Cuando finalicé ese día, me había quedado algo bastante claro: no iba a renunciar, aunque se me fuera la vida en ello. No iba a darle el gusto de que Nikolay Kozlov me viese decaer, él haría hasta lo imposible por correrme de su casa, pero, yo iba a demostrarle que podía con él y todas sus mierdas de niño caprichoso. Esa noche, después de haber cenado con mamá, me encierro en la habitación, donde comienzo a navegar en internet en busca de ideas de cómo trabajar con una persona repugnante que quería morirse. Hago apuntes, a la vez de que muerdo mi labio inferior mientras leo testimonios de gente que ha tenido algún familiar con depresión, familiares que, en algunos casos, acabaron por rendirse y mandar todo a la mierda. Suelto un lento suspiro, a la vez de que recuerdo las marcas que fui c