Seis meses atras

1300 Words
La habitación, amplia y lujosa como todo en la mansión Pierce, estaba impregnada de un silencio solemne, roto solo por el suave zumbido de la máquina que mantenía a Amara con vida. La mujer, siempre fuerte y vibrante, ahora yacía en la cama, su cuerpo frágil y devastado por el cáncer. A pesar de todo, sus ojos seguían brillando con esa chispa de amor y calidez que había conquistado a Owen tantos años atrás. Owen estaba sentado a su lado, sus dedos entrelazados con los de ella, como si temiera que soltarla fuera el comienzo de perderla por completo. Su otra mano descansaba sobre su frente, los ojos cerrados mientras contenía el dolor que lo desgarraba por dentro. Había hecho todo lo que estaba a su alcance: los mejores médicos, tratamientos experimentales, hospitales de prestigio. Pero la realidad era innegable, aunque se negaba a aceptarla. —Owen… —Amara susurró, su voz apenas audible, pero suficiente para arrancarlo de sus pensamientos. Él abrió los ojos y la miró. Su rostro estaba pálido, sus labios resecos, pero la sonrisa que le ofrecía era pura y sincera, como siempre. Owen tragó con dificultad, intentando devolverle la sonrisa. —Estoy aquí, mi amor. Siempre estoy aquí. Amara soltó una pequeña risa, débil pero auténtica. Se acomodó ligeramente, aunque cualquier movimiento parecía costarle un mundo de esfuerzo. Sus dedos, delgados y temblorosos, acariciaron la mano de Owen. —Eres tan terco —murmuró ella, su tono cargado de cariño—. Siempre queriendo ganar, siempre luchando contra lo inevitable. —No voy a perderte —respondió Owen, su voz firme pero con una nota de desesperación que no pudo ocultar. Su mirada se clavó en ella, como si quisiera memorizar cada detalle, cada línea, cada expresión de su rostro—. No puedo perderte, Amara. Ella negó suavemente con la cabeza, sus ojos llenos de amor y compasión. Sabía que él estaba aferrado a una esperanza que no existía, y aunque parte de ella deseaba creer con él, la otra parte, la que aceptaba la verdad, quería prepararlo para lo que venía. —Owen, escucha… —dijo con más seriedad esta vez, apretando ligeramente su mano—. He tenido la vida que siempre soñé gracias a ti. Llegaste a mi mundo cuando más lo necesitaba, y juntos construimos algo hermoso. Él desvió la mirada, sus labios apretados mientras intentaba contener las lágrimas. Amara continuó, sin detenerse. —¿Recuerdas cuando nos conocimos? —preguntó, una sonrisa nostálgica asomándose en sus labios—. Yo era esa periodista curiosa que se atrevió a enfrentarte en una conferencia de prensa. Owen soltó una pequeña risa, más un suspiro quebrado que una carcajada verdadera. —Fuiste insoportable —murmuró, recordando el momento—. Llegaste con tus preguntas incisivas, cuestionando todo lo que decía. Nadie se atrevía a desafiarme así. —Pero tú estabas fascinado —lo interrumpió ella, su sonrisa ahora más amplia—. Lo vi en tus ojos, aunque intentaras ocultarlo detrás de esa máscara de CEO frío e inaccesible. Él asintió, con la sombra de una sonrisa en su rostro. —Lo estaba. Siempre lo estuve. Amara suspiró, su mirada perdiéndose por un momento en algún punto del techo. Luego volvió a mirarlo, sus ojos azules fijos en los de él, tan intensos como el primer día que lo vio. —Owen, sé que esto es difícil. No quería que nuestra historia terminara así, pero no podemos cambiarlo. Lo único que quiero ahora es que me prometas algo. Él la miró, su expresión cargada de angustia. —Lo que sea. —Quiero que sigas adelante. Que encuentres la manera de ser feliz otra vez, incluso si yo no estoy contigo. —Hizo una pausa, tomando aire antes de continuar—. Y quiero que cumplas nuestro sueño. Tener un hijo, Owen. Quiero que dejes que alguien más lleve esa parte de mí contigo. El nudo