—¿Qué has dicho muchacha bruta? —vociferó Luz Aida, respirando agitada—. Eres tan torpe que seguramente entendiste todo mal, no sirves ni siquiera para un mandado —recriminó la mujer desde su silla de ruedas con esa expresión severa y llena de amargura que solía mostrar su rostro y su mirada. La muchacha de servicio a quien solía mandar a espiar en la hacienda temblaba, parecía que Luz Aída, se le iba a ir encima con todo y su silla de rueda. —No señora Luz, no me haga nada, no me vaya a pegar, no estoy mintiendo, le juro por mi mamacita, que yo acabo de ver a don Miguel acompañado de una mujer besándose en los cafetales. El rostro de la ex esposa de Miguel se desencajó por completo al escuchar a la sirvienta. Luz Aida golpeó con el látigo que solía tener en las manos la madera de la f