Capítulo 24

1032 Words
“Es más fácil variar el curso de un río que el carácter de un hombre.” Proverbio c***o.             Ferguson sostuvo un billete, hecho un cilindro de bases abiertas y se inclinó sobre la mesa de cristal apuntando el polvo blanco y procediendo a esnifarlo.             La sustancia entró por sus fosas nasales brindándole a su cuerpo una repetida sensación de placer y satisfacción, cerró los ojos sintiendo el efecto de la cocaína y ni la protesta de Phiutad lo hicieron perder la calma. —¡Maldita sea, Dante! —rugió dando pasos alrededor de la mesa como un anciano histérico—. Ya para de meterte esa porquería y presta atención a los asuntos pendientes. —Sólo habla de una vez —pidió con tranquilidad en medio de un ademán del fastidio típico de un adolescente rebelde.             Su esposa tenía los brazos cruzados frente a la ventana, observando a las afueras mientras Ferguson actuaba como si la avalancha de opositores no tuvieran la intención de volar la casa presidencial en pedazos y las fracturadas relaciones internacionales valieran un pepino.             En la misma mesa ante la que estaba el presidente de Las Minas Negras también estaba sentado el presidente Cruz con actitud indiferente mirando algo en su móvil inteligente y los demás del círculo, con algunas libretas de nota en sus manos. —Afortunadamente aún nos quedan éstas —dijo Dorothy, la mujer de grandes gafas de aumento señalando sus libretas—. Es todo un lío tener el contenido de la otra libreta, es de suma importancia ya que allí están anotadas las pérdidas que hemos tenido. —Debe estar en alguna parte —respondió Ferguson con tono neutro—. Quizá las perdí debajo de la cama. No tardaremos e encontrarla. —Bien —intervino Hinnata, la gorda de cabello rizado y revuelto a falta de interés por mantenerlo un poco más atendido—. Sabemos que ya quedan pocos recursos qué extraer, el oro n***o disminuye a paso rápido y el mineral dorado nos está metiendo en serios problemas puesto que las personas aledañas a las minas protestan a causa de las aguas contaminadas de los ríos y la invasión de sus tierras. Tenemos que hacer algo pronto. —Ya tenemos suficientes reservas en cuentas extranjeras, en tal caso que necesitemos huir también tenemos a dónde llegar, dónde ocultarnos —dijo otro de ellos, Smith Dark, que había permanecido en silencio—. Creo que tenemos suficiente dinero como para vivir nosotros y dejarle algo a nuestros nietos. Sin embargo debemos permanecer alerta y cuidadosos.             La mayoría asintió ante aquello. Entonces otro agregó: —Una embarcación de Tierra de Armas vendrá a buscar a las palomas ésta tarde —avisó Georg Shadow, observando un mensaje que llegó a su ordenador portátil sobre la mesa de cristal—. Debemos tenerlas preparadas. Significan una sustanciosa suma de dinero. ***             Dos pisos más abajo, una punzada de temor y nervios invadió las vísceras del asistente de Ferguson. Había caminado hacia la habitación más indicada para aclarar ciertas cosas y la menos indicada para mantenerse a salvo gracias a la ignorancia. Los gobernantes estaban conversando en la sala superior, pendientes quizá de drogarse o hacer una orgía, lo cierto de todo esto es que le habían puesto en cuenta el no interrumpirlos, razón por la cuál tendría tiempo de averiguar ciertas cosas por sí mismo.             Miró a las esquinas superiores del pasillo, pero las cámaras de seguridad estaban desactivadas, pues, de eso se había encargado de una manera casi s*****a.             Ahora no habría evidencia alguna de su estadía allí. Llegó a la puerta de la habitación al final del pasillo en una de las alas del primer piso, entonces se dispuso a girar el pomo de la puerta. Primer intento, no cedió, estaba bajo llave. Pero eso ya lo había visto venir, fue por esa razón que había robado la llave maestra en una de las borracheras de Ferguson, justo en el momento en el que se metía a la ducha y los demás continuaban en lo suyo.             Con la mano un poco temblorosa, introdujo el objeto en el cerrojo y abrió por fin.             Escuchó gemidos tímidos dentro de la oscuridad, eso le hizo estremecerse, esperaba que allí se ocultaran drogas, armas o cualquier otra cosa, pero nunca pensó que se tratara de algo con vida. Entonces encendió la luz al pasar el interruptor y no pudo evitar contener la respiración al darse cuenta de la gravedad del asunto. Diez adolescentes entre 13 y 17 años de edad aproximadamente permanecían sobre el suelo de la despejada habitación, con sus manos atadas hacia atrás y sus tobillos igual de inmovilizados.             Abrieron los ojos sorprendidas y encandiladas hacia el hombre que estaba en la puerta, más asustado que ellas si pudiera decirse de ese modo. En su mirada demostraban lo aterrada que estaban y pudieron haber articulado alguna petición pero sus bocas estaban amordazadas con trapos para evitar que gritaran. Algunas se habían arrastrado hacia distintas partes quizá en una ciega búsqueda de alguna salida no encontrada y no existente.             Las adolescentes eran de distintas razas pero con una misma inocencia a punto de ser frustrada, con el retumbar de sus corazones en compás con los fuertes retumbos del asistente del presidente se hubiera podido formar una orquesta.             Una de ellas gimió prorrumpiendo en lágrimas y otras dos más temblaban, otras estaban en silencio y las demás hacían un intento inútil de soltarse. —Sh… —les pidió el afeminado hombre llevando un dedo a sus labios—. No hagan ruido, no vengo a hacerles daño—. Susurró hacia ellas, brindándoles confianza y esperanza—. Justo ahora no puedo hacer mucho y nadie puede saber que estuve aquí —les dijo, sacó su teléfono inteligente y deslizó sus dedos sobre la pantalla nerviosamente un par de veces, colocando la cámara para tomar evidencia—. Debo grabar esto, debo tener pruebas para intentar hacer algo por ustedes —susurró nuevamente trancando la puerta tras él con seguro.             No tendría mucho tiempo, así que debía darse prisa antes que por alguna razón alguien decidiera darles un vistazo a “las palomas”. 
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