Capítulo 42

1442 Words
Lena Volví a la Academia, decidida a aprender más sobre mi vínculo con los Arcanos y mi magia. La noche era oscura y silenciosa, el aire fresco y lleno de promesas desconocidas. Mis pasos resonaban en los pasillos vacíos, cada sonido rebotando en las paredes, amplificando mi soledad. Al llegar a mi habitación, encontré a Nate esperándome. Nuestros ojos se encontraron en la penumbra, el hilo dorado entre nosotros tirando con fuerza, insistiendo en unirnos. Suspiré, resignada a la idea de estar lejos de él. Este vínculo, que otros habían descrito como una bendición, lo sentía como una maldición constante. Podía estar enojada con él, pero necesitaba su cercanía, como un adicto necesita su dosis. La intensidad de mi necesidad me asustaba. Sin decir una palabra, tiré de su mano, llevándolo a mi habitación. El silencio entre nosotros era espeso, cargado de emociones, de promesas rotas y secretos escondidos. Nos fuimos a la cama, dejando que la proximidad calmara mi mente agitada. Sentir su calor a mi lado era un alivio, un maldito consuelo. Mientras me acurrucaba junto a él, mi mente volvía a los eventos de la noche. Tal vez había exagerado en mi reacción inicial, pero había sido drogada y engañada por mis propios compañeros de casa, por las personas que creía que eran mis amigos y mi... mi pareja. Todos habían ocultado secretos de mí, jugando con mi confianza como si fuera un juego. "Y tú también..." me dije a mí misma. La verdad era que también tenía secretos, cosas que no había compartido con ellos, partes de mí misma que mantenía escondidas por miedo a ser rechazada. Me di la vuelta para mirar a Nate, su rostro iluminado por la tenue luz de la luna que se colaba por la ventana. Parecía tranquilo, casi pacífico, pero sabía que debajo de esa fachada había una tormenta similar a la mía. Mis dedos se deslizaron por su mejilla, sintiendo la suavidad de su piel, el calor que irradiaba. Mientras me quedaba allí, absorta en mis pensamientos, la familiar sensación del Arcano La Muerte comenzó a formarse en mi mente. "Bueno, bueno, bueno, ¿no es esta una escena conmovedora?" La voz de La Muerte resonó en mi cabeza, con un tono sarcástico y burlón. "La pequeña Lena, tan desesperada por la verdad y la honestidad, pero mira quién está hablando." "¿Disculpa?" le respondí mentalmente, tratando de no mostrar ninguna reacción externa que pudiera alertar a Nate que ya estaba casi dormido. "Oh, no te hagas la inocente conmigo," replicó La Muerte, su voz cargada de cinismo. "Eres una hipócrita, Lena. Aquí estás, exigiendo transparencia y honestidad a tus compañeros, pero ocultas algo mucho más grande. ¿Qué hay de tus otros Arcanos?" Sentí una punzada de culpa y rabia a la vez. "No es lo mismo," le respondí, tratando de justificarme. "No estoy lista para revelar eso aún. Necesito tiempo." "¿Tiempo?" La Muerte soltó una risa seca. "El tiempo es un lujo que no puedes permitirte. Mientras te debates en tus dilemas morales, el peligro crece. Y aquí estás, mintiendo a la cara de aquellos con los que estás enojada por mentirte. Patético." Cerré los ojos, tratando de bloquear la voz sardónica de La Muerte, pero sabía que tenía razón en algún nivel. Era una ironía cruel: yo, reclamando honestidad y confianza, mientras guardaba un secreto tan importante. "¿Por qué haces esto?" le pregunté, sintiendo una mezcla de frustración y desespero. "¿Por qué me atormentas de esta manera?" "Porque necesito que veas la verdad, Lena," respondió La Muerte, su tono suavizándose levemente. "La verdad sobre ti misma. Eres más fuerte de lo que piensas, pero esa fuerza viene con un precio. No puedes seguir pretendiendo ser alguien que no eres." Abrí los ojos de nuevo y miré a Nate, que respiraba tranquilamente a mi lado. Sentí una ola de tristeza y determinación. Sabía que en algún momento tendría que enfrentar mi verdad, pero esa noche, solo quería sentir el consuelo de su proximidad. "Lo que haces es peligroso. Ocultar tu verdadero poder no solo te pone en peligro a ti, sino a todos los que te rodean," advirtió La Muerte. "Debes decidir pronto. La hipocresía solo te llevará a la ruina." "Lo sé," admití mentalmente, sintiendo el peso de mis palabras. "Lena, comprendes que estás en