La cámara

1859 Words
Palabras sin sentido iban dirigidas a mí, no obstante, no me atrevía a ver a nadie, no quería ver el momento de mi muerte, mientras aquella voz seguía chillando en mis oídos y aturdiéndome. –Non intelligere me! –gritaba. ¿acaso no notaba que no iba a entenderle? –Quis diaboli es? Negaba con la cabeza de lado a lado. ¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué me comportaba de esa manera? En definitiva, papá estaría avergonzado. –Per Imperatoris! –exclamó, y de alguna forma mis sentido volvieron en sí. Entre esas exclamaciones había captado una palabra que me recordaba a un rostro, un hombre que golpeaba mis mejillas mientras sonreía con descaro, dictando una sentencia que no merecía, acusándome de crímenes que no cometí y sometiéndome a esto que seguro era mi fin, porque simplemente así le placía. Porque él es la ley aquí. Ese maldito recuerdo me hizo hervir la sangre, aquellos ojos grises y sonrisa petulante, el raptor y asesino de mi madre, mi captor y el de mis amigos, aquel hombre fuerte y valeroso para los Velumnianos no era más que una fachada para el monstruo que era realmente. Le vi sonriendo de nuevo, seguro en su cabeza me había imaginado así, sumisa, aceptando mi derrota ante él. No estés tan seguro. –Phoenix Dux es un maldito dictador de mierda –expresé, aquellas palabras salían desde mis entrañas, si iba a morir, al menos él quedaría maldito. –Ese hijo de... –insistí– ¿Todos lo idolatran también en este maldito lugar? Me escucho, era obvio, lo había dicho con suficiente potencia como para que todos oyeran, no obstante, solo uno me había escuchado realmente, lo noté tras ver su rostro, con mi mirada altiva, retando a sus ojos cafés contra los míos, pero en su semblante ya no había enojo ni ira, solo podía ver algo claramente, escándalo. ¿Me ha entendido? Mi desconcierto debió hacerse notar, no me esforcé para nada en disimularlo, pero aquel hombre de ojos cafés y tez morena… ¿Tez morena? –Tu… –¡Shhh! –siseo, su mano se colocó sobre mi boca, ejerciendo una presión tan fuerte que no pude emitir ni el sonido más hueco, no obstante, no era tanta como para impedirme ventilar como corresponde. Aquel hombre miro hacia los lados, receloso, observando varias veces, como cuidándose de que alguien notara su acción, lo cual no debía de ser problema, a parte de mis recientes gritos incomprensibles para los presentes, todo había sorprendentemente pacifico. –No puedes hablar aquí en ese idioma –susurro de forma que solo yo pude oírle. Ahora lo veía con más claridad, era obvio que no era de Velum, en toda mi estadía aquí no había visto a una sola persona morena o de color, excepto los que venían en el paquete de turistas conmigo y con los muchachos. –Tú me entiendes –susurre, aunque dadas las circunstancias, era más que obvia la respuesta. Aquel hombre, cuyo nombre aún era un misterio para mí, no dejaba de observar hacia los lados, aun alerta. ¿Qué sabía que yo ignoraba? ¿Acaso debía yo también estar alerta? No tuve chance de preguntarle lo que hacía, ya que de un momento a otro el hombre sentó a mi lado, esta vez su mirada me interrogaba. –Bien niña háblame –dijo, desconcertándome. Sus ojos eran desafiantes, demandaban por una explicación, lo que por alguna razón que no lograba explicar, me molestaba, y me hizo tomar una actitud altiva, lo cual era todo menos sensato dadas mis condiciones. –¿Qué se supone que deba decirte? –insté. El me miro de reojo, asombrado por mi repentino cambio de actitud. –¿Qué? ¿Ahora eres un lobo? Guarde silencio. –¿Y ahora no me hablas? –soltó–. Soy el único en este lugar que puede entender ese idioma impuro. ¿Idioma impuro? ¿Estaba jugando? –No sé mucho de impurezas, pero sé que tambienhablas «lenguaje impuro» –asevere–, otra cosa que sé es que Velum está plagado de ignorantes. Su mirada me tomo por sorpresa, no parecía molesto, más bien, si tuviese que describirlo de una forma, diría que estaba más bien curioso al respecto de mis palabras, o tal vez, de mi persona en general, después de todo ¿Qué tan a menudo encerraban a un extranjero en aquel lugar de mala muerte? ¿Ahora eres una experta? Llevas un par de horas aquí. Me pregunte por cuanto tiempo ese hombre había estado allí, cuanto tiempo había estado esperando a por su liberación, que lo había llevado hasta allí en primer lugar. –No has de ser muy lista –soltó de pronto. –¿Cómo dices? –refuté, mi orgullo algo herido. –Vigila como le hablas a tus mayores –dictamino–, ahora responde. ¿Por qué estás aquí? Debo admitir que no estaba siendo muy sensata en ese momento, ya que mi primer impulso fue el de largarme, dejarlo con la palabra en la boca. ¿Qué más le daba a él porque yo estaba allí? –Escucha, no sobrevivirás mucho tiempo aquí si ves a los custodes como me ves ahora mismo –alegó, lo que freno a mi impulso de golpe. ¿Custodes? ¿Qué? –No tengo intenciones de quedarme mucho