No hay nada que quitar

1369 Words
—Finalmente durmieron —anunció Ana al entrar, insinuando que los gemelos por fin se habían acostado. Se acercó a la ventana, arrastrando una silla junto a Selene. —Así que ahora solo somos nosotras, las chicas —dijo mientras se acomodaba. Ambas se quedaron en silencio, mirando las luces de la ciudad. —Siempre te ha gustado Nueva York —comentó Ana, rompiendo la quietud. —Sí —respondió Selene con una sonrisa nostálgica. Esta era la ciudad que la había visto crecer. Aquí había estudiado, dado su primer beso y tenido su primer novio. Todos sus "primeros" estaban atados a este lugar. Nueva York había sido el escenario de su infancia y adolescencia, donde la familia Suiza era conocida como un nombre ilustre, marcado por la vieja riqueza. Sin embargo, todo cambió cuando sus padres se divorciaron. Aunque su padre se marchó, su madre decidió quedarse en la ciudad con las niñas. Esa decisión manchó los buenos recuerdos de Selene. Los lugares que antes le traían alegría ahora estaban llenos de tristeza. Ya no tenía sentido quedarse. —No pude soportarlo más después de papá —confesó Selene. —Nos afectó a todos, ¿no es así? —respondió Ana con un dejo de melancolía. Recordar aquellos días siempre era doloroso. Su familia había parecido perfecta desde afuera. Sus padres, ambos abogados, también dirigían negocios exitosos y daban la impresión de un matrimonio ideal. Las niñas asumieron que se amaban, pero todo resultó ser una fachada. Detrás de las puertas cerradas, había peleas discretas y constantes acusaciones. —Me rompió el alma cuando se fue —continuó Ana, observando el rostro pensativo de Selene que seguía mirando por la ventana. Selene asintió lentamente. —Mamá también lo sintió. Recuerdo que cayó enferma semanas después, aunque insistía en que no tenía nada que ver con papá. Ambas se rieron suavemente al recordar la obstinación de su madre. —Pero tú estabas destrozada —apuntó Ana, mirándola con ternura. Selene dejó escapar una sonrisa triste. —Sí, estaba devastada. Empecé a odiar a todos los que conocía. —Y también a Nueva York —añadió Ana. —Nueva York ya no era lo que solía ser. Simplemente no podía quedarme. Lo siento mucho —dijo Selene en voz baja. —Te alejaste de todo y te fuiste para fundar Madison —replicó Ana, refiriéndose al imperio tecnológico que Selene había construido. —Que, por cierto, ahora está generando millones —respondió Selene con una chispa de orgullo en los ojos. —Brindemos por eso —Ana levantó una mano en un gesto simbólico y luego abrazó a su hermana. Con una sonrisa, añadió: —Aunque no es como si necesitaras los millones. Papá nos dejó bastante dinero. Selene se encogió de hombros con una sonrisa. —Nada se compara con ganar tu propio dinero. Ana suspiró, con un matiz de reproche. —Eso está muy bien, pero siempre cierras el mundo mientras lo haces. Selene sabía a qué se refería su hermana. En su búsqueda por construir su empresa, había descuidado a su familia. A veces no respondía llamadas, y mucho menos se interesaba por lo que ocurría en casa. Ana admiraba su determinación, pero no podía evitar resentirse un poco por la distancia que Selene había impuesto. —Supongo que heredé eso de papá —admitió Selene con una sonrisa cansada. Selene negó con la cabeza suavemente, pero cambió el tema. —No escuché a Noah entrar. ¿Está en casa? —Viajó y debería volver este fin de semana. Negocios —respondió Ana, ajustándose la bata mientras bajaba las persianas. Afuera, el frío comenzaba a intensificarse. Ana se cruzó de brazos y la miró con seriedad. —Entonces, ¿cómo estás? Selene permaneció en silencio un momento, sopesando su respuesta. —Decir que estoy decepcionada sería quedarme corta. Pero, aparte de eso... estoy bien —. La respuesta le sonó extraña incluso a ella, pero sabía que era sincera. Ana asintió lentamente. —¿De verdad? Porque ver a Mary en la