El ver a mi prima con su esposo irse a su luna de miel, hizo que sintiera un vacío en mi estómago y no por el hecho de que se fueran, sino porque tenía un mal presentimiento respecto a los comentarios que me habían dicho hoy, mi padre y el señor Ferris.
No sé porqué, pero me siento desprotegida ante lo que pueda pasar…
Apenas ellos se fueron, me acerqué a mis familiares para despedirme e irme para mi apartamento, cerca del centro de la ciudad. Mi madre me abrazó fuerte, como casi nunca lo hace y me dijo que mañana pasaría a almorzar conmigo, intenté decirle que no quería hacer nada más que dormir por el cansancio del matrimonio, pero ninguna excusa fue válida ante eso, así que resignada acepté, eso sí, aproveché para decirle que entonces llevara comida oriental para almorzar, porque desde hace días tenía ganas. Ella asintió y nos despedimos finalmente. Mi padre siempre ha sido un hombre característicamente seco, un poco tosco y demasiado interesado en el dinero, por lo que, aunque lo quiero mucho, no hemos logrado congeniar completamente, así que cuando me acerco a despedirme y me abraza con fuerza y cariño, quedo sorprendida y aún más temerosa de que algo vaya a pasar.
Regina Ferris, cuando le extendí mi mano para despedirme cordialmente, me jaló y me abrazó, haciéndome sentir incómoda e invadida en mi espacio personal… Nunca he sido de andar pegada de las personas que no conozco y con las que no tengo algún sentimiento de cercanía, entonces cuando la gente se pasa de afectiva me siento extraña.
Julian Ferris, aunque me dio la mano para despedirse, me sigue mirando de una forma tan particular, que definitivamente quiero salir corriendo de este lugar y sentirme tranquila en mi sencillo, pero acogedor apartamento.
Saco mi celular del bolsillo de mi abrigo y solicito un taxi por medio de una aplicación, teniendo tan buena suerte, que llega en menos de dos minutos. Corro, me subo y suelto el aire que tenía contenido en mis pulmones, quién sabe desde hace cuánto.
—¿Un día pesado? —me pregunta el taxista y asiento.
—Más que pesado… extraño —me quedo pensativa viendo por la ventana y el hombre no dice nada, sino continúa conduciendo a mi destino.
Han pasado por lo menos unos quince minutos de recorrido y apenas vamos por la mitad del camino. No he podido dejar de pensar en los comentarios y actitudes de mis padres y sus amigos, pero tampoco tengo la menor idea de lo que pueda estar pasando.
—¿Alguna vez usted se ha sentido como que todos a su alrededor saben algo que usted no? —le pregunto al taxista, así, de la nada y lo veo que me mira por el espejo retrovisor con una ceja levantada.
—Mmmm, ok… la verdad es que sí. Estuve casado por varios años y mi esposa me fue infiel con el que era mi mejor amigo en ese entonces, pero lo peor no es eso, sino que todos en mi familia lo sabían y no me dijeron nada, sino hasta que los encontré juntos —me comenta tranquilo y yo me siento rara porque no esperaba una confesión de ese tipo, aunque no negaré que el chisme suena interesante.
—Oh, pero qué horrible eso, de verdad que lo siento mucho —le digo honestamente. —pero, si se puede saber ¿qué pasó después de eso? —se ríe al verme tan curiosa.
—Aunque no lo crea, no peleé, sino que cogí mis cosas y salí de Florencia sin saber a dónde ir —levanta los hombros. —Llegué acá, al inicio me quedé en un hotel sencillo, mientras buscaba trabajo. Trabajé en una pizzería y era un desastre con el horno —se ríe como si se acordara de algo gracioso —todo se me quemaba y antes de que me echaran el mismo dueño, me ofreció trabajar con su primo en una compañía de taxis y acá estoy —me sonríe y guiña un ojo por el retrovisor.
—¿O sea, que volvió a empezar? —pregunto asombrada.
—Así es, empecé de cero, acá en Roma. Tengo una novia, trabajo, vivimos en un apartamento que pagamos entre los dos y lo principal es que estoy tranquilo lejos de todas esas personas que decían quererme y preocuparse por mí —. Comenta.
—Wow, no creo ser capaz de algo así —contesto pensativa.
—Tampoco lo creí de mí y míreme ahora —mueve sus gruesas cejas de arriba abajo y suelto una carcajada.
—Pues muy valiente de su parte —lo felicito.
—Usted también se ve que es valiente —me responde seguro y se concentra en el camino.
—Honestamente, espero no tener que pasar por algo así —concluyo.
Lo poco que queda de viaje lo paso pensando en todo lo que debió haber vivido ese hombre y definitivamente no debe ser nada fácil, aunque también me imagino lo traicionado que se habrá sentido y no tanto por la esposa, sino por su familia que le ocultó algo tan importante…
«¿Qué pasa por la mente un familiar cuando toma decisiones de ese tipo sobre la vida de alguien más?», es algo que no entiendo en absoluto.
