.
En ese momento, sentí el pulso de su magia chocando contra la mía, como dos olas encontrándose en un vasto océano.
Cerré los ojos y me imaginé nuestras magias separadas por un muro de ladrillos, cada ladrillo representando las barreras que habíamos levantado, las dudas, los miedos, las incertidumbres.
Inspiré profundamente, sintiendo cómo su magia golpeaba rítmicamente contra la mía, una pulsación constante que me llamaba, me invitaba a dejarlo entrar.
Poco a poco, mientras nuestras respiraciones se sincronizaban, comencé a visualizar cómo los ladrillos se desmoronaban uno a uno. Cada exhalación era un ladrillo menos, cada latido de mi corazón derribaba una barrera más.
La primera conexión fue como un destello de electricidad, un choque de energías que me recorrió desde la cabeza hasta los pies. Su magia era cálida y reconfortante, un abrazo invisible que envolvía cada parte de mi ser. Sentí como si una corriente tibia fluyera a través de mí, llenándome de una sensación de paz y conexión profunda.
A medida que más y más ladrillos caían, nuestras magias se entrelazaban de manera más intensa, creando un lazo indestructible. Era como si nuestras almas se abrazaran, encontrando en la otra mitad una fuerza y una calma que nunca había experimentado antes.
Sentí su esencia, su fuerza, su amor y su pasión, todo fluyendo a través de mí y mezclándose con mi propia energía. Podía sentir sus emociones como si fueran mías, sus deseos, y sabía que él podía sentir los míos.
—Nate... —murmuré, apenas consciente de mis propias palabras mientras nuestras magias seguían fusionándose, creando un campo de energía vibrante a nuestro alrededor.
No había más barreras, no más muros. Solo nosotros, unidos en una forma que trascendía lo físico, lo emocional, lo mágico.
Nate inclinó mi cabeza hacia atrás, sus labios buscando los míos para besarme descontroladamente mientras empezaba a moverse fuera y dentro de mí, una y otra vez, golpeando ese punto tan sensible en mi interior.
Me dejé caer en la cama sobre mis manos, Nate se aferró a mis caderas con fuerza. Mientras nuestra magia danzaban entre nosotros, él me penetraba una y otra vez, moviéndose al ritmo punzante de esa conexión.
Podía sentir su alma fusionándose con la mía, cada partícula de su ser integrándose a mí, creando una sinfonía de poder y pasión que resonaba en lo más profundo de nuestro ser. Éramos una sola entidad, dos mitades de un todo perfecto, y como uno solo.
Nuestros cuerpos se tensaron ante el inevitable orgasmo que nos golpeó como una ola rompiendo contra un acantilado, agresiva, salvaje, destruyéndonos en mil fragmentos de existencia.