Rdeči Človek, que se mantuvo en las sombras, volvió a salir de entre ellas para finiquitar el proceso. La sangre comenzaba a salpicar sus zapatos, el sudor corría por su columna vertebral y el cabello perdía volumen por el calor del sótano. Rdeči Človek tendría una reunión de negocios en menos de dos horas, así que era imperativo terminar el asunto. El hombre, así le quitaran la mitad del cuerpo, no diría una palabra que los ayudara. La única manera de descubrirlos era infiltrando a uno de los suyos.
Con la sangre manando de las heridas y convirtiéndolo en una especie de obra de arte, el interrogado lo maldijo hasta escupirle la sangre que llenaba su boca. Le repitió una y mil veces que no eran nadan comparados con los suyos, y que cuando su jefe lo haría tragarse sus propias vísceras. Rdeči Človek colocó una mano sobre el sai de Đavolski y se lo quitó. Seguidamente elevó el mentón del interrogado con la punta afilada y mostró esos perfectos dientes de «príncipe» que su reina adoraba.
—Vidjet ćemo to. —Rdeči Človek le afirmó, con una sonrisa de superioridad, que eso lo verían.
Aun con el sai bajo su mentón, el interrogado movió la cabeza y sufrió una profunda laceración bajo el mentón. Más sangre no haría diferencia.
—Uništiti u jebenom paklu. —“Púdrete en el puto infierno”, no era la frase que Rdeči Človek quería escuchar.
El hombre pensaba que no lo torturaría más, ni harían nada con él. Pensó que la sangre que de su cuerpo brotaba era suficiente, pero lo que escuchó de Rdeči Človek no era mentira: él no dejaba ninguna vida al azar, y hasta que la última gota saliera de un humano caliente, tampoco dejaría el cuerpo. Rdeči Človek tocó sus muelas con la punta de la lengua y movió el puño del sai en su mano derecha. Una idea siniestra lo atravesó, al tiempo que Đavolski daba un paso a un lado y lo dejaba actuar. A ella le gustaba ser espectadora de las escenas sangrientas. En la época donde arrojaban las personas a los leones, ella habría sido la primera en aplaudir tal acto ingenioso de muerte, donde la presa corriera por su vida.
—Tu lengua es como una espada —masculló Rdeči Človek, con el sai recorriendo la desnudez del hombre. Al final, después de rodear su cuerpo como un felino a su presa, inquirió—: ¿Te parece si me deshago de ella?
Đavolski, sin necesidad de pedirle ayuda, sujetó la cabeza del hombre y le inyectó el mismo líquido que le colocaron a su amigo. La diferencia entre uno y el otro, era que ese líquido sí tenía la capacidad de paralizarlo completamente, de pies a cabeza, incluida esa lengua que les causó tantos problemas y no dijo nada importante. Una vez que el líquido hizo efecto, Rdeči Človek golpeó la frente del interrogado con el talón de la bota, lanzando la cabeza hacia atrás, dejando ese perfecto cuello al descubierto.
Đavolski abrió su boca y le sacó la lengua. Lo único que el interrogado podía mover eran los ojos. El especialista que la mafia obtuvo para prepararles sus venenos era un hombre de cabellera blanca, sin ningún otro oficio más que ser un ingeniero químico, graduado de la mejor universidad de Europa. Él intentaba crear lo que ellos pedían, incluso lo descabellado. Rdeči Človek le ordenó crear un líquido que paralizara las extremidades y lo enmudeciera, pero mantuviera intactos sus sentidos.
Rdeči Človek quería que sus víctimas sintieran todo lo que ellos les harían, sin embargo, no pudieran mover nada. Era lo mejor que tenía hasta ese momento. Al final del día, trabajar en la mafia no resultaba tan malo. La policía tenía gas lacrimógeno y pimienta, pero ellos tenían el veneno que los convertía en los Punishment of snack: la más letal mafia de todas.
Con la lengua estirada por los dedos de Đavolski, Rdeči Človek sujetó el sai con ambas manos y lo dejó caer sobre la carne del interrogado. Si no quería decir nada por las buenas, no necesitaría su puta lengua. La sangre que manó de la lengua cercenada, salpicó su rostro y el cuello de su camisa. Đavolski quitó la mano ensangrentada y arrojó el trozo de lengua dentro de la boca del hombre. Lo obligó a masticarla y tragarla. Fue la manera perfecta de acabar con un hombre que no les sirvió de nada.