tiempo aquí –asegure con convicción–, saldré pronto. Un estallido de risa resonó en la estancia, su voz era rasposa y gruesa, pero su sonrisa era amable a pesar de sus rasgos tan marcados. –Si me pagaran por las veces que he oído eso –dijo entre carcajadas–, créeme que sería más rico que el Imperator. –Pues ya tienes su ego –agregue, sorprendentemente irritante. Continuo sonriendo, no me estaba tomando en serio. –Dime nenita ¿Cómo planeas salir de aquí? Me detuve en seco, no había pensado en ello, Miriam nos había dicho que teníamos que huir, por lo que esperar a por la acción de las Embajadas no era una opción viable, pero nunca me dijo como escapar, y de hecho, hasta hacía unos minutos atrás estaba nerviosa ante la sola idea de no saber dónde estaba de hecho. –¿Qué tan lejos queda este lugar de Vilibertas? –pregunté. La sonrisa de aquel sujeto se transformo por completo, parecía que lo había espantado. –¿Cuál es tu nombre niña? –¿Por qué debo responder a sus preguntas cuando usted no responde a las mías? Soltó aire con violencia, como frustrado y algo iracundo. –¿Te crees que estoy jugando? –No creo que pierda el tiempo de esa manera, señor. Estaba enojado, muy enojado, como cuando recién me había cachado tratando de abrir la puerta, su mirada daba miedo, pero por alguna razón no me sentía tan temerosa como al inicio, tal vez era más mi desconcierto en ese punto. ¿Por qué estaba tan enojado? ¿Por no decirle mi nombre? –Escucha niña –empezó–, yo llevo aquí más de veinte años, lo que significa que tengo un buen tiempo aquí, créeme cuando te digo que nadie nunca ha escapado de este lugar, no con vida al menos. Esa idea me dio un vuelco en el estómago, de por sí ya era difícil la idea de tener que elaborar un plan de fuga de una prisión cuando ni siquiera disfruto de las pelis de acción, mucho menos sé leer una brújula o disparar un arma ¿Cómo demonios iba a fugarme? –Otra cosa –agregó–, no sobrevivirás un día aquí con esa actitud, y has de saber que los convictus te serán un problema menor que los custodes. ¿Convictus? ¿Custodes? ¿Está hablando en código? –No entiendo nada –tuve que reconocer. Él negó mientras chasquebaa la lengua, un gesto de reprobación y reproche. –¿Ves por qué digo que eres tonta? –dijo, y no dejo que me defendiera–¿Te atreves a llamar ignorantes a los de Velum? –continuo– ¿Qué tu sabes de este lugar o de cómo sobrevivir en él? Ibas derechito a recibir un Tenebris. ¿Qué cosa? –Ni siquiera sabes lo que es ¿Verdad? –espetó, tampoco espero a que contestase– aun sigues descolocada por los «tratamientos». ¿Tratamientos? Es verdad que me sentía algo embotada, pero asumí que era pue por todo lo que había estado pasando, no era para menos ¿no? –Mira niña, esa puerta que ves allí –señaló–, no es tu pase a la libertad, no, tras esa puerta lo que te espera es el infierno mismo. ¿O acaso te crees que son estúpidos para dejar la salida de fácil acceso? No, no lo creí, por ello es que quería abrir esa puerta, para saber que había tras ella, pero no creí que fuera algo así de peligroso. Deberías darle las gracias, pero no gracias. –¿Qué hay tras esa puerta? –me atreví a preguntar, aunque no esperaba una respuesta, ya veía venir otra evasiva, pero no fue el caso, pero lo que dijo no es que me ayudase mucho. –La cámara –fue lo que contestó, y la forma en que lo dijo era sumamente sombría, tanto que sentí como mis vellos se erizaban. –¿Qué es…? –Procura aprender latín –ordenó–, si me ven hablando en este idioma contigo, me meteré en líos, y no quiero un gehenna. ¡Que obsesión por usar esas palabras extrañas? –¿Podrías dejar de usar códigos? –espeté– Juro por Dios que no se de lo que habla. Me miro desconcertado, nuevamente empezó a reír, y aquello lo tome sorprendentemente con mas calma que antes. –¿Te refieres al Imperator? –cuestiono, y mi rostro debió hablar por si solo– Aquí no hay ningún Dios querida, tú Dios no existe, tu Dios es ahora el Imperator, y solo a él rezaras por piedad. Me niego. La sangre me hervía ante la sola idea de verme postrada delante de él, pidiéndole que tuviese una especie de muestra de piedad. –Te lo dire en tu idioma, señor –empecé diciendo–, preferiría recibir miles de Gehennas que arrodillarme ante ese hijo de… –Así que le guardas rencor –alego lo obvio–, eso no te servirá aquí, si quieres vivir aprenderás a callar tus pensamientos de odio y maldiciones contra el único a quien debes respetar más que a ti misma. –Él no sabe lo que es la piedad –refuté. –Tú no sabes nada. –¿Qué puedes decir tú? ¿Acaso conoces la piedad del Imperator? –interrogue– ¿Dime cuando te la concedió? Porque yo te veo aquí. Estuvo un rato en silencio, viendo al piso, como reflexivo, y luego de un instante habló, aunque hubiese querido que smantuviese la boca cerrada en lugar de escucharle decir: –Estar aquí es un acto de piedad.
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