Todo había sido un sueño, más bien una pesadilla, nunca salí del salón, nunca me puse el uniforme, todo había sido una fantasía, un producto de mi imaginación que se la estaba pasando de creativo.
Respira.
Eso hice, una y otra vez, tratando en lo posible de mantener mi compostura. Entonces fue que me percaté, yo no salí del salón, pero sí que me habían sacado.
Los barrotes al frente me dejaban ver que estaba en una celda, no cualquiera, la mía, tenía una celda designada, lo que solo me confirmo que era una prisión y yo una rea, no, esa no es la palabra correcta, yo era una convictus, o sea, una prisionera.
–¡Hola! –exclamé, pero no tuve ni una sola respuesta.
Desde mi celda, quiero decir, mi habitación designada con rejas incorporadas para evitar mi salida de mi acogedora estancia, apenas si podía vislumbrar el pasillo de en frente, un pasillo nada artístico he de decir, era simplemente un suelo liso de concreto gris, nada elegante ni sofisticado.
¿Qué paso con lo artístico de este lugar? ¿Acaso no estábamos en la misma fortaleza de antes?
El viento soplaba por entre las rendijas, viento entraba desde lo alto de una especie de ventanilla enrejada, demasiado alta para siquiera pensar en ver por ella, estaba al menos unos quince metros por encima de mí, tan estrecha que apenas si pasaban pequeños halos de luz por allí, al menos lo suficiente para alumbrar a mi alrededor, si su propósito era proporcionar luz y evitar un escape en definitiva cumplía su propósito.
Ignoré esto y volví mi vista al frente, observando con especial atención a los barrotes de mi celda, una especie de mecanismo que parecía una espina de pescado colocado de forma horizontal contra las barras de metal parecía ser el único adorno de aquella pieza soldada de metal pulido y brilloso de color plateado. Más allá de las barras de metal estaba el pasillo y un barandal de concreto que debía llegarme a la altura del pecho aproximadamente.
¿Para qué quieren eso? Alguien como Zen lo saltaría rápidamente.
Zen… ¡Zen! No sabía nada de Zen, no sabía nada de los demás desde hacía… ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Dónde estaban los otros?
–¡Hola! –volví a gritar– ¿Hay alguien por allí?
No hubo respuesta, ni una sola, y comenzaba a sentir nervios por aquellos de quienes no tenía idea de su paradero.
–¿Zen? ¿Oliver?... –empecé llamándolos, uno por uno, pero ni un sonido, quejido o murmullo se escuchó en los alrededores, solo un silencio sepulcral.
Volví a llamarles una y otra vez, solo escuchando al eco de mi voz resonar hasta desaparecer. No supe en que momento comencé a hiperventilar y a pensar lo peor mientras mi mente me lo reprochaba, pero no importaba, el pánico estaba entrando, la ansiedad podía conmigo, y eso que apenas tendría unos minutos encerrada, al menos de forma consciente.
No puede ser, respira, no eres claustrofóbica.
No, pero la idea de estar encerrado en una prisión no alegraría a nadie, necesitaba salir de allí a como diera lugar, encontrar a alguien, un rostro conocido al menos, hacer algo, lo que fuese.
«Ve a Vilibertas» había dicho Miriam, eso era lo que debíamos hacer, llegar a Vilibertas y luego, no sé cómo, debía volver a Boston, ver a mi padre y decirle lo muy arrepentida que estaba de dejarle, quería decirle que nunca deje de pensar en él, que lo amaba, quería darle un abrazo, aunque no me correspondiese, quería estar a su lado, aunque no pudiese ver sus ojos verdes como los míos.
No supe en que momento comencé a llorar hasta que solté el primer sollozo, mi angustia no me hacía sentir mejor, así que mis lágrimas no cesaban.
Contrólate Adela, ¿Cuántos años tienes? ¿¡CINCO!?
Aún con mi cabeza reprendiéndome, las lágrimas no cesaban, no supe cuánto tiempo había llorado, o en qué momento me senté y acurruque en una esquina por el frío, tampoco supe cuando el sol comenzó a caer, solo me entere en el momento en que cese el llanto, que fue tras escuchar una voz masculina que anunciaba algo en latín, por supuesto no lo comprendí, pero al instante de que aquella voz dejase de parlotear, un estruendo como un coro sonó, luego un sonido retumbo entre las barras, haciéndolas vibrar y, de repente, la espina de pescado comenzó a moverse y recoger sus espinas laterales hasta que solo quedo la columna vertebral, entonces y solo entonces el enrejado libero una presión y la puerta se abrió.
Un impulso fue lo que me llevo a moverme de mi lugar, y al momento mi único pensamiento fue correr, y aquella idea fue más veloz que mi instinto de supervivencia, si comparase aquella sensación con algo, diría que era como un ave enjaulada lista para volar, y eso fue lo que hice.
Torpemente me puse en pie, aún temblaba, pero aquel impulso me llevó con más fuerza de la que pensé en su momento, y como si escuchase un llamado salí corriendo por aquellos pasillos grises y descoloridos.
A decir verdad, correr me estaba sirviendo para liberar algo de energía y entrar en calor, pero a pesar de mi prisa, pude notar ciertos detalles, como la lejanía entre las celdas, que por cierto era muchísima, ahora que lo pienso, no vi en aquella rápida mirada hacia las afueras de mis barrotes alguna señal de otra celda, y tampoco un sonido chirriante que me indicara la apertura de la misma, la celda más cercana estaba a varios pasos de mí.
Eso es bueno, no sabemos cómo son estos presos, conviene tenerlos lejos.
