Capítulo 31

1611 Words
5 de abril de 2010 Querido diario, Cada vez que paso por el corredor y veo las fotos colgadas en las paredes de casa, no puedo evitar sonreír. Ahí estamos todos: Rafe y mamá, con sus sonrisas que transmiten tanto amor; Anya, siempre con esa chispa en los ojos; Dan, con su eterno gesto protector hacia mí; y yo, en medio de todos ellos, rodeada por esta familia que, aunque no completamente mía por sangre, me ha acogido con tanto cariño. Mamá tiene este álbum viejo, repleto de fotografías mías desde que era una bebé hasta que cumplí 7 años. Me gusta hojearlo de vez en cuando, es como abrir una ventana al pasado. Las imágenes capturan momentos de felicidad simple, risas en nuestro pequeño apartamento, el lugar donde viví los primeros años de mi vida. Pero en esas páginas, llenas de recuerdos de solo nosotras dos, hay una ausencia notable: mi papá. Sé que Rafe ha hecho todo lo posible por llenar ese vacío, por ser la figura paterna que me faltaba desde que nos mudamos con él. Y debo admitir que lo ha logrado; su presencia ha sido una bendición, brindándome estabilidad, seguridad y, sobre todo, mucho amor. Sin embargo, en el fondo de mi corazón, siempre ha persistido la curiosidad y el anhelo por conocer a mi papá biológico, por saber quién es, cómo es su voz, si tengo sus ojos o su risa. Quizás algún día tenga respuestas a todas estas preguntas que se acumulan en mi mente. Hasta entonces, seguiré apreciando a esta familia que la vida me ha dado, sabiendo que, sin importar lo que pase, soy afortunada de tenerlos. Con cariño, Grace. Grace Cuando el profesor se giró para enfrentarnos, su presencia llenó la sala con una autoridad innegable. Era un hombre de rasgos característicos, con un cabello corto de un rubio oscuro que contrastaba con la claridad de su tez. Pero lo que más capturó mi atención fue la intensidad de su mirada, sus ojos azules penetrantes escrutaban la clase con una curiosidad que parecía ir más allá de lo habitual. Había algo en él, en el modo en que esas líneas de expresión marcaban su rostro, que sugería una vida de experiencias y desafíos superados, no solo en el ámbito académico, sino en la vida misma. Cuando su mirada nos recorrió a todos y cada uno de nosotros, sentí un escalofrío involuntario. Era como si pudiera ver más allá de nuestras fachadas, como si estuviera evaluando no solo nuestra aptitud académica sino nuestra esencia misma. —Mi nombre es Maximus Rigel, —anunció, su voz grave y firme cortando cualquier murmullo residual que hubiera quedado en la sala. Su tono era el de alguien acostumbrado a ser escuchado, a comandar la atención sin esfuerzo. En ese momento, el silencio sepulcral que se apoderó de la clase fue un testimonio del respeto instantáneo que había impuesto. El profesor Rigel se acomodó detrás del escritorio, colocando cuidadosamente unos libros y papeles frente a él antes de dirigirse nuevamente hacia nosotros. —Como seguramente algunos de ustedes ya han notado, su profesor anterior, el señor Hernández, ha renunciado de manera inesperada por motivos personales, —comenzó, su tono serio pero accesible. —Me han llamado para continuar con el curso de historia. Aunque el cambio haya sido repentino, les aseguro que haremos una transición suave y que el semestre continuará según lo planeado. En ese momento, Elis se inclinó discretamente hacia mí, su voz un susurro apenas audible entre los murmullos de sorpresa de nuestros compañeros. —No está nada mal el profesor Rigel, ¿eh? Bastante guapo para ser profesor de historia. No pude evitar sonreír ante su comentario, aunque traté de mantener mi atención en el profesor. —Elis, es mayor, —susurré de vuelta, intentando inyectar un tono de sensatez a nuestra conversación clandestina. —Eso solo lo hace más interesante, —replicó Elis con un tono juguetón, lanzándome una mirada cómplice que decía que esta discusión estaba lejos de terminar. El profesor Rigel se paseó lentamente frente a la clase, sus manos entrelazadas detrás de su espalda, antes de detenerse y enfrentarnos con una mirada calculadora. —Y para asegurarme de que todos estamos en la misma página y para entender mejor dónde centrar nuestros esfuerzos este semestre, comenzaremos con un examen sorpresa, —anunció, su voz imperturbable transmitiendo la seriedad de su propuesta. Un murmullo de inquietud recorrió la sala, varios estudiantes intercambiaron miradas de sorpresa y preocupación. —Este examen servirá para evaluar sus conocimientos previos. No se preocupen, no afectará sus calificaciones finales, pero me dará una idea clara de cómo estructurar nuestras clases. Elis me lanzó una mirada de pánico, susurrando: —¿Examen sorpresa? ¿En serio? ¡No estoy preparada para esto! Intenté ofrecerle una sonrisa tranquilizadora, aunque mi propio corazón latía con fuerza ante la perspectiva. —Sólo