Capítulo 43

1486 Words
Lena La sensación era vertiginosa, como si estuviera siendo absorbida por un torbellino de agua y sombras. Intenté resistirme, pero era inútil. Zirael me mantenía firme, su agarre implacable pero extrañamente reconfortante. A través de la oscuridad, su voz resonó en mi mente. “Relájate, Lena. Déjate llevar. Esto es necesario para que encuentres la verdad dentro de ti.” Me obligué a calmarme, aunque mi corazón latía con fuerza. A medida que me sumergía más profundamente en ese abismo, imágenes y sensaciones comenzaron a arremolinarse a mi alrededor. Sentí como si mi cuerpo se desvaneciera, como si cada fibra de mi ser se desintegrara lentamente. El abismo me tragaba, succionando todo lo que yo era y dejándome con nada más que mi conciencia flotando en un vasto vacío. Me sentí perderme en mi propia mente, un desprendimiento doloroso pero extrañamente liberador. Era como si mi alma se desgarrara de mi cuerpo, quedando suspendida en un mundo paralelo. Podía ver mi cuerpo desde lejos, una figura pálida y desamparada en la orilla del lago, mientras mi mente se expandía hacia un infinito desconocido. Flotaba en un espacio como un líquido denso donde el tiempo no existía. El agua del lago parecía fundirse con el aire, las estrellas y el cosmos, creando un tejido de energías y emociones. Mi conciencia se unía a la de Zirael, sintiendo sus pensamientos y emociones como si fueran los míos. Podía sentir su antigüedad, su sabiduría, y una profunda tristeza que permeaba su ser. Ella me guiaba, mostrándome la verdad de mi existencia y mi poder. El agua se sentía viva a mi alrededor, susurrando secretos en un lenguaje antiguo que podía entender sin palabras. Cada molécula de agua parecía vibrar con una energía propia, conectada a mí de una manera que nunca antes había experimentado. Sentía el flujo del agua a través de mis venas, el poder de los ríos y océanos corriendo por mi alma. El universo se desplegaba ante mí, vasto y eterno. Podía sentir la pulsación de las estrellas, el nacimiento y la muerte de galaxias en un ciclo interminable de creación y destrucción. A medida que me sumergía más en este estado, mi conciencia comenzó a expandirse. Mi mente se unió al ritmo del cosmos, cada latido de mi corazón sincronizado con el palpitar del universo. Era un sentimiento de unidad tan profundo que casi me hizo llorar de la emoción. Estaba conectada a todo, sentía cada rincón del universo, cada ser viviente, cada partícula de existencia. Entendí que no estaba sola, que formaba parte de algo mucho más grande y antiguo. Sentí la fuerza del agua, la sabiduría de Zirael, y la energía del cosmos fusionándose dentro de mí, reforzando el vínculo que me unía a los Arcanos. “Esto es lo que eres, Lena,” susurró La Muerte, su voz resonando en mi mente. “Un ser de luz y oscuridad, de poder y vulnerabilidad. Acepta todo lo que eres y todo lo que puedes llegar a ser. Solo así podrás reparar el vínculo y alcanzar tu verdadero potencial.” Las palabras de La Muerte eran como un eco en este vasto océano de energía. Comprendí que no solo debía aceptar mi poder, sino también las sombras que lo acompañaban. Las partes de mí que temía, que negaba, eran esenciales para mi verdadera fuerza. Tenía que enfrentar esas sombras y abrazarlas, solo entonces podría ser completa. De repente, imágenes comenzaron a arremolinarse a mi alrededor. Vi mi propia vida, momentos que había olvidado o reprimido. Vi a mi madre, su rostro sereno y lleno de amor mientras me abrazaba. Vi la oscuridad que había crecido en mi interior, alimentada por miedos y dudas. Vi a Nate, su amor y su dolor entrelazados con los míos. Todo estaba conectado, todo formaba parte de la verdad que debía aceptar. Finalmente, cuando ya no podía distinguir dónde terminaba yo y comenzaba el universo, entendí. No estaba sola. Nunca lo había estado. Formaba parte de algo mucho más grande y antiguo, una red de energías y fuerzas que trascendía el tiempo y el espacio. Mi poder venía de esta conexión, de la unidad entre la luz y la oscuridad, el agua y el cosmos. Mi alma vibraba con una energía renovada. Entendí que mi poder no venía solo de los Arcanos, sino de la conexión que tenía con el universo y conmigo misma. Tenía que aceptar cada parte de mí, incluso las más oscuras y temibles, para poder estar completa. Cuando