La mirada fría de Owen provocó una risa nerviosa entre Ana y Selene. Todavía estaban en la iglesia, y los demás asistentes las miraban como si hubieran cometido un delito.
—Debe ser la forma en que el vestido n***o acentúa tus curvas. Es un pecado lucir tan sexy en un velorio —bromeó Ana, tratando de aliviar la tensión.
Selene suspiró y comenzó a empujar entre la multitud hasta salir al aire libre. Una vez fuera, inhaló profundamente, como si necesitara limpiar su mente. Ana, por su parte, recogió su bolso y se dirigió directamente al coche.
Cuando Selene estaba a punto de seguirla, el doctor Tom apareció frente a ella.
—Ha pasado un tiempo, doctor —lo saludó educadamente.
El médico le mencionó que necesitaba hablar con ella sobre algo importante y le pidió que tomara su tarjeta para contactarla más adelante. Intrigada, Selene lo acompañó al coche donde él le entregó la tarjeta.
Más tarde, mientras estaban en el coche, Ana preguntó con curiosidad:
—¿Qué quería el doctor?
—No lo sé —respondió Selene, aunque en el fondo comenzaba a sospechar de qué se trataba.
De vuelta en su oficina, Selene no podía sacarse esa conversación de la cabeza. La confusión la tenía distraída y desorientada. Había ignorado varias llamadas del doctor Tom durante la mañana, hasta que este decidió contactar con la línea de la oficina. Finalmente, Selene contestó, y sus sospechas se confirmaron.
—¿Por qué pensarías en mí de esa manera? —preguntó, sorprendida por lo que el médico le acababa de proponer.
—Porque la señora Pierce me lo pidió —respondió el doctor con calma.
El resto del día transcurrió en una nube de confusión para Selene. Apenas podía concentrarse en su trabajo, algo que no pasó desapercibido para Audrey, su asistente personal.
—¿Cometí otro error? —exclamó Selene frustrada cuando Audrey le llevó el mismo expediente por tercera vez ese día.
—No, señora —respondió Audrey con una sonrisa comprensiva. —¿Quiere que el contable lo revise?
—Sí, creo que deberías. Pero quiero verlo una vez que termine —dijo Selene, intentando recuperar algo de control.
—De acuerdo, señora. Ah, y Zoe está aquí —informó Audrey antes de retirarse.
—Envíala adentro —respondió Selene mientras se recostaba en su silla, tratando de despejar su mente.
Pocos minutos después, Zoe entró con una energía inconfundible.
—¿Podemos salir? Me siento atrapada aquí —dijo Selene, ya con su bolso en la mano.
—¡Oye! Tú también, ¿eh? —respondió Zoe con una sonrisa. —¿A dónde vamos?
—Solo quiero distraerme —murmuró Selene mientras caminaba hacia la salida.
—Conozco el lugar perfecto —dijo Zoe, siguiéndola de cerca.
Sin embargo, al salir, Selene vio a Pete bajarse de su coche con un ramo de flores en las manos. Ella se detuvo en seco y miró a su amiga con desconfianza.
—¿Tú hiciste esto? —preguntó con el ceño fruncido.
—No vine con él, te lo prometo —se apresuró a responder Zoe.
Selene suspiró con exasperación y se dirigió hacia Pete.
—No quiero hablar ahora, Pete. ¿Podemos hacer esto en otro momento? No es un buen momento.
—¿Te importa saber lo que realmente pasó? —preguntó Pete, con una mezcla de desesperación y enojo en su voz—. Has estado evadiéndome. Esto no es lo que piensas —insistió él, tratando de controlar su frustración.
Selene se giró hacia él con una mirada dura.
—Siempre dices que no es lo que pienso. ¿No te acostaste con ella? —espetó, su voz cargada de ira.
Pete bajó la mirada, avergonzado, sin saber qué responder.
Zoe, al ver la escena, decidió que era mejor no intervenir.
—Oh, chico... —murmuró para sí misma. Luego recogió las llaves del coche de Selene y se dirigió hacia el vehículo.
—Hazlo rápido —Selene dijo mientras se alejaba.
Selene y Pete se dirigieron al otro extremo del vestíbulo y se sentaron en un sofá cerca de la oficina del guardia de seguridad. Selene lo miró con firmeza y dijo:
—Tienes dos minutos. Explícame lo que no entiendo.
Pete, con un suspiro frustrado, evitó entrar en discusiones.
—No así. Estás demasiado molesta para hablar de esto ahora.
—No estoy molesta, Pete —lo interrumpió ella con un tono helado. Luego, con calma forzada, continuó—: Te ayudaré con una pregunta importante: ¿quién publicó la foto? Responde eso, y sabrás por qué creo que lo mejor es que nos separemos.
