“Los héroes que saben sacrificarse mejor, son los que mejor saben matar.”
Proverbio ruso.
—Le juro que me obligaron a hacer esto —se excusó desesperadamente el hombre con los ojos tan abiertos como se lo permitía la sorpresa y su realidad—. Señor Zimmer, se lo aseguro, yo no quise…
—Camine hacia el frente y sitúese detrás de la mesa —el hombre lo hizo después de un rápido asentimiento mientras el líder se quedaba entre el resto de personas, esperando a que el interpelado diera media vuelta y se volviera frente a ellos—. Para tomar semejante riesgo es completamente imposible que te hayan mandado a ti nada más —analizó el líder—. Alguien tendría que avisar a los otros, con todo detalle acerca de tu muerte, en tal caso que eso aconteciera.
—Le pido una oportunidad —suplicó desesperado—. Por favor… no me mate.
Zimmer sonrió ante aquella súplica y Salomé notó que esa expresión cambió a la de una mirada fría, un aspecto de psicópata. Como si disfrutara de las súplicas de aquel hombre. Esa era una actitud que la joven no había visto antes en él.
—Verá, oficial Salcedo —pronunció el líder cruzándose de brazos—. Le propongo un trato.
Todos voltearon hacia William, espectadores, mientras tanto el hombre descubierto continuaba en escena, asustado, sudando frío y sintiendo la saliva resbalar por su garganta. A la espera de la propuesta del líder.
—Si delata ahora mismo a cada uno de los que lo acompañan en todo esto, los mataré a ellos y le perdonaré la vida a usted —negoció—. Créame, le daré la oportunidad de mover su trasero lejos de mi vista, le permitiré huir lejos junto a su familia a dónde jamás yo pueda encontrarles.
—Usted miente —habló el nervioso hombre con los ojos encharcados y voz temblorosa—. Usted va a matarme.
A este comentario Zimmer sonrió pasiblemente.
—Confíe en mí, no creo que sea justo morir sólo para ser leal a sus confidentes o superiores —persuadió—. Tiene poco tiempo, considere la oportunidad, no suelo hacer éste tipo de negocios —presionó.
El hombre tenía las manos tomadas adelante, estrujándolas a cada momento mientras sus lágrimas se derramaban en medio de una cara arrugada por el remordimiento y el instinto de supervivencia.
—Lo lamento —musitó arrepentido en una disculpa hacia los futuros descubiertos—. Ricardo Pérez, José Rodríguez y Duván Martínez —los mencionó con voz desequilibrada.
Realmente eso lo hacía sentir bastante mal, culpable y traicionero, así que permaneció cabizbajo.
En ese momento todos los demás, excepto Zimmer, voltearon en torno a los mencionados, que en sus puestos parecías estar petrificados, con el terror plasmado en sus ojos y la certeza de una escapatoria imposible.
—Los nombrados pasen al frente —ordenó Zimmer con voz fría y monótona—. Antes que decida mandar a despedazar a sus familiares ahora mismo.
Los hombres, en distintos lugares dentro del mismo grupo parecieron estar viendo al mismo diablo, claramente no querían obedecer.
—No hay escapatoria —les recordó su líder—. Al menos mueran honorablemente, sin provocar que valla a descuartizar yo mismo a sus esposas y preciosas hijas que sé que tienen en casa. De todos modos les freiré la cabeza a ustedes —Salomé estaba consternada, otros con gesto tranquilo a pesar de la situación que se llevaba a cabo, mientras otros se les miraba divertidos. Había un sin fin de emociones y expresiones faciales—. ¡Ahora! —rugió Zimmer alterado, los presentes se estremecieron y los acusados se movieron casi uno después de otro hacia la mesa.
Una vez los cuatro en fila y William Zimmer con actitud de monstruo acercándose a ellos mientras la audiencia seguía consciente, los otros tres descubiertos miraron con odio al delator, que todavía permanecía cabizbajo, pero después no eran más que un cuarteto horrorizado, sus respiraciones eran agitadas, sus corazones retumbaban en sus pechos y el sudor comenzaba a salir con más frecuencia; y aunque a los tres les aterraba la idea de saber que morirían, sólo uno de ellos parecía estar sereno.
William caminó como una pantera al acecho de un lado a otro frente a ellos con la mesa de por medio.
—Les ofrecí alimento, seguridad, salud y otras cosas que les serían imposibles conseguir a no ser con mi ayuda o con la de algún otro oficial bacteria que acapare los productos escasos —recordó—. Sin embargo es lo que menos me fastidia, lo que me molesta es el hecho de saber que ustedes continúan apoyando a éste pútrido gobierno a pesar de lo que claramente están haciendo. Me fastidia saber que ustedes son piedras en mi camino y que a punto estuvieron de poner en riesgo la vida de todas esas personas frente a ustedes, incluyéndome.