en su garganta era insoportable. Owen no podía hablar, no podía siquiera pensar en un futuro sin ella, y mucho menos en traer a alguien más a su vida. —No puedo hacerlo sin ti, Amara. Ella negó suavemente con la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas que no derramó. —Sí, puedes. Y lo harás. Porque eres fuerte, porque eso es lo que haces. —Sonrió, esta vez con tristeza—. Hay alguien… alguien que conocí hace tiempo. Selene. Creo que ella es la indicada. Es valiente, buena y, sobre todo, necesita un nuevo comienzo tanto como tú. Owen abrió la boca para protestar, pero Amara llevó un dedo tembloroso a sus labios, silenciándolo. —No me respondas ahora. Solo piénsalo. Pero prométeme que no dejarás que mi muerte sea el final de todo lo que soñamos. El silencio llenó la habitación por unos largos segundos. Owen cerró los ojos, una lágrima finalmente deslizándose por su mejilla. Luego asintió lentamente. —Te lo prometo —susurró con voz rota. Amara sonrió, satisfecha, y volvió a recostarse en la almohada, cerrando los ojos. Aunque el dolor aún la consumía, en ese momento sintió una paz que no había sentido en meses. Y Owen, aún sosteniendo su mano, sintió que su mundo comenzaba a desmoronarse. Pensó que, al menos por esa noche, podrían tener algo de paz. Pero la ilusión se rompió como un cristal apenas cinco minutos después. Un sonido brusco cortó el silencio: una tos áspera y seca que parecía arrancar cada fragmento de fuerza del cuerpo de Amara. Owen se puso de pie de inmediato, su corazón saltando en su pecho al verla encorvarse sobre la cama, con el rostro marcado por el dolor y la dificultad para respirar. —¡Amara! —exclamó, acercándose rápidamente y tomando su mano. Ella intentó responder, pero el ataque la consumía, dejando a su cuerpo frágil luchando por oxígeno. Cada tos parecía un golpe que resonaba en el alma de Owen. Era un recordatorio brutal de lo cerca que estaba de perderla. —¡Mary! —gritó Owen con urgencia, su voz rompiendo el aire mientras llamaba a la ama de llaves—. ¡Llama al chofer! ¡Tenemos que llevarla al hospital ahora! La mujer apareció casi al instante, su rostro pálido pero resuelto. Sin perder tiempo, corrió hacia el teléfono mientras Owen trataba de calmar a Amara. —Tranquila, mi amor. Estoy aquí —susurró, aunque su propia voz temblaba. Amara lo miró, sus ojos vidriosos llenos de miedo y algo más: resignación. Intentó apretar la mano de Owen, pero sus fuerzas parecían escaparse. —No… hospital —murmuró, su voz rota por la falta de aire. —No digas eso, Amara. Te llevaremos, estarás mejor —insistió Owen, su desesperación creciendo. Ella negó con la cabeza débilmente, pero antes de que pudiera responder, otro ataque la interrumpió. Esta vez fue peor. Su cuerpo tembló y su pecho subía y bajaba frenéticamente mientras luchaba por aire. Owen se inclinó hacia ella, apoyando una mano firme en su espalda mientras la otra buscaba algo, cualquier cosa, para ayudarla. Pero estaba indefenso. Odiaba estos momentos más que cualquier otra cosa, odiaba que ella hubiera insistido en quedarse en casa. Quería complacerla, darle la comodidad que tanto deseaba, pero en este instante, lo único que deseaba era estar en el hospital, rodeado de médicos, máquinas y todo lo que pudiera mantenerla con vida. —El coche está listo, señor Pierce —anunció Mary, entrando nuevamente al cuarto con prisa. Owen no esperó. La tomó en brazos con cuidado, sintiendo lo liviana que se había vuelto, como si la enfermedad hubiera drenado no solo su fuerza, sino también su peso. Amara gimió suavemente, su rostro apoyado contra el pecho de Owen mientras él la llevaba hacia la puerta. —Resiste, Amara. Estoy contigo —murmuró, su voz quebrada.
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