“Cuando los elefantes luchan es la hierba la que sufre.”
Proverbio africano.
En las instalaciones de un palacio sumamente importante a nivel mundial, estaban los refinados integrantes de la asamblea que tomaba las últimas decisiones a cumplir en los distintos países del mundo. Todos allí, incluyendo 23 presidentes de distintas naciones sentados ante una amplia mesa rectangular hecha con cristal de color n***o, su claro objetivo era conversar acerca del actual ataque imprevisto a la casa presidencial de Las Minas Negras.
—Lo que queremos evitar es apoyar un acto que podría ocasionar el comienzo de una guerra interna en Las Minas Negras —dijo uno de los tres ancianos con mayor poder en el lugar—. Queremos incentivar la paz posible, sobre todo en ese país, que está atravesando una de las más grandes y trágicas situaciones de la historia.
—La batalla que se está llevando a cabo en éste momento en la casa presidencial de Las Minas Negras tendrá un fin, desde luego —intervino el presidente de Tierra de Armas—. Los causantes tendrán su castigo si es eso lo más adecuado, pero ya volverá a la normalidad. Sólo debemos dar un poco más de tiempo.
—Nada de lo que está sucediendo allá es normal, ni la batalla militar de ahora, ni mucho menos la batalla económica que a diario desempeñan los civiles —le respondió otro de los tres ancianos con mayor rango—. Y si esperamos un poco más habrá muertes innecesarias. Esto no terminará en algo bueno, puedo asegurarlo.
—Por eso repito —agregó el presidente de Tierra Dorada con ambas manos juntas sobre la mesa—. Deben ustedes aprobar la entrada de ayuda humanitaria al país por parte de la nación que gobierno.
—¿Cómo saber con certeza que no harás pasar explosivos, armamentos y tus guardias para ayudar con el ataque al presidente de Las Minas Negras? —desconfió el máximo gobernador de La Gran Bonanza, un hombre enjuto y desgarbado con ojos rasgados.
El presidente de Tierra Dorada inhaló, alejándose un poco del borde de la mesa con expresión fastidiada y los demás presidentes se removieron incómodos en sus lugares.
—En ese caso, cabe mencionar que el máximo mandatario de esa nación no ha reconocido oficialmente que su país se encuentra en crisis —intervino el tercer anciano de alto poder en la asamblea—. No podemos hacer nada por ellos hasta que pidan ayuda, de otro modo podrían tomarlo por invasión.
—Es bastante ridículo e inhumano que Ferguson prefiera privar a los ciudadanos de una ayuda claramente necesaria —opinó el presidente de Tierra Plateada—. Él lo tiene todo, mientras los civiles navegan en la miseria. Hace no más de un mes atrás mi país ofreció dos barcos de medicina, las cuáles él rechazó rotundamente.
—La solución se escapa de nuestras manos si esa decisión es tomada por el gobernador que todos ellos eligieron en las votaciones democráticas —habló de nuevo el primer anciano, el que estaba en medio, en uno de los extremos de la rectangular mesa.
—Está de más decir que su gobierno no es democrático —intervino el presidente de Tierra de Bronce, todos hablando en un sólo idioma—. Está lleno de trampas, desde el comienzo y aún en la actualidad. Las personas tienen claro pánico de mostrar su descontento hacia el sistema actual, están siendo chantajeados. Y una mediocre y ciega minoría apoya el hecho.
El presidente de Tierra de Armas hizo una mueca de burla y el presidente de La Gran Bonanza prefirió mirar por encima las hojas sobre la mesa frente a él, quería cualquier cosa menos enfrentarse a una opinión realista. Era un tipo de persona que esquivaba con frecuencia las conversaciones aparatosas.
—La decisión más correcta sería esperar un poco más —habló de nuevo el segundo anciano de corbata verde a juego con el pañuelo en el bolsillo de su saco—. Si al cabo de 24 horas a partir de ahora continúa la batalla actual, tendremos que tomar otra decisión. Es bastante complicada la situación.
—¿Y dejar que continúen haciendo de las suyas con todo? —intervino desesperadamente el presidente de Tierra Dorada sin levantar la voz pero con gesto alterado inclinado un poco hacia adelante—. Los del gobierno de Las Minas Negras seguirán masacrando, seguirán robando, seguirán abusando a su antojo mientras aquí nos quedamos de brazos cruzados. No es algo justo. Ellos necesitan ayuda, necesitan intervención y podría ser capaz de hacerlo yo mismo sin su aprobación que esperar a que algo peor suceda. La semilla de ese partido político comienza a echar ramas, no quiero imaginar cuando sea un árbol totalmente desarrollado.
—Por favor —pidió pasible el anciano del medio levantando la mano un poco—. Mantén la calma.
—No habrá intervención —refutó el presidente de Tierra de Armas sin alzar la voz pero con acento marcado y voz afincada, aquello sonó como un juramento, o una amenaza—. Las Minas Negras tendrá mi apoyo, pondré las manos al fuego por esa nación y su gobierno actual. Así que es mejor desistas de esa idea errónea que hay en tu cabeza.