cama con Pete... eso debió ser un golpe muy duro. —Creo que, en cierto modo, siempre supe que a ella le gustaba. Lo que no esperaba era que Pete cayera en su juego. —¿Sabías que le gustaba y no viste por qué podría convertirse en un problema más tarde? —replicó Ana, con un dejo de reproche en la voz—. Eres más inteligente que eso, Selene. —Él no siente nada por ella —respondió Selene, defendiéndolo de forma automática. Pero la mirada incrédula de su hermana la hizo añadir en voz baja—: Pero ella sí... Ana alzó una ceja. —¿De verdad? Selene suspiró profundamente. —Al principio, fue un shock ver esas fotos. Me sentí traicionada. Pero esta noche las revisé con calma, como cuando buscas una laguna en un contrato. Me vi analizando mi relación como si fuera un negocio —dijo, encogiéndose de hombros. Ana, conmovida, le dio unas palmaditas en la mano. Selene respondió frotando la mano de su hermana antes de levantarse para tomar su teléfono de la cama. —Entonces descubrí algo —dijo, mostrando la foto. —Mira bien el ángulo de la cámara. ¿Dónde crees que estaba colocada? Ana estudió la imagen con atención. —¿Debajo de la almohada? —¡Exacto! —Selene sonrió, aunque su tono era sombrío. —Eso significa que no fueron los paparazzi ni el personal del hotel quienes tomaron las fotos. Fue alguien dentro de la habitación. Ana, atónita, completó la idea. —Fue Mary. —Así es —confirmó Selene, con un brillo de tristeza en los ojos. —Ella quería que Pete y yo termináramos... y lo consiguió. Ana todavía no podía procesar la información. —¿Pete sabe esto? —No me importa si lo sabe o no, Ana. Él estaba allí con ella, y eso es lo único que importa. Se acabó. Ana respiró profundamente. —Esto cambia todo, Selene. ¿No lo crees? —No, no lo creo. Y ya estoy agotada. ¿Podemos dejar este tema? Ana asintió con resignación y se levantó para abrazar a su hermana antes de salir de la habitación. Deteniéndose en la puerta, dijo: —Mañana iré a ver a mamá con los gemelos. ¿Debería decirle que vas a venir? Cenaremos juntas, y creo que te haría bien. Selene, tensándose al instante, respondió con frialdad: —Claro. Ana dudó un momento, pero finalmente salió sin decir nada más. --- Mientras tanto, en un hospital privado de los Pierce. El doctor Tom, médico personal de la familia, junto con especialistas de todo el mundo, habían sido llevados para tratarla. Había pasado por varias cirugías, pero el cáncer había avanzado demasiado antes de ser descubierto. Era una lucha perdida, pero Owen se negaba a rendirse. No permitiría que muriera sin hacer todo lo posible por mantenerla con vida. Paseándose por la gran sala, Owen observó con angustia mientras los médicos trabajaban frenéticamente. Finalmente, el doctor Tom se acercó y le dijo con voz firme: —Por favor, espera afuera. Owen lo miró con desesperación, como si no pudiera procesar las palabras. —¿No pueden intentar extraer algún ovulo? —preguntó con voz quebrada. El médico lo sacó tratando de explicarle la situación. Los otros médicos se sintieron aliviados al verlo salir. La inquietud y el comportamiento frío de Owen eran una distracción. —No hay nada que quitar, Owen, —explicó el doctor Tom. —¿Qué quieres decir con nada que quitar? —El cáncer ha devorado profundamente. Dicho útero ya no es visible. Se ha integrado en su cuerpo... —Owen tenía la esperanza de que al menos pudiera hacer una inseminación artificial, pero con este pronóstico, no quería creer que incluso mantenerla con vida por más tiempo sería imposible. El fuerte sonido de la máquina los distrajo. Ambos hombres levantaron la vista y entraron en la habitación inmediatamente. Los médicos corrían por todas partes — ¿Qué está pasando? —Ella está perdiendo sangre. Su presión es alta. Necesito una mano aquí — anunció el médico principal. —Por favor, acompañe al Sr. Pierce —ordenó.
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