Sin esperar una respuesta, Selene se levantó del sofá.
—Se acabaron tus dos minutos. —dicho esto, comenzó a marcharse.
—Sel, por favor… —murmuró Pete, observándola alejarse con frustración.
Mientras veía desaparecer a Selene, Pete sintió una mezcla de rabia e impotencia. Ella tenía razón. Había estado tan ocupado ordenando a su equipo que eliminara las fotos de internet y amenazando a los blogueros con demandas que ni siquiera se había detenido a pensar en la pregunta clave: ¿quién había filtrado las fotos?
Apretó los dientes y sacó su teléfono.
—James, NECESITO SABER QUIÉN PUBLICÓ ESAS FOTOS, Y LO QUIERO SABER YA —dijo con voz grave al líder de su equipo antes de colgar.
En el bar
Zoe llevó a Selene a un bar recién inaugurado. El lugar estaba a reventar gracias a una promoción especial que había atraído a una multitud. Después de encontrar un buen lugar para estacionar, ambas caminaron hacia la entrada.
La música retumbaba a todo volumen.
—Justo lo que necesitaba —le gritó Selene a Zoe por encima de la música.
—Te dije que conozco los mejores lugares —respondió Zoe, sin molestarse en alzar mucho la voz.
Entraron al bar y encontraron un lugar en la barra. Ambas pidieron algo para beber y comenzaron a relajarse. Mientras bebían, un hombre alto y de piel oscura se acercó para invitarlas a bailar. Selene ignoró su mano extendida, pero Zoe, siempre dispuesta a divertirse, aceptó con una sonrisa y se dejó llevar a la pista de baile.
Selene se quedó sola con una botella de bourbon en la mano. Al principio bebió despacio, pero pronto comenzó a tomar sorbos más largos. Mientras tanto, Zoe bailaba con entusiasmo. Cambió de pareja en algún momento, y el hombre que la había invitado originalmente ya no estaba a la vista.
Cuando finalmente regresó al bar, jadeando y llena de adrenalina, encontró a Selene completamente perdida, en su cuarta botella.
—Odio cuando haces esto —dijo Zoe con exasperación, mientras ayudaba a su amiga a levantarse.
Ambas se tambalearon fuera del bar. Zoe consiguió meter a Selene en el asiento trasero del coche y, tras asegurarse de que estaba bien arropada, cerró la puerta con cuidado. El trayecto de vuelta fue tranquilo, pero la verdadera lucha comenzó al llegar al apartamento de Selene.
Arrastrar a su amiga en estado de ebriedad hasta la puerta fue un reto. Después de varios tirones y empujones, lograron llegar al vestíbulo. Zoe intentó marcar el código de la entrada dos veces antes de darse cuenta de que algo estaba mal.
—Dame el código —pidió con total frustración.
—Ya lo sabes… —respondió Selene arrastrando las palabras, claramente fuera de sí.
—¡Lo cambiaste! —exclamó Zoe, exasperada.
—Señoras… —saludó Owen al ver a las dos mujeres discutiendo frente a la puerta.
Había venido a ver a Selene y se encontró con la puerta cerrada. Aunque sabía que estaba allí, prefirió esperar fuera en lugar de irrumpir. Cuando el doctor Tom le mencionó que Selene se había mostrado irritada durante su llamada, Owen sintió que debía explicarle todo en persona. Tal vez, si se lo contaba él mismo, ella podría entender.
Llegó antes de detenerse a pensar si era lo correcto. Era mucho para discutir sobre el tema en un momento así. Ahora no estaba seguro de haber tomado la mejor decisión. "¡Amara! Las cosas que me haces hacer…" reflexionó.
Mientras estaba esperando, vio a Selene tropezar al lado de Zoe. Observó cómo ambas luchaban por mantenerse en pie y acercarse a la puerta.
—¿Necesitan ayuda? —preguntó con tono amable.
Zoe levantó la mirada, visiblemente desconfiada.
—¿Quién eres tú? —inquirió con el ceño fruncido.
Antes de que Owen pudiera responder, Selene, claramente ebria, lo reconoció.
—Oh, es el hostil Pierce… —dijo arrastrando las palabras, acompañadas de una risa desganada.
—¿Lo conoces? —preguntó Zoe, sorprendida.
Selene asintió con la cabeza, tambaleándose un poco. Zoe, alarmada, la sujetó rápidamente.
—Sí, de Nueva York… —murmuró Selene antes de girar torpemente sobre sí misma.
Owen miró la puerta cerrada y luego a Zoe.
—¿Qué está pasando con la puerta?
Zoe suspiró con cansancio.
—Está demasiado borracha para darme el código de acceso.