—También tendrá el apoyo de La Gran Bonanza —agregó el enjuto de ojos rasgados alzando la mano y bajándola luego, como si quisiera pedir permiso para intervenir.
Los otros veintitantos presidentes presentes observaban en silencio atentos.
—Es por eso que esa nación está de ese modo —replicó con enojo el presidente de Tierra Dorada—. Entiende, las personas allí están sufriendo. No te enfoques únicamente en el interés ciego que tienes por obtener el poderoso Polerote. Analiza la situación de manera objetiva —aconsejó el hombre joven de rasgos delicados—. De todos modos la deuda que ese país tiene con tu nación junto al convenio que pactaron continuará vigente aún si Ferguson dejara de gobernar.
—¿Si tanto te interesa el bienestar de Las Minas Negras por qué te empeñas en bloquear los convenios económicos y las ayudas que cualquier otro país les ofrece? —inquirió el rubio cuarentón, presidente de Tierra de Armas—. Tanto hablas de chantaje y eso es lo que haces con todos los países que quieren tener relaciones con el país en cuestión. A fin de cuentas lo que te interesa es el Polerote y las otras riquezas que ofrece esa nación, no su gente.
—Bloqueo las relaciones para darles a entender que existe un desacuerdo externo con el sistema que toma control de esa nación, ellos necesitan presión, aún la minoría partidaria de ese gobierno necesita un poco más de ello para entender que lo que apoyan no es lo más aconsejable —respondió el gringo—. Aunque parecen borregos, y peor, personas con seria discapacidad mental para soportar la crisis que viven (me refiero a la minoría Fergusoniana) —pausó—. Y acerca de mi interés, no es algo que deba ocultar. Sí lo hay, ese mismo interés que tienes tú y otras repúblicas que aún apoyan todo ese acontecimiento aparentemente extenso que acarrea Las Minas Negras. Siempre habrá interés, de mi parte hacia su Polerote y de su parte hacia la tecnología, alimentación, medicina y educación que mi país le puede ofrecer a cambio —pausó—. ¿Tu nación qué ofrece aparte de armas que quizá planeen utilizar contra mi nación? —se detuvo mirándolo desafiante—. Puedes otorgarle todas las armas que quieras, pero la gente de Las Minas Negras gritará más fuerte cuando recuerden que para pelear primero deben alimentarse bien —aseguró casi como una burla—. Mi advertencia seguirá en pie —dijo con determinación.
—Tu advertencia es basura —contradijo de inmediato el presidente de Tierra de Armas en una discusión de sólo ellos en medio de decenas de personas reunidas allí, los tres ancianos ya estaban fastidiados, considerando aquellos dos un par de monos de circo—. Si tan sólo se te ocurre intervenir en Las Minas Negras mi decisión será dar la orden a mis tropas de defender la soberanía de esa nación —amenazó en respuesta el líder de Tierra de Armas—. Así cueste derramamientos de sangre.
—También yo ordenaría a la fuerza armada de La Gran Bonanza intervenir —dijo el enjuto de cabello cano levantando su mano nuevamente y bajándola luego, habiendo dado uso de su voz aguda y su lenguaje ligeramente trabado, todos allí sabían de la potencia de sus tropas y sus armamentos—. Y entonces sufrirán también los civiles que nada tienen que ver con la política —prosiguió—. Ya que mis hombres no serán cuidadosos al disparar sus proyectiles.
—Ya basta —habló el anciano del medio con tono más autoritario, ya hastiado de la discusión motivada por intereses propios entre los presidentes que entablaban aquella vergonzosa pelea verbal—. Aquí se sancionará y se expulsará a todo aquel que tome drásticas decisiones, y no creo que sea algo que le convenga a alguno de ustedes —advirtió—. La última palabra las tendremos nosotros tres —se refirió a él mismo y los otros de los ancianos sentados a cada lado—. Les agradezco que no lo olviden.
Hubo un silencio incómodo. Antes que el presidente de Tierra Diamante interviniera por primera vez.
—Con permiso —dijo de primero—. Creo necesario recordar al presidente de Tierra de Armas y al presidente de La Gran Bonanza que Tierra Dorada contará con el apoyo de las tropas de mi país si eso que ustedes aseguran llegara a materializarse —ofreció con determinación.
—También las tropas de mi país ayudarán —aseguró sin más, el presidente de Mundo Cobrizo.
—Y las mías —agregó el de Mundo Rubí.
—También las mías —intervino por primera vez el presidente de otro país y así la mayoría de ellos.
—Entonces —volvió a hablar el presidente de Tierra Diamante—. Alguna actitud debemos tomar a favor de los afectados en Las Minas Negras. La decisión está en sus manos, señores —le habló a los tres ancianos y luego a los presidentes de La Gran Bonanza y Tierra de Armas—. Lo haremos de una manera pasiva; o provocaremos una tercera guerra mundial.