—“No, no había pasado por alto esa opción, esperaba que lo hubieras hecho y no quería recordártelo”.
—“Mala suerte, me dijeron que mencionara esa solución final”.
—“Otras dos cervezas, Amy, querida, ponlas a cuenta del gobierno, quiero decir a cuenta de Khun James”.
James miró con atención en busca de algún atisbo de comprensión plena, pero Gareg había tenido razón. Sin embargo, ella sabía lo suficiente como para marcar las cervezas en su cuenta.
“No puedo hacer esto solo, James, ni siquiera podría haberlo hecho cuando estaba en servicio activo. Necesitaré a mis compañeros”.
“Lo comprendo, pero las mismas condiciones, y consecuencias, son para ellos. Sin embargo, comprendo perfectamente que necesites informar a tus compañeros de la situación. Por cierto, ¿dónde están y cuándo podré conocerlos?”
—“Oh, están en algún lugar de la bahía, pescando. Es solo una actividad recreativa, pero solemos hacer una barbacoa con lo que se pesca allí en la playa al anochecer”.
—“Siento que hayamos tenido que encontrarnos en estas circunstancias, Gareg, no me disculpo por hacer mi trabajo, pero me imagino lo que debes estar pensando de mí en estos momentos. He trastornado por completo tu vida idílica: una playa así delante de ti, treinta chicas así alrededor y supongo que ganas dinero. No puedo culparte, pero has sido un chico travieso, de lo contrario no habrían podido forzar tu mano”.
Gareg se limitó a mirarle.
—“Seguro que tienes mucho que hacer y pensar, Gareg. Por mi parte, voy a tomar un par de cervezas más aquí, luego algo de comer en tu restaurante de al lado y después iré a darme una ducha, pero estoy seguro de que nos encontraremos en unas horas. ¿Puedes recomendar algo adecuado en el restaurante?”
—”¿Cangrejos?”, dijo alejándose, pero sin molestarse en absoluto con Young.
Young no pudo evitar sonreír.
∞
Una vez fuera, bajo el sol, Gareg respiró hondo y, recordando que Young aún podía verle, cruzó el estrecho e improvisado camino fuera de su hotel hasta la arena, se quitó las chanclas de plástico y bajó hasta el pequeño embarcadero para esperar a sus amigos. No necesitó mirar el reloj, ya que el sol le indicaba que no tardarían en llegar: eran más de las cuatro y la marea estaba alta. Se sentó en el extremo del embarcadero con los pies casi en el agua, deseó haber traído una cerveza. Miró por encima de su hombro y vio al hijo de diez años del cocinero, lo llamó y le dio doscientos baht para que fuera a buscar un paquete de seis a la recepción del hotel.
Su primera reacción fue que no quería el trabajo, pero a medida que bajaba la cerveza, se dio cuenta de que se acercaba más a la verdad decir que no quería realmente el trabajo, porque una parte de él sí lo quería.
Aunque todavía era una pequeña parte, pero la perspectiva le parecía desafiante, incluso emocionante. No, definitivamente, un reto y una emoción. Otra parte de él ansiaba servir, ser útil a su país de nuevo.
Y, aunque no le gustaba admitirlo ni siquiera a sí mismo, otra parte de él quería enmendar sus siete hazañas anteriores. Había tenido mucho tiempo para pensar en ellas y no estaba orgulloso de ellas. Estaba orgulloso de todo, de cada orden que había cumplido en el ejército, pero no podía decir eso con la mano en el corazón sobre los atentados suicidas, aunque siempre habían tratado de no herir a transeúntes inocentes cada vez.
Aun así, esta misión, cumpliría varias funciones.
Eso era el lado positivo, pensó, abriendo otra lata, viendo a sus amigos arrancar su fueraborda; en el lado negativo no podía ver que él, o ellos, tuvieran otra opción que cooperar.
Mientras tomaba un trago de su segunda lata, vio cómo el bote de sus amigos cobraba vida, se arqueaba y se dirigía hacia él. Cuando Dave lanzó la boza mientras Bob apagaba el motor, Gareg lo cogió y lo ató.
—”¿Qué tal ha ido ahí fuera?”, preguntó.
—”¡Maravilloso! Una buena captura también. Coge este lote, Gar”, respondió Dave.
A ninguno de los dos les pareció extraño que Gareg les esperara, ya que a menudo se esperaban mutuamente cuando alguien salía, pero Bob, que era más astuto que Dave y conocía también mucho mejor a Gareg, sabía que había ocurrido algo.
Gareg les pasó una lata a cada uno y abrió la última para él.
—“Qué ha pasado, Gareg, pareces un poco decaído. Tiene que ser grave para que te moleste, mi viejo amigo”.
“Sí, levanta un banco”.
Dave se quitó la camisa y la arrojó sobre la bandeja de pescado para protegerlos del sol, aunque éste había perdido toda su fuerza.
—”¿Qué, o quién te ha molestado, salta?”
Gareg relató los acontecimientos, insinuaciones e implicaciones de su charla con Young.
La primera reacción de Bob y Dave fue enfadarse.
—“Mi primera reacción fue enfadarme y pensar en dárselo de comer a los tiburones también, pero he tenido oportunidad de calmarme. No serviría de nada… Sabrían que lo habíamos hecho y entonces vendrían más. No, me temo, señores, que nos tienen cogidos por los pelos y sensibles. Tendríamos que haber matado a ese cabrón antes de Navidad, porque es el que nos ha comprado, pero de todas formas eso es agua pasada.
—”¿Alguna sugerencia?”
—“Sí”, dijo Dave el Loco, “volvamos, hablemos de este asunto, como los adultos sensatos que somos y pongámonos completamente locos”.
—“Lo secundo”, dijo Bob.
—“Y yo también”, añadió Gareg.
—“No puedes”, objetó Dave, “tendrás que terciar”.
—“Lo sé, pero ¿a quién le importa? Yo estoy de acuerdo”, coincidió Gareg.
Cuando los tres hombres hubieron cruzado la carretera, dos chicas salieron para llevar la pesca al cocinero. Era otra parte de la rutina diaria, atravesaban la recepción y salían por el otro extremo al jardín que se consideraba privado, aunque las puertas traseras tanto del restaurante como del bar se abrían también a él. Era el lugar al que iban para estar solos o para recibir a los amigos.
Se consideraba un honor ser invitado a sentarse en su única mesa por aquellos que estaban al tanto y cualquier invitado que se desviara por allí sin ser invitado, pronto era advertido del error de sus actos por una de las chicas. El jardín t*****o era impresionante, pero entonces tenía treinta y cinco jardineros que se ocupaban de él.
Los tres hombres se sentaron en la mesa de resina de hormigón de dos metros de diámetro que tenía un tablero de ajedrez con incrustaciones de mosaico en el centro y una de las chicas salió para ver si podía ayudar.
Se puso al lado de Dave y él le pasó un brazo por la cintura y le hizo cosquillas en el ombligo. Ella soltó una risita y fingió intentar apartarse, pero eso solo sirvió para acercarse más a él. Su era su favorita en ese momento.
—“Lo de siempre, por favor, Su”, dijo Gareg, “y que sigan viniendo, es una buena chica”.
Ella asintió a Gareg, “Sí, jefe”, fingió amenazar a Dave con una bofetada, cuando él le pellizcó el t*****o, y entró.
—“Así que, habéis tenido diez minutos para pensar en ello, ¿qué pensáis ahora los dos?”
—”¿Es un imbécil rubio, de unos cuarenta años?”, preguntó Dave.
—“Sí, ¿cómo lo sabes?” preguntó Gareg.
—“Se aloja en la suite del ala oeste. Lo vi observando cómo subíamos a la playa y ahora está ahí arriba observándonos”.
—“Sí, es él, yo también lo he estado observando”, dijo Gareg. “No es el enemigo, sin embargo, es importante recordarlo. Si emprendemos esta misión, probablemente será nuestro enlace… podría ser el único que tengamos para sacarnos de la m****a. No lo olvides. Está de nuestra parte en el sentido de que quiere que tengamos éxito, si aceptamos esto, pero por lo demás nuestros intereses ya no son los mismos y podemos esperar que nos escupa como un zurullo en un sándwich”.
—“Dime si me equivoco, Gareg”, dijo Bob, “pero nadie me ha dicho qué se espera de nosotros”.
—“O lo que conseguimos con ello…”, añadió Dave, terminando su cerveza y haciendo una seña a Su desde su puesto autoimpuesto junto a las puertas francesas del bar, a quince metros de distancia.
Ella saludó y desapareció en el interior.
—“No, tienes razón. Todavía no sabemos ninguno de esos detalles, pero no le pregunté y me imagino que no quiso decirlo, hasta que nos hayamos comprometido o no”.
Los otros dos asintieron mientras tomaban un sorbo de las cervezas que trajo Su. Se había parado al alcance de Dave, con la esperanza de que él la agarrara de nuevo, pero cuando no lo hizo, supo que era mejor no perder el tiempo. Ella volvió a su puesto.
—“Así que, para tratar de poner esto en algún tipo de perspectiva”, continuó Gareg, “tenemos que saber lo que esperan de nosotros, y lo que están dispuestos a darnos a cambio. ¿Correcto?”
Ambos dijeron que sí.
—“De acuerdo, hasta aquí todo bien. ¿Qué queremos a cambio?”
—”¡Amnistía!”, dijeron los dos a la vez.
—“Estoy de acuerdo, eso es lo mínimo sine qua non. ¿Algo más?”
—”¡Una ronda de queso Caerphilly!”, dijo Bob.
—“Bueno, podemos pedir lo que queramos, pero es un poco como si un prisionero pusiera condiciones a su carcelero para ser liberado. Pero no hay nada malo en fantasear. ¿Algo más?
—“Muy bien, ¿por qué no invitamos a nuestro mirón a bajar y unirse a nosotros? Me imagino que eso es lo que está esperando”.
Gareg señaló la figura sombría que había tras el visillo de su habitación y le hizo una seña para que bajara.
—“No sé si eso le hará venir. Dave, pídele a tu pájaro que lo baje por nosotros, ¿quieres?”.