A Esther no le importaba en lo más mínimo la vida de los reyes de Alistair, ellos solo eran unos demonios mas que si vivían o morían le tenía sin cuidado, es por eso que mientras continuaban su viaje rumbo al sur ella ni siquiera pensaba que había sucedido con la princesa Hella, porque ella misma le había dicho que su propia vida no era importante, y ahora, por razones del destino, quizás ya debía estar muerta en manos de los otros demonios, con los que los vampiros habían estado en una guerra que los humanos ya ni siquiera le encontraban sentido, porque siempre había sido así desde que Esther tenía uso de razón. ¿Su guerra eterna era por tierras, poder, diferencias entre especies?, ningún humano lo sabía con certeza, porque ellos solo estaban en el medio de todo siendo víctimas de ambos bandos.
Y ahora bien, conforme mas cabalgaban, mas se alejaban del norte dejando atrás la lluvia, el frío y sus pesadillas, solamente para entrar a un mundo desconocido que Esther solo se imaginaba que iba a ser igual o peor que su vida en el reino de Alistair, porque en esta ocasión debía fingir ser alguien que no era, en manos de ese tosco hombre lobo el cual en ese instante, continuaba avanzando a toda prisa sin importarle que ella se lastimaba sus caderas, y sus piernas con ese frenético movimiento que hacia el caballo, mientras seguía su camino. Ella nunca había montado a caballo, lo máximo que montó en su vida fueron mulas, pero estas no se comparaban a ese semental que los llevaba a toda prisa al reino de Gavril, su nuevo hogar.
2 días después
—Bienvenida al reino de Gavril, princesa… estás de suerte, hoy está nublado, no te harás cenizas —dice uno de los guardias con un tono de broma que a Esther solo le asustó.
Esther veía sorprendida como el reino del sur quedaba en la costa, era la primera vez que ella veía el mar. En completo asombro observaba de lado a lado conforme iban avanzando como el reino de Gavril estaba amurallado, era evidente ante los ojos de la pelirroja, que este reino era mas avanzado y mas fortificado que el del norte. Los que resguardaban la muralla, cuando vieron llegar al rey y sus caballeros, sonaron varias trompetas hechas con cuernos de animal, y en medio de ese sonido, Esther veía maravillada como se abría esa enorme y gruesa puerta que los dejaría entrar a la gran ciudad de licántropos.
—Increíble… —murmura Esther viendo como a lo lejos de esa ciudad llena de casas y negocios al exterior se podía ver el castillo en lo alto, como una fortaleza inalcanzable.
Durante el camino los habitantes de Gavril, los cuales todos eran cien por ciento licántropos, veían a Esther como una especie extraña, porque ellos creían que era una “vampira”, y eso la convertía en la primera vampira que pisaba esas tierras.
«Si supieran que soy humana…» piensa Esther viendo con horror como en una carnicería tenían todo tipo de carne, y entre esas pudo reconocer varias piernas y brazos humanos.
La joven cuando vio eso se cubrió la boca viendo hacia otra dirección, y el rey Zander que durante todo ese tiempo estuvo callado, observó la reacción de la chica cuando posó su atención hacia una de las muchas carnicerías del reino, es por eso que él dijo:
—Descuida, vampira. Te alimentaré bien, tendrás toda la sangre humana que necesites, te quiero fuerte para lo que te haré cuando nos casemos…
Cuando Esther escucha eso, siente como su corazón se detuvo por un milisegundo, y toda su piel se erizó, porque todas esas palabras desde su punto de vista fueron demasiado escalofriantes.
—¿Cuándo será nuestra boda, su majestad? —pregunta Esther tratando de no temblar, porque ella continuaba amarrada a él por medio de ese cinturón que le pusieron para que no se callera.
—Mañana.
Es lo único que dice el rey Zander de forma seca.
—¿Tan pronto, su majestad…? —susurra Esther mientras continúan cabalgando lento por la ciudad real.
Esther esperó una respuesta, pero esta nunca llegó, al parecer el rey Zander no hablaba demasiado, o quizás estaba molesto, la joven no lo sabía con certeza porque por el momento no tenía idea que pensaba el rey licántropo quien durante todo ese camino, veía con seriedad a Esther pensando:
«Su corazón late muy rápido y no deja de temblar. Bastardos del reino de Alistair, me dieron una vampira defectuosa, veamos que tanto aguanta, o de lo contrario es cuestión de tiempo para que sea comida para mis perros» piensa el rey Zander con disgusto, porque él no comprendía que Esther solamente estaba asustada, ya que había un sentimiento que era muy poco común entre los licántropos, y ese era el miedo.