Apenas llego a mi apartamento, me quito los zapatos desde que entro y estiro mis dedos sobre la alfombra peluda, me voy a mi habitación y desde la entrada me voy quitando el vestido, quedando tirado en el piso, junto a mi cama. Estando en solo braga, me desmaquillo frente al espejo del baño, me lavo la cara y los dientes. Al salir cojo una camiseta grande y suelta que me gusta usar de pijama, me la coloco, para después entrar en mi cama y quedar profundamente dormida en cuestión de segundos.
El timbre insistente me hace despertar sobresaltada y un poco desubicada, miro a mi alrededor y al ver que estoy en mi habitación me tranquilizo. Vuelve a sonar el timbre y me levanto de la cama como si tuviera un resorte que me jala.
Apenas abro la puerta y veo a mi mamá, con una ceja levantada, sus ojos me recorren de arriba abajo y me pasa la bolsa en la que trae el almuerzo.
—Francis, no puedo creerte que estés en “pijama” todavía —me regaña.
—Pero si es súper temprano… —me excuso y asomo mi cabeza para ver el reloj que tengo en la pared de la sala.
“1:12 p.m”. «Mierda», abro los ojos al darme cuenta de la hora y de que dormí por diez horas.
Ya te diste cuenta, ¿no? —me dice seria y sentándose en la mesa del comedor. —Supongo que debes tener hambre porque te acabas de levantar.
No contesto nada, solamente sonrío incómoda y empiezo a alistar el almuerzo.
Cuando paso a la mesa con las cajas de comida, los palitos chinos y las bebidas, empezamos a comer en silencio. Sé que ella tiene algo que decirme, pero tengo miedo de lo que sea, así que esperaré a que sea ella la que hable.
—Uhm, Francis, sabes que tu padre siempre ha estado un poco reacio a que tú te hagas cargo de la empresa —la interrumpo.
—Sí, mamá, eso lo sé… le parezco inmadura, poco preparada, demasiado joven y quien sabe cuantas cosas más… ¡Ah! y la principal inconformidad, es que soy mujer —sonrío irónica.
—No digas eso, él solamente no quiere dejar de estar al mando —dice ella intentando suavizar la situación. —El caso es que ya ha cedido al respecto —comenta alegre —te dejará todo el mando de la empresa como siempre has querido, además que no puede negar que eres muy inteligente, sabes del tema perfectamente, siempre tuviste notas sobresalientes en la universidad y ahora con tu pequeña empresa con Ricci, pues le has demostrado que eres capaz… —comenta ella y aunque me gusta todo eso que dijo, porque es cierto, siento que hay algo detrás.
—Gracias, mamá… sabes que me gustaría escuchárselo decir a él.
—¿Para qué? ¿Para que terminen peleando como siempre? —voltea los ojos fastidiada.
Pues tiene razón, porque con mi papá parece que somos como el agua y el aceite, siempre con pensamientos encontrados, el menor comentario desata una pelea entre nosotros y por eso fue por lo que me fui de la casa apenas cumplí la mayoría de edad.
—En fin… ¿Cuál es la condición que él pone para dejarme la empresa? —la miro seria y la veo tragar saliva incómoda.
—Es algo muy sencillo… nos beneficia a todos… es por el bien de la empresa y de la familia… —empieza a decir dándole vueltas al asunto.
—Sin rodeos, por favor —le pido.
—Tu padre, bueno, más bien, la empresa tiene una deuda demasiado grande desde hace muchos años y con la competencia que hay en el ámbito de las telecomunicaciones, pues la deuda no se ha podido saldar y ya se acerca el plazo límite de lo acordado, entonces para no perder la empresa, tu padre acordó una cláusula hace muchos años —habla a toda velocidad, atropellando las palabras.
—¿PARA NO PERDER LA EMPRESA? —repito sus palabras completamente sorprendida.
—Hija, escúchame… Además, que en tus manos está la solución —intenta calmarme.
—O SEA, NO ME ENTERO DE NADA Y AHORA TENGO QUE SALVAR LA EMPRESA… BIEEEEEN —digo histérica.
—Pues sí, sabes como es tu padre y además que confío en que tomes la mejor decisión por el bien de todos, además que la empresa es lo que siempre has querido y pues esta es la oportunidad de tenerla —me dice obvia y en momentos así es que recuerdo que cuando me fui de casa no me dio tan duro el separarme de mi madre, porque ella siempre, aunque no esté de acuerdo con mi padre, termina dándole la razón y siguiéndolo en todo.
—¿Qué es lo que tengo que hacer para salvar la empresa? —pregunto intentando mantener la compostura.
—La deuda de tu padre es con los Ferris y sabes que ellos tienen una prestigiosa empresa de telecomunicaciones al igual que nosotros, por lo que una unión entre ambas familias no solamente condonaría la deuda, sino que también equivaldría a una fusión, haciéndonos así mucho más fuertes y con mayor alcance a nivel nacional e internacional —comenta ella y yo siento que todo me está dando vueltas.
—¡Dímelo ya! —exclamo.
—Para eso, te casarías con Dante Ferris.