—¿Qué demonios? —inquirió Amelle por lo bajo cuando Zayed le quitó la mano de la boca—. ¿Qué carajos, Zayed? Abrió los ojos de golpe. Vislumbró el uniforme marrón, la gorra cubriendo los ojos del hombre y el rostro tan cerca que la mareó. De no ser por los ojos de su amado y esos suaves labios tan cerca de su rostro, Amelle le habría asestado un golpe mortal. Amelle empujó su cuerpo por el pecho y se colocó de pie. Caminó a la puerta y la cerró con seguro. Quedarse con ella dentro de la oficina era una sentencia; algo que no solo estaba prohibido, sino que sería más que una alerta para entender que no estaban destinados. El hombre se quitó la gorra y el largo cabello azabache cayó sobre sus ojos. Amelle se recostó de la puerta para respirar y frunció el ceño, entreviendo a través de las p