Le habría encantado despedirse de la mujer que conoció ese día, pero todo pasó tan rápido que Selene estaba segura de que Amara ni siquiera la recordaba ahora. Cuando llegó al aeropuerto de Nueva York, bajó del avión sólo para ver a los gemelos, hijos de su hermana, corriendo hacia ella. Todo pensamiento en la pareja fue olvidado mientras ella saltaba la distancia a mitad de camino hacia su sobrina y su sobrino. —Oye tú—, sonrió mientras la arrastraban en un fuerte abrazo. Les frotó el pelo castaño alegremente.
—¿Cómo estás Sel?— preguntó Elizabeth alejándose del abrazo del trío.
Sólo Elizabeth la llamó Sel. Sonrió a la niña con los ojos bien abiertos.
Antes de que pudiera responder, su hermano; Ethan preguntó: — ¿Cómo está Audrey? ¿La trajiste?
—Estoy bien, Liz— respondió al primer gemelo y se volvió hacia el otro, — ¿Y por qué traería a Audrey? ¿No estás feliz de tenerme a tu lado? — El verano pasado, obligó a Audrey, su asistente, a pasar la Navidad con su familia en Nueva York.
Audrey no tiene familia y pasa la mayoría de las vacaciones sin hacer nada. Por lástima y sentido de la responsabilidad, había pedido a la AP que la acompañara. Ethan se había unido a ella en el momento en que la vio. Su amistad había continuado incluso después de sus dos semanas de descanso. Había insistido en que Audrey llamara para ver cómo estaba de vez en cuando. A veces, llora hasta que su madre llama a Audrey y le pide que hable con ella. Últimamente, había dejado de molestarse con las llamadas, pero eso no significa que se haya olvidado de la bonita Audrey.
Elizabeth era otra historia. Aunque Ethan había hecho clic con Audrey al instante, había evitado a la señora durante todas las vacaciones. Se aseguró de que el camino de Audrey y el suyo no se cruzaran. Lloró cuando se quedó a solas con ella y ni siquiera preguntaba por ella. Esto debe haber hecho que Ethan se sintiera más querido por su asistente personal. Como dicen, aunque eran gemelos, no tenían nada en común. Su conexión terminó en el momento en que ambos fueron entregados. A Ethan le encantaban sus juguetes, además de conocer gente, mientras que Elizabeth prefiere jugar sola y odiaba quedarse a solas con extraños. No fue una sorpresa que no tuviera amigos mientras que su gemelo tenía humor tanto para niños como para adultos. Sorprendentemente, Elizabeth era la tímida. Ella era inquisitiva.
—Le compró unas partituras—, dijo Elizabeth.
—No te atrevas— amenazó Ethan y ambos iban a dejar de discutir y correr cuando Evan les advirtió.
—Bueno— Ethan se encogió de hombros y comenzó a tirar de ella hacia la salida. — Mamá está esperando allí— , explicó.
—¿Dónde está tu bolso?— preguntó Elizabeth mirando a su alrededor.
Al darse cuenta de que había olvidado llevar un regalo para sus sobrinos de siete años, Selene comenzó a pensar rápidamente en algo que les encantaría.
—Oh, esta vez solo estamos mi billetera y yo —dijo, riendo para quitarle importancia.
—Entonces es una visita corta —respondió Elizabeth, con la decepción escrita en su rostro.
Selene reconoció esa mirada de inmediato.
—Yo también te extraño, Liz. Me quedaré un rato. Esta visita fue improvisada. Podemos ir a comprar algo juntas, ¿te parece? —agregó, viendo cómo la expresión de su sobrina se iluminaba al instante.
Ethan, que iba caminando a su lado, se detuvo abruptamente y se plantó frente a ella.
—¿Y me trajiste algo? —preguntó con tono curioso, pero al notar la mirada fija de su hermana, se corrigió rápidamente—: ¿Nos trajiste algo?
—Espera y verás, pequeño —respondió Selene, sonriendo con astucia.
