Cena familiar

1702 Words
El caluroso sol de la tarde era tan intenso que Selene se culpó a sí misma de holgazanear toda la mañana. Empezaba a odiar la idea de cenar con su madre. Esa mujer había convertido a la jueza Judith en su contra a lo largo de los años, siempre viendo defectos en cada una de sus elecciones. Estaba segura de que hoy volvería a tener algo agrio que decirle. Pero, de nuevo, estaba acostumbrada a sus patéticas conversaciones. Iba a lucir lo mejor posible e ignorarla esta noche. Conduciendo al viejo Camry hasta la boutique, salió y entró en el lugar. El dependiente de la tienda la saludó calurosamente y la llevó a la sala común. —Quiero la clase alta— , explicó y la señora se disculpó y luego la acompañó al cuarto superior. Vio la tela que quería al instante. Se exhibió un vestido de terciopelo n***o. Estaba bien con lentejuelas y era lo suficientemente encantador para ella. Dame eso y otros dos dijo señalando el vestido. Ella fue a su sección de zapatos y también hizo algunas compras. Satisfecha de estar bien por ahora, le dio a la señora su tarjeta y la hizo empacar. Al salir, Owen, que había venido a buscar a su mujer algunos artículos de aseo y ropa, se encontró con ella en la puerta. Los dos se miraron fijamente. —Eres tú—, dijo —Oh— Selene respondió y luego recordó a su esposa — ¿Cómo está? —Ella está bien. estable ahora. Gracias —dijo para irse pero Selene se mantuvo en su camino, levantando la frente, preguntó — ¿Qué pasa?— — ¿Puedes llevarme con ella?— preguntó Selene. —Ahora mismo no, está inducida y estará dormida durante horas— , le dijo y comenzó a alejarse. Selene se apartó del camino, encogiéndose de hombros. Sabía que Owen debía estar herido por lo que estaba pasando, pero decidió seguirlo. —Realmente me gustaría saludar —insistió. —Está bien —fue todo lo que él respondió mientras seleccionaba algunas cosas. No se ofreció a recibir ayuda. Era evidente que quería hacerlo todo por su cuenta, probablemente para castigarse por algo relacionado con su esposa. ¿Quién sabe qué pensaba él? Cuando terminó, pagó en silencio y salió, sin decir una palabra. Selene lo siguió hasta su coche y, juntos, se dirigieron al hospital. Al llegar, Selene, sintiendo la tensión del ambiente, susurró: —Está muy agotada. Solo di lo que tienes que decir y vete. —Tan hostil —murmuró Selene para sí misma mientras entraba en la habitación. La mujer, al ver a Owen, le sonrió levemente, mirando a Selene con interés. —Oh, viniste —dijo la mujer, reconociéndola. —Sí, lo hice. ¿Cómo estás? —preguntó Selene, sentándose cerca de ella. —He estado mejor —respondió la mujer, y luego, como si la fatiga le pasara factura, añadió—: He estado recordado nuestro encuentro. —Igual yo —respondió con una sonrisa suave. —Agradable —dijo la mujer, y antes de que pudiera agregar más, un bostezo la hizo quedarse dormida, con los ojos cerrándose lentamente. Selene miró a Owen, sonrió con tristeza, y luego salió de la habitación. No quería presenciar más el dolor de la situación. Con una sensación de impotencia, llamó a su hermana para decirle que se reuniría con ellos más tarde para cenar. Ana, que estaba recogiendo a los gemelos, se dirigiría desde allí al apartamento de su madre. Selene, por su parte, se dirigió a su coche para tomar una ducha fría y despejarse un poco. Vestirse le tomó más tiempo del que esperaba. Sabía que este encuentro con su madre no sería fácil. A pesar de que la revista City la había nombrado dos veces como "La mejor vestida en tecnología", su madre siempre tenía algo que decir sobre su aspecto, y eso la agotaba. Una vez lista, Selene arregló un cabello rebelde y presionó el timbre de la puerta. La señora Grimm la recibió con poca emoción. —Tarde, como siempre —comentó mientras intercambiaban un abrazo rígido y besos fríos en las mejillas. Selene dejó que su madre hiciera la observación, pero rápidamente ofreció el champán que había traído. Colgó su abrigo en el perchero, donde ya estaba el de su hermana y los niños. Tomó su tiempo para colgar el suyo antes de unirse al resto de la familia. —Te ves con curvas —comentó Ana mientras los gemelos corrían a abrazar a Selene. —Eh, tú —respondió Selene con una sonrisa—. ¿Cómo estuvo la escuela hoy? —Queríamos que vinieras a buscarnos —dijo Ethan, pero se detuvo de inmediato. —¿Decepción al ver a tu madre? —interrumpió la señora Grimm con un tono autoritario. —Abuela, no es lo que quisimos decir —explicó Elizabeth, mirando a su madre en busca de apoyo. Ana se volvió hacia ellos, haciendo un esfuerzo por parecer enojada. —¿Te decepcioné? —bromeó, y los niños