respira. Lo superaremos, —le susurré de vuelta, intentando infundir en ambas la confianza que yo misma estaba tratando de convocar. Elis bufó suavemente, intentando disimular su ansiedad. —Al menos el profesor es guapo. Eso hace que el examen sorpresa sea un poco menos terrible. —No creo que su apariencia nos vaya a ayudar mucho con las preguntas de historia, —respondí, con un tono juguetón, agradecida por la ligereza que Elis siempre lograba dar, incluso en situaciones de estrés. El profesor Rigel comenzó a repartir las hojas del examen, su paso firme y seguro. Cuando colocó una frente a mí, me encontré con su mirada por un breve momento. —Hagan lo mejor que puedan —dijo, y aunque sus palabras estaban dirigidas a toda la clase, sentí como si en ese momento, me estuviera hablando directamente a mí. El sonido del timbre marcando el final de la clase resonó a través del aula como un suspiro colectivo de alivio. La tensión acumulada durante el examen sorpresa se disipó en un instante, reemplazada por una oleada de conversaciones y el ruido de sillas arrastrándose contra el suelo. Estábamos todos ansiosos por salir, liberarnos de la atmósfera cargada, cuando el profesor Rigel pronunció mi nombre, deteniendo mi marcha hacia la libertad temporal. —Grace, ¿puedes quedarte un momento? Necesito hablar contigo, —dijo, su voz tranquila pero firme. Mis compañeros me lanzaron miradas de curiosidad mezcladas con simpatía, mientras yo me quedaba atrás. Una vez que el último estudiante cruzó el umbral, dejándonos en un silencio que contrastaba fuertemente con el bullicio de hace momentos, el profesor se acercó. —He dado un vistazo a los apuntes de tu profesor anterior y he visto que has sido la mejor alumna del curso, —comenzó, sus ojos azules fijos en los míos, buscando algo que no supe identificar. —Puede ser... —contesté, mi voz teñida de incertidumbre. No estaba acostumbrada a ser el centro de atención de esta manera, y mucho menos bajo la mirada intensa del profesor Rigel. —Tus calificaciones son muy buenas, señorita... —dijo, dejando la frase en el aire, una invitación a completar la información que claramente ya conocía. —Madsen... Grace Madsen, señor, —respondí, intentando mantener la compostura. Había algo en la forma en que me miraba que me ponía ligeramente incómoda. En ese momento, sus ojos se estrecharon ligeramente, y pensé haber detectado una chispa de enfado en su mirada. —Grace Madsen, —repitió, como si mi nombre le provocara alguna reflexión interna. —Interesante. No estaba segura de cómo interpretar su comentario o la intensidad de su mirada. —¿Hay algo mal, profesor? —pregunté, intentando disipar el creciente nerviosismo. —No, —dijo, su expresión suavizándose un poco. —Tus calificaciones son excepcionales. Es raro encontrar a un estudiante con tal compromiso y entendimiento profundo de la historia. Es... impresionante. No pude evitar sentir un pequeño orgullo ante sus palabras, aunque la manera en que me observaba seguía dejándome algo desconcertada. —Gracias, profesor Rigel. Realmente disfruto la materia. —Hmm, —murmuró, como si estuviera considerando algo más allá de mis palabras. Después de una breve pausa, continuó, —dada tu habilidad y pasión por la historia, me preguntaba si estarías interesada en un proyecto de investigación especial. Algo que va más allá del currículo estándar. Creo que podrías aportar una perspectiva única. La oferta me tomó por sorpresa. —¿Un proyecto de investigación? —repetí, intrigada por la idea y por el repentino interés del profesor en mi potencial. —Sí, —confirmó con un asentimiento. —Sería una oportunidad para explorar un tema de tu elección, con mi orientación. Podría ser un excelente complemento a tu expediente académico. —Me siento... halagada, profesor. Y definitivamente interesada, —admití, sintiendo cómo la curiosidad empezaba a burbujear dentro de mí. —¿Podría saber un poco más sobre de qué se trata el proyecto? —Por supuesto, —asintió, y procedió a explicarme los detalles básicos de su propuesta, que involucraba una investigación en un período histórico que hasta entonces solo había rozado en mis estudios. Mientras hablaba, no pude evitar sentirme emocionada ante la perspectiva de sumergirme en algo tan desafiante y enriquecedor. Cuando la conversación llegó a su fin, y me dirigí hacia la puerta del aula, una sensación de anticipación me acompañaba. Este encuentro inesperado había abierto una puerta a nuevas posibilidades, y no podía esperar para ver adónde me llevaría este camino. Con una nueva sensación de propósito, me dirigí hacia mi siguiente clase, las palabras de despedida del profesor Rigel aun calentando mi corazón. —Hazme sentir orgulloso, señorita Madsen. —Y con esa simple frase, sentí que se abrían ante mí infinitas posibilidades.
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