Capítulo 23

1778 Words
Octavia Cuando Lucien entró en mi celda esa última vez, sus palabras estaban llenas de promesas y planes de fuga. Algo en su voz, un tono de sinceridad que no había escuchado hace mucho, hizo que una parte de mí quisiera creerle. Pero la experiencia me había enseñado a ser cautelosa, a no confiar tan fácilmente, especialmente después de todo lo que había sufrido a sus manos. Mi cuerpo llevaba las cicatrices de su abuso, pero mi espíritu seguía intacto, decidido a sobrevivir y a encontrar una salida a este infierno. Y así, mientras Lucien hablaba, escuchaba atentamente, extrayendo cada pedazo de información útil que pudiera, aunque me doliera usarlo de esa manera. Cada palabra que él decía, cada gesto, era analizado y almacenado en mi mente. Finalmente, llegó el momento de actuar. Con el corazón latiendo fuerte en mi pecho y un sentimiento de pesar que no podía ignorar, sabía lo que tenía que hacer. Sabía que era lo que él más deseaba: un beso sincero, uno que él creyera que yo le daba voluntariamente, uno que reflejara aceptación y quizás incluso afecto. A medida que me acercaba a él, sentí una mezcla de repulsión y compasión. Repulsión por lo que había sufrido a sus manos y compasión por el ser humano que aún quedaba dentro de él, luchando por salir. Cuando finalmente nuestros labios se encontraron, traté de ocultar mis verdaderas intenciones detrás de la suavidad del beso. Era un acto de engaño, pero uno necesario. En ese momento, cerré los ojos, tratando de despejar mi mente de los recuerdos dolorosos. El beso fue más largo de lo que había planeado, y durante esos breves segundos, me permití sentir lástima por Lucien, por nosotros, por todo lo que se había torcido en nuestras vidas. Pero no había tiempo para la duda o la vacilación. Tomé el puñal que había ocultado, sintiendo su peso frío y sólido en mi mano. Cuando Lucien se perdió en el beso, con esa mirada previa de esperanza en sus ojos, supe que este sería el golpe más difícil de mi vida. Con un rápido movimiento, lo apuñalé, la hoja cortando su carne con una facilidad escalofriante. —Lo siento mucho, —murmuré contra sus labios, las palabras apenas audibles, llenas de dolor. No era solo por el acto en sí, sino por todo lo que representaba: la pérdida, la traición, la desesperación. Lucien cayó, su sangre manchando mis manos, y en ese momento, algo dentro de mí se quebró. A pesar de todo, a pesar de la violencia y el abuso, una parte de mí había esperado que encontráramos una salida juntos, que, de alguna manera, pudiéramos superar nuestro pasado. Me alejé de él, sintiendo cada paso como si caminara sobre vidrios rotos. Esto lo cambiaría todo, que no había vuelta atrás. Pero también sabía que era necesario, que era el único camino que me quedaba para luchar contra la opresión de la Diosa Luna y encontrar mi propia libertad. Con el corazón pesado y las manos manchadas, me preparé para lo que vendría. —Te amo Octavia, y entiendo por qué hiciste esto... Solo vete, —sus palabras finales resonaron en mi mente mientras me quedaba inmóvil, sosteniendo el puñal aún en mis manos. Su voz, aunque débil, estaba impregnada de una tristeza y comprensión que me golpeó profundamente, en sus últimos momentos, había encontrado en su corazón el perdón y el amor por mí. Me quedé allí escuchando los últimos latidos de su corazón. Cuando finalmente su corazón dejó de latir, un silencio ensordecedor llenó la celda. Lucien, el hombre que había sido mi amigo y luego mi torturador, alguien a quien me di cuenta, lo había dejado entrar a mi corazón, yacía inmóvil ante mí. En ese instante, sentí como si una parte de mí también hubiera muerto con él. El súbito surgimiento de Aiden me sobresaltó tanto que el puñal se me cayó de las manos, golpeando sonoramente contra el suelo de piedra de la celda. Su aparición era siempre inesperada, pero esta vez el impacto emocional de lo que acababa de suceder amplificó mi reacción. —Mierda, podrías avisar antes de aparecer así, —dije, intentando sonar molesta y despreocupada, pero mi voz temblaba ligeramente, traicionando el torbellino de emociones que estaba experimentando. Aiden, con su mirada etérea y compasiva, no pareció sorprendido por mi reacción. —Sé que te duele, no puedes fingir tus emociones con tu padre, —dijo en un tono suave, lleno de entendimiento. Su insistencia en llamarme 'hija' y referirse a sí mismo como mi padre me resultaba extraño y desconcertante, pero no tenía la energía para discutirlo en ese momento. —Deja de decir eso, es raro, —respondí casi automáticamente, mi atención se desvió hacia el cuerpo inerte de Lucien. Me acerqué a él con pasos vacilantes, sintiendo cómo las lágrimas se agolpaban en mis ojos y un nudo crecía en mi garganta. Sabía que tenía que actuar rápido, que tenía que encontrar la llave para escapar de este lugar de pesadillas. Con manos temblorosas, comencé a revisar sus bolsillos. Fue entonces cuando un trozo de papel se deslizó entre mis dedos. Lo recogí con cuidado, mi curiosidad despertada. Desplegué el papel con manos temblorosas, preguntándome qué secretos podría contener. El papel era una página arrancada, con texto escrito en un idioma antiguo y desconocido para mí. Lo examiné