Juliette Dragovic Ferriére miró por encima de su trago de escocés y percibió el tartamudeó de su secretaria ejecutiva. Bryony Kellog no solo era la chica que Juliette eligió de entre cincuenta para que programara sus citas y cancelara sus reuniones, sino que era la única que pisaba su oficina cada cinco minutos con un tartamudeó diferente. Quizá para otras personas Juliette tenía un problema con la bebida, cuestión que encabezó la revista Style el mes anterior, después de ser gradaba con varias copas de whisky en la lengua. Juliette aún no se reponía de la mala fama, y su asistente era tan incompetente como un tartamudo dictando clases de oratoria.
Juliette llevó el trago hasta sus labios rojos, frunció levemente el entrecejo y apuñaló el rostro de Bryony con sus ojos redondeados. El delineador que Juliette usaba, proyectaba su mirada de una manera intimidante. Bajo un fino y perfecto flequillo rubio, los mechones ondeados de su cabello apenas rozando el hombro y ese labial que refulgía como una luna llena, Juliette era una mujer imponente, con un imperio poderoso y millonario. Juliette no solo manejaba un poderío cosmético, sino que era la emperatriz de una organización tan grande como la ONU o la Interpol.
Bryony tartamudeaba cada segundo un poco más. No era sencillo decirle a su jefa inmediata, que las personas que contrató para que pulieran los ventanales, eran drogadictos que quebraron la mitad de los cristales y causaron daño físico a dos de las empleadas del spa. Bryony tragaba grueso, planchaba las inexistentes arrugas de su plisada falda ejecutiva y le quitaba el seguro a su tableta más veces de las requeridas. Por su mente pasó un centenar de cosas, pero ser despedida era la peor de todas. No podían despedirla de un trabajo como ese. El dinero que ganaba solventaba sus problemas, además de brindarle un excelente currículo laboral.
Juliette pestañeó una vez, dejó el trago sobre el escritorio de un rectangular vidrio templado. Desenroscó sus tobillos, se colocó de pie e inclinó un poco el cuerpo hacia adelante, con las palmas sobre el vidrio. Juliette sintió un fuerte dolor en su columna, producto del último encuentro s****l con su amante. Las ataduras en su espalda y la dureza con la cual fue embestida, le causaban una permanente incomodidad en el coxis. Necesitaría un masaje de Bernát, o una cogida aún más fuerte. No se opondría a cualquiera de esas únicas dos soluciones.
—¿Por qué los contrastaste? —preguntó Juliette serena.
—Fueron los que respondieron de inmediato —respondió Bryony.
Juliette bajó la mirada al vaso, lo sujetó y arrojó el resto del licor a su garganta. Lamió sus labios y tragó el sabor que quemaba su boca. No debía perder la postura con su empleada o podrían demandarla, pero una demanda era el menor problema de Bryony. Lo que Juliette buscaba era una salida oportuna y silenciosa para la mujer. La tenía en la mira, como la vista de un francotirador posicionado en lo alto de un edificio. No era su primera equivocación. La semana anterior cambió su café por uno de los empleados y vació vino sobre sus zapatos nuevos. Un mes atrás, llegó a la oficina con la camisa al revés, presentándose ante una junta de socios. Pero de todos lo acontecido durante los últimos siete meses trabajando para Juliette, la que la encabezó lista de equivocaciones fue la noche que Juliette olvidó una carpeta en la oficina, regresó al edificio y la encontró con su hermano Markus, cogiéndose como conejos sobre el sofá de la recepción. Juliette interrumpió la escena cuando sus tacones hicieron eco sobre los gemidos de la mujer. Bryony no la miró a los ojos en una semana. Le vergüenza era enorme, sin embargo, su hermano era un pervertido divertido.
—Fueron los que respondieron de inmediato —repitió Juliette las palabras de Bryony, tamborileando el vidrio con dos dedos. Cruzó de nuevo los tobillos y dibujó una sonrisa ladeada—. Y si justo ahora te digo que te lances de la azotea, ¿también aceptarías, Bryony?
Bryony sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral.
—No, señora —respondió.
Juliette se irguió sobre el escritorio, sujetó el vaso y se dirigió a una mesa en la esquina, lo rellenó de licor y enfrentó a la chica. Juliette no quería intimidarla con su altura, elegancia o ese porte de dama que Bryony no tenía. Sin embargo, la muchacha no hacía más que equivocarse una y otra vez. Por su parte, Bryony supo la misma noche que la encontró cogiendo con Markus, que su trabajo no recibiría un aumento o estaría entre las cinco personas favoritas de Juliette. Si existiese esa lista, ella estaría en la última posición, escrita con tinta corrida.
Juliette colocó su mano izquierda bajo el codo derecho y elevó el trago a su nariz. El aroma del licor la maravilló. Pensó en ingerirlo de un trago, como un shot de tequila. La idea le parecía asombrosa. Juliette pestañeó sobre el color del licor, redirigió su atención a Bryony. Observó el inicio de un mador salpicando su frente y el bigote que depilaba dos veces por semana. Dentro de la oficina se cocía un clima de diecisiete grados; no debía sudar como un animal dentro de la misma. Juliette supo que Bryony le temía, igual que todo el puto mundo que manejaba en la palma de la mano.
Juliette dio un paso adelante y Bryony permaneció en su lugar. Si retrocedía aunque fuese un poco, Juliette terminaría de comprobar que la chica no era más que un manojo de nervios inservible. Bryony se mentalizó para enfrentarla, aunque el costo de ese enfrentamiento le quitaría ciertos privilegios como cogerse a su hermano menor, acompañarla a otros países para tours de negocios o firmas de contratos con personas de los países bajos. Bryony jamás imaginó que podría conocer tantos lugares como lo hizo con Juliette, por ello no podía perder ese trabajo, sin embargo, si quería permanecer a su lado como la mujer imponente que le demostraba a los demás, tendría que convertirse en sumisa, con la cabeza gacha, olvidando que tenía voz y sirviendo a Juliette hasta el día que decidiera degollarla.
—¿Sabes el costo de los daños que provocaste? —Bryony asintió con la cabeza baja—. ¿Pensaste lo que me costará arreglar tus incompetencias?
—Lo lamento mucho —susurró Bryony con la mirada en el suelo.
Bryony escuchó un suspiro proveniente de Juliette. Por un momento imaginó que la mujer la perdonaría como el resto de las veces. Un error más sería perdonado y ella volvería a su trabajo como si nada hubiese ocurrido, pero las personas suelen cambiar en poco tiempo. Lo que en su momento podría ser perdonado, con los días sería sentencia de muerte. Lo que Bryony pensó fue que si siempre era así, ¿por qué cambiaría esa vez? En parte Bryony sentía alivio de estar a solas con Juliette. Ella tuvo la desdicha de verla en los peores momentos, cuando en las juntas las idioteces de los socios la perturbaban tanto que casi los asesinaba. Bryony se prometió ser la mejor asistente ejecutiva, no obstante, transitaba por el camino errado.
Para Juliette era sencillo deshacerse de ella, tal como lo hizo con las últimas cinco. La última que contrató como su asistente no duró un día, cuando en medio de una junta, olvidó el apellido de la mujer de una forma tan horrible que eso le ocasionó una muerte dolorosa en uno de los almacenes. No le perdonó que en medio de una junta, con sus socios, le preguntara el maldito apellido. Era intolerante con la incompetencia. Juliette podía deshacerse de ella con un chasquido de dedos. Era sencillo decirle a Bernát que la siguiera a la casa, matara y lanzara los cuerpos en la caldera. Era un trabajo sencillo sin fallos que su amante haría complacido.
Nunca fue difícil deshacerse de los cuerpos. La caldera donde se quemaban los restos de los cuerpos de los animales que se sacrificaban para crear los cosméticos, era el mismo lugar donde se calcinaban los cuerpos de aquellos que sufrían el mismo destino que los criminales, los delatores, los idiotas y las secretarias estúpidas. La mayoría de los cuerpos que la mafia arrojaba a la caldera, eran personas decentes que cometieron el terrible error de husmear donde no los llamaron, extorsionar o provocar que más de cien mujeres destinadas a la prostitución se escaparan.
La mafia era conocida por no perdonar. Los errores tenían un alto precio que pagar. El spa, el casino, el resort o cada una de las inmensas y ostentosas casas que los brazos de la mafia tenían, no era por transacciones legales o dinero limpio. El dinero llegaba a sus cuentas bancarias de forma limpia después de recorrer medio planeta. Las fotos, los catálogos, los anuncios; cada pequeña cosa que Juliette pensaba, iba destinado a algo mayor, más grande, algo que llenaría aún más sus cuentas bancarias o las beneficencias a las cuales donaban dinero un par de veces al año.
Juliette era filántropa. Usaba gran parte de su dinero en buenas causas como limpiar agua para los niños de África, los terremotos en Haití, los niños desnutridos de Sudán, o salvar los animales de Botswana, para raptarlos tiempo después y usarlos en su cosmética. No todo era sin fines de lucro, pero eran causas que les sacaban una sonrisa a las personas del mundo, pero bajo la cual se lavaba una enorme cantidad de dinero destinada a la mutilación de las buenas costumbres y la Biblia. Juliette rompía cada uno de los diez mandamientos al menos una vez al día. Los del día anterior, fueron terminar amordazada y azotada por Strup.
La mujer a la que todos le temían, dio un paso adelante, quitó la mano de su codo y tocó el mentón de la chica. Bryony era una mujer bonita, con ojos oscuros, cabello Pocahontas, dientes blancos, dedos delgados, aliento de fresa, cejas pobladas, mejillas redondas y labial robado. Bryony pudo llegar lejos si se colocaba en los zapatos de Juliette y comprendía que las ineficiencias debían erradicarse, no ser parte de ellas. Juliette pensó que vería en ella una especie de mano derecha con la cual contar si se descubría el secreto de su imperio. Bryony empezó bien, con un trabajo acercándose a lo perfecto y un cuidado impecable. Era la empleada modelo. Todo se dañó después de caer en los brazos de Markus. De allí en adelante, Juliette la desechó como un frasco de perfume vacío. Bryony se convirtió en una más de la fila de mujeres que deseaban un lugar junto al asiento de Juliette, pero que nunca lo tendrían. Si Bryony hubiese jugado bien sus cartas, no sería la asistente de Juliette, y podría cogerse a su hermano cada vez que le diera la puta gana, y no en orgías como las que a Markus le gustaba.
Juliette sentía lástima de ella. Bryony podía ser todo lo idiota que una persona tenía la capacidad de alcanzar en la vida, sin embargo, le molestaba que Markus la usara igual que a Harmony, Mackenzie, Willow y Felicity. Todas eran simples marionetas o muñecas que Markus usaba y desechaba. Juliette se enteró de los encuentros y las orgías a las que sus empleadas asistían para recibir una cogida de cinco minutos, mientras el resto se divertía grabándolas y ganando dinero a sus espaldas.
Markus no era más que un drogadicto de treinta y tres años, con un Lamborghini y una casa en la colina. Dentro de la organización no hacía nada más que cazar a las mujeres por medio de un antiguo método de determinación virginal. Ese era su trabajo, igual que someter a las mujeres del spa para que lo complacieran. Juliette no sabía qué hacer con Markus, pero sabía cómo acabar con la incompetencia de Bryony. Si ella quería quedarse en su trabajo, tendría que hacer algo que solo los perros hacían.
Bryony comenzaba a preocuparse por el silencio de su jefa. Juliette no era una mujer que permanecía demasiado tiempo en silencio. Sin mencionar, que esa mirada le causaba escalofríos. Bryony no tuvo la fuerza para pedirle que le quitara el dedo de su mentón, pero tuvo las agallas de pedirle que no le quitara el único ingreso que tenía su familia. No era sencillo para Bryony conseguir un trabajo tan bien remunerado como ese.
—Descuéntelo de mi sueldo, señora Ferriére. —Juliette negó con la cabeza—. No puedo perder el trabajo. Por favor, no me lo quite. Lo necesito.
La voz de Bryony comenzaba a quebrarse.
—Debiste pensarlo antes de contratar a dos drogadictos.
Juliette quitó la mano de su mentón y rodeó lentamente a la muchacha. La oficina de Juliette era lo bastante grande para recorrerla y regresar en cinco minutos. A su hija, Bridgett, le encantaba. A Juliette, no tanto.
—Por favor, señora Ferriére, no me despida —suplicó Bryony con lágrimas en sus mejillas—. Haré lo que sea. Por favor, no me despida.
La mente de Juliette era una máquina que no descansaba. Si de verdad quería que su empleada aprendiera la lección, debía colocarle un castigo tan severo como el de un animal. ¿Qué podía ser más vergonzoso que comportarse como uno? Juliette no sintió compasión o una pizca de empatía con la muchacha, aun cuando tenía la misma edad de su hija y en cierta forma se la recordaba por esa humanidad no destruida. La relación de Juliette con Bridgett no era la mejor, así que en esa parte se parecían.
—¿Lo que sea?
—Lo que sea —repitió Bryony de inmediato.
Juliette cambió el trago de mano, enarcó una ceja y elevó la pierna.
—Lame mis zapatos.
Bryony despegó sus labios y bajó la mirada al Jimmy Choo rojo.
—¿Qué? —inquirió entre dientes.
—Cada una de tus equivocaciones tendrán un castigo distinto. —Juliette alzó un poco el pie para que la punta del zapato refulgiera bajo las luces—. Si quieres quedarte, debes aprender a cuidar mis intereses.
Bryony miró el zapato y sintió indignación. ¿Cómo era posible que Juliette le pidiera lamer el zapato para dejarla quedarse con el trabajo? ¿Acaso era una broma? Bryony podía necesitar el dinero, pero no caería tan bajo. Eso no era una lección, era un castigo cruel. Bryony no lo pensó ni dos segundos. Siete meses trabajando para esa mujer, y al fin entendió cada uno de los tabloides, el TMZ y los programas que hablaban pestes de Juliette. En siete meses la defendió, sin saber que era aún peor.
—No. —Retrocedió Bryony con una mirada llorosa, indignante y repulsiva hacia Juliette—. No voy a lamer sus zapatos. No soy un puto perro.
Juliette no era una mujer que aceptaba un no por respuesta. Para que Juliette aceptara un no, tenía que sopesar cada una de las opciones y entender que no era una variable que no podía cambiar. Mientras el resto de las personas aceptaban que les respondieran de forma negativa, Juliette buscaba la manera de cambiarlo. La magnate de los Punishment of snack no era una simple mujer de Miami a la que se convencía con una respuesta banal, que caería en la palabrería barata o permitiría que las personas se adentrasen en su vida como si tuviesen el poder de hacerlo.
Uno de los puntos fuertes de Juliette, era que conocía hasta el mínimo detalle de sus empleados. Su más fiel servidor, Bernát, se encargaba de conseguir las carpetas personalizadas, donde se describía hasta el tipo de sangre de cada uno. Juliette no permitía errores, puntos débiles o huecos en su organización. Cada parte de su vida estaba sincronizada, como una máquina engrasada que servía fielmente o como un animal bien adiestrado. Juliette no solo corroboraba la información, sino que la usaba a su favor.
La diva bajó la pierna y deambuló alrededor de la chica.
—¿No lo harás? —Bryony negó con énfasis. Se dejó pisotear, pero fue lo último—. Perfecto, sin embargo, también tendrá consecuencias.
Bryony permaneció en silencio.
—Si sales por esa puerta ahora mismo, sin ser mi sumisa, me encargaré de que no llegues con vida a tu casa —susurró Juliette con petulancia.
Bryony escuchó historias de Juliette tiempo atrás; historias bizarras sobre su modo de manipular a sus empleadas. A Juliette no le gustaba que sus empleados fuesen independientes; ella amaba que fuesen súbditos a los que si les pedía que limpiaran los zapatos con la lengua, lo harían. Bryony pensó que eso no era posible. Cuando conoció a Juliette, ella era la persona amable, la trató con cortesía e incluso le prometió ayudarla. Sin embargo, esa mujer ante ella, con ansias de poder y esa mirada que doblegaría hasta un asesino, logró que Bryony entendiera que Juliette era una víbora.
—Sé que tu madre trabaja en una boutique como cajera, que tu hermana es estudiante de medicina en una universidad mediocre, que tu hermano vende droga en las playas de Miami, y que tu padre no tuvo los testículos y los dejó once años atrás. —Juliette se detuvo frente a ella, recostó su cadera en el escritorio y colocó las manos a ambos lados—. Sé que tu vida depende de este trabajo, que te vanaglorias con sus amigas por conseguirlo, y que robas cosméticos cuando piensas que las cámaras no funcionan.
