“Las lágrimas que caen son amargas, pero aún lo son más las que no caen.”
Proverbio ruso.
—Mi madre murió —contestó con voz ronca aunque en un hilo forzado—. En manos de mi padre.
Flash-back:
Eran casi las nueve de la noche cuando los insultos de parte y parte se escuchaban desde la sala a la habitación de William, la madre de los niños reclamaba algo y el esposo le ordenaba que hiciera silencio.
Se escuchó un golpe, luego otro. La mujer lloraba. Pero el niño de cinco años, sin saber la gravedad de la situación, amasaba plastilina de distintos colores sentado en el suelo de su habitación de distintos tonos azules, pero en silencio miró a su hermano mayor con cara de interrogación. Caleb le sonrió lastimeramente, este sí sabía que la confrontación de afuera era tóxica y perjudicial, altamente peligrosa.
—Pronto terminarán de discutir —dijo para mantenerlo calmado—. Haz otro oso con la plastilina. Iré al baño un momento.
Caleb se levantó del suelo, preocupado por aquellas fuertes peleas que formaban sus padres en la cocina y de la cual era su madre la que terminaba con el rostro morado, era esa razón por la que era mejor decisión permanecer encerrados cuando se daban ese tipo de situaciones, pues, su padre terminaba dándoles la paliza del año a todos y el día siguiente era nuevamente perdonado por su madre.
Caleb subió su mono de pijama y haló la palanca del retrete, dio media vuelta y salió del cuarto de baño de la habitación, pero al pasar nuevamente de regreso no encontró a su hermano por ningún lado y notó de inmediato que la puerta estaba entreabierta. Con el corazón en su garganta corrió hacia esta y la abrió para poder salir de allí, mirando a las dos direcciones del pasillo, seguramente su hermano habría ido al lugar menos indicado; corrió con los pies descalzos hacia la cocina y justo antes de llegar al lugar miró a su hermano en estado de shock, mirando fijamente algo frente a él, mientras en una mano sostenía al oso de plastilina.
Caleb se acercó sin hacer el más mínimo ruido al caminar, encontrándose con su padre, quien estaba de espalda hacia ellos sin reparar en su presencia. Estaba utilizando un hacha sacada de alguna parte contra la mujer, picando su cuerpo con cada golpe.
La madre de los niños, tirada en el suelo, había quedado con el vestido blanco de estar en casa ensangrentado mientras se hacía un charco a su alrededor y su rostro flácido de ojos abiertos quedó en dirección a sus hijos. El corazón de Caleb se sacudió entre su tórax con violencia, sintiéndose aterrado, casi se desmaya, pero debía actuar de manera inmediata. Rodeó a William a la mitad con un brazo levantándolo y con la mano del otro brazo le cubrió los ojos para bloquearle la vista de aquella atrocidad. Dio media vuelta y corrió hacia su propia habitación, tomando su móvil de inmediato, con una mano temblorosa aún sin soltar al pequeño de cinco años que aún permanecía en silencio intentando procesar todo.
Deslizó torpemente los dedos sobre la pantalla, temblando nervioso y se colocó el celular cerca del oído. Sin pensarlo dos veces salió de su habitación con su hermano dela mano, corriendo hacia la salida a pasos veloces, entonces salió de allí, pisaron el césped a pie descalzo y decidió ocultarse detrás de los frondosos arbustos podados en formas que cubrían una piscina mediana que poco usaban, allí podrían estar a salvo mientras su padre decidiera cualquier otra locura y alguien acudiera al rescate de ellos.
Alguien atendió la llamada que él hizo.
—Emergencia, diga su solicitud —habló una mujer al otro lado de la línea.
—Necesitamos ayuda —habló rápidamente con voz quebrada—. Mi padre ha matado a mi madre —informó rompiendo a llorar sin gemir— por favor… nos buscará para hacernos daño también —dijo con miedo—. Siempre lo hace… nos hará pedazos también.
—Ahora dígame su nombre y ubicación exacta —pidió la persona al otro lado—. Iremos allá de inmediato.
