Capítulo 33

1683 Words
25 de mayo de 2018 Querido diario, El día de la excursión amaneció con un cielo claro, el sol brillando con promesas de aventuras y descubrimientos. La emoción burbujeaba dentro de mí como un torrente, impaciente por desbordarse en esta experiencia única. Habíamos pasado los últimos días preparándonos, reuniendo todo nuestro equipo de supervivencia según las indicaciones del profesor Rigel. La anticipación creció con cada artículo que añadíamos a nuestra lista. Esta mañana, el profesor Rigel, con su habitual serenidad, comenzó a dividirnos en equipos. Cuando anunciaron mi equipo, un destello de sorpresa me recorrió al escuchar el nombre de Jackson junto al mío. A pesar de nuestra complicada historia, sabía que podríamos trabajar bien juntos; después de todo, compartíamos un pasado que, aunque terminado, nos había enseñado mucho el uno del otro. Los otros tres miembros, dos chicas y un chico, me eran familiares solo de vista. Sus nombres, por ahora desconocidos, pronto se convertirían en parte de esta nueva experiencia que compartíamos. Elis y yo intercambiamos una mirada cuando se anunciaron los equipos. Aunque ambas esperábamos compartir esta experiencia, la decepción de estar en grupos separados no mermó nuestro entusiasmo. Pronto saldremos hacia el bosque, y aunque no sé exactamente qué nos espera, estoy lista para enfrentarlo. Cuando vuelva, querido diario, prometo contarte cada detalle de nuestra aventura. Con cariño, Grace. Grace —Espero que estén todos preparados, —anunció el profesor Rigel con una voz que resonaba de autoridad y expectativa, justo cuando el último de nosotros ponía un pie fuera del estacionamiento de la escuela. Frente a nosotros, cuatro ómnibus escolares se alineaban, motores ronroneando suavemente, listos para transportarnos hacia lo que prometía ser la aventura más educativa y desafiante de nuestras vidas. Cada bus albergaría a tres equipos, agrupados no por afinidad sino por la suerte del sorteo, un detalle que añadía un toque extra de incertidumbre y emoción al viaje. —Todos estarán en la intemperie, trabajando para sobrevivir tres días sin nada más que lo que tienen preparado en la mochila, —continuó el profesor, mientras comenzábamos a abordar los autobuses. Su mirada se posó en cada uno de nosotros, asegurándose de captar nuestra atención. —Y como lo aclaramos esta mañana, tecnología a la bolsa, —declaró, empezando a pasar por el pasillo de nuestro autobús con una bolsa en mano, recolectando todos nuestros móviles, auriculares, cámaras fotográficas, y cualquier aparato que simbolizara el confort y la conectividad de nuestro siglo. La queja fue casi unánime, un coro de murmullos y suspiros de resignación que llenaron el aire. Jackson, sentado a mi lado, aprovechó los últimos segundos antes de rendir su móvil para tomarnos una fotografía rápida, un recuerdo de nuestro último momento de conexión digital antes de sumergirnos en la experiencia cruda y real del bosque. —Para recordar el momento antes de volver a la edad de piedra, —bromeó. Miré por la ventana, viendo cómo la ciudad daba paso al paisaje cada vez más verde y menos tocado por la mano del hombre. —Prepárate, —murmuré, más para mí que para él, —esto va a ser inolvidable. Nuestro ómnibus fue el único que se detuvo, dejándonos en un claro del bosque rodeado por la densa vegetación que marcaba el inicio de nuestra aventura de supervivencia. Mientras los demás autobuses continuaban hacia sus respectivos puntos de partida, nosotros nos congregamos alrededor de nuestras mochilas, cargadas con los suministros que habíamos preparado para los próximos tres días. El profesor Rigel se paró frente a nosotros, su expresión seria capturando nuestra atención inmediata. —Antes de comenzar, —comenzó, su voz clara y firme, —quiero que comprendan los desafíos que las personas de antaño enfrentaban al vivir en y con la naturaleza. No solo luchaban por encontrar alimento y refugio, sino que también debían estar constantemente alerta ante los peligros que los rodeaban. Una pausa mientras admiraba el bosque y luego volvía su atención a nosotros. —Estamos hablando de animales salvajes, condiciones climáticas extremas, y la ausencia de cualquier forma de tecnología moderna que pudiera ofrecerles un sentido de seguridad, —continuó, mirándonos a cada uno a los ojos, como queriendo asegurarse de que el peso de sus palabras se asentaba en nosotros. Fue en ese momento cuando Jackson, de pie a mi lado, se inclinó discretamente hacia mí y susurró: —Apuesto a que nuestras historias de terror de campamento palidecen en comparación con lo que ellos vivían a diario, ¿eh? Apenas había asentido, compartiendo una sonrisa nerviosa con él por la idea, cuando un silencio abrupto cayó sobre nuestro grupo. Todos los rostros se volvieron hacia el mismo punto detrás del profesor. Atrapados en un momento suspendido en el tiempo, todos quedamos petrificados, nuestros ojos fijos en la imponente figura que emergía de entre las sombras detrás del profesor Rigel. Sentí cómo el miedo se enredaba alrededor de mi corazón, apretándolo con una fuerza que me robaba el aliento. Mi mano buscó instintivamente el brazo de Jackson, encontrando