El hombre se ahogaba en su propia sangre, en su miseria, en su silencio, mientras Đavolski lo disfrutaba más de lo humanamente sano. Rdeči Človek podía ser un vil asesino, pero no toleraba que una persona agonizara los últimos segundos que le quedaban de vida. Por otra parte, Đavolski disfrutaba el sufrimiento infligido sobre los demás. Dos personas con anhelos distintos, encerrados en un mismo sótano. ¿Cuál de los dos tenía el poder de elegir la última voluntad? Era una pregunta sencilla de responder. Rdeči Človek era la mano derecha de Viper. Lo que Rdeči Človek le ordenaba a los integrantes de las ramas de la organización, era ley para ellos. Rdeči Človek era el segundo puto amo de las jodidas serpientes
—Ubij ga. —Le ordenó a Đavolski que lo matara.
Ella, un tanto desilusionada por no observar el alma abandonando el cuerpo del maldito desgraciado, usó el sai para quitarle la cabeza de un corte. Cuando la cabeza del interrogado rodó por el suelo, las botas de Đavolski la atraparon como una pelota de futbol y se salpicaron con la sangre. Đavolski pateó la cabeza. La cabeza se detuvo bajo el cuerpo de su amigo, el colgado por las extremidades y degollado casi igual que él.
—Hvala, lepo. Savršeno kao i uvek. —“Gracias, preciosa. Perfecto como siempre”. Rdeči Človek sentía aprecio por Đavolski. Esa joven era la niña de la organización, el rostro más joven y con mayor veneno de todos.
Rdeči Človek caminó hasta la puerta y produjo tres golpes. Sus guardias armados entraron para ver el desorden que dos personas provocaron. Esos hombres estaban adiestrados para soportar lo que fuese. Sus estómagos eran de hierro y sus fuerzas inquebrantables. Rdeči Človek dejaba peores desastres, como el sucedido cuatro años atrás, cuando empacaron los trozos de sus enemigos en bolsas de plástico. Los que lo conocían de años atrás, sabían que el hombre que fue Rdeči Človek no se comparaba al controlado de ese mes de julio. Fue un cambio radical. Estaban ansiosos por conocer la novedad en agosto, ya que era costumbre que el líder cambiara.
—Očisti sve. Odlazimo za pet minuta —ordenó Rdeči Človek que limpiaran todo el desastre, que se marcharían en cinco minutos.
Mientras sus lacayos recogían sus desórdenes, bajaban los cuerpos, limpiaban la sangre y guardaban los miembros en bolsas de plástico, Rdeči Človek le pidió a Đavolski que saliera al callejón para tocar algunos temas delicados que no podían hablar en público. Aunque la muchacha no era un m*****o principal de la organización, pendía de la rama que sostenía el tráfico de drogas por los cuatro continentes. Ella era la letal, los ojos de su hermano, pero era Ajani quien manejaba los hilos del títere.
Una reunión importante estaba a punto de llevarse a cabo. El FBI les pisaba los talones. La última vez que tuvieron un altercado, estuvieron a minutos de perecer en manos de ellos. Su jefa, la jodida Madison Dawson, era un puto hueso duro de roer. El último jefe se doblegó antes las prostitutas, las drogas y el dinero que ellos le dieron. Por esa razón terminó tras las rejas y con un historial manchado con sangre inocente. Madison, por su parte, era tan leal a los suyos como lo era Viper con sus socios.
La reunión era para finiquitar detalles del ataque que harían contra ellos. El último asalto que el FBI propició, destruyó un valioso cargamento de drogas y liberó a cien mujeres que serían enviadas a Eslovaquia. Eso le costó millones a la organización y un desfalque total de las transacciones que harían con los socios menores y los jeques en Abu Dabi que esperaban mercancía fresca ese fin de semana. No era sencillo manejar un imperio sangriento, cuando la mitad de la policía mundial los buscaba.
—¿Da li će doći na zakazani sastanak?
Rdeči Človek le preguntó si irían a la reunión programada por Viper. Đavolski asintió y metió las manos en los bolsillos de su chaqueta. La sangre del interrogado en su cuerpo comenzaba a causarle incomodidad. Una cosa era ser asesina y otra soportar esa sangre en su piel. Cuando Đavolski asesinaba a una persona y no le gustaba esa sangre, subía a la motocicleta y se bañaba con agua helada en el primer rio que encontraba. Entre asesinar, la carrera universitaria y el sexo a escondidas con su novio prohibido, transcurrían sus días y su vida. Su relación era todo lo prohibido en los Punishment, así como dentro de las mini organizaciones bajo las cuales gobernada Viper de forma indudable, inapelable e irrefutable.
—¿Da li je Ajani još uvek u nevolji sa Interpolom? —“¿Ajani sigue en problemas con la Interpol?” A Rdeči Človek le preocupaba que la Interpol hubiese regresado al hotel en Botswana e irrumpiera la estabilidad.
—Mi ih jedemo iz naših ruku, kao i obučene ptice. — Đavolski le aseguró que los tenían comiendo de su mano, como pájaros adiestrados.
Los guardias terminaron de limpiar el desastre en menos de los cinco minutos que su jefe les dio para ello. En camionetas negras blindadas, subieron los fétidos cuerpos y los arrojaron a las calderas de la industria que Viper manejaba en la ciudad. Cada muerte era cubierta con algún señuelo, excepto aquellas personas que nunca existieron. Rdeči Človek se despidió de Đavolski con un saludo de manos y un “nos veremos más pronto de lo que imaginas”. Đavolski no quería que así fuese; ellos solo se reunían para torturar a una persona o enterrar a uno de los suyos.
Rdeči Človek subió a su camioneta blindada, limpió la sangre de sus manos y se dirigió a la reunión de negocios. Los asesores financieros que Viper contrató para que le dijeran el costo de su nuevo lanzamiento y el marketing que ingenió para el nuevo labial, eran idiotas. Lo que él decía era inadmisible para personas con poco coeficiente intelectual. Ellas pensaban que la compañía no tenía el dinero suficiente para financiar un lanzamiento estratosférico como ese. Cuando Rdeči Človek les ordenó que no dijeran una palabra más, la reunión terminó de un corte. Él haría lo mejor para la compañía, así los asesores le indicaran que gastaba demasiado dinero en algo que podía lanzarse como una pelota por la ventana.
El día empezó mal para Rdeči Človek, y empeoró cuando llegó a su mansión para la cena. De escaleras amplias y pórtico de vidrio, se mudó a una mansión de techo blanco y ventanas de cristal. No era lo que en realidad quería, pero las presiones que sufría en su vida personal lo llevaron allí. Rdeči Človek bajó del auto, se despidió de sus guardaespaldas y subió las escaleras de mármol. Una persona estaba sentada en el pórtico, con las piernas desnudas sobre los pilones blancos y una revista de moda en sus manos. Rdeči Človek delineó la piel bronceada de la mujer con la mirada, antes de vislumbrarla bajar la revista y sus ojos verdes aparecer detrás de unas gruesas pestañas negras, sobre unos labios rojos sangre.
—Meu amor —saludó Becca al amor de su vida.
Becca soltó la revista, bajó las piernas y trotó hasta Rdeči Človek.
—Te extrañé muchísimo —masculló ella sobre sus labios.
Sus brazos rodearon el cuello de Rdeči Človek y sus piernas se enroscaron como una boca constrictora sobre su cintura. Con las manos de Rdeči Človek sobre su espalda, Becca lo besó de una forma necesitada. La lengua entró a su boca y sus manos exploraron el cuello de su hombre. El deseo que Becca sentía por él, la volvía una loba hambrienta. Nunca tenía suficiente de su cuerpo, de su boca. Becca era adicta al sexo, en cualquier parte y con cualquiera; sus guardaespaldas eran testigos.
—¿Llegué a tiempo para cenar? —le preguntó al despegarse.
—Tengo tu postre —masculló con los dientes sobre su oreja.
Eckhart Reedman estaba cansado de fingir amor o aprecio hacia ella. Seguía a su lado porque eran la pareja ideal de la organización. Los padres de Eckhart eran los pilares de la mafia, y los padres de Becca eran claves y piezas importantes en el traslado de las drogas. Juntos eran ideales para todos, excepto para él. Al principio era divertido tener sexo con ella cada vez que quería. Cuando Eckhart se cansó del sexo y quiso hablar, los problemas comenzaron. Becca no se sentaba a hablar; ella cogía.
Becca tenía las manos bajo la camisa de Eckhart, cuando los padres de ella llegaron a cenar. La mujer de cabello encanecido y el hombre de porte elegante, subieron las escaleras y saludaron con besos y abrazos fingidos. Todos eran una gran familia feliz, como cualquier otra en todo el planeta. Después de todo, ninguna familia estaba libre de secretos. El de ellos era manejar dinero, drogas y extorsión. Sencillo de explicárselo a la policía cuando los interrogaban por una multa de tránsito o por Hacienda.
—¿Como tudo aconteceu, Eckhart? —preguntó Marcelo, padre de Becca, cómo salió todo en portugués—. Espero que sea perfecto.
Eckhart no sabía cómo Marcelo se enteró del infiltrado y lo que hizo. Para no darle cabida a la duda y los malos entendidos, sonrió.
—Perfeito. Eles já estão apodrecendo no mesmo lugar que o resto. —Él les aseguró que todo estaba perfecto y que se pudrían en el mismo lugar que el resto de los hombres que intentaron traspasar la línea roja.
Los portugueses sonrieron ante la respuesta de Eckhart. Marcelo y Rebeca eran personas que amaban a su hija y querían lo mejor para ella, por eso Marcelo le repitió a Becca que estaba orgulloso de ella por elegir a un hombre como Eckhart para pasar el resto de su vida. Con la presión en el aire, comieron mientras hablaban del compromiso que anunciarían en unas semanas. Becca estaba extasiada por ese enlace. Ella pensaba que con un anillo de compromiso, sus problemas terminarían.