Quince minutos (que para Caleb fueron una eternidad) transcurrieron antes que llamaran al portón, nadie contestó y él no avisó que estaba allí por miedo a ser pillado por su padre ebrio. Pero afortunadamente un minuto más tarde atravesaron el portón después de aplicar alguna técnica brusca.
Una imagen de las tantas que quedaron grabadas en la mente de William fue cuando el rostro de una mujer de castaño cabello acompañada de un policía los descubrió escondidos en aquel lugar, Caleb temblaba, abrazando a su hermano como si alguien se lo fuera a arrancar, William tenía los ojos cristalizados evidencia de una inocencia frustrada, de una incertidumbre y confusión que lo arropaba. No recordaba muy bien las palabras dichas por aquella mujer, pero posiblemente eran invitaciones a la tranquilidad, la imagen en su mente eran de ella moviendo los labios y el policía también, quizá avisándole a los demás que allí estaban, no escuchaba claramente, cada sonido de su entorno se hacía amortiguado para él.
Luego de eso ambos vieron a su padre con la camisa desabotonada, salpicado de sangre por todas partes y sus manos por atrás, atado con esposas mientras lo empujaban hacia la patrulla que se lo llevaría.
Una mirada final de aquel hombre de barba incipiente hacia su hijo mayor y luego hacia William fue lo que les dio. El menor, que mantenía sus azules ojos perplejos, sin derramar una lágrima, sin decir alguna palabra, sin reaccionar de algún modo aún cuando todos correteaban a su alrededor y las luces rojas y azules parpadeaban por todos lados.
Fin de Flash-back.
—Es lamentable —musitó Salomé aún sin saber la historia específica.
La realidad pasada estaba únicamente en los recuerdos de William y para él aquello no era algo que necesariamente debería contar a alguien.
—Fue hace mucho tiempo, yo sólo tenía cinco años —explicó sin dejar de mover la mano con el cuchillo sostenido, haciendo pedacitos su porción de pizza en un acto inconsciente—. No recuerdo mucho —mintió.
Salomé no respondió nada al momento, tragó saliva y miró la mesa, decidiendo tomar las manos de éste, interrumpiendo la actividad que realizaba el oficial aunque ésta vez sin uniforme, ataviado con un mono deportivo gris y una camisa negra ceñida a su esculpida figura.
—Al menos tienes a tu hermano —dijo la mujer teniendo contacto con él al sostenerle la mano con una de ella—. Aunque ya imagino la razón por la cuál no vive contigo.
Él se encogió de hombros, sin mirarla a los ojos, sonriendo entonces forzosamente a labios cerrados.
—Se casó con la madre de su hija y se mudó a otra parte, hizo su hogar —expresó con tono lastimero, como si se sintiera solo aunque esforzándose por aparentar ser fuerte—. Me dejó ésta casa, aquí crecimos.
—Y tu padre… supongo que debe estar encerrado —supuso ella con la intención de obtener más información.
—Está en un hospital psiquiátrico —informó con tono casual aún sin mirarla a los ojos—. No le he visto desde aquella vez que… asesinó a mi madre —tragó saliva, sintiendo aquello como brasas en su espalda—. Mi hermano lo visita una vez al mes, evidentemente su personalidad es tan limpia y solidaria que decidió perdonar a la bestia que nos arrancó la mujer más importante de nuestras vidas.
—Aún sin darle tu perdón pareces ser una buena persona también —reconoció ella, ésta vez él la miró y ella sonrió suavemente—. Eres mucho mejor de lo que seguramente te consideras —apretó amigablemente su mano, cosa que en silencio él agradeció—. Efectivamente eres el hombre que sale en esos sueños que no recuerdo.
Él sonrió a eso, bajando la mirada como un niño avergonzado.
—Sería un golpe de suerte no merecido que eso fuera verdad —bromeó este sin dejar de aplicarle humor a la situación que fue tornándose divertida.
Ella se levantó de su asiento y se encogió de hombros, haciendo un gesto con sus manos.
—Entonces eres el hombre más afortunado del mundo —pronunció ella.
Rodeó el mesón, acercándose a él, quién giró un poco hacia ella aún sin incorporarse de su asiento. Sin más preámbulos ella envolvió los hombros de éste con sus brazos y le plantó un beso.