04. El consejo de un amigo

1176 Words
◢ Justin ◤ Desperté con una sensación de pesadez en la cabeza y un zumbido persistente que me recordaba la borrachera de la noche anterior. A medida que parpadeaba lentamente, tratando de adaptarme a la luz del día que se filtraba por las cortinas entreabiertas de mi habitación, las imágenes de la conversación con mi tío resurgieron en mi mente, trayendo consigo una oleada de ansiedad y preocupación. Las exigencias de Michael Turner seguían resonando en mi cabeza, recordándome las condiciones que me había impuesto y las implicaciones de no cumplirlas. La presión de mantener el legado de mi familia y el bufete, se manifestaban como una carga pesada sobre mis hombros, y no podía evitar sentirme atrapado en un dilema del que no veía una salida clara. A pesar de mi resistencia inicial, la insistencia de mi tío comenzaba a pesar sobre mí, generando una sensación de incertidumbre y confusión que no podía sacudir. Con un suspiro, me senté en la cama, luchando contra el dolor palpitante en mi sien. Miré a mi alrededor, tratando de enfocar mis pensamientos en las tareas que me esperaban ese día. Un par de pastillas para el dolor de cabeza y un vaso de agua sobre mi mesita de noche, me hicieron fruncir el ceño, incapaz de recordar cómo es que llegué a casa. Le di un largo trago al vaso de agua al tomarme el medicamento, recordándome a mí mismo la importancia de mantener la compostura y la determinación en medio de las dificultades. Solté el aire que no sabía que había retenido y me dirigí al baño, listo para enfrentar el día, a pesar de la carga que sentía sobre mis hombros. El aroma del café recién hecho llenaba el aire, y apenas vi a Max me sentí agradecido por la presencia reconfortante de mi mejor amigo, quien me sonrió al verme. Después de un breve saludo, nos sentamos en la isla de la cocina. —Entonces… —divagó—. ¿Piensas decirme qué es lo que te llevó a terminar tan borracho en un bar? —preguntó con cautela, pues me conoce bien y sabe que no es algo que haga con normalidad. Suspiré y decidí soltar un poco el peso de los últimos acontecimientos, contándole las exigencias de mi tío. El silencio se hizo entre los dos, mientras Max procesaba la información que acababa de revelarle. Entrelazó los dedos de sus manos y apoyó el mentón sobre ellos, pensativo. Me miró por el rabillo del ojo y resopló. —Estoy de acuerdo con tu tío —espetó. Dejé el humeante café sobre la isla y me quedé pasmado mirándolo a los ojos, esperando que sea una de sus bromas, pero la serenidad en su rostro reflejaba la contundencia de sus palabras—. Estás obsesionado con el trabajo y has dejado de lado lo que realmente importa de la vida, hermano. Pareces un robot, pensando en trabajo, trabajo, trabajo… —Es lo que me apasiona y para ser el mejor debo dedicarme al cien por ciento —respondí, interrumpiéndolo. —¡Debo hacer cita con tu asistente para poder hablar con mi mejor amigo! —exclamó, frustrado—. ¿Tienes alguna idea, de por qué quería tanto que nos juntáramos ayer? —Puse los ojos como platos, recordando que tras mi borrachera, lo había dejado plantado. —Prometo compensarlo. —No se trata de eso… —bufó, molesto—. ¡Eres mi mejor amigo y no tengo idea de quién eres hoy por hoy! —Su voz, llena de resentimiento y tristeza, mientras sus ojos buscaban algo en los míos. —Soy el mismo de siempre, sólo que he tenido mucho trabajo y poco tiempo, pero prometo compensarlo. Podemos quedar el fin de semana, ¿qué te parece? —propuse en tono conciliador, repasando mentalmente mi agenda, aunque podría arreglarlo, no dudaría en acomodarla. —Me encantaría creer en tu palabra, pero sigues sin entenderlo. —Suspiró—. Chloe está embarazada. —Soltó y me quedé sin palabras, esperando ver en él alguna emoción para saber cómo reaccionar. —¿Cómo te sientes al respecto? —Se puso de pie, furioso y resopló. —¡Deberías saberlo perfectamente! —Explotó—. Nos conocemos hace más de veintisiete años y no tienes idea de cómo me siento con respecto a Chloe… —respondió. Me pasé las manos por el pelo y masajeé mis sienes con los pulgares, intentando arreglar este malentendido con Max. No quería cargarme más problemas encima y tener a mi mejor amigo de mi lado, sobre todo ahora, es fundamental. —Sé que Chloe es el amor de tu vida y que desde hace un tiempo estás queriendo proponerle matrimonio. —Me quedé pensativo por unos momentos, mientras mi amigo me daba la espalda, mirando por el gran ventanal en la sala con sus manos en las caderas. Me acerqué a su lado y lo abracé por los hombros—. Supongo que hacer familia con Chloe es lo que siempre has querido, pero no sé cómo te sientes al respecto, pensando que pedirle matrimonio ahora, se sentirá forzado… —¡Exactamente! —exclamó, hundiendo los hombros y bajando la cabeza—. ¿¡Por qué he tardado tanto en pedirle matrimonio!? —masculló derrotado. —Porque por mucho que me recrimines que soy obsesivo con que las cosas sean perfectas y estén controladas, tú eres igual. —Me miró y esbozó una sonrisa dándome la razón—. Entonces, ¿qué tienes pensado? Conversamos de sus planes mientras desayunábamos. Le sugerí que tomara el toro por las astas antes de que Chloe malinterprete su propuesta y que fuera lo más sincero posible con ella, ya que es una chica muy insegura. A sabiendas de lo colapsada que tengo la agenda, le prometí que lo acompañaría a escoger el anillo apropiado para su chica, recomendándole la joyería de uno de mis clientes, con el que concertaría una cita. —Ahora cuéntame, ¿cómo es que llegaste a buscarme al bar? —Se encogió de hombros y sonrió. —Sunmi fue la primera en llegar —respondió y quedé pasmado en mi asiento, avergonzado con mi asistente—. Deberías darte con una piedra en el pecho, esa chica subiría descalza al Everest, si se lo pidieras —bromeó. Sonreí. —No me has contestado —insistí—. Además, ¿cómo es que Sunmi llegó a buscarme y terminaste tú aquí, en su lugar? —¿Hubieras preferido que Sunmi te trajera a casa? —Subió y bajó las cejas, burlón. Negué y me contó cómo sucedieron las cosas y el enredo con las llamadas telefónicas entre el administrador del bar y mi asistente—. Lo mínimo que puedes hacer, es agradecerle por acudir por su jefe alcoholizado a un bar —sugirió entre risas—. De no haber llegado yo, no sé cómo se las hubiese ingeniado para cargar contigo. —Su carcajada resonó en su camioneta y no pude evitar sonreír con él.
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