finalmente abrí los ojos, estaba de vuelta en la orilla del lago. Zirael me sostenía, sus ojos negros reflejando una comprensión profunda y una promesa de guía. Me ayudó a ponerme de pie, sus manos firmes pero gentiles. —Recuerda, Lena. La verdadera fuerza viene de aceptar todo lo que eres. Nunca olvides esa conexión que has sentido. Es la clave para acceder a tu poder y tu destino —dijo Zirael, desapareciendo en las aguas de la laguna, dejándome sola con la presencia de La Muerte a mi lado. —Ya puedes aparecer —le dije enarcando una ceja. —Bueno, sí, mis hermanos me dejaron la peor parte a mí —se rió mientras se movía delante de mí, su figura oscura y etérea contrastando con la calma del lago. —¿Qué es...? —pregunté, cruzando mis brazos en mi pecho, tratando de mantener la compostura aunque mi cuerpo aún temblaba con los ecos de la experiencia anterior. —Entrenarte, pequeña Lena —respondió con un tono sarcástico, sus ojos vacíos fijos en los míos. La Muerte se acercó, su presencia envolviéndome en un frío que calaba hasta los huesos. Sentí su poder, antiguo y vasto, pero también sentí una extraña familiaridad. Era como si una parte de mí lo conociera desde siempre. —¿Entrenarme para qué exactamente? —pregunté, tratando de mantener mi voz firme. —Para ser la cazadora que estás destinada a ser. Para dominar tu poder y enfrentar a los demonios que amenazan este mundo. —La Muerte se detuvo frente a mí, sus ojos vacíos brillando con una intensidad aterradora—. Pero primero, necesitas comprender tu verdadero potencial. Y para eso, debes enfrentarte a tus miedos y aceptar tu oscuridad. Su mano se alzó y, con un gesto casi imperceptible, el paisaje a nuestro alrededor comenzó a cambiar. La tranquila laguna se desvaneció, reemplazada por un paisaje desolado y sombrío. Estábamos en una vasta llanura cubierta de cenizas, con el cielo oscurecido por nubes negras que se arremolinaban sin descanso. —Este es el resultado del mundo al que enfrentamos si no controlamos la situación, —dijo La Muerte, su voz resonando en el aire denso. —Un mundo devastado por el caos y la destrucción. Los demonios se alimentan del miedo y la desesperación. Para combatirlos, debes aprender a dominar tus propios miedos. Miré a mi alrededor, sintiendo la desolación y el vacío que impregnaban el lugar. Era una visión aterradora de lo que podría suceder si los demonios no eran detenidos. Sentí una oleada de determinación, mezclada con el temor que siempre había tratado de ocultar. —¿Cómo se supone que haga eso? —pregunté, volviendo mi mirada hacia La Muerte. —Enfrentando tus pesadillas —respondió, y con un movimiento de su mano, el suelo bajo mis pies se abrió, tragándome en una oscuridad absoluta. Caí por lo que parecieron ser horas, aunque no podía estar segura del tiempo en este lugar extraño. Cuando finalmente aterricé, me encontré en un laberinto de sombras y ecos. Podía oír voces susurrando, palabras llenas de miedo y dolor que se entrelazaban con mis propios pensamientos. "Esto es tu mente, Lena" dijo La Muerte, apareciendo a mi lado. "Aquí es donde enfrentarás tus peores miedos. Solo cuando los confrontes y los superes, podrás acceder a tu verdadero poder." Las sombras se alargaban y retorcían a mi alrededor, formando figuras amenazantes que parecían burlarse de mi temor. De repente, un chillido agudo rompió el silencio, y un demonio emergió de las sombras frente a mí. Era pequeño, pero su apariencia era horrenda: piel grisácea cubierta de pústulas, ojos rojos inyectados en sangre y garras afiladas que brillaban con una luz siniestra. Sus dientes, afilados como cuchillas, destellaban mientras se lanzaba hacia mí con una velocidad aterradora. Instintivamente, levanté mis manos en un intento de protegerme, pero el demonio fue más rápido. Sentí el dolor agudo de sus garras rasgando mi piel, y un grito escapó de mis labios mientras caía al suelo. El demonio se abalanzó sobre mí, sus ojos llenos de una malicia pura, disfrutando de mi sufrimiento. Luché por mantener la calma, pero el pánico amenazaba con abrumarme. Cada intento de liberarme era inútil; el demonio era fuerte y rápido, y parecía deleitarse en mi desesperación. Mis pensamientos se arremolinaban en un caos de miedo y dolor, y por un momento, sentí que todo estaba perdido.
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