En un rincón oscuro y lejano, una figura siniestra, dando vueltas en su silla de ruedas, ansiosa, esperaba noticias, entonces miró al hombre entrar a su alcoba y son su voz cargada de odio y venganza habló:
—¿Se murió? —inquirió con ese tono cruel que helaba la sangre.
La figura sombría de aquel hombre de ojos oscuros y gesto pérfido asintió con una mueca.
—Por ahora no, pero no tarda en hacerlo. Su condición es muy grave —respondió con una voz que parecía susurrar desde las profundidades del infierno.
Luz Aída miró al sujeto con un destello de rabia y frustración en los ojos.
—¡Te pedí que la mataras en el acto! —rugió, su voz retumbaba con ferocidad—. No que estuviera grave. ¡Eres un inepto!
El hombre retrocedió, temeroso del torrente de ira que emanaba de Luz Aída. Sabía que hab
