El sol apenas asomaba tímidamente por la ventana de la pequeña alcoba en la modesta casa de Mercedes.
Ella abrió sus ojos, y contempló a su lado a Miguel, descansando plácidamente. Suspiró profundo, y con delicadeza, le acarició la mejilla.
«Tan divino este hombre, hasta dormido se ve impecable, seguro yo amanecí con el cabello alborotado, como un espantapájaros. Así que antes de que me vea y se espante, mejor me sacudo la pereza y voy a prepararle un suculento desayuno, para que recupere energía»
Se mordió los labios, y luego sonrió, recordando la noche de pasión que vivió junto a él.
Se movió con suavidad de la cama, se envolvió en una sábana, y minutos más tarde ya más arreglada se metió a la cocina.
Se recargó en uno de los mesones.
—Nadie creería que, yo Mercedes Romero Agu