Llegada la noche, cuando sus padres se marcharon, Eckhart decidió ducharse. Mientras se quitaba la ropa, Becca lo observó y tocó su clítoris con la punta de sus dedos. Eckhart estaba acostumbrado a verla masturbarse cada vez que quería; era tan habitual en ella, como lo era en Eckhart usar un reloj que su padre biológico le regaló. Becca extrajo los dedos de su v****a y caminó hasta Eckhart. Lamió la piel de su cuello, tocó el inicio de su pene y olió la sangre que aún salpicaba la piel de Eckhart.
—Você ainda sente o cheiro de sangue. —“Aún tienes olor a sangre”.
Lo que Becca quería, Eckhart repudiaba. Después de enterarse que su novia dormía con todos los guardaespaldas y era la zorra de los Dangerous Snake, perdió el poco aprecio que aún sentía por ella. Saber que en su v****a estuvieron cerca de veinte hombres cercanos, que besó cientos de labios, que masturbó muchos otros p***s o que dejó que le hicieran lo que quisieran en las orgías, provocaba en Eckhart un asco impresionante. Cuando se sentía excitado o emocionado por algo, era que dormía con ella.
En esa ocasión, cuando Becca conducía su pierna hacia arriba y el pene flácido de Eckhart a su v****a, él la detuvo por los hombros. Eckhart no era un hombre sencillo de dominar o poseer. Él no se excitaba con facilidad, ni perdía la cabeza por una mujer desnuda, aunque fuese la persona más bella del planeta. Eckhart sabía lo peligrosa que la belleza podía llegar a ser y lo letal que era cuando se le daba el poder de acabar con un hombre. La belleza mataba; Eckhart lo sabía a perfección.
—Pare. Não. —“Para. No”, repitió más de una vez.
Becca fingía no escuchar, hasta que Eckhart apretó sus hombros y la empujó levemente hacia la enorme cama. El cabello n***o de la chica rozó sus gruesos labios y cayó sobre sus endurecidos pezones. Becca quitó el cabello de su rostro y miró a Eckhart con confusión. No podía creer que se resistiera a ella. Becca era la mujer más hermosa que él pudo conocer, o eso se decía cada día al espejo. Era una ofensa que Eckhart la despreciara, cuando millones de hombres rogarían besarle los putos pies.
—¿Qué te pasa? —preguntó de brazos cruzados.
—Torturé un hombre —replicó entre dientes—. Quiero descansar.
Becca no se daría por vencida tan fácil. Eckhart entró a la ducha, abrió la llave y restregó su cabello con ambas manos. Becca entró enseguida y apretó su estómago con ambos brazos. Eckhart observó las gotas de agua caer sobre los brazos de Becca, sintió la presión en su estómago y el aliento de la mujer en su cuello. Él cerró los ojos y tragó saliva. No sabía cómo Becca no se rendía ni tenía una pizca de orgullo.
—Por favor, Eckhart —suplicó en su oreja—. Te necesito.
Eckhart quitó los brazos de su estómago y dio media vuelta.
—Usa el vibrador en tu cajón —articuló enojado—. A mí, Becca, déjame en paz de una puta vez. Quiero bañarme y dormir.
Becca frunció el ceño enojada y abandonó el baño con grandes zancadas. Lanzó la puerta y sonó sus goznes. Eckhart terminó de ducharse, se colocó un pantalón de algodón y entró a la cama que compartía con ella. Becca se mantuvo de espaldas, con la mirada en la ventana principal. En otro momento Eckhart se habría disculpado por ser un patán con ella, pero en ese momento, lo que quería era sacarla de la cama y dormir solo.
Eckhart pensó en su familia y en el grabado de su reloj: “Mo theaghlach, mo rud sam bith”. Su padre le dijo tantas veces que la familia lo era todo, que Eckhart le quitó el reloj cuando tenía cuatro años. Su padre, al sur de Escocia, le enseñó todo lo que debía saber sobre la vida y la muerte. Le dijo que las boireannach (mujeres) se cuidaban, que eran rosas. Le repitió que su madre era la mejor y más bella mujer que existía sobre la tierra. Eckhart sabía que Becca no era más que su leannan: una amante silenciosa, sin embargo, jamás llegaría a ser una mujer como la que su padre le enseñó.
Eckhart no conocía el amor verdadero. Su único deseo era matar y vengar la muerte de sus padres. Toda su vida era estable, excepto su corazón. Pronto, antes de lo que Eckhart pensaba, conoció a su beannaichte (mujer). Cuando el destino lo dispuso y su madre la envió del cielo, Eckhart, conocido en la mafia como Rdeči Človek, encontró a su preciosa.