Bryony nunca imaginó que Juliette conocía su más grande secreto. La asistente ejecutiva escondía los cosméticos en aberturas secretas dentro de la tela de sus abrigos o en las separaciones de sus faldas. Los cosméticos no eran tan costosos como para arriesgar su trabajo por ellos, no obstante, Bryony era una cleptómana que no paraba de robar. Tenía una caja de cosméticos Dangerous Beauty bajo su cama, escondida de su familia.
La enfermedad de Bryony era algo que todos ignoraban. La chica comenzó por cosas pequeñas: lápices o borradores de sus compañeros de clase, las blusas que su hermana poco usaba, el dinero que su madre olvidaba dentro de los vaqueros antes de lavarlos. Con el tiempo, la cleptomanía aumentó. Comenzó a robarse los aretes de las tiendas, los cinturones de los maniquíes, las blusas que las mujeres dejaban sobre las toallas a la orilla de la playa. Aumentó a robarse teléfonos en el metro, tenis en las tiendas y cada cosmético nuevo que Dangerous Beauty sacaba.
Si Juliette conocía su secreto, podía exponerla a los medios o la policía. Ella no quería ir a la cárcel, tampoco ser acosada en una celda durante una noche o que el historial de su carrera laboral se manchara por no acceder a lo que su jefa pedía. Era complejo para Bryony denigrarse de esa manera ante alguien que no era mejor que ella. Juliette también tenía secretos; Bernát era uno de ellos. Bryony pensó en contraatacarla con ese pequeño nombre, pero sabía que no resultaría. Juliette era lo suficientemente inteligente para desmentirlo en tan solo un chasquido de dedos.
Juliette se colocó de pie, caminó hasta ella y tocó un dije en forma de corazón con la foto de su hermana y su mamá colgando en su cuello de jirafa. Juliette sintió una contracción en el estómago ante la idea de ser un ídolo para su hija. Bridgett era alguien que no toleraba a su madre, se avergonzaba de ella. Que Bryony tuviese una fotografía de su madre, le revolvía el estómago a Juliette. Por la misma manera en la que lo sujetó, lo soltó y lo aplastó contra su pecho como un sello de ganado.
—Si sales de aquí sin lamer mis malditos zapatos, te destruiré. —Juliette colocó una uña rosácea sobre el pecho de la chica y la miró a los ojos—. Soy Juliette Ferriére, la emperatriz de Miami, dueña de la más grande, prestigiosa e imponente línea de cosméticos en el planeta. Las cosas se hacen a mi modo, o terminarás fría en una bodega de la morgue.
Juliette retrocedió un paso y volvió a alzar la pierna.
—Si quieres el puto trabajo, lamerás mis zapatos.
Bryony no lo hizo por temor a terminar en la cárcel, tampoco lo hizo porque tuviese miedo de Juliette, sino porque dependía del ingreso. Cuando la chica se arrodilló y subió el zapato de su jefa con ambas manos, lo hizo por su familia. Ella compraba la comida de la semana, ayudaba a su hermana a pagar la universidad para que terminase la carrera. Bryony no quería que su hermano vendiera drogas en la playa, ni quería que su madre trabajara turnos dobles para comprar un litro de leche para los desayunos. No era justo que por orgullo terminase en la calle, sufriendo.
La primera lengüetada en el zapato fue contundente. Sintió arcadas y la tierra entrando en su boca. Bryony cerró los ojos, tragó el vómito que subía por su garganta y dio una segunda lamida que le quitó el resto del polvo. La sensación no disminuía, ni el ardor en sus ojos o la sensación en su estómago. Bryony pensó que moriría con cada lamida. Las lágrimas rebotaban en la alfombra, sus rodillas hormigueaban y su cuerpo se entumecía al sentirse despojada de su dignidad. Bryony divagó entre los recuerdos de su familia, su pasión por Markus y el odio por su padre.
Bryony intentó ignorar la sensación que le provocaba lamer los zapatos de su jefa. No sabría decir cuántas veces lo hizo, hasta que sintió la mano de su Juliette sobre su cabeza. Bryony soltó el zapato y bajó la cabeza, como si fuese una puta esclava. Se sentía asqueada de sí misma. Tendría que cepillarse los dientes diez veces y usar enjuague bucal hasta que desprenderse las encías. Era asqueroso que se denigrara de esa manera, pero conservaría su trabajo y nadie sabría lo que hizo para preservarlo.