comenzaron a tartamudear. —Yo... No lo hice... —respondió Ethan, nervioso. —Eso es porque creyeron que su tía rica y mala iba a ir a recogerlos todos los días a la escuela —explicó Ana. —¿Lo hicieron? —preguntó Selene, riendo suavemente. —Habría ido si me lo hubieran dicho. ¿Mañana? —Trato —respondió Ethan, dándole un abrazo a su tía. —Te amo, madre —le dijo, corriendo hacia su madre para abrazarla. —Lo sé, bebé —respondió Ana con una sonrisa cansada. —Ahora, ¿podemos comer? —dijo la Sra. Grimm, tocando el timbre. Las criadas entraron para comenzar a servir la comida. Selene puso los ojos en blanco ante la vieja tradición. Su madre seguía tan rígida como siempre, siempre adherida a las costumbres. La Sra. Grimm notó su actitud, pero se quedó en silencio hasta que las criadas se retiraron. —¿Y tienes algo que decirme? —preguntó finalmente, con un tono que no dejaba lugar a evasivas. Selene sonrió con suavidad. —Sin nada, madre. Los gemelos estaban a punto de comenzar a comer, pero la Sra. Grimm les detuvo. —No en mi casa, chicos —les regañó suavemente. Ambos dejaron caer sus cucharas. —Vamos a rezar —dijo, mirando fijamente a Selene. —Querido Señor, bendice esta comida y a todos los que amablemente han adornado nuestra mesa esta noche. Amén. Todos respondieron al unísono, y la comida comenzó. Después de un par de bocados, la Sra. Grimm volvió a hablar, esta vez dirigiéndose a su hija menor. —¿Y por qué estás en la ciudad? Por favor, dime. —Madre —advirtió Ana, intentando calmar la situación. —¿Podemos simplemente comer y estar agradecidos de estar todos aquí juntos? —¿Qué hay de malo en preguntarle a mi hija por qué está en casa? —replicó la Sra. Grimm, mirando a Ana con una mezcla de desafío y curiosidad. Nadie respondió y la conversación se desvió a un silencio incómodo. Incluso los gemelos, sensibles a la tensión, hablaron en voz baja entre ellos. Cuando la mesa estuvo despejada y el postre se estaba preparando, la Sra. Grimm insistió: —¿Cómo va tu empresa estos días? Escuché que la empresa tecnológica está siendo todo un éxito. —Bien, madre —respondió Selene, apenas levantando la vista. —¿Y tu hombre? —preguntó la Sra. Grimm, con un tono que dejaba claro que esperaba algo más. —Ninguno, madre —contestó Selene con una ligera crispación en su voz. —¿Por qué? —insistió su madre. —Nada, madre —Selene empujó su silla hacia atrás, una clara advertencia de que la conversación estaba a punto de terminar. La Sra. Grimm sonrió sarcásticamente, pero cambió de tema. Volvió a dirigir la conversación hacia su hija mayor. —¿Cuándo volverá Noah? —Debería estar aquí el fin de semana —respondió Ana. —Conoció a un cliente ayer y tuvieron una reunión hoy. Todo va bien y podremos tenerlo en casa pronto. —¡Yay! —gritaron los gemelos emocionados. Con el rabillo del ojo, la señora Grimm vio cómo Selene se servía un vaso de vino tinto. Lo bebió de un solo trago. Su madre fingió no ver eso, pero estaba claramente molesta. Cuando Selene se sirvió otro vaso, la señora Grimm no pudo aguantar más. —¿Estar en casa es tan malo que tienes que emborracharte para llevarlo a cabo? —dijo, su tono ahora lleno de reproche. —El vino está ahí, mamá. ¿No querías que lo tomáramos? ¿Por qué lo sacaste entonces? —replicó Selene, visiblemente irritada. Cualquier calma que había intentado mantener se desvaneció en ese momento. —No sé por qué tienes que irte sin mirar atrás. No llamaste, no respondiste mis llamadas —la señora Grimm dijo en tono más bajo, pero lleno de amargura. Selene necesitaba respirar. —¿Es tan difícil de entender? —gritó. —Señoras, los niños —intervino Ana, tratando de calmar la situación. Pero nadie la escuchó. —No es mi culpa, lo sabes —dijo la señora Grimm en voz baja, mirando a Selene. —Y no te culpo, porque papá nos dejó. Nunca lo hice —respondió Selene, mirando a su madre con dureza. —Lo hiciste... En el fondo, debiste haberme culpado —respondió la señora Grimm, como si lo hubiera estado pensando durante años. —¿Por qué llegarías a esa conclusión cuando nunca dije nada? —replicó Selene, su enojo creciendo. —No tenías que decirlo, lo actuaste —respondió su madre. —Vaya... —dijo Selene, levantándose abruptamente—. Camino a seguir, madre. Gracias por la cena. Me voy. Selene salió furiosa de la casa, ignorando la súplica de Ana que intentaba detenerla. —¿Por qué no puedes dejar que el pasado se vaya? —le dijo Ana, triste, a su madre. —Crees que ya pasó, cuando ni siquiera se quedaría una semana aquí —la señora Grimm observó, sus ojos llenos de una mezcla de frustración y resignación.
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