Cuando llegaron al auto, Ana, su hermana, los esperaba con una sonrisa cálida pero inquisitiva. Sus ojos brillaban con emoción, lo que hizo que Selene recordara las palabras de Owen: "Llevas el corazón en el rostro". Esa misma mirada debía haber sido la que él vio cuando miró a su esposa por primera vez.
—Por favor, no me mires así —dijo Ana con una mezcla de humor y reproche, mientras abría la puerta del auto—. ¿Y no hay abrazos? —preguntó, acomodándose en el asiento trasero.
—No cuando pones esa cara —replicó Selene mientras sacaba su teléfono móvil.
Durante el trayecto, Selene hizo un pedido rápido en línea para los gemelos, asegurándose de pagar un extra para que la entrega estuviera lista antes de llegar a casa. Al terminar, sonrió satisfecha y miró a su hermana con orgullo. Ana, por su parte, negó con la cabeza, incapaz de entender cómo su hermana podía mantenerse tan serena.
Ana había esperado ver a Selene abatida al salir del avión. Quizás estaba tomando las cosas demasiado a la ligera, o tal vez esto era algún tipo de colapso psicológico. Fuera lo que fuera, esperaba que su hermana estuviera bien. Sabía que Selene había pasado por una serie de momentos difíciles, especialmente con su mejor amiga, pero no quería presionarla.
—Estoy bien, de verdad —dijo Selene, interrumpiendo los pensamientos de su hermana.
Se giró hacia la ventana. De repente, una sensación de pesadez la invadió, obligándola a apoyar la cabeza en el asiento del auto mientras suspiraba profundamente.
No fue hasta pasada la medianoche que Selene tuvo la habitación para ella sola. Después de la cena, se disculpó y subió a la habitación donde siempre se alojaba cuando visitaba a Ana. Los gemelos la habían seguido hasta el cuarto, jugando y llenándola de preguntas.
Recordó sus expresiones cuando vieron al repartidor esperando en la puerta de la casa. Ambos saltaron del auto y corrieron hacia él para inspeccionar su regalo. Ethan recibió una bicicleta grande, mientras que Elizabeth obtuvo una muñeca de juguete para estilizar.
—¡Puedo peinarlo! —gritó emocionada Elizabeth mientras desenvolvía el regalo. Luego, le dio un fuerte abrazo a su tía y salió corriendo a reunirse con Ethan, quien ya se había montado en su bicicleta.
Momentos como esos eran para Selene lo más valioso. Atesoraba esas pequeñas alegrías, especialmente porque los gemelos habían sido un regalo tanto para ella como para su hermana. Habían llegado en un momento en el que Ana necesitaba desesperadamente un milagro.
Ana había estado casada durante casi cinco años antes de que los gemelos nacieran, y esos años habían sido muy duros. Selene recordó cómo su hermana, antes tan alegre y llena de vida, se había transformado en alguien amargada y retraída. Había dejado de vestirse con esmero, pasaba la mayor parte del tiempo en casa y siempre estaba de mal humor.
Los médicos habían mostrado su preocupación por la falta de hijos en la pareja. Médicamente, ambos habían sido declarados saludables, y no había ninguna razón aparente para el retraso. Nadie podía entender por qué no lograban concebir.
Cuando finalmente Ana logró quedar embarazada, todo cambió. Recuperó su energía y alegría de vivir. Tenerla de vuelta como su antigua yo fue una bendición para todos. Los gemelos le dieron a la familia un nuevo comienzo, llenando su hogar de risas y amor. Nada era demasiado para consentir a esos adorables niños.
Ese día, los gemelos habían estado charlando y jugando sin parar. Varias veces, Selene trató de sacarlos de su habitación para poder descansar un poco, pero no se iban. Corrían de un lado a otro, se perseguían y lanzaban almohadas entre risas. Finalmente, decidió dejarlos en paz mientras se preparaba para dormir.
Después de cambiarse en el baño, volvió a la habitación y encontró que los gemelos se habían metido en la cama, esperándola con ansias. Selene entendió de inmediato lo que implicaba esa escena: querían que se acostara con ellos y les contara una historia, como solía hacer.
Sin embargo, esta vez tendría que decepcionarlos.