—Buena chica, Bryony. —Juliette sobó varias veces su cabeza como a un perro fiel—. Que sea la última vez que cometes un error.
—Sí, señora —respondió Bryony, aun mirando la alfombra.
Bryony se colocó de pie, planchó la falda de su vestido y recibió órdenes.
—Llama a mantenimiento y asegúrate que no sean drogadictos los que arreglen tus errores. Pide las nuevas ventanas en la cristalería de confianza y que la carguen a la cuenta del resort. —Juliette cruzó sus manos—. Cualquier cosa, así sea mínima, quiero saberlo primero que Twitter.
—Sí, señora.
Juliette hizo el respectivo ademán.
—Retírate.
Juliette sintió que su victoria era palpable. Casi se sintió como la reina del universo, con el planeta girando en la palma de su mano. Y aunque estaba acostumbrada a ese poder que emanaba de ella, cada victoria era igual de excitante que las anteriores. Era la primera vez en ese mes que subyugaba a alguno de sus empleados y les daba el efímero privilegio de remediar sus errores con una salida poco sangrienta. La última persona que manchó un poco su prestigio, terminó en la caldera principal.
Bryony se dirigía a la puerta, con el asco aun en su lengua, cuando Juliette miró sus zapatos y sintió una punzada asquerosa subir por su garganta. La mujer no podía permitirse lucir unos zapatos con manchas de saliva dentro de las pequeñas aberturas o algo que estuvo en la boca de una de sus empleadas. Sintió repulsión hacia Bryony. Ella le pidió lamerle los zapatos, y su empleada, por miedo a ser despedida, lo hizo. La categoría que Bryony se ganó en los meses que estuvo allí, lo perdió por esa acción. Para Juliette, una mujer sin temple de acero no podía trabajar para ella.
—Espera. —Juliette se quitó los zapatos y los colocó en las manos desnudas de la que sería su próxima ex empleada—. Deséchalos.
Juliette no sería completamente feliz hasta terminar de hundirla.
—No escuché un agradecimiento —profirió.
Bryony, de espaldas a Juliette, cerró los ojos y movió la cabeza. ¿Era posible que una persona se sintiera así de miserable? Bryony no toleraba que una persona siquiera le alzara la voz, pero a Juliette fue capaz de lamerle los putos zapatos. ¡Eso era inadmisible! Y no solo eso, su jefa quería que le agradeciera por ser el perro fiel que deseaba. ¿En qué clase de persona se convirtió Bryony el tiempo que trabajó para Juliette? No era más que una sumisa, igual que el resto de los empleados formidables de su resort. Por algunos instantes, Bryony se sentía especial, pero ya no lo hacía.
La mujer de cabellera oscura y ojos claros, tragó saliva y giró sobre sus zapatos azules. Aun con los tacones de diez centímetros de Juliette en las manos, Bryony hizo su mayor esfuerzo por parecer una mujer confiada, que sabía lo que hacía. Pisar el terreno peligroso de una mujer como Juliette, era colocarse la soga en el cuello y tirar de ella. Para que fuesen felices y tuviesen dinero, las cosas debían ser del modo que Juliette lo imponía. Si algo, así fuese mínimo, sucedía en el resort, todos morirían.
—Gracias por dejarme conservar mi trabajo —tartamudeó la muchacha con el residuo de las lágrimas—. Se lo agradezco.
—Fue un placer, Bryony —emitió Juliette con una sonrisa.
Bryony sujetó la manija de la puerta, al tiempo que Bridgett lo hizo del otro lado. La mirada de las dos mujeres se encontró por unos segundos. Bryony saludó a la hija de Juliette con ese carisma que la caracterizaba, antes de abandonar la oficina, correr al baño, lanzar los zapatos a la basura y vomitar tres veces. No dejó de lavarse los dientes, aun cuando su boca se tiñó de rojo y sus encías dolían. Hasta que toda la suciedad abandonó su boca, Bryony no dejó de llorar y maldecirse a sí misma por ser tonta, y la jodida sumisa que a Juliette le encantaba dominar.