En el momento entramos juntos, pero luego fuimos separados, cada uno entro en una especie de cabina donde una corriente de aire nos secó. Cada túnel era diferente, pero estaba aislado de los otros, por lo que no les vi el rostro sino hasta que ya estuve dentro, y cada maldito segundo en que no les vi la cara me sentía tan asustada de no saber en dónde estaban o que les estaban haciendo que casi rompo a llorar.
Ni se te ocurra, muestra algo de dignidad.
Me sentía tan impotente y sin salida, que no sabía bien como tratar con ello, me sentía un poco como cuando estaba con mi padre en el hospital, atendiendo sus heridas y tratando de hacer que reaccionara, conformándome con el simple movimiento de un par de dedos, solo eso me hacía ser feliz. ¿Por qué no pude quedarme con eso?
¡Demonios Adela! ¡No llores!
Mi sangre empezó a brotar primero que mis lágrimas, mis muñecas de nuevo estaban sangrando, y como ya no cargaba las esposas, podía ver claramente las cortadas que tenía, no eran bonitas para nada, sin embargo, no creí que necesitaran sutura.
Al menos.
Mis ojos fueron en dirección al pasillo, mis ganas de llorar y mi melancolía se habían esfumado de pronto, solo podía contemplar el estrecho e iluminado pasillo, tan radiante que podría hasta verme los pensamientos.
Nada bueno saldría de eso.
Miré a los lados buscando a mis amigos en vano, solo me encontré con mi reflejo, y debo admitir que aquello me asusto más.
Mis labios cuarteados, mis mejillas doloridas, rojas e inflamadas, mis ojos lucían apagados, sin brillo, mis brazos magullados y sangrando, el piso antes reluciente y aseado ahora tenía gotas de sangre en él, mi sangre.
Toqué mi reflejo, como si fuese un desconocido a quien viera allí, me sentí tan confundida y a punto de desfallecer, lucía exhausta, me sentía exhausta, aunque de seguro había dormido todo el camino hasta acá.
¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Dónde diablos estamos realmente?
Continúe mi camino hasta el final, donde un hombre de uniforme gris, sin solapas ni medallas, enguantado y con un tapabocas me esperaba. Como prometieron, aquel hombre, que era un médico, por cierto, me atendió y curo mis heridas, resultaba que sí que necesitaba puntos, o tal vez no, peor igual me los pusieron, aunque no sentí nada.
Aquel hombre de cabellera oscura con mechones grises parecía todo menos agradable, tal vez intentó conversar, pero dudaba que fuesen comentarios amables, así que lo mejor en ese punto era no saber el idioma.
Sus gafas eran anticuadísimas, más su tacto era delicado, de hecho, ni sentí el momento en que me coloco la anestesia para hacer la sutura.
Al principio, comenzó a examinarme minuciosamente, mientras lo hacía, mi inquietud crecía, y no era por mi incomodidad, ni tampoco el que un extraño estuviese revisándome de pies a cabeza, es decir, se supone que es doctor, no es la primera vez que ve un cuerpo desnudo, y por su alianza sabía bien que tampoco era la primera vez que debía ver un cuerpo femenino, porque era simplemente impensable pensar que en Velum apoyarían un matrimonio gay.
Mi inquietud e incertidumbre nacía de mi falta de conocimiento sobre mi paradero y el de mis compañeros, no sabía en sí donde estábamos, no sabía dónde estaban los míos, no sabía por cuanto tiempo estaría allí y por lo visto, aun cuando nuestra pena, por crímenes no cometidos cabe destacar, consistía en servicio comunitario, no dejaba de pensar ¿A qué se referían con eso? ¿En que nos iban a poner a trabajar estando aquí, tan alejados de todo y todos?
Recordé las palabras de Miriam, diciendo que a donde fuésemos tendríamos que huir, huir a Vilibertas, pero ¿Cómo íbamos a huir si ni siquiera sabíamos en qué dirección ir? ¡Ni siquiera sabía en donde estaban el resto de los míos!
Mejor relájate antes de que me dé un ataque de nervios.
Al menos mi mente era lo suficientemente inteligente como para no usar la palabra por «C» conmigo misma.
Se llama sensatez, cariño.
Lo último que percibí fue el miedo, miedo por mi padre, otra vez, no solo estaba el arrepentimiento, sino el miedo a no verle más ¿Y si me pasaba como a mamá? Se suponía que le vería en unos días, estando en el estado que estuviese. ¿Cómo había acabado todo de esta trágica manera?
Ahogue un gemido, lo que pareció despertar la curiosidad del doctor, quien se limitó a mirarme con desconcierto, sin embargo, no emitió palabra, solo continuo con lo suyo hasta que termino por decirme, o más bien señalarme, como dije el puente del idioma era extenso; que todo estaba listo, o al menos eso creí.
El uniforme era horroroso, era una braga del color de la tierra, los zapatos eran unas botas enormes que creí que no me quedarían, pero para mi sorpresa, si lo hicieron, aunque no había medias. ¿Cómo no podían suministrar medias?
¿En serio eso es lo que te preocupa?
Al salir a lo que parecía ser un comedor gigante, mis miedos solo se incrementaron cuando por accidente tropecé con alguien que tenía al menos unos veinte kilos más que yo y que me doblaba la altura.
Parecía enojado, y solo me gritaba, era un velumniano pero como reforzado, como si le hubiesen inyectado hormonas, él solo gritaba y yo ya quería llorar. ¿Cuándo me había vuelto tan llorona?
Me sostuvo con fuerza por el brazo, mis puntos salieron y comencé a sangrar, le pedí que se detuviese y entonces me arrastro hasta lo que parecía ser un enorme comedor, solo que sin mesas ni sillas.
La gente estaba como en su sitio hasta que me vieron entrar, entonces todos se aglomeraron a mi alrededor, completamente desconcertados, podía ver en su rostro como se reflejaba el pensamiento de «carne fresca» y francamente, mi subjetividad me estaba jugando todas las cartas en contra, pues no pensaba con claridad, solo veía a personas que podían hacerme daño, solo veía rostros extraños, ninguno conocido, quise gritar pero no me salía la voz, quise correr pero no tenía donde huir, quería irme, irme a mi casa.
De pronto frente a mí estaba alguien más, un rostro conocido, corrí a él con frenesí y me aferré a sus brazos, aunque no me podía creer que estaba aquí, pero no me importaba, al menos había un conocido entre estos extraños.
–Alex ¿Qué haces aquí? –pregunté aun refugiada entre sus brazos.
No lo vi, pero sentía como me sonreía con aquella calidez típica de él.
–Vine a salvarte.
–¿Salvarme? ¿Cómo puedes…? –me aparte de su agarre, y entonces su rostro ya no era su rostro, no era Alex quien me tenía, era su padre, Phoenix Dux, el Imperator.
–¡Quíteme las manos de encima! –chille, todos a mi alrededor gritaban mientras él me sujetaba como aquel guardia sujeto a Sonya, elevándome muy por encima del suelo. Luchaba, pero me estaba ahorcando, el aire me faltaba, y las lágrimas comenzaban a brotar a medida que la luz me envolvía.
–Redemptionem ad lapsos non effugium –me susurró y en ese momento, con las manos en mi cuello desperté, sintiendo el escalofrío de su agarre, y la profundidad de sus palabras. «La redención no es un escape para los caídos» Sin evitar pensar, que la que había caído era yo y que como decía la frase, no tenía escape.