Sacó el arma del estuche en su cadera, quitó el seguro y apuntó en la cabeza al primero, disparó. La habitación se estremeció, algunos de los espectadores se removieron en su sitio, atónitos mientras William Zimmer parecía tener la actitud de quién golpea una pelota de golf en una mañana de verano.
—Y lo que me da más asco es que me han visto cara de estúpido todo éste tiempo.
Habló con voz despreocupada, Salomé estaba consternada con el aspecto que tomaba el rostro de William salpicado de sangre. Levantó el arma hacia el segundo y disparó, éste cayó a un lado del otro c*****r, William siguió dando pasos de estilo casual de un lado a otro.
—Pero es aún más estúpido haberse dejado descubrir ¿No pudo simplemente apagar el teléfono? aunque es una rareza y una desafortunada coincidencia para ustedes que aún estando a varios metros bajo tierra haya cobertura —se devolvió a pasos igual de tranquilos y con aspecto de pensador, se detuvo frente al tercero, cruzaron miradas—. Ah, tú. No tienes miedo ¿Eh? —el hombre frente a él tranquilamente no respondió, sin embargo a su lado el delator temblaba, aunque tenía por seguro que no moriría. Entonces William le apuntó a la frente—. Eso es bueno, al menos tienes la valentía de no negar los hechos —disparó y fue más sangre salpicada sobre su cara, cuello y mano con la que sostenía la pistola firmemente.
Salomé tragó saliva, atónita, pasmada, sorprendida. William parecía ser otro en comparación con lo poco que conocía acerca de él. Dafne por otro lado lo miraba con las cejas enarcadas, sin estar en contra pero tampoco muy a favor de lo que su líder hacía, lo pensó rápidamente y concluyó en que por la seguridad de todos, fue mejor ejecutarlos.
Sin embargo, para ella algo faltaba allí, la meta del momento estaba inconclusa. Los c*******s estaban a los pies del delator con la cara destrozada por la bala que en la cara de cada uno impactó. Entonces, una vez al frente del hombre con incipiente barba y uniforme verde, William levantó la pistola, apuntando su frente.
La cara de éste, llena de expresiones confusas tembló al compás del estremecimiento de su cuerpo, ahora el terror emanaba de él como lo hace el agua evaporándose.
—Di… dijiste que no me matarías… te lo he dicho —argumentó con nervios—. Te he dicho lo que querías. Pro… prometiste que me dejarías ir.
William bufó en una burla corta.
—Nos has traicionado a todos —contestó como alguien que pretende corregir a otro con tono flexible—. ¿Por qué no podía yo hacer lo mismo contigo? —inquirió con el mismo tono casual, como si no estuviera a segundos de disparar un arma contra alguien—. Adiós —haló el gatillo y se escuchó el tronido dejando ecos, de inmediato el cuarto cuerpo cayó al suelo con la cara destrozada.
Mientras alrededor no había otra cosa que restos de masa encefálica pegajosa y con un olor ligeramente fastidioso. Alexander, bastante cerca del escenario, en primera fila observó atónito el suceso. Estaba claro de lo capaz que era su líder de cualquier cosa, no era un hombre al que se le pudiera tomar en juego a pesar de lo flexible que era ocasionalmente. Miró a Zimmer, ésta vez con ambas manos apoyadas en los bordes de las esquinas de la mesa en uno de los lados más estrechos, de costado hacia ellos. Su cuerpo estaba ligeramente inclinado hacia adelante y mantenía una actitud cabizbaja como alguien que se detiene a descansar o a reflexionar algo. Miraba fijamente a la mesa sin ni siquiera apretar los dientes unos con otros en forma de ira, más bien respiraba con calma mientras los corazones de la audiencia retumbaban, estaba más que claro que había transmitido miedo con su actitud reciente.
—Salgan todos de aquí —dijo tranquilamente, refiriéndose a la sala al lado de la que estaban ahora—. Esperen en la sala de recibo.
Todos comenzaron a removerse en sus puestos con la completa intención de obedecer al hombre que aún se apoyaba de la mesa como si analizara algo a profundidad.
Salieron por la puerta con prisa diligente pero que no llegaba a ser una actitud aterrada, simplemente obedecieron en silencio, al cabo de casi un minuto que la habitación quedaba un poco más despejada, Salomé, después de dedicarle una mirada vacía decidió girar lentamente sobre sus pies hacia la puerta, para seguir los pasos de las personas delante de ella.
—Salomé —pronunció con tono bajo pero voz potente, sin al menos haber volteado a verla en todo ese momento.
La vista periférica de él la había detallado, ya que seguía con la mirada en la superficie de la mesa.
—Quédate —musitó.
