Capítulo 32

1602 Words
19 de mayo de 2018 Querido diario, Nunca pensé que una cena podría tener tantas capas de incomodidad, pero la de esta noche, con los padres de Jackson, definitivamente estableció un nuevo estándar. Y es que Jackson, en un movimiento que aún trato de comprender, no les había mencionado que lo nuestro había terminado. Así que, cuando me pidió, con esos ojos suplicantes que conozco tan bien, que jugáramos el papel de pareja feliz por una noche, simplemente no encontré en mí la fuerza para negarme. El restaurante estaba a solo unas calles de la escuela, un lugar acogedor y familiar que conocía bien, pero que esa noche se sintió completamente diferente. La conversación fluyó con una mezcla de trivialidades y preguntas directas sobre "nuestra relación", a las cuales respondíamos con vaguedades y sonrisas forzadas. Jackson me lanzaba miradas de agradecimiento entre plato y plato, pero podía sentir la tensión en el aire, como una promesa de conversaciones difíciles que tendríamos más adelante. Fue en medio de este acto cuando lo vi. El profesor Rigel entró al restaurante, solo, mirando a su alrededor como buscando a alguien. Y entonces, nuestras miradas se encontraron. Su sonrisa, amplia y de alguna manera inesperadamente encantadora, cruzó la distancia entre nosotros. Por un momento, me olvidé de la farsa que estaba viviendo, atrapada en la intensidad de su presencia. Sí, ese hombre me da escalofríos, pero no puedo negar la curiosidad que despierta en mí. Con cariño, Grace Grace La semana se deslizó entre mis dedos como arena, cada día marcando un paso más hacia mi anhelada graduación y el final del entrenamiento de Owen. La expectativa de volver a verlo envolvía mis días en un velo de anticipación, haciendo que las horas volaran aún más rápido de lo habitual. Entre mis estudios, me había sumergido de lleno en el proyecto sobre seres mitológicos bajo la guía del profesor Rigel. Cada tarde, nuestras reuniones se convertían en un espacio donde la historia cobraba vida, un intercambio enriquecedor que me permitía ver más allá de los libros de texto. Con el tiempo, mi confianza en él creció, encontrando en su mentoría un valioso apoyo para mi pasión por el conocimiento. En medio de este torbellino de actividades y emociones, el insistente vibrar de mi teléfono capturó mi atención. Al ver el nombre de Owen en la pantalla, un torrente de alegría me recorrió. —Hola peque, —su voz ronca, tan familiar y reconfortante, resonó en mi oído, y me apresuré a cerrar la puerta de mi habitación para tener un poco de privacidad. —Hola amor, ¿cómo estás? —Mi voz se tiñó de una calidez espontánea, la sonrisa reflejada en mis palabras mientras me deslizaba por la pared hasta quedar sentada en el suelo, envuelta en la seguridad de nuestra conexión. La risa de Owen al otro lado, ligera y cariñosa, me hizo sentir aún más cerca de él. —Ahora que me dices 'amor', sin dudas mucho mejor. Te extraño mucho... —Sus palabras me envolvieron en un abrazo virtual, transmitiendo su anhelo a través de la distancia. —¿Es por... por la marca? —pregunté, mi voz temblorosa con la incertidumbre. —Espero que no sea eso, pero necesito verte cuanto antes... Tal vez podría ir este fin de semana —esa noticia envió a mi corazón a un frenesí de emociones encontradas, solo para ser apaciguado por la desilusión de recordar mi compromiso con el proyecto de investigación. —Amor, este fin de semana no estaré, tenemos un viaje para una tarea... —Owen maldecía suavemente, su frustración palpable, y no pude evitar imaginar a Tyr, compartiendo esa misma inquietud. La intensidad de su deseo por vernos, por cerrar la brecha que la distancia había impuesto entre nosotros, era un eco de mis propios sentimientos. —Podría pedirle a mamá que me venga a buscar entre semana para ir a verte... —La sugerencia brotó de mí impulsada por el deseo de verlo, de disipar la tensión que la distancia imponía sobre nosotros. —No peque, nos arreglaremos con Tyr, no te preocupes... —dijo, la firmeza en su voz mezclada con una ternura implícita. —Te amo, ¿sabes? —confesé, apoyándome contra la fría pared, permitiendo que esas palabras verdaderas y simples llenaran el espacio entre nosotros. —Si, yo te amo a ti, peque, —su respuesta fue un eco de mi propio corazón. El sonido del timbre me arrancó de ese momento de conexión, recordándome el mundo que seguía girando fuera de nuestra burbuja. Con un suspiro y una promesa silenciosa de encontrar la manera de superar los obstáculos que nos separaban, me despedí y colgué, apresurándome hacia mi siguiente clase, llevando conmigo el calor de su voz. Durante la clase, el profesor Rigel nos reunió para hablar sobre una próxima actividad que, según sus palabras, "fusionaría el conocimiento teórico con la experiencia práctica de una manera que nunca olvidarían". Elis y yo intercambiamos