con curiosidad, preguntándome qué significado tendría y por qué Lucien lo llevaba consigo. —¿Qué es esto? —pregunté, sosteniendo el papel ante la mirada de Aiden. —Es parte del ritual de amplitud de los Dioses. Lucien debió haberlo robado de la biblioteca de mi hermana, —explicó Aiden, su voz seria. —Puede ser crucial para detenerla. Asentí, guardando el papel con cuidado. Era una pieza del rompecabezas, algo que podía cambiar el curso de nuestra lucha. Con la llave finalmente en mi mano, me preparé para salir de la celda. Antes de abandonar el lugar para siempre, me acerqué al cuerpo de Lucien una última vez. Con cuidado, cerré sus ojos, un gesto de despedida y respeto. Me incliné hacia su oído, y mi voz salió en un susurro cargado de emociones contradictorias. —Te quiero, —murmuré, sintiendo un nudo en la garganta. Mis palabras eran un reconocimiento de lo que alguna vez sentí, una admisión de que, a pesar de todo, había habido momentos de auténtico afecto entre nosotros. Deposité un beso suave en su mejilla, una despedida final que sellaba el cierre de ese capítulo en mi vida. Me levanté con una determinación recién encontrada, lista para escapar y unirme a la lucha contra la Diosa Luna. Aiden me esperaba junto a la puerta de la celda, que ya estaba abierta. Su mirada estaba llena de amor y comprensión, y eso me hizo sentir un dolor agudo en el pecho. —Vamos, —dijo él, extendiendo su mano hacia mí. Tomé su mano, y en un instante, nos desvanecimos en el aire. La sensación de teletransportarnos fue desorientadora, como si cada célula de mi cuerpo se estuviera rompiendo , comprimiendo, moviendo y reagrupándose a través del espacio y el tiempo. Cuando volvimos a aparecer, nos encontramos junto a la puerta de salida del palacio. —¿Qué mierda ha sido eso? —pregunté, tratando de controlar la náusea que amenazaba con abrumarme. Mi cuerpo y mi mente luchaban por adaptarse a la experiencia surrealista de haber sido transportada de esa manera. Aiden me miró con una sonrisa leve, sus ojos llenos de una sabiduría antigua y tranquilizadora. —Es una de las ventajas de tener a un dios a tu lado, —explicó con un tono de ligereza que contrastaba con la seriedad de la situación. —Puedo moverme a través de espacios con facilidad, aunque estoy un poco limitado. A pesar de su tono juguetón, podía ver en sus ojos el peso de la responsabilidad que ambos compartíamos. Él, atrapado en el cuerpo de un niño, pero con el poder de un dios, y yo, una humana común empujada a circunstancias extraordinarias. —Está bien, —dije finalmente, tomando una profunda respiración. —Vamos a hacerlo. Tenemos que detenerla. Aiden asintió, su expresión se volvió seria. —Juntos, podemos hacerlo, Octavia. Tienes más fuerza y valor de lo que crees. El sonido de las cadenas al caer al suelo, aunque en realidad fue breve y sutil, resonó en mis oídos como un trueno. Nos quedamos inmóviles por un momento, casi sin respirar, temiendo que el sonido hubiera alertado a alguien. Pero, milagrosamente, el pasillo permaneció en silencio, y nadie vino a investigar. —Ahora la puerta, —susurró Aiden, su voz apenas un hilo de sonido en la quietud que nos rodeaba. Mientras me concentraba en abrir la puerta con la llave, sentí la firmeza de su agarre en mi brazo, preparado para actuar en cualquier momento. Antes de que pudiera siquiera procesar lo que estaba sucediendo, nos encontrábamos frente a la imponente puerta principal del palacio, la libertad tan cerca pero aún tan lejos. —Lo... siento... mal... cálculo... —Aiden, con su fuerza menguante, murmuró la disculpa antes de caer inconsciente, su pequeño cuerpo cayendo pesadamente al suelo. Miré frenéticamente a mi alrededor, consciente de nuestra vulnerabilidad. Rápidamente, con un esfuerzo que me costó más de lo que imaginaba, levanté a Aiden en mis brazos y lo arrastré hacia la seguridad relativa de unos arbustos cercanos. Ocultos bajo el follaje, traté de recuperar el aliento mientras evaluaba la situación. Aiden, atrapado en un cuerpo de niño, era mi única esperanza de salir de este maldito lugar. Miré su rostro pálido y sereno, preguntándome cuánto tiempo tendríamos antes de que alguien descubriera nuestra huida. Mientras la oscuridad de la noche envolvía el palacio, me encontraba en una situación desesperada. Aiden, aún inconsciente, descansaba en mis brazos, y yo, sin saber cómo atravesar los dos kilómetros de pradera abierta hasta el muro sin ser detectada. Decidí que nuestra única opción era esperar al amanecer. Con la luz del día, aunque débil debido a las nubes grises permanentes, tendríamos una mejor oportunidad de movernos sin ser vistos. Los primeros destellos del amanecer comenzaron a aparecer en el horizonte. Con cuidado, levanté a Aiden, preparándome para la parte más arriesgada de nuestra huida. Con un último vistazo a la oscuridad que nos había protegido, comencé a avanzar cuidadosamente hacia la pradera, consciente de cada movimiento, cada sonido. El grito de alto resonó en el aire, cortando a través del silencio matutino como un cuchillo afilado. Casi de inmediato, el silbido de las flechas siguió al grito, y entonces, el mundo se desvaneció en silencio.
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