una situación inusual, ¿no? De alguna manera el vínculo entre nosotros y tú está dañado. Tenemos que resolver eso... Ahora," dijo La Muerte sin la mínima delicadeza por mi estado de agotamiento. Cerré los ojos con exasperación, sintiendo la presión creciente en mi pecho. "No sé cómo resolverlo," respondí con un susurro, tratando de no despertar a Nate. "Si tienes alguna idea, compártela y deja de ser tan misterioso." La Muerte se rió, una risa fría y burlona que resonó en mi mente como el eco de un susurro siniestro. "Ah, Lena, siempre tan impaciente. Muy bien, levántate con cuidado y no despiertes a tu amado." Suspiré, sintiendo una mezcla de frustración y resignación, pero obedecí. Me levanté lentamente, asegurándome de no hacer ningún ruido que pudiera despertar a Nate. Mi corazón latía con fuerza mientras sentía la mirada invisible de La Muerte sobre mí, guiándome. "Vamos," dijo La Muerte, y sentí una suave presión en mi mente que me instaba a moverme. Salí de la habitación en silencio, caminando por los pasillos oscuros de la casa hasta llegar al exterior. El aire nocturno era fresco y crispado, llenando mis pulmones con una sensación de claridad. La Muerte me dirigió hacia el parque que rodeaba la Academia, susurrando instrucciones en mi mente. Los árboles se alzaban como sombras protectoras a nuestro alrededor, y el silencio de la noche solo era interrumpido por el crujir ocasional de una rama bajo mis pies. Finalmente, llegamos a un lago oculto entre los árboles. La superficie del agua reflejaba la luz de la luna, creando un resplandor etéreo que parecía casi irreal. Me quedé allí, mirando el lago, esperando que La Muerte me explicara el propósito de esta excursión nocturna. "El vínculo está dañado porque hay partes de ti que aún no has aceptado," explicó La Muerte, su voz resonando en mi mente. "Para reparar ese vínculo, necesitas la ayuda de una nuria..." Como si hubiera sido conjurada, una criatura emergió desde el lago. Su piel azul, salpicada con texturas que imitaban las gotas de rocío matutinas o tal vez las escamas de un pez, reflejaba el tono cambiante del océano al alba. Los ojos de la nuria, grandes y negros, parecían pozos sin fondo. La ausencia de cabello acentuaba su rostro exótico y perfectamente simétrico, marcando aún más su diferencia con las razas terrestres. Las orejas, elegantemente puntiagudas y curvadas hacia atrás, eran como las de un ser de cuentos antiguos, y las sutiles branquias que se vislumbraban en su cuello se dilataban suavemente al respirar. —Hola, Lena, —dijo la criatura con una voz melodiosa que parecía resonar con la misma frecuencia del agua del lago. —Soy Zirael, te he estado esperando. Tragué saliva, asimilando la belleza y la serenidad de la criatura frente a mí. —¿Esperándome? —pregunté, mi voz sonando pequeña en comparación con la suya. Zirael asintió, sus movimientos fluidos como el agua misma. —Sí, Lena. Estoy aquí para ayudarte a sanar ese vínculo. —¿Por qué una nuria? —pregunté, intentando entender la necesidad de esta criatura en mi proceso de sanación. "La nuria tiene una conexión única con el agua y con las emociones humanas," explicó La Muerte. Zirael extendió una mano hacia mí, sus dedos largos y delgados invitándome a acercarme. —Confía en mí, Lena. Juntas, podremos sanar tu vínculo y permitirte alcanzar tu verdadero potencial. Tomé su mano, sintiendo un escalofrío recorrer mi cuerpo al contacto con su piel fría pero reconfortante. —¿Qué debo hacer? —pregunté, lista para enfrentar lo que fuera necesario. —Ven conmigo, —dijo Zirael, tirando suavemente de mí hacia el lago. Juntas, nos adentramos en el lago, el agua fría envolviendo mis piernas y subiendo hasta mi cintura. Sentí un cosquilleo extraño en la piel, como si el agua misma tuviera una energía propia que buscaba comunicarse conmigo. —Cierra los ojos, Lena, —dijo, su voz calmante y segura. —Deja que el agua te guíe. Zirael estaba parada detrás de mí. Mientras hacía lo que me pidió, sentí sus largos y finos dedos masajeando lentamente mi cabeza. El movimiento me daba tanta paz que, cuando sus dedos se clavaron en mi cabeza, no estaba preparada. Me sentí caer hacia atrás, atrapada en ella.
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