miradas curiosas, preguntándonos qué tendría en mente. —Como parte de nuestro estudio sobre las civilizaciones antiguas y sus técnicas de supervivencia, y en colaboración con el departamento de educación física, —comenzó el profesor Rigel, su voz captando la atención de todos en el aula, —hemos organizado una salida didáctica al bosque cercano. Un murmullo de excitación se extendió por la sala. Elis me susurró: —Suena como el inicio de un reality show de supervivencia. —¿Crees que nos dejen traer cámaras? —Le respondí con una risita, igualmente emocionada por la aventura que se avecinaba. —¿Cómo se evaluará esto, profesor? —preguntó uno de mis compañeros, una pregunta que muchos teníamos en mente pero que nadie había verbalizado aún. El profesor Rigel asintió, como si esperara esa pregunta. —La evaluación se basará en cómo cada equipo se adapte y aplique las técnicas aprendidas. No se trata solo de una competencia para ver quién 'sobrevive' mejor, sino de aprender a trabajar juntos, utilizar los recursos disponibles de manera inteligente y, sobre todo, aplicar el conocimiento histórico en un contexto práctico. Elis se inclinó hacia mí, susurrando. —Esto suena increíble. ¿Crees que podamos ser vikingas o algo así? —O quizás cazadores-recolectores, —susurré de vuelta, mi curiosidad despertada ante la posibilidad de explorar la vida de nuestros ancestros de una manera tan interactiva. La clase estalló en una cacofonía de preguntas y comentarios, todos ansiosos por saber más sobre esta aventura. Yo misma sentía un entusiasmo creciente, una chispa de anticipación por lo que esta experiencia podría enseñarnos sobre la historia, y sobre nosotros mismos. —¿Y qué pasa si alguien... bueno, no se siente cómodo en el bosque? —preguntó Elis, claramente preocupada por los aspectos menos glamorosos de la supervivencia en la naturaleza. —Buena pregunta, —respondió el profesor. —La seguridad de todos es nuestra prioridad. Habrá supervisores en todo momento, y nadie estará obligado a participar en una actividad que le resulte incómoda. Sin embargo, animo a todos a desafiarse y participar tanto como puedan. Esta es una oportunidad única para experimentar de primera mano lo que significa depender directamente del entorno natural, algo que nuestras civilizaciones antiguas hacían a diario. El profesor Rigel había apenas esbozado las líneas generales de nuestra próxima aventura didáctica cuando una mano se alzó con entusiasmo desde el fondo del salón. —¿Cómo se formarán los equipos, profesor? —preguntó Marco, uno de mis compañeros más entusiastas. —Buena pregunta, —reconoció el profesor, asintiendo con aprobación. —Los equipos se formarán aleatoriamente. Quiero que tengan la oportunidad de trabajar con compañeros con los que quizás no se hayan asociado antes. Será parte del desafío, aprender a colaborar eficazmente con cualquier m*****o de su 'civilización'. La respuesta generó un murmullo de especulaciones y comentarios entre los estudiantes, muchos ya girándose para intercambiar miradas y sonrisas cómplices con sus amigos habituales. —¿Y qué pasa si llueve? —preguntó otra voz, mostrando preocupación por la logística de la actividad. El profesor Rigel sonrió, imperturbable. —La historia no se detenía por el mal tiempo, y nosotros tampoco. A menos que haya una tormenta severa, la actividad sigue en pie. Asegúrense de venir preparados para cualquier condición climática. Elis me dio un codazo suave, inclinándose para susurrar. —Espero que nos toque en el mismo equipo. Podríamos ser unas amazonas invencibles. —No estaría mal, —susurré de vuelta, compartiendo su entusiasmo. —Imagina que nos toca ser parte de la Antigua Grecia o algo así. Tendríamos que construir nuestro propio Partenón, —bromeé, siguiéndole el juego. Elis soltó una risa. —Mientras no tengamos que sacrificar a nadie a los dioses, todo bien. La posibilidad de aventurarnos en el bosque, asumiendo los roles de civilizaciones pasadas, había inyectado una dosis de emoción a la rutina escolar. A pesar de las dudas y las preguntas logísticas, era evidente que todos compartíamos una sensación de anticipación. —Una última cosa, —añadió el profesor Rigel, captando de nuevo nuestra atención. —Esta actividad no solo es una oportunidad para aprender de una manera diferente, sino también para descubrir habilidades y fortalezas que quizás no sabían que tenían. Así que, entren con mente abierta y dispuestos a experimentar. Con esas palabras, el profesor concluyó la explicación. La campana sonó poco después, dispersándonos hacia nuestras siguientes clases, pero el zumbido de conversaciones emocionadas sobre la actividad no cesó. Mientras Elis y yo caminábamos hacia la puerta, no pude evitar sentirme agradecida por profesores como Rigel, capaces de transformar el aprendizaje en una aventura.
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