Alejado de una orden, más que todo se trataba de una súplica camuflada. Ella le hizo caso, girando nuevamente para quedar de frente a él. Fue en ese momento en el que William se incorporó en posición más erecta y caminó hacia ella. Salomé observó a cámara lenta cómo el hombre con el que estaba se acercaba, llegando a estar a pocos centímetros de distancia, haciendo sombra sobre ella al estar tapando la blanca luz que se derramaba por el resto de la estancia. Salomé miró también aquellos ojos que podían querer decir o expresar muchas cosas diferentes.
Hubo un silencia sordo, entonces ella recordó que debía continuar respirando. Le atemorizaba a medias tener a un hombre con el rostro, cuello y pecho salpicado de sangre, pero por otro lado se sentía segura, no le temía estar allí pues sabía que nada malo intentaría contra ella sin tener algún motivo, sin sentirse amenazado y ella no se consideraba precisamente una amenaza.
En ese momento, desde la perspectiva de ella, William no parecía un hombre asesino, parecía un niño angustiado dentro del rincón más oscuro de una persona adulta. Medio segundo después, sin pedir permiso la abrazó, tomándola por sorpresa. No fue un abrazo común, fue un contacto distinto, de esos que da alguien al encontrar a esa persona que tanto buscaba después de haber estado perdido en un bosque lleno de lobos hambrientos, alguien que en silencio y sin expresiones congruentes pedía auxilio.
Hundió su cara en el cuello de ésta y la abrazó con intensidad, mantuvo su mirada baja, inmerso en algún recuerdo lejano. Salomé titubeó antes de abrazarlo también, quería enunciar mil cosas y preguntar otras mil, pero prefirió limitarse a acariciar su cabello con la mano izquierda mientras que con la otra rodeaba su varonil espalda.
La intención de él no era asustarla con la atrocidad que acababa de hacer, no era su intención alejarla o brindarle desconfianza. Pero pretendía a su vez mostrarle lo que realmente consideraba que era, una bestia, un asesino, una persona sin escrúpulos y con antecedentes similares; todo lo que una persona podría repugnar en alguien. Él no se consideraba una persona buena, era una persona justa, pero para él eso no era sinónimo de bueno, era estricto, inflexible, dominante, difícil de manejar. Él era un rompecabezas y cada una de las piezas que lo formaban era un fragmento de su pasado.
Ahora estaba allí, vulnerable, mostrando la existencia de ese niño triste y asustado, mostrando a esa persona que recordaba haber visto por primera vez siendo atemorizada por un delincuente, después sintiéndose atraído por aquella actitud indiferente en su ser al tener una mano herida. La consideró una especie de heroína para él, un sujeto que emanaba curiosidad. Su silencio, su modestia, su falta de temor. Era una mujer decidida, de emociones estables, alguien en quién él podía dejar a cuidado el pequeño niño que habitaba dentro de sí mismo.
Se separó un poco de ella, aunque sin dejar de tener contacto. Entonces atrapó el labio inferior de ésta en su boca mientras sujetaba su barbilla con ligera brusquedad. Con la otra mano seguía arrimando el cuerpo de la joven hacia él, tomándola de la cintura; sin esperar a más, con calculada brusquedad disfrazada de delicadeza tomó su labio superior y otra vez Salomé había dejado de respirar.
Para ella el hecho de estar con William era enfrentarse a un gran número de actitudes inesperadas. Movió sus labios también, al compás de los besos que él le obsequiaba con emergencia. Un estremecimiento voraz atacó a la mujer, haciendo que sus piernas estuvieran a punto de flaquear y naturalmente su piel se erizó sin remedio al sentir la lengua de éste hombre dentro de ella, con aspecto de un enfermizo encaprichado. Colocó cuidadosamente su mano derecha sobre la mano que le sostenía la barbilla y con la otra dudo antes de tocar la ensangrentada mejilla de éste.
Este intentó separar sus labios de los de ella, trayéndose consigo el inferior de Salomé en una ligera mordida hasta soltarlo después, posteriormente sus rostros se alejaron centímetros y se miraron a la cara, a los ojos; entonces ella recordó que debía respirar, inhalando y exhalando, haciendo inconscientemente que su cálido aliento chocara contra la boca del hombre frente a ella.
—Espero que no sea la última vez que suceda esto —pidió Zimmer en una voz que se confundía con una orden cubierta por una cáscara de anhelo.
Salomé, todavía aturdida y ligeramente confundida, ignorando el metálico olor de la sangre que ahora también manchaba pocas partes de su cara, asintió varias veces en pequeños movimientos de cabeza. No estaba completamente segura a qué se refería él, si a los asesinatos cometidos minutos atrás o al beso al que sin duda se entregaría las veces que éste hombre lo sugiriera y ella quisiera, en otras palabras, siempre.