No me asome por el barandal, solo corrí por el pasillo, bajando en espiral piso por piso, viendo como a pesar del trayecto recorrido, parecía no llegar al final, algo era seguro, nunca había visto una cárcel tan grande, llena de celdas y a su vez tan distantes unas entre otras, aunque tampoco es que tuviese mucha experiencia en el ámbito.
Cuando mi madre fue secuestrada, mi padre hizo denuncias porque nosotros creíamos erróneamente que había desaparecido, y las denuncias se hacían por la comisaría, así que eso era lo más cercano que yo tenía de conocer a una prisión. Por supuesto, las comisarías no son lugares para niños, pero en ese entonces mi padre se rehusaba a dejarme sola un instante.
Recordando aquello, entiendo bien porque mi padre hacía tanto empeño en que le encontrarán, porque sabía en el fondo que ella podría haber sido secuestrada, como es el caso; que podía estar aquí, tal vez no aquí en Redalogium porque no creo que mi madre supiese de este lugar, pero si aquí en Velum, de hecho, así fue; sabiendo que estaba aquí también era seguro algo, aquí corría muchos más riesgos, y así fue.
Ahora los riesgos los corro yo, por idiota.
Teniendo en consideración lo que ahora sé, puedo vislumbrar las actitudes de mi padre con otros ojos, unos más perspicaces que los que alguna vez tuve.
En su momento mi padre alegaba que «Debía llevarme porque nadie podía cuidarme»; pero si lo pienso bien, con el secuestro de mi madre tan reciente y con una sospecha que tenía bases y fundamentos, el dejarme sola no tendría que ver con que nadie pudiese cuidarme, sino más bien se refería a que nadie podía cuidarme de los Velumnianos, nadie, solo él.
Y ni siquiera él, pero lo intentaría.
Por eso es que se empeñaba tanto en qué permaneciese a su lado a cada momento, mientras hablaba con el investigador, mientras leía los casos, mientras exigía respuestas, todo con tal de mantenerme vigilado.
Oh papá, cuanto te echo de menos.
Continuaba corriendo, sin encontrar en sí adonde debía ir, y a cada paso que daba, veía cada vez más y más celdas, hasta que de pronto ya no habían, en su lugar comencé a ver recamaras aisladas, habitaciones selladas, y a medida que bajaba todo era cada vez más lúgubre, pero el último piso, eso sí era terror en su máximo auge.
El comedor gigante estaba allí, justo como en mi sueño, y sí que tenía sillas y mesas, todas soldadas contra el piso, tal vez por obvios motivos. Estaba abarrotado hasta el tope, lleno de Veumnianos que no eran como los de mi sueño, eran casi todos de la misma complexión, y como veía unos verdaderamente fornidos podía ver a dos realmente delgados, lo que era un hecho es que esta era una prisión unisex.
Busque con la mirada a mi club, no había nadie, ni uno solo de ellos.
¿Dónde demonios se han ido? ¿A dónde se los han llevado?
Nadie me veía, lo que era extraño considerando el hecho de que yo era la nueva, pero cada quien parecía estar en lo suyo, lo que me hizo sentir más tranquila.
Vi a los alrededores, no había custodes por ningún lado. ¿Dónde se habían metido? Fue entonces cuando la vi, la gran puerta de salida, donde estaba mi pase a ser libre, estaba allí, sin guardias, dispuesta a que cualquiera la cruzase, sin problemas… Sospechoso, demasiado bueno para ser real.
¿Y ahora te lo vas a pensar? ¡Vete!
Pero no me moví, algo no parecía ir bien. ¿Por qué si era tan sencillo largarse no simplemente todos se iban? Imposible que este montón de gente estuviese aquí solo por gusto y placer, no tenía sentido.
No lo pienses mucho y corre.
No, algo aquí no encajaba, y tal vez era porque soy hija de un abogado y no me dejo engañar tan fácilmente.
¿Eso crees? ¿Te recuerdo a Alex?
Esa es una clara excepción a la regla, el punto es que algo no me cuadraba con esto, por lo que espere de pie allí, mientras analizaba aquella puerta enorme con detenimiento.
No había cablería por ningún lado, por lo que, si estaba electrificada, debía estar escondido, no habían candados ni cerraduras, era al toque. ¿Entonces que tenía esa puerta? ¿Y si…?
Antes de darme cuenta mi mano estaba posándose sobre aquella puerta enorme, aún sin atreverse a tocarla por el miedo de recibir una descarga o algo peor.
¡No seas tonta! ¡Solo ábrela!
Mi intuición solía serme confiable, mi capacidad de analizar otras personas era sin lugar a dudas excepcional, pero si algo odiaba de mi mente eran esos momentos de impulsividad, los que me llevaban a tomar decisiones precipitadas basadas en ideas que eran como enredaderas. Quería retroceder, pero ya mi mano estaba sobre aquella puerta, sin recibir un golpe o señal de nada.
–Extraño –dije para nadie en especial, pero si creía que me detendría allí estaba equivocada.
Mi mano tomo fuerza y comenzó a empujar uno, dos, tres centímetros, a punto de dejar ver el contenido de aquella habitación tras esa puerta, tal vez la salida, o tal vez otra cosa, no lo sabía con certeza, pero no iba a averiguarlo, porque en ese momento, un estruendo llego a mi mano izquierda, la que sujetaba la puerta tomándola y apretujándola hasta el punto que empezó a doler, y entonces lo vi a aquel rostro que no olvidare jamás, por primera vez vi aquellos ojos café que en ese momento eran presagio de algo, no tenía que ser muy hábil para verlo, todo en él lo decía, desde el momento en que me vio con esos ojos yo ya estaba marcada, y cuando me arrastro hacia aquella mesa en el centro de aquel gentío, solo pude rogar por algo, que fuese rápido, porque sabía una cosa, estaba muerta.