Minutos mas tarde cuando llegaron al castillo, el rey se quitó el cinturón que lo ataba a Esther, y así sin más se bajó del caballo, ayudando a la pelirroja sin mucha delicadeza viendo como la joven se tambaleó cuando se bajó del animal, porque sus piernas las tenía dormidas. Es por eso que ella se agarró del caballo por un instante mientras sus piernas cobraban fuerzas, al mismo tiempo que el rey de cabello gris revoloteaba sus ojos, sujetándola por su brazo con violencia para que caminara.
—Lo siento, su majestad, no estoy habituada a viajes tan largos a caballo. Mis piernas se durmieron —dice Esther porque se podía dar cuenta que la mandíbula del rey licántropo se veía tensa, eso significaba que estaba molesto.
A él no le importó su explicación, y lo que hacía era arrastrarla hasta el interior del castillo mientras su corte real que le dio la bienvenida estaba a cada extremo de donde ellos caminaban. Algunos se acercaban para darle un abrazo a Zander, diciéndole que les alegraban que había llegado con bien. La mayoría de esa corte eran hombres, todos enormes, barbudos, y con dudosos hábitos de aseo personal. Esther asumía que todos ellos eran guerreros, porque sus aspectos le daban a entender eso, al parecer la corte real estaba conformada por caballeros, aunque por un instante la pelirroja se preguntó:
«¿Los licántropos tendrán tesoreros, ministros, consejeros?» se decía en pensamientos la muchacha porque hasta ahora ninguno tenía el aspecto de ser muy culto para ocupar dichos cargos.
—¡Rey Zander! Dichosos los ojos que te ven —exclama un licántropo de cabello castaño, enorme estatura como todos, y con una panza pronunciada.
—¡Aeron!, amigo mío, ¿me extrañaste? —pregunta el rey Zander dándole un fuerte abrazo al hombre lobo con el cual tenía una larga amistad.
Inconscientemente, Esther se aparta dos pasos cuando ve a ese hombre lobo de aspecto intimidante pero como era de esperarse, él logra darse cuenta de su presencia, y cuando culmina el abrazo, se acerca a la pelirroja sujetándola por su cintura para cargarla y comenzar a olfatearla. Envuelta en terror, Esther grita colocando sus manos para impedir que se acercara demasiado.
—¡No por favor, bájeme! —grita Esther viendo que el rey Zander no hacía nada para defenderla.
—¿Esta migaja de mujer vampiro es la princesa del reino de Alistair? Su cuerpo entero es una pierna mía —dice el licántropo llamado Aeron, lanzándole a Esther al rey Zander como si se tratara de una pelota.
El rey ataja a Esther con facilidad, y ella sin dejar de temblar siente como el hombre lobo la sostiene con un solo brazo, e ignorándola por completo, Zander le responde a su amigo:
—Si, resulta que los reyes del norte solo tenían esto para ofrecerme…—dice el rey Zander con un evidente tono de voz decepcionado, bajando a Esther sin mucha delicadeza.
La pelirroja hace su mayor esfuerzo para no caerse, y luego mientras él sigue hablando como si nada, aparecen dos mujeres licántropos, viéndola a ella de reojos.
—Llévenla a mis aposentos, y vístanla adecuadamente, esta noche tendremos el banquete de bienvenida.
—Como ordene su alteza —responde una de las mujeres lobo viendo a Esther diciéndole: —síganos, princesa de Alistair...
Esther alterna su vista entre el rey Zander que se marcha con varios de su corte real, y luego dedica su atención a las mujeres lobo. La joven suspira con cansancio siguiendo a esas doncellas, pensando que hasta ahora su futuro esposo ni siquiera le había preguntado su nombre, al parecer él no sabía que la verdadera princesa se llamaba Hella, por lo tanto, ella podía decirle que su nombre era Esther, pero por el momento a ese tosco licántropo le tenía sin cuidado algo tan simple como eso.
«No importa, no es necesario que sepa mi nombre, de todas formas no duraré mucho aquí, mi muerte se aproxima» piensa Esther caminando de forma decaída porque, aunque no lo deseara, no podía evitar pensar que su futuro era incierto, como el hecho que quizás no tendría una larga vida.