un consuelo desesperado en su presencia. El profesor, hasta ese momento ajeno al peligro que lo acechaba, captó mi mirada alarmada. Con una elegancia que desmentía la situación, enarcó una ceja, una pregunta silenciosa flotando entre nosotros, antes de girarse lentamente para enfrentar su destino. En un parpadeo, la distancia entre el lobo y el profesor se evaporó. Con una agilidad aterradora, se lanzó, su mordida un relámpago de furia y dientes que encontró el brazo del profesor. El grito que se desgarró de la garganta de Rigel se entrelazó con los nuestros, un coro de terror que resonó a través del bosque, despertando ecos antiguos. Jackson, siempre rápido de pensamiento, se agachó, sus manos trabajando frenéticamente para asegurar nuestras mochilas. Con un tirón firme pero gentil en mi brazo, me impulsó a la acción. Nuestros pasos se unieron a los de nuestros compañeros, convirtiéndose en un torrente de movimiento desesperado, una manada humana impulsada por el instinto de supervivencia. —¡Rápido, suban a ese árbol! —La voz del otro chico, cargada de urgencia, cortó a través del pánico que amenazaba con consumirnos. Jackson fue el primero en reaccionar, sus manos buscando agarre en la corteza áspera, su cuerpo ascendiendo con una determinación feroz. Mientras el silencio se asentaba una vez más sobre el bosque, un silencio lleno de preguntas y miedo, nos aferrábamos a la seguridad frágil que las alturas del árbol nos proporcionaban, esperando, observando. Los sollozos ahogados de mis compañeros se entrelazaban con el silencio opresivo del bosque, un silencio que se cerraba alrededor de nosotros como una neblina densa y fría. Los gritos del profesor Rigel, cargados de un terror inimaginable, habían cesado abruptamente, dejando tras de sí un vacío que resonaba con el eco de nuestra propia vulnerabilidad. El aire, pesado y húmedo, parecía casi sólido, dificultando cada uno de nuestros jadeos temerosos. Apretujados en la relativa seguridad de las ramas altas, el mundo debajo de nosotros se convirtió en un lugar de sombras y susurros, donde cada crujido de hojas, cada susurro del viento, presagiaba una amenaza inminente. Mi corazón, que había estado galopando en mi pecho como un corcel desbocado, comenzó a ralentizarse, marcando los segundos con golpes sordos y pesados, en un ritmo tan tenso que temía que cada latido fuera el último. Jackson mantenía sus brazos alrededor de mi cintura en un abrazo protector. Las mochilas, repletas de nuestros suministros de supervivencia, se encontraban seguras entre mis piernas. Con una calma que contradecía la tormenta de miedo que sin duda debía estar arremolinándose dentro de él, Jackson deslizó su mano en uno de los bolsillos exteriores de su mochila. Sus dedos encontraron lo que buscaban, un objeto pequeño. Con un movimiento rápido y preciso, lo lanzó con todas sus fuerzas, enviándolo arqueando a través del aire, alejándose de nuestra improvisada fortaleza arbórea. El sonido del objeto al romper el silencio fue como un trueno sutil, suficiente para captar la atención del lobo. La criatura, cuya presencia apenas habíamos intuido a través de los sonidos que hacía mientras nos rastreaba, levantó las orejas, alerta. Su gran cabeza giró hacia la dirección del ruido, los ojos brillando con una inteligencia salvaje y calculadora bajo la luz filtrada del bosque. En un instante que pareció extenderse y contraerse al mismo tiempo, el lobo cambió su rumbo, alejándose de nuestro refugio temporal en las alturas. El alivio que barrió a través de nuestro grupo fue tan palpable como el aire que respirábamos, un alivio teñido de incredulidad y gratitud. Una vez que el lobo se alejó, el silencio entre nosotros se rompió. La desesperación y el miedo que habíamos contenido mientras el peligro acechaba justo debajo de nosotros empezaron a derramarse en palabras atropelladas y respiraciones entrecortadas. —¿Qué vamos a hacer ahora? Esto es una locura, ¡nunca debimos haber venido aquí! —exclamó una de las chicas, su voz temblorosa reflejando el pánico que todos sentíamos. —¡No puedo creer que esto esté pasando! ¿Y si vuelve? ¿Y si hay más de ellos? —agregó la otra, abrazándose a sí misma en un intento vano de encontrar algo de consuelo. —Escuchen, —comenzó Jackson, su voz firme pero comprensiva, —entrar en pánico no nos va a ayudar. Necesitamos mantener la cabeza fría y pensar en nuestro siguiente paso. El chico, cuyo nombre aún no recordaba, asintió en acuerdo. —Jackson tiene razón. Estamos juntos en esto, y la mejor manera de salir adelante es mantenernos calmados y trabajar como equipo. —Pero, ¿qué podemos hacer? Estamos atrapados en un árbol, en medio de la nada, y nuestro profesor..., —no pude terminar la frase, la imagen del ataque aún demasiado fresca en mi mente. —Primero, necesitamos asegurarnos de que todos estemos bien, sin heridas. Luego, podemos usar lo que tenemos en nuestras mochilas para pasar la noche. Mañana, al amanecer, haremos un plan para volver a la escuela. —Exacto, —dijo el otro chico, tomando la iniciativa. La noche en el bosque se cernía sobre nosotros, con sus sombras y susurros desconocidos.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD